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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

El círculo (31 page)

—¡Qué bien huele! —dice Wille.

—Vanessa se ha pasado todo el día en la cocina —explica la madre—. Sus amigas le han estado ayudando.

—No sabía que supieras cocinar —le dice Wille a Vanessa.

—Yo tampoco —responde, y empieza a cortar la lasaña en porciones.

Las burbujas de la salsa chisporrotean por los bordes de la fuente y el queso que la cubre está casi tostado, pero el cuchillo se encuentra con una resistencia inesperada. Vanessa confía en que se deba a que está poco afilado. La lasaña lleva muchísimo tiempo en el horno.

Saca del cajón los cubiertos de servir la ensalada y los pone en la fuente.

—Tenéis un apartamento muy bonito —dice Wille.

Es un comentario típico de un adulto. Vanessa se siente conmovida ante sus intentos por iniciar una conversación, pero su madre y Nicke no hacen nada para facilitarle la tarea.

—Bueno, tenemos un techo que nos cobija —se limita a decir su madre.

—No, pero de verdad que es muy bonito. El papel de las paredes es precioso…

Se le apaga la voz al final de la frase.

Por suerte, Melvin empieza a protestar diciendo que tiene hambre. Su madre lo sienta en la trona y le dice que la comida ya está lista. El pequeño empieza a dar palmaditas y todos sueltan una risita forzada, aliviados ante una distracción que les permita no tener que conversar.

Finalmente la fuente de la lasaña humea en el centro de la mesa. También hay ensalada, pan y mantequilla al alcance de todos. Vanessa se sienta en su lugar habitual. Le sirve primero a Wille; después de todo es el invitado.

—Tiene una pinta buenísima —dice la madre cuando Vanessa le sirve a ella.

—¿No estabas a dieta, Jannike? —pregunta Nicke, y Vanessa ahoga una vez más el impulso de gritarle que se calle.

Mira nerviosa a Wille cuando se lleva a la boca el tenedor con el primer trozo de lasaña. Con horror cree advertir un sonido crujiente cuando mastica. Wille hace una mueca extraña y Vanessa es incapaz de discernir si es porque quema o porque está asquerosa.

—Estaba pensando que podríamos brindar por nuestro compromiso —dice Vanessa—. Ya sé que no todo el mundo se alegra tanto como Wille y yo, pero espero que cambiéis de opinión.

La madre alza la copa de vino. Con una sonrisa fugaz, como si quisiera acabar cuanto antes.

—Salud —dice.

Nicke alza también su cerveza en el aire. Da un buen trago y ahoga un eructo, que se le escapa silbando por entre los labios.

Wille toma un refresco, igual que Vanessa, para subrayar que es un joven formal. Ella da un sorbito y lo mira a los ojos desde el otro lado de la mesa. Wille mastica despacio y le sonríe. El ambiente está más tenso que nunca. Incluso Melvin parece notarlo. Sentado en la trona remueve con el pequeño tenedor la comida ya troceada.

Su madre y Nicke comen mirando fijamente el contenido de los platos, como si allí hubiera algo muy interesante, un agujerito por el que se pudiera ver hasta China. Los cubiertos resuenan a un volumen antinatural contra los platos.
Clonc, cling, ñii. Clonc, cling.

Vanessa no tiene nada de apetito pero corta un trozo de lasaña y se lo lleva a la boca.

Las láminas de la lasaña están medio crudas y pastosas, como plástico derretido que haya empezado a endurecerse de nuevo. Y no sabe a nada. En el campo de los sabores, es el equivalente al gris. O al beis del color de la piel.

—Esto no se puede comer —admite Vanessa apartando el plato.

—¿Qué dices? Si está buenísimo —dice Wille.

—Umm —dice la madre de Vanessa con la boca llena de color beis.

—Yo pienso repetir —asegura Wille.

Nicke no dice nada. Se dirige al frigorífico y saca un bote de kétchup, cuyo contenido prácticamente vacía en el plato.

—Ajá —dice—. ¿Y en qué estás trabajando ahora, Wille?

Wille mira a Vanessa de reojo. Los dos son conscientes de que Nicke sabe que no tiene trabajo.

—Es que es muy difícil encontrar algo en esta ciudad.

—Ya, claro, me imagino. Tú no acabaste el bachillerato, ¿verdad? —pregunta Nicke.

—Pues sí, sí que lo terminé —responde Wille.

Parece abochornado al decirlo, porque fue por los pelos. Vanessa quisiera que se hubiera sentado a su lado, para poder cogerle la mano por debajo de la mesa. Su madre carraspea.

—¿Qué tal está Sirpa?

—Está bien. Ha tenido problemas con las cervicales.

—Vaya, cuánto lo siento —dice su madre.

Vanessa se pregunta si su madre está pensando en lo mismo que ella, en que le dijo que preferiría que Sirpa fuera su madre.

—Es un trabajo muy duro —asegura la madre—. A veces tengo la sensación de que prácticamente vive en el supermercado ICA. No importa la hora a la que uno vaya, siempre te la encuentras en la caja.

—Pues sí, es peor de lo que muchos creen —dice Wille.

Nicke observa a Wille todo el tiempo con desprecio manifiesto. Ahora se vuelve hacia la madre de Vanessa y le dice en un tono completamente normal:

—Claro que trabaja a todas horas. Tiene un hijo adulto al que mantener. Un muchacho sano y fuerte por el que ella se está partiendo la espalda.

El silencio que inunda la cocina es casi sólido, tanto que Melvin abandona su juego con la comida. Tiene los ojos como platos y se está enterando de todo.

—No tenías por qué decir eso —comenta la madre dirigiéndose a Nicke.

Pero no lo dice con demasiada convicción. No como diciendo «has sido injusto y no estoy de acuerdo contigo», sino más bien como «esas cosas se piensan pero no se dicen».

—Pues sí, pero, como os decía, en esta ciudad resulta muy difícil encontrar trabajo —prosigue Wille.

—Pero no hay nada que te impida mudarte, ¿no? —pregunta Nicke.

Mira a Vanessa satisfecho. Pero ella se niega a devolverle la mirada. Solo tiene ojos para Wille. Se pertenecen. Nunca lo ha tenido tan claro. Son ellos contra el mundo. ¿Y por qué —se pregunta— va a quedarse allí sentada, callada, formal, como una adulta, cuando los supuestos adultos que hay en la mesa se comportan como niños acosadores?

El ramo de flores con el que Wille los había obsequiado se ve, de repente, infinitamente triste en medio de la mesa.

Vanessa se dirige a Nicke.

—¿No puedes comportarte como una persona normal aunque sea por una vez?

—Por favor, no os pongáis a discutir ahora —dice la madre mirando a Vanessa, como si ella fuera la fuente de todos los problemas.

Vanessa se enciende por dentro de rabia. Ya no la puede dominar más. Es demasiado injusto, demasiado incomprensible.

—Perdona, pero ¿es que no te has dado cuenta de cómo se está comportando Nicke durante toda la cena? Y en cuanto replico, resulta que soy yo la que discute, ¿no?

—Vanessa…

—¡Y tú siempre le das la razón a él! Nicke y tú sois un equipo estupendo. Sin defectos, mejores que nadie. Y yo soy tan horrible y tan rebelde y tan complicada…

—Os recuerdo que tenemos un invitado —dice la madre.

—Ah, ahora sí que te conviene pensar que tenemos un invitado, ¿no? Pero que Nicke se pase la cena picando a
mi prometido,
cuando yo quería celebrar con vosotros que
tenemos un compromiso,
eso te parece perfecto, ¿verdad?

—Yo no he dicho eso.

La madre de Vanessa siempre dice lo mismo: «Yo no he dicho eso». Y encima, con esa mirada tristona. Su madre piensa que es muy inteligente no decir nunca nada a las claras, solo darlo a entender. Así puede hacerse la acusada inocente cuando intentas pedirle explicaciones.

—¡Joder cómo eres! —grita Vanessa—. No me explico por qué he preparado esta mierda de comida, ni por qué he invitado a Wille, ni por qué eso iba a cambiar algo. Tú ya tienes claro lo que piensas.

Su madre la mira dolida con los ojos muy abiertos.

—Tú te dedicas a no hacer nada y a compadecerte de ti misma —continúa Vanessa—. Cuando soy yo la que se ha visto obligada a vivir con el hecho de que hayas traído a casa todo un desfile de pringados. Wille es mejor que ninguno de los tíos a los que has conocido. Es mil veces mejor que
ese

Señala a Nicke sin mirarlo siquiera.

—Nessa enfadada —dice Melvin.

—Pues sí, sí estoy enfadada —continúa Vanessa mirando a su hermano—. Y tú también lo estarás cuando seas mayor y empieces a comprender qué padres tienes.

—Bueno, creo que debería irme —dice Wille.

—Tú no vas a ninguna parte —le ordena Vanessa—. Yo también vivo aquí.

—Estoy de acuerdo con Wille —dice Nicke—. Será mejor que se vaya.

—¡No, lo mejor sería que

te largaras!

—¡Ya está bien, coño! —vocifera Nicke dando un puñetazo en la mesa.

Melvin empieza a llorar y Vanessa da un salto para cogerlo, pero su madre se le adelanta, lo saca de la trona, lo abraza y le acaricia la cabecita. Sus sollozos se convierten en aullidos, prolongados, que desgarran el corazón. Y los oídos.

—Ya está, ya está —lo consuela la madre, dirigiendo a Vanessa una mirada acusadora.

—¡Pero si no he sido yo quien lo ha asustado, joder!

—Ya vale, Vanessa —dice la madre—. Wille, creo que será mejor que te vayas.

—Nos vemos —dice Nicke con una sonrisa satisfecha—. En la comisaría, supongo.

—Gracias por la cena —se despide Wille.

Coloca la silla y deja el plato en el fregadero.

—Yo me voy contigo —dice Vanessa.

—Tú no vas a ninguna parte hasta que hayamos hablado de esto —le ordena la madre alzando la voz para hacerse oír por encima de los aullidos de Melvin.

Vanessa mira a su madre a los ojos y siente un odio puro que le recorre todo el cuerpo.

—Vete a la mierda —dice.

Se encamina al recibidor, donde Wille ya se está poniendo los zapatos. Ella hace lo propio y, al mismo tiempo, se pone la cazadora y coge la mochila.

—¡Si te vas, no te molestes en volver! —grita la madre.

—¡Descuida, no pienso hacerlo! —le responde Vanessa también a gritos.

—¡Nessa no vayas! —grita Melvin entre sollozos.

Vanessa quisiera taparse los oídos con las manos. No quiere oírlo. Lo quiere demasiado. De modo que adopta una postura fría y distante.

Sale corriendo escaleras abajo detrás de Wille. Tiene la vista fija en su nuca. Piensa que quizá esté abandonando su hogar para siempre, que puede que no vuelva nunca, y se convence de que vale la pena, de que
él
vale la pena.

33

Minoo ha fantaseado muchas veces con tomar ese camino. Solo la conciencia de lo patético que sería la ha detenido. Pero esta noche le parece muy apropiado: se ve ya tan lamentable que no importa que se humille un poco más. No le queda ningún orgullo que perder.

La zona se compone de casas idénticas de una sola planta, alguno de cuyos habitantes ha tratado de contrarrestar la uniformidad colocando abanicos y lámparas multicolores en las ventanas. Va caminando por la acera de los números pares, observando la de los impares. Se detiene bajo una farola, enfrente de Uggelbovägen, número 37.

Minoo contempla el edificio amarillo. El tejado está cubierto de tejas y de él sobresale una chimenea negra. A cada lado de la puerta hay una ventana: a la izquierda, la ventana cuadrada de un cuarto de baño con el cristal esmerilado; y a la derecha, una más grande con las persianas echadas. La casa está a oscuras.

Intenta imaginarse el aspecto de Max cuando llega a casa por la noche, se acerca a la puerta, abre y entra… Pero es como si su imaginación hubiera dejado de funcionar. Como si no pudiera imaginarse que Max viva en esa casa. Es demasiado normal. Ahí puede vivir cualquiera.

A Minoo le viene a la cabeza lo que Rebecka dijo aquella noche de otoño.

Si crees que hay algo entre vosotros, seguro que es verdad.

En estos momentos necesitaría a Rebecka. Nunca se ha sentido tan sola.

Respira hondo y al instante acuden las lágrimas. Le corren por las mejillas y le mojan la bufanda. Se le escapa un sollozo, rescata un pañuelo arrugado del bolsillo del anorak y se suena.

—¿Minoo?

Se da la vuelta y ve a Max acercándose.

Eso era lo que ella esperaba en su fuero interno. Que ocurriera algo con Max esa noche, bueno o malo, no le importaba. Puede reírse de ella, compadecerse de ella, cualquier cosa con tal de que la vea.

—Hola —dice Minoo.

Max se queda como un pasmarote. Su respiración le envuelve la cara en una nube de vaho.

—¿Qué haces aquí?

Es imposible interpretar su expresión. La mira con curiosidad.

—Salí a dar un paseo —responde Minoo—. Me sentía encerrada.

Al menos eso no es mentira.

—¿Ha pasado algo?

Minoo se encoge de hombros.

—¿Es por Rebecka? —pregunta Max.

—Um.

No se atreve a decir más.

Max asiente reflexivo. Entonces echa una rápida ojeada a la casa de enfrente y dice:

—Yo vivo aquí.

—Ah.

Minoo baja la vista con la esperanza de que no haya notado que ha ido allí precisamente para fisgar como un merodeador.

—¿Quieres venir? —pregunta.

Minoo solo es capaz de asentir.

Cruzan juntos la calle. Intenta tomar conciencia de que está a punto de entrar en la casa de Max. Con él.

Max abre la puerta y enciende la luz de la entrada.

—¿Me das el anorak? —pregunta.

Se baja la cremallera y él le ayuda a quitarse la abultada prenda.

Eso casi debería hacerla sentirse como una dama. Pero, más bien, se siente como una niña de parvulario. Mientras él cuelga el anorak, ella se quita los zapatos y piensa que ojalá no se dé cuenta de que calza nada menos que un 41.

—¿Quieres un té?

—Sí, gracias.

Max se adentra por el pasillo. Minoo ve la puerta del baño y se cuela dentro.

Cuando enciende la luz, se encuentra con azulejos grises y un suelo de linóleo azul. Es un baño completamente normal y, a pesar de ello, es como encontrarse en un lugar embrujado, porque es el baño de Max. Está lleno de pistas acerca de quién es él. Es un hombre que se cepilla los dientes con un cepillo eléctrico, pero se afeita con cuchilla. Se lava las manos con un jabón sin perfume que tiene en un dispensador. Compra la pasta de dientes en un tubo enorme. Tiene la impresión de que podría descifrar un código fundamental solo con observar el tiempo suficiente. Pero entonces, lógicamente, él empezaría a preguntarse qué está haciendo allí dentro.

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