Read El caballero de la Rosa Negra Online

Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

El caballero de la Rosa Negra (34 page)

Azrael se acomodó el peso en el hombro y echó una nerviosa ojeada alrededor.

—Esto debe de ser una trampa. Soth hizo un gesto negativo con la cabeza. —Los guerreros que encargan estatuas para conmemorar su propia valentía son auténticos cobardes. El duque desea que nos marchemos sin provocar más destrozos.

El caballero se situó en el centro de la sala. Gracias a lo que le había contado Strahd, no sería difícil localizar el punto exacto; una gran mancha de sangre, descolorida por el tiempo, marcaba el lugar donde el cadáver de la hija de Gundar había yacido durante diez años, sangrando continuamente para mantener abierto el portal. Descargó el cuerpo del hombro de Azrael y lo depositó en el suelo. Cuando la sangre de Medraut comenzó a fluir sobre la mancha dejada por su hermana, un círculo oscuro empezó a dibujarse en el aire, justo encima de Medraut. Ninguna luz iluminaba la negrura del acceso, y Soth no lograba distinguir nada en el interior. —Voy a buscarte, querida Kitiara —susurró Soth. Sin dudarlo, el caballero se internó en el círculo de oscuridad. El temerario gesto hizo sobresaltar a Azrael, pero el enano apretó los dientes y siguió a Soth.

QUINCE

Una opaca luz azul, que no provenía de fuente alguna, brilló en torno a Soth. La estaba contemplando cuando vio que se concentraba en un fino rayo sobre el suelo e iluminaba un camino de unos doce metros de longitud, alrededor del cual se condensaban las tinieblas más negras que hubiera visto en su vida.

Azrael apareció de pronto, bañado también de azul; se acuclilló junto al caballero y musitó:

—Esto está tan negro como el corazón de Strahd.

Olisqueó el aire en busca del olor de un posible enemigo oculto, pero sólo consiguió aumentar el dolor de su abrasada nariz.

—No te alejes —le recomendó el caballero.

Soth emprendió el avance tomando todo tipo de precauciones a cada paso. El zoántropo se colocó la capa sobre el hombro herido y continuó tras el caballero. Unos metros después, una verja de dibujos intrincados apareció al final del camino.

—Nadie pasa por aquí sin pagar portazgo —avisó una voz en las sombras, preñada de amenazas contra los que osaran no obedecer.

Soth dio un paso más y una silueta se materializó de las tinieblas para cerrarle el paso. El guardián de la verja parecía de pura sombra, aunque su perfil insinuaba una mujer de alta estatura, o tal vez una elfa; tenía los brazos y las piernas largas y estilizados y se movía con donaire. A pesar de que su rostro quedaba oculto, sus formas se adivinaban a contraluz cada vez que se movía. El cabello, largo y flotante, enmarcaba su rostro de pómulos altos, nariz aguileña y labios gruesos y carnosos. Mantenía la barbilla alta en un gesto de descuidado desdén.

Un rasgo exótico e inequívoco sobresalía a pesar de la oscuridad: un par de cuernos retorcidos y con ramificaciones destacaba sobre la testa como los de un ciervo, pero mucho más elegantes, y sus puntas eran tan afiladas como las garras de Azrael.

—No te acerques más —conminó, señalando a Soth. El caballero de la muerte realizó en el aire unos trazos arcanos, pero cuando pronunció la palabra mágica nada sucedió—. Estás en mi reino y tus encantamientos no sirven aquí —le explicó; extendió una mano hacia las tinieblas y la retiró de nuevo. Momentos después, saltó a la luz un perro enorme compuesto de sombras, igual que su ama; tenía la imponente talla y la cabeza aplastada de los mastines que Soth había encontrado en algunas fortalezas de Krynn, pero éste tenía el estómago hundido de hambre y el costillar a flor de piel.

La guardiana se acercó al caballero y a Azrael con el mastín de sombra a su lado.

—El portazgo debido por cruzar mi dominio es alto, pero todos deben satisfacerlo.

Soth desenvainó la espada y asestó un mandoble a la guardiana. La hoja la atravesó sin daño, y el mastín comenzó a ladrar. Volvió a atacar dos veces más, pero el acero la dejó indemne.

Azrael se retiró unos pasos y miró con ansiedad hacia la abertura por donde habían entrado al reino de las tinieblas.

—Poderoso señor, tal vez sería mejor retroceder.

—¡Jamás! —exclamó Soth—. ¿Cuál es ese precio, guardiana?

—Eres un hombre sabio —contestó la sombra con una leve inclinación de cabeza—. Por mucho que lo desearas, no podrías salir de aquí sin pagar lo estipulado. Es la norma de este lugar. —Avanzó otro paso hacia Soth, y el mastín se lamió las costillas ostentosamente—. El precio por cruzar mis dominios es tu alma.

Con una risotada, el caballero envainó el arma.

—Pagué con ella hace mucho tiempo, guardiana —replicó; desató las tiras que cerraban el yelmo y se descubrió la cabeza.

Largos mechones de cabello rubio le colgaban casi hasta los hombros. Tenía la piel reseca, muy pegada a los huesos del cráneo, y los rasgos de su rostro eran apenas distinguibles, pues la nariz y la boca quedaban ocultas en la oscuridad. No obstante, al hablar, los blancos dientes lanzaban algunos destellos entre los agrietados labios. Las sombras eran aún más densas en torno a los ojos, que habían perdido todo rastro de humanidad, convertidos en brillantes esferas de resplandor anaranjado. Volvió a cubrirse y ató el yelmo.

—Para cobrarte mi alma tendrías que viajar al hogar de los dioses de mi mundo, al dominio de Chemosh, Señor de los No Muertos, e incluso entonces no te sería fácil apoderarte de ella.

La guardiana volvió a inclinar la cabeza y se apartó a un lado del vial de luz.

—Puedes pasar —declaró, indicando el camino a Soth con la mano.

El caballero de la muerte avanzó por el sendero, pero, cuando Azrael intentó seguirlo, la guardiana le cerró el paso y el mastín reanudó los ladridos.

—Realmente, eres una extraña criatura —dijo la mujer de sombras al zoántropo herido—, pero todavía te late el corazón en el pecho; por lo tanto, debes pagarme con tu alma.

—¿Es doloroso? Me refiero a perder el alma.

—No lo sé; nadie ha regresado vivo para contármelo después de pagar —contestó impaciente. Alargó una mano de largos dedos hacia el enano y añadió—: Ahora, ya basta de cháchara. Hace muchos años que no pasa nadie por aquí y mi perro y yo tenemos gran necesidad de sustento.

El caballero muerto permanecía tras la guardiana, sin la menor intención de levantar un dedo en favor de Azrael. El enano estaba solo, y, cuando los dedos de la mujer se acercaron a su pecho, el hombre tejón saltó a un lado, hasta el mismo borde del camino.

—No hay nada a los lados del sendero —le recordó ella. Acarició la cabeza del mastín—. Si abandonas la luz, te perderás en la oscuridad hasta que yo te rescate.

Con un juramento, Azrael saltó hacia adelante, directo contra la mujer y el perro. Al igual que la espada de Soth, el salto del tejón no tuvo consecuencias para la guardiana, pero el impulso de sus fuertes músculos impelió al enano al centro de la criatura de sombra.

Entonces se encontró absorbido en las tinieblas, cayendo a una velocidad vertiginosa hacia un lugar invisible. Gritó, pero de su boca no salió sonido alguno. Agitó los brazos y las piernas, pero no sentía más movimiento que la inexorable fuerza de la gravedad; ni siquiera notaba el dolor del hombro carbonizado. «A lo mejor estoy muerto», se dijo atónito.

Unos dedos largos y finos le rozaron el hombro y frenaron la caída. De pronto, un rayo de luz azul le atravesó el ojo derecho como un punzón; el izquierdo todavía estaba cegado por el rayo de Medraut. Un grito, el suyo propio según dedujo como ajeno a sí mismo, le llenó los oídos, y el dolor de las heridas volvió a palpitarle los nervios. Al recobrar la vista se halló tendido boca arriba en el sendero, bajo la mirada de la guardiana y el mastín, que permanecía a su lado. El perro tenía las fauces abiertas, y gruesos hilos de baba le caían de las mandíbulas.

Azrael se miró el cuerpo, que, para sorpresa suya, había vuelto a la forma de enano.

—¿Qué…, qué ha sucedido? —inquirió sin aliento.

—Acabas de probar lo que hay a los lados del camino —le dijo la guardiana—. ¡Y basta de evasivas! ¡Entrégame tu alma! —Hincó en el pecho del enano unos dedos que lo traspasaron como dagas de hielo. Cuantos más esfuerzos hacía éste por apartarlos, más penetraba y se extendía el frío por sus entrañas—. ¡Tiene que estar aquí! —exclamó, hundiendo el brazo hasta el codo; el mastín aullaba de hambre. Por fin, la mujer de sombra se reincorporó—. Jamás había visto nada semejante —comentó con tristeza—. Estás vivo, y sin embargo no tienes alma.

El mastín de oscuridad regresó a las tinieblas para aguardar la llegada de otra alma con que aplacar sus ansiosas tripas.

Azrael miró fijamente a la guardiana, tembloroso y jadeante tras el gélido contacto.

—¡Fí… fíj… fíjate qué cosas! —balbuceó. Se dio unos manotazos en los brazos y en el pecho para asegurarse de que los tenía y después se detuvo. El roce de la guardiana había sido doloroso, pero la sensación de abotagamiento que le había dejado era preferible a las quemaduras. Se levantó con dificultad y miró hacia el sendero que llevaba a la verja de hierro; Soth se había marchado—. ¿Cuánto hace que se fue? —inquirió al tiempo que se apresuraba a dejar atrás a la guardiana. La despreocupación del caballero de la muerte por él no lo tomaba por sorpresa. En realidad, esperaba siempre un trato desagradable por parte de los seres poderosos, pero no había soportado el largo viaje para que lo abandonaran sin más ceremonias. Estaba claro que el destino deparaba a Soth grandes empresas, y él quería tomar parte en todas.

—Cuando desapareciste —repuso la mujer encogiendo los hombros—, se marchó sin decir palabra; tal vez creyó que habías muerto. De todas formas, regresaste enseguida, así es que tal vez se encuentre cerca aún, al otro lado del portal.

El enano llegó a las puertas de una carrera, pero, antes de abrirlas, miró hacia atrás.

—¿Adónde se sale por aquí? —preguntó a la guardiana.

La mujer de sombras aparecía disminuida en su decepción, con la cornamenta humillada por la pena.

—No lo sé —susurró—. Nadie ha regresado jamás para contármelo ni yo puedo abandonar este reino por mis propios medios.

Azrael abrió las puertas de par en par. Los recios goznes rechinaron, y una corriente de aire cálido le dio en la cara. Con la misma premura con que las tinieblas lo habían engullido unos minutos antes, se encontró de pronto en una calle desierta, ante un depósito de agua de lluvia volcado. Asombrado, se asomó a la boca del depósito y vio una imagen borrosa de las verjas de hierro en el agua almacenada. «Este acceso está tan bien camuflado que no me extraña que pocos sepan de su existencia».

El agua también le devolvió su propia imagen, y por primera vez comprobó los efectos del rayo. En el lado izquierdo ya no tenía patilla ni bigote, el ojo de ese mismo lado estaba completamente cerrado y el hombro seguía contorsionado y encogido. Notaba un poco más de fuerza en el brazo, pero las quemaduras del pecho, del costado y del rostro le dolían muchísimo. En realidad, le preocupaba más la pérdida del cabello que las quemaduras, porque al día siguiente se sentía mucho mejor gracias a la facilidad sobrenatural de recuperación común a todos los zoántropos, según tenía entendido. Sin embargo, no sabía por qué pero el cabello tardaba mucho más en repoblarse.

Cuando comprobó el andrajoso estado de la túnica de brocado, hecha trizas a causa del rayo y manchada de la sangre de Medraut, deseó que la ropa se regenerara con la misma rapidez que el cuerpo. Tendría que robar algo en cuanto encontrara a lord Soth.

La estrecha calle donde se hallaba discurría entre dos edificios, una panadería y una carnicería. Los aromas del pan recién hecho y las reses acabadas de sacrificar despertaron los rugidos de su estómago, pero hizo lo posible por dejar de pensar en la comida y se dedicó a estudiar los alrededores.

Los muros de ambos lados de la calle se aproximaban a medida que ganaban altura y las ventanas del tercer piso casi se tocaban; los aleros se unían y dejaban sólo una estrecha rendija que daba paso a la luz del sol. Por un lado, la calle se cerraba y por el otro, se abría a un mercado muy concurrido. Bajo las ventanas había charcos malolientes de inmundicia y aguas fecales. Es decir, una calle oscura y sucia como otra cualquiera de una ciudad mediana.

—¡Que los dioses de la luz nos protejan! —gritó alguien desde la plaza del mercado.

Un grito de mujer resonó, estridente y prolongado, seguido de varias exclamaciones de terror. «Me han descubierto», pensó Azrael, pero al mirar hacia el gentío comprendió que se trataba de otra cosa.

Alcanzó rápidamente la entrada de la calle y examinó a la atemorizada multitud. Había unas doscientas personas en la plaza, y la mayoría había echado a correr por las avenidas que se alejaban del mercado, mientras los demás entraban en los comercios que rodeaban la plaza. Los tenderetes cayeron al suelo arrastrados por la avalancha de la gente que se daba a la fuga; los carros volcaron, los productos ordenados en cestas rodaron esparciéndose por el suelo empedrado. Fabricantes de arcos, panaderos y buhoneros de todas clases huían de la figura guarnecida con una antigua armadura renegrida que se alzaba en el centro de la plaza.

Una amplia mueca ensanchó el rostro de Azrael. La guardiana del portal tenía razón: lord Soth no había llegado muy lejos.

El caballero de la muerte golpeaba a diestro y siniestro; ora rajaba a un hombre por la espalda, ora rompía el cráneo a otro con el puño reforzado por el guantelete. Más de una docena de cadáveres yacía ya a sus pies.

Other books

Heart of Africa by Loren Lockner
The Willows at Christmas by William Horwood
Laws in Conflict by Cora Harrison
A Hand to Hold by Kathleen Fuller
Hurts So Good by Jenika Snow
A Safe Place for Dying by Jack Fredrickson
Over the Fence by Elke Becker