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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (8 page)

Todos se dieron estrechos abrazos de despedida. Tom se puso triste al ver que se alejaban. Cara de Luna cerró la puerta.

—Bueno, ya podemos regresar a casa —suspiró, satisfecho—. Estoy cansado de este país. Osos, por favor, ¿me ayudáis a volver la cabaña a su sitio?

No utilizó el mismo conjuro mágico que la vez anterior, sino que dibujó un círculo en el suelo con tiza azul y los tres osos se situaron dentro, agarrados de las patas. Cara de Luna danzó alrededor de ellos, entonando unas palabras mágicas.

De pronto, se levantó un viento que sacudió la cabaña. Se hizo tal oscuridad que por un instante no acertaron a ver nada.

Poco a poco disminuyó la oscuridad y fue calmándose el viento. El sol, cálido, brillaba a través de la ventana. Bessie gritó:

—¡Hurra! ¡Hemos regresado al bosque donde estaba la cabaña antes! ¡Y ya es de día, no es de noche!

—Sí. Esta aventura ha durado toda la noche —se rió Cara de Luna—. Ya es de madrugada. Niños, debéis ir corriendo a casa, no sea que os regañen por haber salido de noche.

Abrazaron a Ricitos de Oro y dieron la mano a los tres osos.

—Algún día iremos a visitaros —prometió Fanny—. ¡Muchas gracias por vuestra ayuda!

Ricitos de Oro y los osos se quedaron en la puerta, diciéndoles adiós con la mano, mientras Cara de Luna llevaba a los chicos rápidamente por el caminito, para tomar el tren que los llevaría de vuelta al Bosque Encantado. No tardaron mucho en llegar a la estación, y pronto apareció un tren. Abrieron el techo y se acomodaron en el vagón.

Cuando llegaron al Bosque Encantado, se despidieron de Cara de Luna. Fanny le dio las gracias por su ayuda con un beso. A él le agradó tanto que toda su enorme cara se sonrojó, y Bessie se echó a reír.

—Pareces el sol al atardecer. ¡En realidad te deberías amar Cara de Sol!

—¡Adiós, espero volver a veros pronto! —sonrió, como siempre, Cara de Luna.

Los chicos se fueron a casa, se acostaron, y descansaron una hora, aproximadamente, antes de que su madre los llamara para que se levantasen. ¡Qué sueño tuvieron durante todo el día!

Cara de Luna se mete en líos

Durante mucho tiempo los chicos no sintieron deseos de visitar ninguno de los países que había en la copa del Árbol Lejano. Era demasiado arriesgado subir por la nube para ver qué país estaba.

Sin embargo, sí les apetecía ver a sus amigos del árbol, y en especial al querido Cara de Luna.

Así que al siguiente día que tuvieron libre fueron al Bosque Encantado para subir al Árbol Lejano. Esta vez no había ninguna soga para subir. Sólo la ponían por las noches, para ayudar a los personajes del bosque a subir y a bajar.

Los niños treparon. Todas las puertas y ventanas del árbol estaban cerradas y no se veía ni un alma. Fue muy aburrido subir. Cuando llegaron a la casa de Seditas, encontraron que también estaba cerrada, y no oyeron a Seditas cantar ni hacer ruido. Llamaron a la puerta pero nadie salió a abrirla.

Así que subieron a la casa de Cara de Luna, teniendo mucho cuidado de que el agua sucia de la señora Lavarropas no les cayera encima. Pero ni siquiera vieron eso. Todo estaba muy quieto y silencioso.

Llegaron a la casa de Cara de Luna y llamaron a la puerta. Nadie la abrió. Pero dentro oyeron que alguien lloraba. Era muy misterioso.

—No parece la voz de Cara de Luna —comentó Fanny, intrigada—. Vamos a ver quién es.

Abrieron la puerta y entraron. Y allí estaba Seditas, sentada en una esquina, llorando amargamente.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Tom.

—¿Dónde está Cara de Luna? —quiso saber Fanny.

—¡Ay! —dijo Seditas entre sollozos—. A Cara de Luna se lo han llevado a un país extraño y horrible, en la copa del Árbol Lejano, porque fue muy grosero con el señor Cómosellama.

—¿Qué? ¿Ese viejo que siempre está sentado en una silla roncando? —Bessie se acordó de que ese día no lo habían visto—. ¿Qué hizo Cara de Luna?

—Bueno, se comportó con muy mala educación —explicó Seditas sin dejar de llorar—. Yo también. Oímos al señor Cómosellama roncar, como siempre, y cuando nos acercamos vimos que tenía la boca abierta, así que le metimos bellotas. Al despertarse, se atragantó, y entonces nos vio escondidos detrás de una rama.

—¡Cielos! ¡No me explico cómo podéis comportaros de esa forma! —exclamó Bessie—. ¡Con razón se enfadó!

—A veces Cara de Luna es muy travieso —le disculpó Seditas, secándose los ojos—. Y a mí también me hace ser traviesa. Luego subimos corriendo hasta la casa de Cara de Luna. Yo logré entrar, pero Cara de Luna no. El señor Cómosellama lo lanzó a través del agujero de la nube al país que está hoy en la copa.

—¡Qué pena! ¿Y es que no puede bajar? —gimió Fanny—. Debería bajar por la escalera al árbol.

—Sí —dijo Seditas—, pero el señor Cómosellama está en la escalera, preparado para atraparlo y lanzarlo otra vez hacia arriba. Así que de nada le serviría.

—¿Qué país se encuentra en la copa hoy? —preguntó Tom.

—El País de Cacharros —contestó Seditas—. Vive en una cabaña, con sus cacerolas y sus cazos, y es inofensivo. Pero el señor Cómosellama piensa quedarse en la escalera hasta que ese país se vaya y venga otro. ¡Entonces Cara de Luna no podrá regresar y tal vez se pierda allí para siempre!

—¡Oh, no! —se entristeció Tom, y las niñas miraron a Seditas, desesperadas, porque querían mucho al viejo Cara de Luna.

—¿No podemos hacer nada? —preguntó Tom al fin.

—Sólo hay una esperanza —suspiró Seditas, arreglando su bello pelo dorado—. Cacharros es un buen amigo del señor Cómosellama. Si él se enterara de que el país de su amigo está hoy en la copa del Árbol Lejano, seguro que subiría a tomar una taza de té con él. Entonces Cara de Luna podría bajar por la escalera.

—¡Huy! —exclamaron los niños, mirándose unos a los ojos. Sabían que al menos uno de ellos tendría que volver a subir la escalera para ir a otro país extraño.

—Iré yo —se ofreció Bessie—. Cara de Luna nos salvó la última vez. Ahora nos toca a nosotros ayudarle.

—Iremos los tres —decidió Tom. Así que subieron los tres a la copa del árbol y llegaron a la pequeña escalera. Allí se encontraron con el señor Cómosellama, que estaba leyendo el periódico y fumando una inmensa pipa que arrojaba mucho humo.

—Por favor, ¿nos deja pasar? —le preguntó Bessie tímidamente.

—No, no podéis pasar —replicó el señor Cómosellama con brusquedad.

—Tenemos que subir —insistió Tom—. Disculpe si le damos un pisotón.

El señor Cómosellama no sólo no se apartó sino que, al pasar los niños, los golpeó. Era un viejo cascarrabias. Los niños se alegraron mucho cuando lograron subir por el agujero y llegar al país que estaba arriba.

—Así que éste es el país de Cacharros —dijo Fanny al pisar el césped—. ¡Qué país más pequeño!

Era una pequeña isla, que flotaba en una especie de mar blanco. No era más que un campo verde. Bessie fue al borde y se inclinó para ver.

—¡Cielos! —exclamó—. Es como una colina, y el mar es una enorme nube blanca. No os acerquéis demasiado al borde, no sea que os caigáis.

Entonces oyeron una alegre voz que decía:

—¡Hola! ¡Hola! —Se dieron la vuelta y vieron a Cara de Luna, que venía corriendo hacia ellos, agitando las manos—. ¡Hola! ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?

—¡Hola! Hemos venido a ayudarte —dijo Tom—. Nos han contado lo sucedido. El viejo Cómosellama aún está sentado en la escalera, esperándote. Pero Seditas nos ha dicho que éste es el país de Cacharros, un buen amigo del señor Cómosellama, así que hemos venido a verlo y a preguntarle si quiere tomar el té con su amigo. Entonces tú podrás escapar sin problemas y regresar a casa.

—¡Oh, qué bien! —sonrió Cara de Luna, animándose—. No sabía en qué país estaba, y es tan pequeño que temía caerme. ¿Sabéis dónde vive Cacharros?

—¡No tengo ni idea! —contestó Tom mirando a su alrededor. Sólo se veía césped, pero no había ninguna casa ni nadie a la vista. ¿Dónde estaría la casa de Cacharros?

—Tendremos que buscar minuciosamente por todo este extraño país —dijo Bessie—. Su casa tiene que estar por alguna parte. Pero debemos darnos prisa, uno nunca sabe cuándo el país se separa del Árbol Lejano, y no queremos vivir para siempre en este lugar.

Se pusieron en camino y de pronto llegaron a una colina que no era tan empinada como las otras. Echaron una ojeada al otro lado.

—¿Qué es eso? —preguntó Tom, señalando unos peldaños muy raros en la colina.

—Parecen escaleras que descienden por la cuesta —contestó Bessie.

—¡Son cacerolas! —dijo de pronto Fanny—. Sí, son cacerolas, y tienen los mangos clavados en la tierra, y los recipientes sirven de escalones. ¡Qué extraño!

—Éste debe ser el camino hacia la casa de Cacharros —se animó Tom—. Vamos, chicas, tened cuidado, no sea que os resbaléis y os caigáis rodando fuera de este país.

Descendieron con mucho cuidado, por las cacerolas que estaban clavadas en la tierra. ¡Era muy gracioso!

Por fin llegaron abajo. Oyeron unos ruidos tremendos: ¡Crach! ¡Bang! ¡Clonc! ¡Clanc! Los niños se asustaron.

—Ese ruido viene del otro lado, doblando esa esquina —dijo Tom.

Con mucha cautela, se acercaron a mirar.

Vieron allí una casita torcida, con una cacerola que le servía de chimenea. El ruido, ensordecedor, procedía del interior de la casa. Los chicos fueron sigilosamente hasta la ventana y se asomaron.

Entonces vieron al hombrecito más extraño que jamás habían visto, bailando una danza muy rara. Tenía cacerolas y cazos colgando por todo el cuerpo, y una cacerola de sombrero, y mientras bailaba hacía chocar dos cacerolas que tenía en las manos.

—¿Creéis que será peligroso? —susurró Tom.

El viejo y simpático Cacharros

—No creo que sea peligroso —dijo Fanny—. Parece muy risueño.

—Voy a dar un golpe en la ventana —dijo Bessie. Pero Cacharros no lo oyó. Continuó con su danza, haciendo chocar ruidosamente sus cacerolas.

Tom golpeó más fuerte. Entonces Cacharros lo vio en la ventana. Inmediatamente dejó de danzar y se acercó a la puerta.

—Entrad y bailad conmigo —los invitó.

—Oh no, gracias —respondió Tom—. Hemos venido para invitarte a tomar el té, si nos dejas.

—¿Qué dices de una abeja? —se sorprendió Cacharros—. Lo siento, pero no tengo abejas, sólo cacerolas.

—No, abejas, no —intervino Tom—. Queremos invitarte a tomar el té.

—¿Invitarme a que nade? Lo siento pero no me gusta nadar. Nunca me ha gustado. Sois muy amables, pero no soporto meterme en el agua.

—No a que nades, sino a que tomes el té. ¡

,

! —gritó Tom.

—Oh, el té —dijo Cacharros—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Yo lo hubiera entendido.

—Ésa fue nuestra oferta —dijo el pobre Tom.

—¿Qué, que cierre la puerta? —dijo Cacharros—. Muy bien; si quieres, dale un empujón.

—No oye bien —concluyó Fanny—. Debe estar sordo.

—No, no lo estoy —dijo Cacharros, que casualmente escuchó esta vez—. No estoy nada sordo. Sólo es que, después de golpear mucho las cacerolas, me zumban los oídos. Pero no es que esté sordo.

—Ah, por eso no nos oías, hace un rato —dijo Tom cortésmente.

—¿Gato? No, no tengo ningún gato —Cacharros miró en derredor suyo—. ¿Habéis visto alguno?

—No he dicho nada de un gato —suspiró Tom, armándose de paciencia.

—Sí, lo has dicho. Te escuché —insistió Cacharros, irritado—. No me gustan los gatos. Prefiero tener ratones. Buscaré a ese gato.

Y entonces, con las cacerolas que colgaban de su cuerpo chocando unas con otras, comenzó a buscar al gato, que, por supuesto, no existía.

—¡Gato, gato, gato! —llamó—. ¡Gato, gato, gato!

—¡Aquí no hay ni gato ni gata! —gritó Cara de Luna.

—¿Rata? ¿Dónde has visto una rata? —se asustó el viejo—. No quiero que tu gato se coma una de mis ratas.

—¡Te digo que no tenemos un gato! —gritó Tom, muy molesto—. Hemos venido para hablarte de tu amigo, el señor Cómosellama.

Cacharros, de milagro, oyó a Tom y dejó de buscar al gato.

—¡Cómosellama! —exclamó—. ¿Dónde está? Es un gran amigo mío.

—¿Te gustaría ir a tomar el té con él? —preguntó Tom.

—Huy, ya lo creo que me gustaría —dijo Cacharros—. Por favor, decidme dónde está.

—Está sentado en la escalera que une el Árbol Lejano con este país —gritó Tom—. Allí está esperando.

—¡Sí, a mí! —susurró Cara de Luna.

—¡Shhhh! —le indicó Fanny. Cacharros se puso muy contento al oír dónde estaba su viejo amigo, y se dirigió a la colina gritando de alegría:

—¡Viva! ¡He llegado al Árbol Lejano! ¡Podré ver a mis amigos otra vez! ¡Y Cómosellama me está esperando para tomar el té! ¡Hurra! ¡Hurra!

Subió a la colina por la escalera de cacerolas, mientras sus cacharros chocaban unos contra otros. Los chicos y Cara de Luna lo siguieron. Cacharros echó a correr como un loco hacia el agujero que conducía al Árbol Lejano, perdiendo por el camino alguna de sus cacerolas.

Al llegar, miró hacia abajo y vio al señor Cómosellama, que estaba sentado en la escalera, esperando a Cara de Luna. ¡Pero Cacharros no lo sabía! ¡Él pensaba que su amigo le esperaba a él!

—¡Hola, hola, hola! —gritó, y, con tanta emoción, dejó caer una cacerola sobre el señor Cómosellama—. ¿Qué tal, viejo amigo?

El señor Cómosellama vio cómo la cacerola rebotaba en su pie y caía por entre las ramas del Árbol Lejano, preguntándose a quién golpearía. Miró hacia arriba, asombrado.

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