¿Qué intención oculta alguien que quiere reanimar un muerto a cualquier precio?
Anita es reanimadora y está habituada a trabajar con los muertos, que al fin y al cabo son quienes le proporcionan el sustento. Sabe mejor que nadie qué conlleva el levantar un cadáver de siglos de antigüedad, y por ello rechaza la suculenta oferta que le hace un millonario. Pero Harold Gaynor, un sujeto con presuntas conexiones mafiosas, no está muy acostumbrado a encajar negativas, y Anita sabe que su vida acaba de complicarse. Por si fuera poco, un zombi asesino anda suelto por la ciudad destrozando familias, literalmente, y la policía solicita la ayuda de Anita con urgencia. Y como colofón se enemista con una sacerdotisa vodun totalmente falta de escrúpulos. ¿Un trabajo como cualquier otro? Anda ya.
El Cadáver Alegre
, publicado originalmente en 1994, es la segunda novela dedicada a Anita Blake, una joven capaz de levantar muertos e implacable ejecutora de vampiros, pero aún más temible cuando esgrime una réplica ocurrente. A lo largo de las quince entregas con que cuenta en la actualidad, la serie ha cautivado a un número creciente de lectores en todo el mundo, y ha pasado de ser un fenómeno de culto a convertirse en un verdadero éxito de ventas, con traducciones a dieciséis idiomas, y a erigirse en el referente de una nueva categoría editorial.
Atrévete a caminar con Anita Blake por el lado oscuro de la vida y la muerte.
Laurell K. Hamilton
El Cadáver Alegre
Anita Blake, cazavampiros - 2
ePUB v1.4
Tammy_Baker05.07.12
Título original:
The Laughing Corpse
Laurell K. Hamilton, 1994
Traducción: Natalia Cervera
Ilustración de cubierta: Alejandro Terán
Ediciones Gigamesh
Editor original: Tammy_Baker (v1.0 a v1.4)
ePub base v2.0
¿Quién es Anita Blake? ¿Cómo llegó a convertirse en reanimadora, ejecutora judicial de vampiros y asesora de la policía? ¿Hay que tener poderes especiales para levantar muertos, o se trata de un trabajo más? ¿Qué terribles sucesos de su pasado hacen que tema y odie con tal intensidad a los vampiros, en un mundo en que son legales, fuente general de fascinación y generadores de estilos y modas? ¿Es posible mantener el equilibrio caminando por el filo de la atracción y el pánico que le inspira Jean-Claude, ahora amo de los vampiros de la ciudad? ¿Estará esta chica de mejor humor cuando llegue el invierno y pueda guardarse cómodamente el armamento en los bolsillos del abrigo, en vez de tener que ingeniárselas cada día para esconderlo debajo de la camiseta? ¿Es posible disimular una pistola y varios puñales llevando un traje de dama de honor en la boda de tu mejor amiga?
Por supuesto, ninguno de estos misterios llega a resolverse en
El Cadáver Alegre
. Y no es porque Anita Blake se ande con contemplaciones, ni mucho menos porque se muestre timorata. Muy al contrario, desde la primera página nos introduce de lleno en su mundo; leerla es meterse en su cabeza. Sin embargo, ella misma desconoce muchas de las respuestas, en otras prefiere no pensar y algunas le dan mucho miedo. Con su mala leche y su verborrea cotidiana, entre dosis trepidantes de acción, misterio y crímenes terribles, las reflexiones de la protagonista dejan entrever sucesos de su pasado que podrían explicar cómo se convirtió en lo que es y muestran sentimientos y emociones en perpetua contradicción con la indiferencia que pretende aparentar ante quienes la rodean. No, los misterios que la rodean no se resuelven, pero sí se levantan algunos velos que conducen a revelaciones sorprendentes.
En esta segunda aventura de la Ejecutora, que comienza apenas un mes después de concluir la primera, el personaje de Anita se va afianzando y definiendo. Esta vez, los vampiros pierden el protagonismo para convertirse en un elemento circunstancial, a excepción del inevitable Jean-Claude, cuya sola presencia es capaz de alterar y desconcertar a Anita, sabedora de que la morbosa atracción que siente por él y las promesas de un poder que ya ha podido paladear son para ella un peligro mucho mayor que cualquiera de sus temibles enemigos. Ahora el vudú, los zombis y los poderes de Anita como reanimadora son los elementos de este peculiar universo alternativo en los que se centra la trama, conducida de nuevo a través de una investigación policial. Si en
Placeres Prohibidos
Anita se ve obligada a colaborar en la investigación a regañadientes, en
El Cadáver Alegre
, la naturaleza de los crímenes a los que se ve enfrentada y las circunstancias que los rodean son tan impactantes para ella que atrapar al culpable se convierte en una obsesión.
Es evidente que el combinado es explosivo, y que el misterio, el terror, la acción, la sangre a borbotones y las sorpresas están servidos. Aquellos a quienes les gustó
Placeres Prohibidos
disfrutarán aún más con este nuevo libro y esperarán impacientes el próximo. A los que se acerquen a la serie por primera vez, les recomiendo la lectura previa del primero. Sin que esto signifique que ambos no puedan leerse de forma independiente, sí se perderían algunas referencias muy valiosas, no para seguir la trama de este, pero sí para disfrutarlo plenamente.
Por último, una advertencia: cuidado, que engancha. Más allá de la fantasía, la ambientación y el misterio, engancha Anita. Una chica que no se parece a nadie pero a la que cualquiera podría parecerse; que no provoca exactamente simpatía, sino una suerte de empatía intermitente y una creciente curiosidad por sus secretos. Al terminar el libro se quiere saber más sobre ella, independientemente de las aventuras que le toque vivir en el próximo. Lo más probable es que hubiera encajado igual de bien en cualquier otro género; es fácil imaginársela en una novela negra ambientada en los cincuenta. Afortunadamente, la autora y el destino han querido crearla rodeada de criaturas terribles y sucesos extraordinarios. Mejor así.
C
ARMEN
P
ILA
Para Ricia Mainhardt, mi agente: bella, inteligente, certera y honrada. ¿Qué más podría pedir un escritor?
Como siempre, a Gary, mi marido, quien, al cabo de casi nueve años, sigue siendo mi amorcito. A Ginger Buchanan, nuestra supervisora editorial, que creyó en Anita y en mí desde el principio. A Carolyn Caughney, nuestra supervisora editorial británica, que nos ha llevado a Anita y a mí al otro lado del charco. A Marcia Woolsey, que leyó el primer cuento de Anita y le gustó. (Marcia, por favor, ponte en contacto con mi editorial; me encantaría hablar contigo.) A Richard A. Knack, buen amigo e historiador alternativo honorario. Al final conseguiste leer el resto del libro. A Jami Lee Simner, Marella Sands y Robert K. Sheaf, que garantizaron que este libro se mantuviese por sí solo. Suerte en Arizona, Janni. Te echaremos de menos. A Deborah Millitello por cogerme de la mano cuando lo necesitaba. A M. C. Sumner, vecino y amigo. ¡Vivan los historiadores alternativos! Gracias a todos los que asistieron a mis lecturas en la Windycon y en la Capricon.
La casa de Harold Gaynor, resplandeciente bajo el sol de agosto, estaba rodeada de un césped verde intenso, elegantemente tachonado de árboles. Bert Vaughn, mi jefe, aparcó en la gravilla del camino, tan blanca que parecía sal gema tamizada a mano. Los aspersores, audibles aunque situados fuera del campo visual, proporcionaban una hierba inmaculada en mitad de la sequía más intensa que había sufrido Misuri en los veinte últimos años. Pero no había ido a hablar con el propietario de las medidas de ahorro de agua, sino de levantar muertos.
No me refiero a la resurrección; a tanto no llego. Me refiero a los zombis: los cadáveres putrefactos y tambaleantes en plan
La noche de los muertos vivientes
. Esos zombis. Aunque la cosa no es tan espectacular como en las películas de Hollywood; simplemente, soy reanimadora. Es un trabajo más; hay quien se dedica a vender.
Sólo hacía cinco años que la reanimación tenía su epígrafe de actividad económica; antes era sólo una maldición vergonzosa, una experiencia religiosa o una atracción turística. Y sigue siéndolo en algunas zonas de Nueva Orleans, pero aquí en San Luis es un negocio, y muy rentable, en gran medida gracias a mi jefe. Es un marrullero, un embaucador y un cretino, pero vaya si sabe ganar dinero; algo muy útil para cualquier empresario.
Bert había sido jugador de fútbol americano en la universidad. Medía un metro noventa y tenía unos hombros impresionantes, aunque empezaba a criar barriga cervecera. Un traje azul oscuro hecho a medida se encargaba de ocultarla, pero por ochocientos dólares, ya podría ocultar una manada de elefantes. Llevaba el pelo rubio platino cortado al uno; quién me iba a decir que ese peinado volvería a ponerse de moda. Su bronceado de marino dominguero le realzaba el tono claro de los ojos y el pelo.
Bert se ajustó la corbata de rayas azules y rojas, y se enjugó una gota de sudor de la frente.
—Han dicho en las noticias que se está estudiando la posibilidad de usar zombis en los campos contaminados de pesticidas. Podría salvar vidas.
—Los zombis se pudren, Bert. No hay manera de evitarlo, y las neuronas no les duran lo suficiente para que sirvan de mano de obra.
—Era sólo una idea; el caso es que los muertos no tienen derechos.
—Por ahora.
Levantar muertos para usarlos de esclavos está mal. Está mal y punto, pero nunca me hacen caso. Al final, el Gobierno decidió regularlo y organizó un comité nacional, formado por reanimadores y otros expertos; los integrantes teníamos que inspeccionar las condiciones laborales de los zombis de nuestra zona.
¿Condiciones laborales? No se enteraban de nada; los zombis no pueden tener condiciones laborales dignas, y si las tuvieran ni se darían cuenta. Puede que caminen y hasta que hablen, pero están muy, muy muertos.
Bert me dedicó una sonrisa indulgente, y contuve el impulso de largarle un par de hostias.
—Charles y tú estáis en ese comité, ¿no? —comentó—. Lo de visitar las empresas y ver cómo tratan a los zombis es una publicidad cojonuda para Reanimators, Inc.
—No lo hago por eso.
—Ya lo sé: es una de esas causas perdidas que tanto te gustan.
—Hijoputa prepotente —le dije con una sonrisa encantadora.
—¿Verdad? —contestó radiante.
Sacudí la cabeza; nunca consigo ganarle un duelo dialéctico, porque le da tres leches lo que opine de él, siempre que siga trabajando en su empresa.
Me habían vendido la chaqueta azul marino como si fuera de verano, pero era mentira; en cuanto me bajé del coche, el sudor me resbaló columna abajo. Bert se volvió hacia mí, entrecerrando los ojitos. Con unos ojos como los suyos, las miradas de desconfianza salen solas.
—Todavía llevas la pistola —me dijo.
—La chaqueta la esconde; el señor Gaynor no se dará ni cuenta.
El sudor empezaba a formar charcos bajo las correas de la pistolera, y me daba la impresión de que la blusa de seda se estaba licuando. Intento no usar pistolera de sobaco con ropa de seda, porque las correas la arrugan y se forman bolsas, pero me gustaba tener a mano la Browning Hi-Power de 9 mm.
—Vamos, Anita, no creo que la necesites para ir a ver a un cliente en plena tarde. —La voz de Bert tenía el tono condescendiente que se usa con los niños: «Vamos, bonita, sabes que lo digo por tu bien».