—¿Se lo mando? —le preguntó a Aimee.
—Se lo debes como amiga.
Aimee sonaba muy convincente al decir que la intervención invasiva era una buena idea, pero en cuanto Margot colgó el teléfono, el correo electrónico, que decía: «Queda a comer conmigo para comentar las repercusiones de una interrelación social con subordinados», sonó de repente como uvas agrias procedentes de un vino echado a perder. Margot deseó no haberlo enviado. De todas formas, semejante mensaje le tocaría la fibra sensible, y Margot quería comer con Trevor de nuevo, aunque el almuerzo comenzara con una disculpa.
«Mira Trev, no tengo ninguna prueba de que fuera Lux. Ni siquiera la tengo de que fueras tú —planeó empezar la conversación—, pero un hombre de tu posición tiene que protegerse de las chicas alocadas. ¿Y qué mejor protección puede haber que una abogada instruida, madura, fuerte y desnuda como yo?»
Él se reiría. Ella también, y la capa de hielo que se había formado en torno a su relación se rompería. Trevor nunca elegiría a una chica como Lux antes que a ella. Aunque esta Lux, la que estaba de pie delante de Margot en este mismo instante, temblando ligeramente mientras leía su relato escrito a mano, tenía cierta belleza si mirabas más allá de su poco acertada indumentaria. Desde luego era interesante, y agresiva, y quizá incluso inteligente.
—Bueno, eh..., ¿qué opinas de mi especie de historia? —preguntó Lux.
—No era una especie de historia —dijo Brooke—. Era una historia. Una historia de verdad.
—¿En serio?
—Era un comienzo muy bueno —dijo Margot a Lux.
—¿En serio? —preguntó Lux rebosante de placer. Tenía las mejillas verdaderamente encendidas con la sangre cálida que corría por ellas.
—Sí —dijo Margot mirando al manuscrito que tenía Lux en las manos. Estaba roto, lleno de garabatos, y la puntuación era un condimento opcional esparcido por aquí y por allá. Aun así, era una historia interesante.
—¿Quién es el tal Carlos? —preguntó Brooke.
—Un antiguo novio.
—¿Sabe Trevor de su existencia? —preguntó Aimee como quien no quiere la cosa.
Lux soltó una risita, y luego se quedó preocupada. El corazón de Margot quedó destrozado ante la reacción de Lux. No fue producto de la imaginación disparatada de Aimee o resultado de una identificación errónea, o de cualquier otra excusa razonable que se hubiera dado a sí misma. La chica con las medias y zapatos de Lux era Lux. Trevor había encontrado a otra persona.
—¿Cómo sabes lo de Trevor? Somos realmente... ya sabes, discretos y todas esas chorradas.
—Os vi en el Bar Six en la calle Grove el jueves por la noche.
—Ah.
—No parecías particularmente discreta con los labios recorriendo su cara —objetó Aimee.
—Bueno, quería decir discretos en la oficina. Me refiero a todas esas normas de mierda que ha puesto sobre cómo tratarnos. Nada de contacto visual en los pasillos, nada de correos electrónicos personales, salvo en clave. Soy como una espía sexual. Aunque tiene su gracia, ya sabes.
—Lux, va a ser treinta años mayor que tú —interrumpió Aimee.
—De eso nada. Sólo veinte. Yo tengo veintitrés, y él unos cuarenta y tres. Creo que dijo que cuarenta y cinco o por ahí.
—Tiene un hijo adulto que se va a casar el mes que viene. El hijo pequeño de Trevor tiene por lo menos veinticinco.
—¿Ah sí? Pues vale, entonces es mayor que yo. ¿Y qué?
—Mucho mayor —insistió Aimee—. Margot, ¿qué edad tiene Trevor?
—Cincuenta y cuatro en agosto —dijo Margot con tranquilidad.
—Hala. Tiene buen aspecto —dijo Brooke, deseando que eso dejara de ser el Club de cotilleos estúpidos de los martes para que pudiera leer la siguiente entrega de su última obsesión creativa, llamada
Enrique llama por la puerta trasera.
—Bueno, escuchad, ¿me toca ya leer a mí? —preguntó Brooke.
—Adelante —dijo Margot—. Yo no tengo nada.
Brooke sacó su manuscrito de debajo de su maletín y empezó a sentir un hormigueo al pensar en
Enrique
y los placeres carnales que su pene de tamaño medio estaba a punto de proporcionar a su clienta favorita.
—Si él tiene cincuenta y cuatro cuando tú tienes veintitrés —Aimee no pudo evitar hacer alarde de sus habilidades matemáticas—, eso quiere decir que cuando tú tengas cuarenta y tres él tendrá setenta y cuatro. Estará arrugado y muy, muy viejo.
—Sí. ¿Y? —dijo Lux.
—Sólo digo que es demasiado mayor para ti —dijo Aimee. Una expresión de mujer servicial y preocupada se había dibujado en su cara, y sus palabras rezumaban «amabilidad».
«¿Qué narices le importa a ella a quién me tire?», se preguntó Lux. En séptimo, Lux se enzarzó en una pelea con su mejor amiga, Jonella, por culpa de ese mismo. Carlos que un año después se convertiría en el papá del bebé de Jonella. Ella le había roto a Jonella la nariz sin hacer mella en su amistad, y desde entonces Lux se movía por el mundo llena de valor, sin preocuparse por sentimientos heridos entre amigas. Los corazones y narices rotos podían cicatrizar. Es mejor decir lo que uno piensa.
—¿Qué pasa contigo, Aimee? ¿Quieres follarte a Trevor? —preguntó Lux.
«Esto es mucho mejor que
Enrique»,
pensó Brooke mientras soltaba una carcajada. A Brooke le encantaba la forma en la que Aimee rehuía a Lux, con aire asombrado a la par que ofendido.
—¡NO! Sólo digo que te va a salir caro engancharte a un hombre mayor. Es decir, el dinero y el tipo de vida pueden parecer fantásticos para una chica como tú; puede parecer que vale la pena cerrar los ojos ante las arrugas y la flacidez, pero al final deberás tener cuidado de no quedarte atada a un amante viejo.
«Una chica como yo», pensó Lux. De todo lo que había dicho Aimee, ésa era la única frase que le había tocado la fibra sensible. El resto eran gilipolleces.
—Trevor es un gran amante —dijo Lux.
—Por qué será que no acabo de creérmelo —replicó Aimee.
—Mmm... ¿quizás porque estás seca y eres fea? Chica, he oído tus historias. ¿Historias sensuales sobre tus pies? ¿Por qué no hay hombres en tu relato? Sabes... lo veo cada dos por tres. Chica que se queda embarazada; chica que dejan tirada. No eres tan distinta de las de mi barrio —le dijo Lux.
Las palabras salieron disparadas, provocando que los músculos del cuello de Aimee se aglutinaran y formarán dolorosos nódulos:
—La gran diferencia entre tú y yo, Lux, es que yo no lo haré por dinero.
Cuando Lux echó la mano hacia atrás, el embarazo de Aimee, añadido al diámetro de la mesa de reuniones, le evitó a ésta un gran tortazo proveniente del otro lado de la mesa. En su lugar, Lux se encaramó a la mesa y dejó deslizar suficientemente su cuerpo por la superficie de la mesa como para alcanzar y agarrar un mechón del pelo rizado de Aimee. Entonces tiró de él.
—¡Ah! ¡Aaaaaaaahhhhhhhhhh! —aulló Aimee.
En sus veintitrés años de vida, Lux había tenido con frecuencia el motivo, la oportunidad y la necesidad de venderse. Era cuestión de orgullo personal que sólo hubiera aceptado dinero una vez, y por algo que, en ese momento, había parecido una muy buena razón (un vestido de fiesta). Decir que la experiencia le había hecho sentirse vacía no podría describir el gran vacío que había embargado su cuerpo de dieciséis años. Nunca lo volvería a hacer.
Ahí estaba la niñata de Aimee en su mundo pequeño y puro acusando a Lux de acostarse con Trevor por dinero. Lux sabía que estaba sacando algo de él, pero no era dinero, eso nunca.
Aimee no sabía qué clase de línea había cruzado, pero ciertamente había lanzado una pulla demasiado cerca de un horrible verdugón que no había cicatrizado en Lux. Nadie llamaba «puta» a Lux, porque había realizado un gran esfuerzo y sacrificio para no convertirse en tal cosa.
Los rizos de Aimee estaban enredados en los finos dedos de Lux. Ésta había pretendido darles un tirón y soltarlos. Iba a ser un disparo de advertencia, no un combate auténtico, pero no había contado con la textura de esos tirabuzones negros. Incluso cuando su puño dejó escapar la fuerza rabiosa, el pelo de Aimee siguió envolviendo los dedos de Lux. Ésta comenzó a agitar la mano intentando liberarse de los rizos de Aimee. Cuanto más la agitaba, más gritaba Aimee.
—Bueno, bueno —dijo Margot intentando sonar tranquilizadora. Se levantó de un salto y agarró a Lux intentando inmovilizarla. No se dio cuenta de lo pequeña que era realmente Lux por la espalda hasta que apretó sus brazos contra la parte superior de su cuerpo. Margot pudo sentir los latidos de Lux bajo sus costillas marcadas más como un tigre enjaulado que como un pájaro atrapado. Margot intentó mantenerla quieta mientras Brooke hacía lo posible por desenredar rápidamente los densos rizos de Aimee. El último mechón de pelo seguía pillado en el anillo de plata barata que Lux llevaba en la mano derecha.
—Venga, que ya casi está —dijo Brooke mientras desenrollaba el pelo del anillo. Lux se retorcía de rabia.
—Suéltame ahora mismo —dijo Lux a Margot. Aunque sabía que Margot no le había hecho nada horrible, no pudo evitar escupir las palabras. Quería pedir perdón cuando Margot la soltó y volvió a su sitio, avergonzada de haberla sujetado más tiempo del necesario. Pero mientras pensaba las palabras para articular su disculpa, Brooke desenrolló la última brizna de pelo. Lux salió disparada hacia la puerta.
—Zorra —dijo Lux mientras recogía su cuaderno de la mesa y abría la puerta—. ¡Maldita zorra estúpida!
Lux se fue dando un portazo. Aimee estaba furiosa.
—¿Habéis visto lo que me ha hecho? —preguntó Aimee.
Margot sacó un pañuelo, aunque Aimee no estaba llorando.
—¡Psicópata! ¡Idiota! ¡Maldita zumbada! ¡Me ha arrancado el pelo! ¿Tengo una calva, Brooke?
—No, no —dijo Brooke con calma—. Creo que el impacto ha sido la peor parte.
—Y no creo que pretendiera tirar tan fuerte —dijo Margot.
—¿Por qué? ¿Por qué me ha hecho eso?
—Bueno, cariño, no deberías haberla llamado así —dijo Brooke.
—Sí, creo que te has pasado —le dio la razón Margot.
—¿Qué? ¿Llamarla cómo? ¿Cómo la he llamado?
—Prostituta.
—Eso nunca.
—La has acusado de venderse —confirmó Margot.
—¡No es verdad!
—Sí lo es.
—¿Y qué si lo he hecho? Está claro que le he tocado donde más le dolía. Puta. Jodida golfa psicópata.
Entre sus funciones como supervisora del Departamento de Redacción del bufete de abogados Warwick & Warwick, S. L., Brooke era responsable de controlar el correcto espaciado después de cada punto de todos los documentos que producía la firma en el tiempo que duraba su turno. Hacía esto para poder gastar dinero y cerciorarse de no alejarse demasiado del mundo real. A veces, en los fines de semana, se ponía una minifalda elástica, zapatos con tacones de aguja brillantes y salía a hacer de golfa psicópata por la ciudad. Nunca había hecho de prostituta.
—Bueno —dijo Brooke—, supongo que «puta» es una especie de límite verbal en el universo de Lux que una no cruza sin salir de ahí con el peinado intacto.
—Me atacó.
—Te tiró del pelo —dijo Brooke.
—Quiero que la despidan.
—Y cuando el socio gerente pregunte: «Chicas, ¿qué hacéis vosotras en la sala de reuniones?», ¿qué vas a responder? —preguntó Margot—. «Sí, bueno, estábamos leyendo historias guarras en la sala de reuniones durante la hora del almuerzo. Se ha quedado un poco desordenado.»
En el silencio que siguió, Aimee pensó: «Debe de ser terrible vivir con el temor a la insinuación de que una pueda convertirse en puta».
—Yo antes era más agradable —dijo Aimee.
—Sigues siéndolo —Brooke intentó animarla.
—Solía ser amable, transigente y generosa. ¿Qué me ha ocurrido? —preguntó Aimee, con la esperanza de que sus amigas la ayudaran a encontrar una excusa por su mal comportamiento. Habría aceptado cualquier razón excepto la verdad. Su hombre la había abandonado estando embarazada. El dolor la había vuelto irritable y cruel. Sus amigas no le ofrecieron mentiras agradables para dulcificar el momento. De hecho, las dos se dieron la vuelta y cada una se sumergió en sus propios pensamientos.
—Sabes —dijo Brooke, aunque sabía que eso enfadaría a Aimee—, si Lux pudiera expresar su furia con palabras en vez de con gestos, podría llegar a ser algo alucinante.
Dicho esto, Brooke y Margot dedicaron el poco tiempo que les quedaba de la hora del almuerzo para consolar a Aimee y convenir con ella en que Lux estaba loca y en que lo que había hecho iba más allá de los límites, era un craso error, e inaceptable.
—Gracias —dijo Aimee—. Lo siento. Nunca debería haberla dejado entrar en el grupo.
Dio por sentado que estaban de su parte, pero en la sala reinaba el silencio, pues Brooke y Margot en el fondo no estaban de acuerdo con el juicio de Aimee.
—Brooke, ¿te vienes? Te acompaño a tu despacho —se ofreció Aimee.
—No, me voy a quedar aquí un momento —dijo Brooke. La furia de Lux la había conmovido, y quería tener un minuto de silencio para hacer un esbozo de esa imagen que algún día podría convertirse en cuadro. No quería perder la forma en que el pelo rojo había ondeado hacia atrás y los labios de Lux se habían humedecido con la ira y habían adquirido un gesto de dureza. Margot hizo gala de la perfecta educación que preside las relaciones laborales y musitó un rápido adiós desde la puerta.
—¿Organizamos otra reunión? —preguntó Aimee—. ¿El martes que viene a la misma hora?
—Mmm, mándame un correo electrónico —murmuró Brooke sobre su cuaderno de bocetos.
—Llámame cuando tenga el calendario delante —dijo Margot conforme desaparecía por el pasillo, taconeando por el suelo fino de mármol.
Aimee se levantó y se dirigió al pasillo. Se preguntó si volverían la semana siguiente. Margot parecía personalmente afectada con todo lo ocurrido. Brooke siempre sería su amiga. Habían estado desnudas juntas demasiadas veces como para que su amistad se rompiera, pero Aimee sentía perder a Margot. Dio por hecho que su relación se reduciría a una de esas amistades de trabajo que no fomentaban una verdadera lealtad, ni siquiera afecto. Se sonreirían mutuamente y se gastarían bromas para amenizar el día en la oficina, pero nada más.
Aimee volvió a su despacho con la sensación de haber permitido que su dolor arruinara algo realmente bueno.
Niños
Margot recogió sus mensajes y volvió a su despacho, sintiendo pena de que el club erótico de los martes se estuviera hundiendo tan vertiginosamente. «Ésa es la razón por la que las mujeres no pueden ser amigas —se dijo conforme se sentaba en su mesa—. Nos volvemos malas. Nos volvemos mezquinas. Nos tiramos de los pelos, literal y metafóricamente. No tenemos límites. Por eso nunca he tenido amigas. Me dan miedo. No las necesito.» Entre el gran montón de mensajes que tenía, vio que había uno de su hermano pequeño, Amos. «Qué raro», pensó Margot.