Read El caballo y su niño Online
Authors: C.S. Lewis
Ahora debemos volver con Aravis y los caballos. El Ermitaño, mirando su estanque, pudo decirles que Shasta no había muerto, ni siquiera había sido herido de gravedad, pues lo vio levantarse y vio con cuánto cariño lo saludaba el Rey Lune. Pero como podía únicamente ver, no oír, no supo qué decía cada uno y, una vez que terminó el combate y empezaron las conversaciones, no valía ya la pena seguir mirando en el estanque.
A la mañana siguiente, mientras el Ermitaño estaba dentro de la casa, los tres discutieron acerca de qué harían ahora.
—Yo ya estoy aburrida con todo esto —dijo Juin—. El Ermitaño ha sido muy bondadoso con nosotros y le estoy sumamente agradecida, te aseguro. Pero me estoy poniendo gorda como un mampato regalón con esto de comer todo el día y no hacer ejercicio. Vámonos a Narnia.
—Pero no hoy día, señora —opinó Bri—. Yo no apuraría las cosas. Cualquier otro día, ¿no les parece?
—Primero tenemos que ver a Shasta y despedirnos de él... y... pedirle disculpas —dijo Aravis.
—¡Exacto! —exclamó Bri, con gran entusiasmo—. Justo lo que yo iba a decir.
—Por supuesto —dijo Juin—. Supongo que estará en Anvard. Naturalmente que tenemos que ir a buscarlo y despedirnos. Pero nos queda en el camino. ¿Por qué no partimos inmediatamente? Después de todo, me parecía que todos queríamos ir a Narnia, ¿no?
—Supongo que sí —repuso Aravis. Estaba principiando a preguntarse qué sería exactamente lo que haría cuando llegara allí y se sentía un poco sola.
—Claro, claro —dijo Bri, con impaciencia—. Pero no hay ninguna necesidad de precipitarse, si entienden lo que quiero decir.
—No, no entiendo lo que quieres decir —dijo Juin—. ¿Por qué no quieres ir?
—Mmmm, bruhú —dijo Bri entre dientes—. Bueno, ¿no lo ves, señora?..., es una ocasión tan importante... regresar a su patria... entrar en sociedad... la más alta sociedad... es tan esencial dar una buena impresión... tal vez no hay que demostrar todavía lo que somos realmente, ¿eh?
Juin lanzó una gran risotada de caballo.
—¡Es tu cola, Bri! Ahora entiendo. ¡Quieres esperar hasta que tu cola vuelva a crecer! Y ni siquiera sabemos si las colas se usan largas o no en Narnia. ¡Realmente, Bri, eres tan vanidoso como esa Tarkeena de Tashbaan!
—Eres un tonto, Bri —dijo Aravis.
—Por la Melena del León, Tarkeena, no soy nada de eso —replicó Bri indignado—. Tengo el debido respeto por mí mismo y por mis camaradas caballos, eso es todo.
—Bri —dijo Aravis, a quien no le interesaba mayormente el corte de su cola—, hace tiempo que quiero preguntarte algo. ¿Por qué siempre estás jurando
Por el León
y
Por la Melena del León
? Pensé que detestabas a los leones.
—Claro que los detesto —contestó Bri—. Pero cuando digo
el
León, por supuesto que me refiero a Aslan, el gran libertador de Narnia, que ahuyentó a la Bruja y al Invierno. Todos los narnianos juran por
él.
—Pero ¿es un león?
—No, claro que no —dijo Bri, con tono más bien ofendido.
—Todas las historias que cuentan en Tashbaan sobre él dicen que sí lo es —replicó Aravis—. Y si no es un león, ¿por qué ustedes lo llaman león?
—Bueno, es algo que casi no entenderías a tu edad —contestó Bri—. Y yo era apenas un potrillito cuando me fui, así es que tampoco lo entiendo demasiado.
(Bri estaba parado dando la espalda al muro verde mientras decía esto, y los otros dos estaban frente a él. El hablaba con un tono de gran superioridad, con sus ojos entrecerrados; por eso no pudo ver el cambio de expresión en las caras de Juin y Aravis. Ambas tenían una buena razón para quedarse boquiabiertas y con los ojos fijos; porque mientras Bri hablaba, ellas vieron un enorme león que saltó desde afuera y se quedó balanceándose encima de la muralla verde; sólo que tenía el color amarillo más brillante y era más grande y más hermoso y más aterrador que cualquier león que hubiesen visto. Y de un brinco saltó de la muralla y comenzó a acercarse a Bri por detrás. No hacía el más mínimo ruido. Y Juin y Aravis tampoco podían hacer el menor ruido, como si estuvieran paralizadas.)
—Sin duda —proseguía Bri—, cuando lo llaman León sólo quieren significar que tiene la fuerza de un león o que (contra nuestros enemigos, por supuesto) es tan feroz como un león. O algo por el estilo. Incluso una niñita chica como tú, Aravis, debe entender que sería absolutamente absurdo suponer que él es
realmente
un león. Ciertamente, sería una falta de respeto. Si fuera un león tendría que ser una bestia igual que el resto de nosotros. ¡Imagínate! (y aquí Bri se echó a reír). Si fuera un león tendría cuatro patas, y una cola, y ¡bigotes!... ¡Ay, uu, huhú! ¡Socorro!
Pues justo cuando decía la palabra
bigotes,
uno de los de Aslan le hacía cosquillas en la oreja. Bri salió disparado como una flecha hasta el otro extremo del recinto y allí se dio vuelta; la muralla era demasiado alta para que pudiera saltarla y no había para dónde escapar. Aravis y Juin retrocedieron. Hubo cerca de un segundo de intenso silencio.
Después Juin, aunque temblaba de arriba abajo, lanzó un extraño y corto relincho, y trotó hacia el León.
—Oh —dijo—, eres tan hermoso. Puedes comerme si quieres. Prefiero mil veces que me devores tú a que me alimente cualquier otro.
—Hija querida —dijo Aslan, estampando un beso de león en su nerviosa y aterciopelada nariz—, sabía que no tardarías mucho en venir a mí. Tendrás toda la dicha.
Luego levantó la cabeza y habló en voz más fuerte.
—Y ahora, Bri —dijo—, tú, pobre, orgulloso, asustado caballo, acércate. Más cerca, hijo mío. No te atrevas a no atreverte. Tócame. Huéleme. Aquí están mis patas, aquí está mi cola, estos son mis bigotes. Soy verdaderamente una Bestia.
—Aslan —dijo Bri, con voz emocionada—, temo que he sido un tonto.
—Feliz el caballo que sabe eso cuando aún es joven. O también el humano. Acércate, Aravis, hija mía. ¡Mira! Mis patas son aterciopeladas. No te rasguñarán esta vez.
—¿Esta vez, Señor? —preguntó Aravis.
—Fui yo quien te hirió —dijo Aslan—. Fui el único león que encontraron en sus viajes. ¿Sabes por qué te rasguñé?
—No, señor.
—Las marcas de tu espalda, arañazo a arañazo, punzada a punzada, sangre a sangre, fueron iguales a los azotes que le dieron en la espalda a la esclava de tu madrastra por culpa de las drogas con que tú la dormiste. Necesitabas saber cómo se siente ese castigo.
—Sí, señor. Por favor...
—Pregunta, querida mía —dijo Aslan.
— ¿La seguirán castigando por lo que le hice?
—Niña —dijo el León—. Te estoy diciendo tu historia, no la de ella. A nadie se le dice ninguna otra historia fuera de la propia.
Entonces sacudió la cabeza y habló con una voz más clara.
—Alégrense, hijos míos —dijo—. Pronto nos volveremos a encontrar. Pero antes de eso van a recibir a otro visitante.
Luego de un salto llegó a lo alto de la muralla y desapareció de su vista.
Es bien curioso, pero ellos no sintieron ganas de conversar sobre él después que se hubo ido. Se alejaron lentamente a distintos lugares del tranquilo prado y allí se pasearon, de acá para allá, solos, pensando.
Después de casi una hora, los dos caballos fueron llamados a la parte trasera de la casa a comer algo rico que el Ermitaño les había preparado, y Aravis, que aún caminaba meditando, se sobresaltó al escuchar el agudo sonido de una trompeta que tocaban al otro lado de la puerta.
—¿Quién está ahí? —gritó Aravis.
—Su Alteza Real el Príncipe Cor de Archenland —contestó una voz desde fuera.
Aravis quitó llave a la puerta y la abrió, haciéndose un poco atrás para dejar el paso a los desconocidos que entraban.
Dos soldados provistos de alabardas pasaron primero y tomaron colocación a cada lado de la entrada. Les siguieron un heraldo y el trompeta.
—Su Alteza Real el Príncipe Cor de Archenland desea una audiencia con la Dama Aravis —dijo el heraldo.
Entonces él y el trompeta se hicieron a un lado y se inclinaron y los soldados presentaron armas y el Príncipe entró. Todos sus acompañantes se retiraron y cerraron las puertas tras ellos.
El Príncipe hizo una reverencia, una reverencia bastante torpe para ser la de un príncipe. Aravis hizo su reverencia al estilo calormene (que no se asemeja en nada al nuestro) y lo hizo muy bien, ya que, por supuesto, a ella le habían enseñado a hacerla. Después alzó la mirada para ver qué clase de persona era ese Príncipe.
Vio a un simple muchacho. Iba a cabeza descubierta y sus claros cabellos estaban rodeados por una finísima cinta de oro, apenas más gruesa que un alambre. La túnica de encima era de batista blanca, delgada como un pañuelo, y dejaba transparentar la túnica de color rojo brillante que llevaba debajo. Su mano izquierda, apoyada en la esmaltada empuñadura de su espada, tenía un vendaje.
Aravis miró dos veces ese rostro antes de poder decir, sofocando un grito:
—¡Pero, si es Shasta!
De inmediato, Shasta se puso rojo y comenzó a hablar a toda velocidad.
—Mira Aravis —dijo—, espero que no creerás que me he disfrazado (y el trompeta y todo) para tratar de impresionarte o hacer pensar que estoy distinto o cualquier tontería por el estilo. Porque hubiera preferido mil veces venir con mi ropa vieja, pero me la quemaron, y mi padre dijo...
—¿Tu padre? —interrumpió Aravis.
—Parece que el Rey Lune es mi padre —explicó Shasta—. En realidad, debí haberlo adivinado, siendo Corin tan igual a mí. Somos mellizos, sabes. Ah, y mi nombre no es Shasta, es Cor.
—Cor es un nombre más bonito que Shasta —dijo Aravis.
—Así son los nombres de los hermanos en Archenland —dijo Shasta (o el Príncipe Cor, como debemos llamarlo ahora)—. Como Dar y Darrin, Col y Colin, y así todos los demás.
—Shasta... quiero decir Cor —dijo Aravis—. No, cállate. Hay algo que tengo que decirte antes que nada. Siento tanto haberme portado tan grosera contigo. Pero había cambiado de opinión antes de saber que eras un Príncipe, palabra que es cierto; fue cuando volviste y le hiciste frente al León.
—En realidad, ese León no iba a matarte ni nada parecido —dijo Cor.
—Ya lo sé —repuso Aravis, asintiendo con la cabeza. Ambos tomaron un aire muy tranquilo y solemne durante unos segundos, como si cada uno se diera cuenta de que el otro sabía sobre Aslan.
De súbito Aravis se acordó de la mano vendada de Cor.
—¡Oye! —gritó—. ¡Se me olvidaba! Has estado en una batalla. ¿Tienes una herida?
—Un mero rasguño —contestó Cor, usando por primera vez un tono más principesco.
Pero al minuto siguiente rompió a reír y dijo:
—Si quieres saber la verdad, no se trata exactamente de una herida. Sólo me despellejé los nudillos, como lo haría cualquier tonto chapucero sin necesidad de acercarse a una batalla.
—Así y todo, estuviste en el combate —dijo Aravis—. Debe haber sido maravilloso.
—No fue nada parecido a lo que yo me imaginaba —repuso Cor.
—Pero Sha... Cor, quiero decir... todavía no me has contado nada sobre el Rey Lune y cómo descubrió quién eras tú.
—Bueno, es mejor que nos sentemos —dijo Cor—. Porque es una historia más bien larga. Y a propósito, mi padre es un gran tipo. Habría estado igualmente encantado... o casi... de saber que era mi padre, aun cuando no fuese un rey. A pesar de la Educación y toda clase de cosas horribles que me van a suceder. Pero tú quieres escuchar la historia. Pues bien, Corin y yo éramos mellizos. Y casi una semana después de nuestro nacimiento, aparentemente nos llevaron ante un viejo y sabio centauro de Narnia para que nos bendijera o algo así. Ocurre que ese centauro era un profeta, como lo son muchos centauros. ¿Quizás tú no has visto centauros todavía? Había algunos en la batalla ayer. Son gente muy notable, pero no te podría decir que me siento a mis anchas con ellos aún. Mira, Aravis, habrá un montón de cosas a las que tendremos que acostumbrarnos en estos países del norte.
—Sí, claro —dijo Aravis—. Pero sigue con la historia.
—Bueno, en cuanto nos vio a Corin y a mí, parece que este centauro me miró y dijo: “Vendrá un día en que este niño salvará a Archenland del peligro más mortal que jamás haya enfrentado”. Así que, por supuesto, mi padre y mi madre se pusieron muy contentos. Pero alguien que estaba presente no se alegró. Era un tipo llamado Lord Bar, que había sido el Canciller de mi padre. Y parece que había hecho algo incorrecto...
ditestable...
o una palabra parecida... no entendí muy bien esa parte... y mi padre tuvo que destituirlo. Pero no le hicieron nada más y se le permitió seguir viviendo en Archenland. Pero debe haber sido lo más malo que hay, porque después se descubrió que había estado a sueldo del Tisroc y le había enviado montones de informaciones secretas a Tashbaan. Entonces, en cuanto escuchó que yo iba a salvar a Archenland de un gran peligro, decidió que había que librarse de mí. Bueno, lo logró raptándome (no sé exactamente cómo) y escapó por el Flecha Sinuosa hasta la costa. Tenía todo preparado y había un barco, tripulado por sus propios seguidores, listo para él, y se hizo a la mar conmigo a bordo. Pero mi padre lo descubrió, aunque no tan a tiempo, y salió tras él lo más rápidamente que pudo. Lord Bar ya estaba en altamar cuando mi padre llegó a la costa, pero aún no se perdía de vista. A los veinte minutos se embarcaba mi padre en uno de sus propios barcos de guerra. Debe haber sido una maravillosa persecución. Pasaron seis días siguiendo el galeón de Bar y al séptimo entraron en combate. Fue una gran batalla naval (oí hablar mucho de ella ayer en la tarde) desde las diez de la mañana hasta la puesta del sol. Los nuestros se apoderaron finalmente del barco. Pero yo ya no estaba en él. Lord Bar había muerto en la batalla. Pero uno de sus hombres dijo que esa mañana al alba, tan pronto vio que seguramente iba a ser alcanzado, Bar me había entregado a uno de sus caballeros y nos había alejado a ambos en el bote del barco. Y nunca más se vio aquel bote. Pero, por supuesto, era el mismo bote que Aslan (parece que él está detrás de todas las historias) empujó hasta la playa en el sitio preciso para que Arshish me recogiera. Me gustaría saber el nombre de ese caballero, porque él debe haberme mantenido con vida y debe haber muerto de hambre para lograrlo.
—Supongo que Aslan diría que ésa es parte de la historia de otra persona —dijo Aravis.
—Me olvidaba de eso —asintió Cor.