El club de la lucha (22 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Intriga

Los chicos del club de lucha te siguen la pista.

—No —dices—. La noche es tan buena que creo que iré caminando.

Es sábado por la noche; cáncer intestinal en el sótano de la iglesia metodista, y Marla está allí cuando llegas.

Marla Singer fumando un cigarrillo. Marla Singer poniendo los ojos en blanco. Marla Singer con un ojo morado.

Os sentáis sobre la alfombra frente a frente en el círculo de meditación e intentas conjurar a tu animal guía mientras Marla te observa con su ojo morado. Cierras los ojos y meditas hasta el palacio de las siete puertas y todavía sientes la mirada de Marla clavada en ti. Acunas el niño que hay en tu interior.

Marla te observa.

Llega la hora de los abrazos.

Abre los ojos.

Todos debemos elegir un compañero.

Marla cruza la habitación en tres zancadas y me abofetea con fuerza.

Entrégate por completo.

—¡Maldito hijo de puta! —dice Marla.

Todo el mundo nos está mirando.

Entonces los puños de Marla descargan golpes sobre mí desde todas las direcciones.

—Has matado a alguien —chilla ella—. He llamado a la policía y llegará de un momento a otro.

La agarro por las muñecas y le digo:

—Tal vez venga la policía, pero lo más probable es que no.

Marla se zafa de mis manos y me dice que la policía se apresurará a prenderme y a llevarme a la silla eléctrica, y que mis ojos se escalfarán hasta salirse de las órbitas, o, cuanto menos, me pondrán una inyección mortal.

Será como la picadura de una abeja.

Una sobredosis de fenobarbital y, luego, el sueño eterno. Al estilo de
El valle de los perros
.

Marla me dice que hoy me ha visto matar a una persona.

Si se refiere a mi jefe, le digo, sí, sí, sí; lo sé, la policía lo sabe y todos me buscan para ponerme una inyección letal; pero es que fue Tyler quien mató a mi jefe.

Resulta que Tyler y yo tenemos las mismas huellas dactilares, pero eso nadie lo entiende.

—¡Y una mierda! —dice Marla acercándose con su ojo amoratado—. Sólo porque a ti y a tus discípulos os guste pegaros palizas. Si me tocas otra vez, te mato.

»Te he visto matar a un hombre esta noche —dice Marla.

—No, ha sido una bomba —le digo— y ocurrió esta mañana. Tyler hizo un agujero en el monitor del ordenador y lo llenó de gasolina o pólvora negra.

No nos quita ojo ni uno solo de los enfermos con cáncer intestinal de verdad.

—No —dice Marla—. Te seguí al hotel Pressman y eras camarero en una de esas fiestas con asesinato misterioso.

Las fiestas con asesinato misterioso, la gente rica acude al hotel para celebrar fiestas nocturnas y representar una especie de crimen a lo Agatha Christie. En algún momento entre el pastel de salmón marinado y el lomo de venado, las luces se apagan durante un minuto y alguien simula haber sido asesinado. Se supone que es una muerte fingida y jovial.

Durante el resto de la cena, los invitados se emborrachan, toman consomé al Madeira y tratan de descubrir quién es el asesino psicópata.

Marla chilla:

—Mataste al enviado especial del alcalde, a cargo del reciclaje.

Tyler mató al enviado especial del alcalde a cargo de lo que fuera.

Marla dice:

—¡Ni siquiera tienes cáncer!

Sucede así de rápido.

Chasquea los dedos.

Todo el mundo nos mira.

Grito: ¡Tampoco tú tienes cáncer!

—Ha venido aquí durante dos años —grita Marla— y no tiene nada.

—Estoy intentando salvarte la vida.

—¿Cómo? ¿Por qué mi vida necesita ser salvada?

—Porque me has estado siguiendo. Porque me has seguido esta noche; porque viste a Tyler Durden matar a una persona y porque Tyler matará a quienquiera que amenace el Proyecto Estragos.

Todos en la habitación han sido arrancados de sus pequeñas tragedias. Sus cánceres insignificantes. Hasta los que toman analgésicos nos miran con los ojos desorbitados y alerta.

Les digo a los presentes:

—Lo siento. No era mi intención hacer daño a nadie. Será mejor que nos vayamos y hablemos de esto fuera.

Todos gritan:

—¡No, quedaos! ¿Qué más?

—Yo no he matado a nadie —digo—. No soy Tyler Durden. Es el reverso de mi doble personalidad. ¿Alguien ha visto la película
Gemelos
?

Marla dice:

—Entonces, ¿quién me va a matar?

Tyler.

—¿Tú?

—Tyler —le digo—, pero yo me ocuparé de él. Tienes que evitar a los miembros del Proyecto Estragos. Tal vez Tyler haya dado orden de seguirte, de secuestrarte o de otra cosa.

—¿Por qué he de creerte?

Sucede así de rápido.

—Porque creo que me gustas.

Marla me pregunta:

—¿No me amas?

—Bastante engorroso es esto ya —le digo—. No me lo pongas más difícil.

Todo el mundo sonríe.

—Me tengo que ir. Debo irme de aquí —le digo—. Ten cuidado con los tipos con la cabeza rapada o hechos un Cristo. Ojos morados. Dientes rotos y cosas así.

Marla me pregunta:

—¿A dónde vas?

Tengo que ocuparme de Tyler Durden.

Veintiocho

Se llamaba Patrick Madden, y era enviado especial del alcalde a cargo del reciclaje. Se llamaba Patrick Madden y era enemigo del Proyecto Estragos.

Salgo de la iglesia metodista, me pierdo en la noche y empiezo a recordarlo todo.

Me acuerdo de todas las cosas que sabe Tyler.

Patrick Madden estaba confeccionando una lista de bares en los que había clubes de lucha.

De repente, sé manejar un proyector de películas. Sé romper cerrojos y sé que Tyler alquiló la casa en Paper Street justo antes de aparecérseme en la playa.

Sé la razón de la existencia de Tyler. Tyler amaba a Marla. Desde la primera noche en que la conocí, Tyler, o una parte de mí, necesitaba un medio de estar con Marla.

No es que nada de esto importe. Ya no. Pero todos los detalles acuden a mi memoria mientras me adentro en la noche camino del club de lucha más próximo.

Los sábados por la noche hay un club de lucha en el sótano del bar
El Arsenal
. Seguramente lo puedes encontrar en la lista que estaba confeccionando Patrick Madden. Pobre Patrick Madden, ya muerto.

Esta noche, voy a
El Arsenal
y, al entrar, la multitud se abre a mi paso como los dientes de una cremallera. Para todo el mundo soy Tyler Durden, el grande, el poderoso. Dios y padre.

A mi alrededor escucho:

—Buenas noches, señor.

—Bienvenido al club de lucha, señor.

—Gracias por venir, señor.

Mi rostro de monstruo está empezando a curarse. El agujero de la cara sonríe a través de mi mejilla. Una mueca de mi verdadera boca.

Soy Tyler Durden y os podéis ir a tomar por el culo; así que esta noche me apunto a luchar con todos los miembros del club. Cincuenta combates. Un combate cada vez. Nada de zapatos ni camisas.

El combate dura lo que haga falta.

Y si Tyler ama a Marla.

Yo amo a Marla.

Lo que ocurre no se puede explicar con palabras. Deseo empantanar con petróleo todas las playas francesas que jamás veré. Imagínate cazando alces por los bosques frondosos del cañón en torno al Rockefeller Center.

Durante el primer combate, el tipo me hace una llave y me machaca la mejilla, me machaca el pómulo hundido contra el piso de hormigón hasta que se me rompen los dientes y sus raíces melladas se me clavan en la lengua.

Ahora recuerdo a Patrick Madden, muerto en el suelo, la figura menuda de su esposa, tan sólo una muchachita con moño. Su mujer soltó una risita nerviosa e intentó que su marido muerto bebiera un sorbo de champán.

Su mujer dijo que la sangre de mentira era demasiado roja. La esposa de Patrick Madden metió dos dedos en el charco de sangre junto a su marido y se los llevó a la boca.

Los dientes clavados en la lengua. Pruebo la sangre.

La mujer de Patrick Madden probó la sangre.

Recuerdo que en la fiesta del asesinato misterioso yo estaba un poco apartado con los monos espaciales camareros, que montaban guardia a mi alrededor. Marla, con su vestido estampado de papel pintado de rosas oscuras, vigilaba desde el otro lado del salón de baile.

Mi segundo combate, el tipo me pone la rodilla entre los omóplatos. El tipo tira de mis brazos por detrás de la espalda y me aplasta el pecho contra el piso de hormigón. Oigo cómo se quiebra una clavícula.

Esculpiría las estatuas de Fidias del Partenón con una almádena y me limpiaría el culo con la
Mona Lisa
.

La mujer de Patrick Madden mantiene en alto los dos dedos ensangrentados; tiene sangre entre los intersticios de los dientes, y la sangre le resbala por los dedos, y gotea por la muñeca y la pulsera de diamantes hasta el codo.

Combate número tres, me despierto y es la hora del tercer combate. No hay más nombres en el club de lucha.

No eres tu nombre.

No eres tu familia.

Número tres parece saber lo que necesito y me mantiene la cabeza en la oscuridad y la asfixia. Hay una llave de estrangulamiento que sólo te deja aire suficiente para mantenerte consciente. Número tres me atenaza la cabeza en el pliegue del codo, tal como sostendría a un bebé o una pelota de rugby, en el pliegue del codo, y me martillea al cara con la muela gigantesca de su puño cerrado.

Hasta que los dientes rasgan el interior de la mejilla.

Hasta que el agujero de la mejilla se encuentra con la comisura de la boca, una mueca sanguinolenta abierta desde debajo de la nariz hasta debajo de la oreja.

Número tres me golpea hasta dejarse el puño en carne viva.

Hasta que grito.

Todo lo que alguna vez amaste te rechazará o morirá.

Todo lo que alguna vez creaste será desechado.

Todo aquello de lo que estás orgulloso terminará convertido en basura.

Soy Ozías, rey de reyes.

Un puñetazo más y mis dientes se cierran con un chasquido sobre la lengua. La mitad de mi lengua cae al suelo y desaparece barrida de una patada.

La figura menuda de la mujer de Patrick Madden se arrodilló en el suelo junto al cadáver de su marido mientras la gente rica, la gente que supuestamente era amiga, se tambaleaba borracha a su alrededor riendo.

La mujer dijo:

—¿Patrick?

El charco de sangre se hace más y más grande hasta mojarle la falda.

Ella dice:

—Patrick, ya basta, deja de estar muerto.

La sangre le empapa el dobladillo de la falda, acción capilar y, hebra a hebra, sube por la tela.

A mi alrededor los hombres del Proyecto Estragos gritan.

Entonces la señora de Patrick Madden grita.

Y en el sótano del bar
El Arsenal
, Tyler Durden resbala hasta el suelo como un amasijo caliente. Tyler Durden el grande, que fue perfecto durante un instante, y que dijo que un instante era lo máximo que se podía esperar de la perfección.

Y el combate continúa y continúa porque quiero morir. Porque sólo muriendo tenemos nombre. Sólo muertos dejamos de formar parte del Proyecto Estragos.

Veintinueve

Tyler está de pie, allí, hermoso como un ángel rubio. Mis ganas de vivir me sorprenden.

Soy una muestra seca de tejido sanguinolento sobre el colchón desnudo de mi habitación en la Compañía Jabonera de Paper Street.

Todo cuanto había en la habitación ha desaparecido.

El espejo con la fotografía de mi pie de cuando tuve cáncer durante diez minutos. Peor que cáncer. El espejo ha desaparecido. La puerta del armario está abierta y las seis camisas blancas, los pantalones negros, la ropa interior, los calcetines y los zapatos han desaparecido.

Tyler dice:

—Levántate.

En todo cuanto daba por supuesto, debajo y detrás y dentro, algo horrible había estado creciendo.

Todo se ha desmoronado.

Los monos espaciales se han largado. Se lo han llevado todo: la grasa de las liposucciones, las literas, el dinero sobre todo, el dinero. Sólo han dejado atrás el jardín y la casa alquilada.

Tyler dice:

—Lo último que nos queda por hacer es tu martirio. Una muerte a lo grande.

No una muerte triste o deprimente; tiene que ser una muerte alegre y deseada.

Oh, Tyler, me duele. Mátame aquí mismo.

—Levántate.

Mátame ya. Mátame. Mátame. Mátame. Mátame.

—Tiene que ser algo grande —dice Tyler—. Imagínatelo: en la cima del edificio más alto del mundo, todo el edificio en poder del Proyecto Estragos. El humo saliendo por las ventanas. Los despachos cayendo sobre la multitud en la calle. Una verdadera ópera de la muerte, eso es lo que vas a tener.

Le digo: No. Ya me has utilizado bastante.

—Si no cooperas, iremos a por Marla.

Le digo: Vamos allá.

—Entonces sal de la jodida cama —dice Tyler— y mete el culo en el jodido coche.

Así que Tyler y yo estamos en la cumbre del edificio Parker-Morris con la pistola metida en mi boca.

Sólo nos quedan diez minutos.

El edificio Parker-Morris no estará aquí dentro de diez minutos.

Lo sé porque Tyler lo sabe.

El cañón de la pistola me presiona en el fondo de la garganta y Tyler me dice:

—En realidad no moriremos.

Desplazo el cañón con la lengua hacia la mejilla y digo: Tyler, estás pensando en vampiros.

Sólo nos quedan ocho minutos.

La pistola es sólo por si los helicópteros de la policía llegan antes de tiempo.

Para Dios es como si hubiera un hombre a solas con una pistola en la boca, pero es Tyler quien empuña el arma y es mi vida.

Coge un concentrado con un noventa y ocho por ciento de ácido nítrico gaseoso y añádele el triple de ácido sulfúrico.

Tendrás nitroglicerina.

Siete minutos.

Mezcla la nitroglicerina con serrín y tendrás un bonito explosivo plástico. Muchos monos espaciales mezclan la nitroglicerina con algodón y le añaden sales Epsom como sulfato. Así también funciona. Algunos monos emplean parafina mezclada con nitroglicerina. A mí, la parafina jamás me ha funcionado.

Cuatro minutos.

Tyler y yo estamos en el borde del tejado, con la pistola en mi boca. Me pregunto si estará limpia.

Tres minutos.

Entonces alguien grita:

—Espera.

Y es Marla que se acerca cruzando el tejado.

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