El bosque de los corazones dormidos (28 page)

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Authors: Esther Sanz

Tags: #Juvenil

—Les seguí cuando se fueron de la Dehesa. Escuché todo lo que dijiste y decidí seguir de cerca sus movimientos. Me costó mucho dejarte allí inconsciente, pero no tuve más remedio…

Asentí para mostrarle mi conformidad con su decisión.

—¿Les hablé de Bosco?

—Sí, pero no dijiste gran cosa. Tampoco llegaste a revelar su refugio. Te desmayaste antes de soltar prenda. Volví a buscarte cuando comprobé lo perdidos que estaban… Se adentraron hacia el norte, en dirección opuesta a la cabaña del diablo.

Suspiré aliviada.

—Pero cuando llegué a tu casa, ya no estabas. Seguí el rastro de vuestras pisadas en el barro… Y, bueno, el resto de la historia ya la conoces. —Se quedó un segundo en silencio—. Debí haberte alertado.

—¿De qué?

—Hace días que descubrí que Braulio estaba con ellos y que podía ser peligroso… Lo que nunca imaginé es que llegaría tan lejos contigo. ¡Es un maldito cabrón!

—Sí, nos tenía bien engañadas.

—Será mejor que no perdamos más tiempo, Clara. —Berta prendió el sensor en su chaqueta—. Yo les despistaré corriendo en esa dirección. Tú ve a buscar a Bosco.

—¿Estás segura?

Aquel gesto conllevaba un doble sacrificio. Por un lado, la portadora del sensor se convertía en la presa de aquellos hombres; por otro, renunciaba a encontrarse con Bosco.

Berta sonrió. Sus ojos eran ya de un azul intenso. Después hizo algo que me descolocó por completo: se lanzó efusivamente sobre mí para abrazarme de forma cariñosa.

—Lo siento mucho, lechuguina. No pienso que seas una inútil… Es solo que… Supongo que estoy celosa. Antes de que vinieras, tenía a Bosco para mí solita. Lo conozco desde que era una enana. ¿Te imaginas lo que supone para una niña tener algo parecido a un superhéroe por amigo? He crecido admirándole, queriéndole… —Suspiró antes de continuar—. Tú me caíste mal nada más verte…

Las dos sonreímos al recordar el episodio de nuestro primer encontronazo, cuando mi bici chocó contra su caja de copas en la entrada de Colmenar.

La voz de Berta tomó entonces un cariz solemne.

—En ese instante ya supe que estabais predestinados.

—¿Tú también… le quieres? —contuve la respiración esperando su respuesta.

—¿Y quién no? ¿Crees que alguna chica podría resistirse a alguien como él? Es un ser único, mágico, guapísimo… ¿Quién podría no amarle? Pero eso no importa, Clara. Él te ha elegido a ti.

Berta se puso el sensor y desapareció entre los árboles.

En ese instante comprendí que nuestra amistad sería eterna. Nos unía un objetivo común: proteger el secreto de Bosco. Y algo me decía que esa alianza marcaría nuestro destino y el resto de nuestras vidas. Me sentí orgullosa de ser su amiga. Bosco la había definido muy bien. Berta era una valiente.

—¡Suerte! —grité, aunque ya no estaba segura de que pudiera oírme.

Empecé a correr.

Seguí corriendo por el sendero que bordeaba el río. Estaba embarrado y resbaladizo, y me costaba avanzar sin caer de bruces en el fango. Al dejar el camino y adentrarme en el bosque, gané rapidez. A pesar de las ramas y las raíces que me obstaculizaban el paso, el barro ya no frenaba mis botas.

Me detuve agotada a unos metros de la cabaña. Me agaché con las manos en las rodillas y el pecho a punto de explotar. Hiperventilaba y sentía las piernas de goma. En ese momento inhalé un olor penetrante a madera quemada.

Cuando alcé la mirada, contemplé una llamarada de fuego y humo que subía hacia el cielo por encima de las copas más altas de los árboles.

Tuve un mal presentimiento.

Me tapé la boca y seguí avanzando hacia las llamas, en dirección a la cabaña del diablo.

Tuve que agarrarme a un pino para no caer al suelo, derrumbada por el peso de los acontecimientos.

La cabaña del diablo estaba ardiendo.

El ángel guardián

M
e oculté entre los matorrales al oír el ruido de unas hélices. Un torrente de agua cayó desde el cielo sobre la cabaña en llamas. Estaba lo suficientemente apartada como para protegerme del diluvio, pero aun así acabé empapada.

Una enorme humareda lo envolvía todo.

Pasaron solo unos segundos antes de que el vapor de agua se dispersara y pudiera ver el desastre. La imagen de la cabaña convertida en escombros me sobrecogió.

El helicóptero antiincendios sobrevoló un momento la zona antes de desaparecer. Después de la lluvia del día anterior, el bosque estaba mojado y no había peligro de que el fuego rebrotara. Había sido algo puntual. Me pregunté si alguna brigada de bomberos vendría a investigarlo. Supuse que no. Por suerte, no había pérdidas que lamentar. Solo una casucha de madera abandonada. Aparte de Berta, nadie en el pueblo conocía la existencia de su extraño habitante.

Temblé de miedo al imaginármelo bajo aquellas ruinas. No quería ni pensarlo, pero solo se me ocurría esa explicación para justificar que no hubiera acudido a rescatarme de las garras de Braulio. Si no había olido mi miedo era porque… ¡No podía ser!

Aunque sabía que ni un ser como él podría sobrevivir a las brasas del infierno, recé para que su inmunidad a las gélidas aguas también funcionara con las llamas del fuego.

Otra posibilidad era que los hombres de negro lo hubieran apresado. Eran listos. Nos habían engañado a Berta y a mí. Habían llegado hasta la guarida de su presa y le habían prendido fuego. Me estremecí al pensar lo que podrían hacer con él en tal caso.

Un temblor convulsivo se adueñó de mi cuerpo. Estaba empapada, cubierta de barro, dolorida y profundamente triste. Me sentía derrotada. ¡No podía más! Todos mis sueños se habían convertido en humo y ceniza. Estaba gafada. No podía haber otra explicación. Más de cien años de existencia y… aparecía yo para truncar el destino de aquel ser mágico. Sabía por mi familia que los finales tristes sucedían. Y aquél era el nuestro.

No se me ocurría peor desgracia que perder a Bosco.

Sin él ya nada tenía sentido…

Un pánico intenso me sacudió con tanta violencia, que sentí que iba a desmayarme. Pero cuando estaba a punto de precipitarme contra el suelo, unos brazos me sujetaron con firmeza por detrás.

—Chist, Clara, tranquila, chist, tranquila… Estoy aquí. Todo está bien.

Un familiar aroma a pino fresco y a bosque húmedo calentado al sol reanimó mis sentidos. Me giró lentamente hasta que nuestras miradas se encontraron. Bosco me acunó un rato en su pecho. Tenía el rostro contraído por el dolor de mi miedo, pero no había en él signos de haber sufrido ningún tipo de agresión. No parecía herido ni chamuscado.

—Bosco…

Deslicé mis brazos en torno a su cuello y me puse de puntillas para alcanzar su boca. Nos fundimos en un beso suave, dulce… delicioso. Sentí una descarga eléctrica en el corazón antes de que empezara a palpitar enloquecido.

Al separarnos, nuestros labios se arquearon en una sonrisa. Bosco estaba resplandeciente. Yo, en cambio…

—¿Qué te ha pasado? —Su sonrisa se torció en una mueca al ver mi lamentable estado.

No sabía por dónde empezar.

—Han quemado tu casa.

Empecé por el final.

Era algo evidente. Estábamos delante de ella, a pocos metros. Supongo que lo dije porque esperaba algún tipo de reacción por su parte.

—Lo sé. Y es terrible… Pero, cuando todo esto pase, la levantaré de nuevo con mis manos.

Su mirada se tiñó de dolor y se perdió un instante en los escombros de su cabaña. Aquél había sido su hogar durante más de cien años. Pude imaginarme el sufrimiento que aquella visión le producía. Entre aquellas maderas quemadas estaban todas sus pertenencias: sus libros, su piano…

—¿Te han hecho algo?

—No. Les oí acercarse y me escondí en la cabaña de abajo. Después huí por el túnel.

—¿Dónde has estado?

Me parecía tan extraño que no hubiera acudido a ayudarnos a Berta y a mí, que di por hecho que había estado en algún lugar donde el miedo no llegaba.

—Protegiendo algo en las profundidades de la tierra.

Su respuesta no satisfizo mi curiosidad. No sabía a qué se refería, pero intuía que era lo que los hombres de negro buscaban con tanto ahínco.

El cierzo sopló entre los pinos y empecé a temblar. Sentí cómo el frío se calaba en mis huesos. Tenía el pelo mojado por el aguacero del helicóptero y algunos mechones goteaban en mi cara. Mis dientes empezaron a castañetear.

—Será mejor que nos resguardemos en algún lugar. Estás helada y esos malditos no tardarán en rastrear esta zona del bosque.

Bosco cargó conmigo y yo me abandoné entre sus brazos. A pesar del frío y del dolor de mis heridas, me sentía protegida acurrucada en su pecho.

Después de varios minutos de subida, nos detuvimos en una parte del bosque desconocida para mí. Allí los pinos eran más gruesos y altos y la vegetación, más espesa. Me dejó en el suelo y apartó una enorme roca con poco esfuerzo. Nada hacía intuir la amplia cavidad que había al otro lado. Me hizo un gesto para que pasara y volvió a colocar la roca desde el interior. Unos hilos de luz se filtraban a través de las rendijas, pero la oscuridad reinaba en aquel antro.

Bosco encendió una cerilla y prendió una antorcha. La luz anaranjada de aquella llama me mostró un lugar muy distinto a la guarida de animales en la que nos habíamos refugiado la vez anterior. A pesar de tratarse de una cueva, era un lugar bastante acogedor. El suelo estaba mullido de helechos frescos y había provisiones y mantas dispuestas en un rincón.

Mi ermitaño colocó la antorcha en la pared. Su luz iluminó un grabado en la roca. Era un corazón con raíces del que brotaba un frondoso árbol, con dos figuras humanas a ambos lados.

—Es bonito. ¿Lo has hecho tú?

—Lo hizo Rodrigoalbar. A mí también me gusta. Este es uno de mis escondites favoritos.

Me fijé en las dos personas del dibujo. Parecían vestidos de época.

Bosco se acercó a mí y tomó mi mano.

—Estás helada…

Era cierto. Tenía tanto frío, que casi no sentía mi cuerpo entumecido.

—Y tienes los labios morados —dijo rozándolos con su dedo—. Será mejor que te quites la ropa mojada. Tienes que entrar en calor…

Conocía su método para subir la temperatura corporal. Solo con pensarlo, la mía subió un par de grados.

Al bajarme la cremallera del anorak, Bosco reparó en mi camisa destrozada.

—Clara… ¿qué ha pasado? ¿Te han hecho daño? Si es así, te juro que…

Las lágrimas resbalaron por mis mejillas al recordar el episodio con Braulio.

Había pasado tanto miedo… La expresión de mi ángel se nubló de rabia.

—No te preocupes. —Me sequé la cara con el dorso de la mano—. Berta apareció en escena antes de que Braulio consiguiera su propósito.

Bosco sonrió y me ayudó a desnudarme. Mi piel se erizó al sentir el roce suave de sus dedos. Lo hizo con delicadeza pero con rapidez para que no me enfriara más. Desprovista de prendas mojadas, frotó mi cuerpo con sus manos y lo cubrió con una manta. Luego se deshizo también de su ropa y se tendió a mi lado. Rodeó mi cabeza con un brazo y me ofreció su pecho para que me acomodara. Con el otro brazo me estrechó con fuerza contra su piel desnuda. Suspiré al sentir su roce cálido y suave. El tiempo se detuvo. Durante unos minutos, todos nuestros problemas se esfumaron. Me olvidé de los hombres de negro, de Braulio, de Abejita, de mi padre… Solo existía ese momento. Él y yo. Y el calor de nuestros cuerpos. Aquél era el único lugar en el mundo en el que quería perderme para siempre.

Ese pensamiento me hizo ser consciente de la fugacidad de mi juventud a su lado. ¿Qué clase de pareja seríamos cuando yo me arrugara y él continuara siendo un chico de diecinueve años?

—¿Qué significa ese dibujo? —pregunté para huir de mis propias reflexiones.

Nuestras miradas se encontraron en el grabado de la pared.

—¿Qué interpretación le darías tú? —me preguntó con expresión curiosa.

—El corazón es una semilla —dije pensando en voz alta—. Si se cuida con amor, y las raíces son fuertes, germinará en un frondoso árbol.

—Para mí representa el árbol de la vida. El amor une pasado y futuro. Antepasados y descendientes. Las ramas son el reflejo de las raíces. Es la línea sucesoria del ser humano. Su existencia lógica. El linaje. Cada generación debe sustituir a la anterior.

El silencio se adueñó de la caverna durante un minuto eterno. Me estremecí al sentir sus dedos dibujando corazones en mi espalda.

—Pues para mí tú eres el corazón de este bosque —susurré con el rostro recostado sobre su pecho, escuchando la suave cadencia de sus latidos.

Bosco se alejó un poco de mí para mirarme a la cara. Había una sonrisa resignada en su rostro.

—«Dices que tengo corazón, y solo lo dices porque sientes sus latidos; eso no es corazón… es una máquina que al compás que se mueve hace ruido.»

Reconocí la cita de Bécquer, pero no entendí qué quería decirme con aquel verso.

—No lo entiendes, Clara, yo no tengo corazón. No tengo raíces ni ramas. No tengo pasado ni futuro. Ya casi no recuerdo cómo era mi vida antes del aislamiento y, sin embargo, sé cómo será hasta mi muerte: una repetición exacta de lo que ha sido hasta ahora.

Pensé en todo lo que me había explicado sobre su pasado. Me acordé de sus abuelos, de la triste historia de Flora…

—Sí tienes un pasado —repliqué sin atreverme a añadir que también un futuro a mi lado—. ¿Cómo te llamabas antes?

—Gabriel.

—¿De verdad? Es nombre de ángel —dije emocionada.

Bosco sonrió.

—Sí, no deja de ser irónico, ¿verdad? Tenía nombre de ángel guardián. Y esa es justo mi misión ahora: custodiar un secreto. Yo solo. Hasta el fin de mis días.

—«Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar, y tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará…» —Mi voz se quebró al citar otro verso de Bécquer.

¿Cómo era posible que Bosco no me incluyera en su futuro? ¿Tan poco significaba yo en su vida? ¿No decía que había despertado su corazón dormido?

—¿Es que yo no cuento para ti? —pregunté finalmente con un hilo de voz.

Bosco se incorporó. Tomó mi cara entre sus manos y me obligó a mirarle. La perfección de su rostro me turbó un instante. Era imposible acostumbrarse a su belleza.

—Te amo, Clara. Tú lo eres todo para mí. Pasaría mi vida entera a tu lado… Pero precisamente porque te quiero, no deseo un destino como el mío para ti.

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