El cisne negro (52 page)

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Authors: Nassim Nicholas Taleb

En última instancia, en todo ello hay una norma trivial sobre la toma de decisiones: soy muy agresivo cuando puedo quedar expuesto a Cisnes Negros positivos —cuando un fracaso sería de escasa trascendencia—, y muy conservador cuando estoy bajo la amenaza de un Cisne Negro negativo, Soy muy agresivo cuando un error de un modelo puede beneficiarme, y paranoico cuando el error puede hacer daño. Tal vez esto no sea muy interesante, pero es exactamente lo que los demás no hacen. En las finanzas, por ejemplo, la gente emplea teorías endebles para gestionar sus riesgos y somete a un escrutinio «racional» las ideas estrafalarias.

Parte del tiempo soy intelectual; la otra parte, un profesional que no cree en el sinsentido. No creo en el sinsentido y soy práctico en las cuestiones académicas, e intelectual en lo que a la práctica se refiere.

La mitad del tiempo soy superficial, la otra mitad quiero evitar esa superficialidad. Soy superficial cuando se trata de la estética; evito la superficialidad en el contexto de riesgos y beneficios. Mi esteticismo hace que anteponga la poesía a la prosa, los griegos a los romanos, la dignidad a la elegancia, la elegancia a la cultura, la cultura a la erudición, la erudición al conocimiento, el conocimiento al intelecto, el intelecto a la verdad. Pero sólo en asuntos que estén libres de Cisnes Negros. Tendemos a ser muy racionales, excepto cuando se trata del Cisne Negro.

La mitad de las personas que conozco me llaman irreverente (el lector ya ha visto mis comentarios sobre sus profesores platonificados), la otra mitad me llama adulador (también habrá visto el lector la devoción que siento por Huet, Bayle, Popper, Poincaré, Montaigne, Hayek y otros).

La mitad del tiempo odio a Nietzsche, la otra mitad me gusta su prosa.

Cuando perder el tren es inocuo

En cierta ocasión recibí uno de esos consejos que te cambian la vida, un consejo que, al igual que el que recibía de un amigo en el capítulo 3, me parece aplicable, sabio y empíricamente válido. Mi compañero de estudios en París, Jean-Olivier Tedesco, más tarde novelista, me dijo cuando me disponía a correr para no perder el metro: «Yo no corro para tomar el tren».

Desdeñemos el destino. He aprendido a resistirme a correr para seguir cualquier plan preestablecido. Puede parecer un consejo tonto, pero funciona. En la negativa a correr para tomar el tren me he dado cuenta del auténtico valor de la elegancia y la estética en la conducta, esa sensación de ostentar el control de mi tiempo, mis planes y mi vida. Perder el tren sólo produce dolor al que corre para tomarlo. Asimismo, no ajustarse a la idea de éxito que los demás esperan de uno sólo es doloroso si eso es lo que se anda buscando.

Si así lo decide, uno se coloca por encima de la febril competitividad de la vida moderna y de la jerarquía, no fuera de ellas.

Dejar un trabajo bien pagado, si es por decisión propia, parecerá más beneficioso que la utilidad del dinero en ello implicado (puede parecer una locura, pero lo he intentado, y funciona). Éste es el primer paso hacia el echarle al destino la maldición del estoico. Uno tiene mucho más control de su vida si decide por sí mismo y según su criterio.

La madre naturaleza nos ha dado algunos mecanismos de defensa; como en la fábula de Esopo, uno de ellos es nuestra capacidad de considerar que las uvas que no alcanzamos, o que no conseguimos alcanzar, están verdes. Pero resulta aún más gratificante un rechazo y desdén previos agresivamente estoicos. Seamos agresivos; seamos el que dimite, si tenemos agallas para ello.

Es más difícil perder en un juego que uno mismo haya planteado.

Desde la perspectiva del Cisne Negro, esto significa que estamos expuestos a lo improbable sólo si dejamos que éste nos controle. Uno siempre controla lo que hace; hagamos, pues, de ello nuestro fin.

Fin

Pero todas estas ideas, toda esta filosofía de la inducción, todos estos problemas relativos al conocimiento, todas estas desmedidas oportunidades y temibles posibles pérdidas, todo ello pierde trascendencia ante la siguiente consideración metafísica.

Muchas veces me desconcierta que las personas podamos tener un día horrible o enfadarnos porque nos sintamos engañados por una mala comida, un café frío, un rechazo social o un gesto de pésima educación. Recordemos lo que decía en el capítulo 8 sobre la dificultad de ver las auténticas probabilidades de los sucesos que rigen nuestra vida. Tardamos muy poco en olvidar que el simple hecho de estar vivos es un elemento de extraordinaria buena suerte, un suceso remoto, una ocurrencia del azar de proporciones monumentales.

Imaginemos una mota de polvo junto a un planeta de un tamaño mil millones de veces superior al de la Tierra. La mota de polvo representa las probabilidades de nuestro nacimiento; el inmenso planeta sería las probabilidades en contra de éste. Así que dejemos de preocuparnos por menudencias. No seamos como el ingrato al que le regalan un castillo y se preocupa por la humedad del cuarto de baño. Dejemos de mirarle los dientes al caballo regalado: recordemos que somos un Cisne Negro. Y gracias por haber leído mi libro.

Epílogo: LOS CISNES BLANCOS DE YEVGUENIA

Yevguenia entró en el largo estado de hibernación que era necesario para escribir otro libro. Se quedó en la ciudad de Nueva York, donde le era más fácil encontrar la tranquilidad y estar a solas con el texto. Era la manera más fácil de concentrarse después de prolongados períodos en los que se veía rodeada de multitudes y con la confianza de que podía correr hacia Nero para hacerle una observación maliciosa, tal vez humillarlo o posiblemente recuperarlo. Canceló su cuenta de correo electrónico, pasó a escribir a mano pues lo encontraba más relajante, y contrató a una secretaria para que le mecanografiara el texto. Dedicó ocho años a escribir, borrar y corregir; dio rienda suelta a sus ocasionales enfados con la secretaria, entrevistó a otras secretarias y reescribió el textos sosegadamente. Su apartamento estaba lleno de humo, con papeles tirados por todas las esquinas. Como ocurre con todos los artistas, al concluir el libro se sentía insatisfecha; pero notaba que había llegado mucho más hondo que con el primero. Se reía de la gente que encomiaba su obra anterior, porque ahora le parecía aburrida, terminada precipitadamente y llena de impurezas.

Cuando apareció el nuevo libro, titulado acertadamente
El bucle
, Yevguenia tuvo la suficiente sensatez para evitar a la prensa e ignorar las críticas que le hacían, y permaneció aislada del mundo exterior. Como su editor esperaba, las críticas fueron laudatorias. Pero, sorprendentemente, el libro se vendía poco. «Quizá la gente habla de él sin haberlo leído», pensó el editor. Los fans de Yevguenia llevaban años esperándolo y hablando de él. El editor, que ahora poseía una extensa colección de gafas de color rosa y llevaba un ritmo de vida extravagante, había invertido todo su capital en Yevguenia. No tenía ningún otro éxito ni lo esperaba. Necesitaba que las cosas le fueran muy bien para poder pagar su villa de Carpentras, en la Provenza, y las cuotas establecidas en el acuerdo económico con su sorprendida esposa, así como para comprarse un Jaguar descapotable (rosa). Estaba seguro de que había dado en la diana con el tan esperado libro de

Yevguenia, y no podía entender por qué casi todo el mundo lo consideraba una obra maestra pero nadie lo compraba. Un año y medio después,
El bucle
ya no se vendía. El editor, en esa época con graves problemas económicos, creyó que sabía la razón: el libro era «jodidamente largo»; Yevguenia debería haber escrito un libro más breve. Después de un balsámico episodio lacrimoso, Yevguenia pensó en los personajes de las lluviosas novelas de George Simenon y Graham Greene. Vivían en un estado de entumecedora y segura mediocridad. Lo mediocre tenía encanto, pensaba Yevguenia, y siempre había preferido el encanto a la belleza.

Así que el segundo libro de Yevguenia fue también un Cisne Negro.

NOTAS: Detrás del telón

Separo los temas por su contenido; así, las referencias generales se encontrarán sobre todo en el capítulo en el que aparecen por primera vez. Prefiero emplear aquí una secuencia lógica en lugar de ajustarme a la división por capítulos.

Prólogo y capítulo 1

El Cisne Negro en la lógica
: En primer lugar, mi problema no es de lógica. El problema filosófico versa sobre la posibilidad de un Cisne Negro. El mío es sobre el impacto. Además, es posible que no sea relevante quién fuera el primero en dar con la metáfora, pero la mención más antigua del problema del Cisne Negro que he podido encontrar está en el Sistema, de la lógica inductiva y deductiva, de John Stuart Mili. Luego la emplearon muchos autores (entre ellos Charles Sanders Pierce) antes de que se asociara con el nombre de Karl Popper.

Curva de campana
: Cuando digo curva de campana me refiero a la campana de Gauss, alias distribución normal. Todas las curvas tienen forma de campana, de modo que aquí se trata de un apodo. Además, cuando hablo de la cuenca de Gauss me refiero a todas las distribuciones que son similares y en las cuales lo improbable es intrascendental y de bajo impacto (dicho más técnicamente, no escalable: todos los momentos son finitos). Observemos que la representación de la curva de campana en forma de histograma oculta la contribución del suceso remoto, y como tal un suceso será un punto en el extremo derecho o el extremo izquierdo más alejados del centro.

Diamantes
: Véase Eco (2002).

Platonicidad
: Me refiero a correr el riesgo de usar una forma equivocada, no a que las formas no existan. No estoy en contra de los esencialismos; suelo ser escéptico sobre nuestra ingeniería inversa y la identificación de la forma correcta. Es un problema inverso.

Empirista
: Si me defino como empirista, o como filósofo empírico, es simplemente porque desconfío de las generalizaciones confirmatorias y de la teorización apresurada. No confundamos esto con la tradición empirista británica. Además, muchos estadísticos, como veremos con la competición de Makridakis, se definen como «investigadores» empíricos, pero de hecho son todo lo contrario: ajustan las teorías al pasado.

Mención de Cristo
: Véase La guerra de los judíos, de Flavio Josefo.

La Gran Guerra y la predicción
: Ferguson (2006b).

Sesgo a posteriori (distorsión retrospectiva)
: Véase Fischhoff (1982b).

Fracturas históricas
: Braudel (1985), pág. 169, cita un pasaje poco conocido de Gautier: «Esta larga historia —escribió Emile-Félix Gautier— se prolongó durante muchos siglos, más que toda la historia de Francia. Con el encuentro de la primera espada árabe, la lengua y el pensamiento griegos, toda aquella herencia se esfumó, como si nunca hubiese existido». Para debates sobre la discontinuidad, véanse también Gurvitch (1957), Braudel (1953) y Harris (2004).

La extensión de las religiones como éxitos de ventas
: Veyne (1971). Véase también Veyne (2005).

El agrupamiento en las opiniones políticas
: Pinker (2002).

Categorías
: Rosch (1973, 1978). Véase también Kant y el ornitorrinco, de Umberto Eco.

Incertidumbre ontològica
: En algunos libros sobre la materia se habla de mi problema de la categorización como una incertidumbre ontologica, con ello se quiere significar que puede existir incertidumbre respecto a las propias entidades.

Historiografía e historia de la filosofía.
: Bloch (1953), Carr (1961), Gaddis (2002), Braudel (1969, 1990), Bourdé y Martin (1989), Certeau (1975) y Muqaddamat, de Ibn Jaldún, ilustran la búsqueda de la causalidad, que ya veíamos en Heródoto. Sobre la filosofía de la historia, véanse Aron (1961) y Fukuyama (1992). Sobre ideas posmodernas, véase Jenkins (1991). En la segunda parte expongo que los historiógrafos no son conscientes de la diferencia epistemológica entre los procesos que avanzan y los que retroceden (es decir, entre la proyección y la ingeniería inversa).

Información y mercado de valores
: Véanse Shüler (1981, 1989), Delongyotros (1991) y Cutler y otros (1989). La magnitud de los movimientos bursátiles no tiene una «razón», sólo una «explicación» artificiosa.

Del valor descriptivo de los cracs
: Véanse Galbraith (1997), Shiller (2000) y Kindleberger (2001).

Capítulo 3

Películas
: Véase De Van y (2002). Sobre el contagio en la compra de música, véase también Salganik y otros (2006).

La religión y los dominios del contagio
: Véase Boyer (2001).

La sabiduría (locura) de las multitudes
: Colectivamente, es posible por igual que nos hagamos más sabios o más locos. Podemos tener intuiciones colectivas sobre los asuntos relacionados con Mediocristán, como el del peso de un buey (Surowiecki, 2004), pero mi conjetura es que fracasamos en predicciones más complicadas (las variables económicas por las que las multitudes caen en patologías: dos cabezas son peor que una). Sobre los errores de decisión y sus grupos, véase Sniezek y Buckley (1993). Un clásico: Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, de Charles Mackay.

El incremento en la gravedad de los sucesos
: Zajdenweber (2000).

La vida moderna
: El novelista del siglo xix Émile Zola se alegró de la llegada del mercado de la cultura a finales de la década de 1800, del cual fue uno de los primeros beneficiarios. Predijo que la habilidad del escritor y el artista para explotar el sistema comercial les libraría de la dependencia de los caprichos del mecenas. Pero, lamentablemente, aquello estuvo acompañado de una concentración más severa: muy poca gente se beneficiaba del sistema. Lahire (2006) demuestra que, a lo largo de la historia, muchos escritores han perecido de hambre. Destacan los muchos datos que tenemos sobre la tradición literaria en Francia.

Capítulo 4

Titanic
: La cita pertenece a la ponencia de Dave Ingram en el Simposio sobre Gestión del Riesgo Empresarial, celebrado en Chicago el 2 de mayo de 2005. Para más detalles sobre LTCM, véanse Lowenstein (2000) y Dunbar (1999).

Exposición de Hume
: Hume (1748, 2000).

Sexto Empírico
: «Creo que es fácil refutar el método de la inducción (eTtaycoyri). Y es que, dado que quieren que los universales sean convincentes a partir de los particulares, lo harán analizando todos los particulares o algunos de ellos. Pero si se limitan a algunos, la inducción será endeble, pues puede ocurrir que algunos particulares de los omitidos en la inducción sean contrarios al universal; y si se analizan todos, emprenderán una tarea imposible, ya que los particulares y el infinito son indeterminados. Así pues, creo que, cualquiera que sea el caso, esa inducción se tambalea». Outline ofPyrrhonism, libro II, pág. 204 (trad. cast.: Esbozos pirrónicos).

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