*
Unas horas más tarde, reposando en silencio en su habitación con un bulto blando y rosa de bebé durmiendo sobre su pecho, Aimee se sorprendió por la cantidad de dolor y marcas que había en su pelvis y en su vagina, por dentro y por fuera. El parto había sido fácil en todos los sentidos, pero aun así, cuando Aimee se levantó para ir al baño, necesitó que Lux la acompañara.
—Soy un campo de batalla —suspiró Aimee cuando Brooke se sentó junto a la cama y le preguntó qué tal se sentía.
—Sí, cariño, pero la guerra ya ha terminado —le dijo Brooke.
—¿Tú crees? —preguntó Aimee.
—Por supuesto —dijo Brooke—, ahora ya sólo tienes que ser madre.
—Creo que debería casarme con tu amigo Bill —dijo Aimee.
—¿Por qué? —preguntó Brooke.
—Yo tampoco quiero volver a tener relaciones sexuales —dijo Aimee riendo.
Mientras se reían, una enfermera entró agobiada con las narices en un gráfico.
—¿Necesita consultar el tema de la circuncisión? —preguntó la enfermera.
—Tengo una niña —dijo Aimee.
—Ah, perdone. No hace falta que tome esa decisión —dijo la enfermera, y salió disparada a buscar a los niños.
De pronto, Aimee empezó a reflexionar sobre todas las decisiones que tendría que tomar por su niña huérfana de padre. En su vida urbana, probablemente no haría falta que llevara al extremo esa primera promesa visceral. Nunca le pedirían que renunciara a su vida, pero a saber cuántas veces tendría que dejar de lado su propia vida y deseos para satisfacer las necesidades del bebé. La constancia de estas necesidades podía resultar tan difícil de satisfacer como un singular sacrificio heroico. «Qué egoísta soy —pensó Aimee—. Soy demasiado crítica y estoy demasiado sola. ¿Cómo voy a sobrellevarlo? ¿Cuánto va a costarme?»
Las manecitas de Alexandra, que tenían las uñas fantasmagóricamente blancas y la forma exacta de las manos de la abuela de Aimee, estaban agarradas al dedo meñique de Aimee. Comparada con Aimee, la nueva mano de Alexandra parecía de color aceituna, incluso un poco amarilla. ¿Era el amarillo el color adecuado? ¿Qué había pasado con el rosa perfecto de hacía unas horas? ¿Odiaría su pelo rizado? ¿Querría agujerearse las orejas? ¿Se enamoraría de un mal chico que le rompería el corazón? Los ojos de Aimee se llenaron de lágrimas conforme pensaba en que el meñique destrozado de Lux fue en su día tan perfecto y nuevo como el de Alexandra.
—Ahí viene la doctora —dijo Brooke—. Supongo que te van a dar el alta.
—Qué pronto —murmuró Aimee, preocupada por cómo iba a salir adelante ella sola. ¿Y si quería darse una ducha? En un abrir y cerrar de ojos, los médicos ya estaban allí.
Su doctora se acercó a la cama, flanqueada por el pediatra que le habían asignado a Alexandra.
—Tenemos que llevarnos al bebé. Ahora mismo —dijo la doctora de Aimee.
—¿A d-d-d-d-dónde? —preguntó Aimee, sorprendida por tan silenciosa seriedad.
—A la UCI —dijo el pediatra mientras cogía a la dormida Alexandra Grace de los brazos de Aimee.
Aproximándose a Alexandra al cuerpo, el pediatra se dirigió corriendo hacia la puerta. La doctora de Aimee fue detrás de él.
—A mitad del pasillo gira a la derecha y luego a la izquierda. Vístete y reúnete allí con nosotros —dijo la doctora de Aimee mientras cogía rápidamente el gráfico del bebé y seguía al pediatra hacia la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales.
Aimee agonizó como un pez fuera del agua. Hacía un segundo se estaba preocupando por cómo iba a poder ducharse.
—Lux —ordenó Margot—, baja al vestíbulo y sigue a esos médicos. Es un hospital grande. Cerciórate de que sepamos con exactitud a dónde llevan a nuestro bebé. Brooke, saca la ropa de Aimee. Si no la encuentras, hay un albornoz en el baño. Aimee, voy a poner la perfusión intravenosa a un lado de la cama y te voy a ayudar a levantarte.
Las mujeres se pusieron en marcha y en tres minutos Aimee entró tambaleándose en la UCI. Al fondo de la sala, Alexandra Grace estaba tumbada en un cochecito de cristal bajo lo que parecía un híbrido entre una lámpara bronceadora y una parrilla. Estaba desnuda de cintura para arriba e incluso tenía diminutas gafas de sol tapándole los ojos.
—Ictericia —dijo el pediatra—. Se la descubrimos en el segundo análisis de sangre. Podemos tratarlo. Lo siento si la he asustado, pero su evolución es muy rápida, así que nosotros también teníamos que ser rápidos.
La explicación continuó, pero Aimee era incapaz de asimilar una sola palabra. Dieciocho horas de vida y ya había problemas. Brooke escuchó atentamente mientras los médicos explicaban que las lámparas extraerían de la sangre las toxinas que el pequeño hígado de Alexandra no podía procesar todavía. Lo habían detectado pronto, y la posibilidad de que quedara una lesión permanente era mínima, por no decir nula. En treinta y seis horas Alexandra Grace sería rosa y perfecta, y estaría lista para ir a casa.
—¿Y qué debemos hacer hasta entonces? —preguntó Brooke.
Por un momento el pediatra la miró fijamente, sin comprender a quién se refería Brooke con el «debemos». Entonces lo pilló; esas cuatro mujeres eran la familia.
—Deben asegurarse de que la madre repose y se alimente lo mejor posible —dijo el pediatra.
—Sí, eso podemos hacerlo —dijo Lux.
Aimee permanecía en silencio mientras la volvían a tumbar en la cama. Como si saliera de un trance, se giró hacia sus amigas y dijo:
—Va a ponerse bien.
—Claro que sí —dijo Brooke con cariño, y entonces Aimee rompió a llorar.
Las primeras lágrimas fueron un repentino aguacero, acompañado por una exhalación del miedo acumulado de Aimee. Aquellas lágrimas torrenciales dieron paso a la artillería pesada del gran agradecimiento de Aimee por tener tan buenas amigas. Cuando Aimee se sonó la nariz con el papel barato de hospital, fue realmente su forma de expresar su gratitud por el hecho de que esas apasionantes mujeres, cada una con sus propios deseos y necesidades, hubieran llamado a su pequeña hija «nuestro bebé».
Y cuando sus amigas respondieron cogiendo puñados de papel higiénico para limpiarle los mocos de la cara, realmente le estaban diciendo: «Estaremos ahí para ti y para ella, incluso cuando vomite sobre nuestros trajes buenos de lana, incluso cuando cumpla trece años y haga que se disparen nuestras facturas telefónicas con chorradas sobre algún chico que la vuelva loca. Estaremos ahí para cambiar pañales, para convencerla de que no se haga
piercings
en la nariz. Estaremos ahí para explicarle que mamá la quiere de verdad y que por eso tiene que estar en casa a las nueve, a pesar de que otras chicas puedan quedarse por ahí hasta las once». Y cuando recogieron los pañuelos usados y el papel higiénico y los tiraron a la papelera sin sentir asco, en realidad estaban haciendo la promesa más importante de todas: «Cuidaremos de la niña gratis».
—Va a salir bien, Aimee —dijo Lux, y eso significaba: «estaremos ahí cuando sea un bebé, cuando sea una niña pequeña. Estaremos ahí para ayudarla a convertirse en mujer».
—Sí, va a salir bien —le dio la razón Aimee, y lo creía de corazón.
Comer lo que ponían en el hospital no era planteable. Margot hizo una encuesta sobre cuál era el restaurante favorito de cada una y luego llamó al que más le gustó a ella y añadió una botella de champán al pedido.
En menos de una hora las integrantes del club de literatura erótica de los martes alzaron sus vasos de plástico en el aire.
—Quiero hacer un brindis —dijo Brooke—. Por la Conchita de Aimee. Que cicatrice rápido y bien.
—Que así sea —le dio la razón Margot, sonando como un gran abogado inglés.
—Por Alexandra Grace —dijo Aimee—, y por nosotras.
AÑOS DESPUÉS
Recorrió con sus manos el contorno de mi cuerpo. Una mano se dirigió a la parte baja de mi espalda y la otra se detuvo en mi pecho. Suspiré y encontré los botones de sus pantalones, y los desabroché mientras nos besábamos.
De repente, la puerta se abrió y Lux dejó de leer.
—¡Mamá! —dijo Alexandra Grace—. Cuando Rosie limpia, me esconde todas mis cosas. No encuentro ninguno de mis calcetines de fantasía.
—¿Qué son los calcetines de fantasía? —preguntó Brooke.
—Son calcetines de colorines y dibujos —le informó Margot—. A ella le gustan los que tienen barras de labios y bolsos.
—¡Y Rosie los esconde cuando limpia! —se quejó Alexandra a sus tías a través de la puerta cerrada.
—Cuando terminemos —prometió Lux—, todas te ayudaremos a encontrar tus calcetines de fantasía, ¿vale?
—Mmm —reflexionó Alexandra—, vale.
Alexandra se agachó a esperar a que sus mujeres favoritas terminaran lo que fuera que estuvieran haciendo.
—Ve a jugar —le ordenó su madre.
—Pero yo quiero ver lo que hacéis ahí —dijo Alexandra.
—Te lo contaremos todo —dijo tía Margot.
—Cuando seas mayor —dijo tía Brooke.
—Cuando estés preparada —prometió tía Lux—, podrás unirte a nuestro club.
Lisa Beth Kovetz
Lisa Beth Kovetz es una galardonada escritora y productora. Ha trabajado como dramaturga y guionista de historietas. Su empresa, Flying Sur Producciones, produce cortos y multimedia para niños incluyendo títulos como "Jazz Baby", "Oliver en el baño", e "Higiene Mental". Más recientemente, su obra "David's Balls" actuó en el Fringe Festival de Edimburgo, ha sido traducido al rumano para el Festival de Teatro la Perla de los Cárpatos que estará durante un período de tres años en Bucarest. Como productora ha conseguido varios premios, incluído el Premio de Cineasta Revelación de Kodak. Como escritora ganó el Premio Pinnacle de libros de cine y el Premio de la Junta Consultiva a la excelencia por su trabajo en "Oliver en el baño".
Cuando tenía veinte años, después de la universidad, trabajó temporalmente en una importante firma de abogados en la ciudad de Nueva York. Ella y sus compañeras estaban mortalmente aburridas por lo que inició un club erótico literario. Era tan divertido que Lisa Beth escribió un guión basado en esa idea. Años más tarde, con unos pocos más años, abordó la idea de nuevo como una novela: El club erótico de los martes que obtuvo un rotundo éxito de público y ha sido traducida a 14 idiomas.
{1}
En el original «
truck(s)
», que en slang significa «zorra(s)». (N. de la T.)
{2}
Probablemente la autora se refiere al hospital Bellevue de Nueva York, y Belleview sería la trascripción americanizada de Lux, por supuesto incorrecta. (N de la T.)
{3}
Greenwich Village es un barrio situado en la Parte suroeste de Manhattan. Alberga, entre otras cosas, la parte principal del campus universitario y el barrio gay, así como una gran cantidad de tiendas y bares. Es el barrio bohemio por excelencia de la ciudad de Nueva York. (N. de la T.)
{4}
El
Mayflower
fue el barco en el que los primeros colonizadores de Nueva Inglaterra navegaron desde Inglaterra hasta massachussets en 1620. (N. de la T.)
{5}
En el original se produce un juego de palabras con
well-hung cock,
pues
cock
, dependiendo del contexto, puede significar «gallo» y «polla», y
well-hung
literalmente significa «bien colgado», y, en un contexto sexual, «bien dotado». (N. de la T.)
{6}
La fiesta de bar mitzvah es la ceremonia de iniciación a la vida adulta de un joven judío. (N. de la T.)
{7}
Baby shower
es una tradición que se da en algunos países de Hispanoamérica y en Estados Unidos y que consiste en una fiesta que organizan algunas mujeres a una amiga embarazada y durante la cual le hacen regalos para el futuro bebé, tales como baberos, juguetes, etc. (N. de la T.)
{8}
Tienda exclusiva neoyorquina de grandes almacenes especializada en lencería, cosméticos y accesorios para mujeres. (N de la T.)
{9}
Metropolitan Museum of Art (Museo Metropolitano de Arte) (N. de la T.)
{10}
En el original, juego de palabras con
shotgun
: la expresión
ride shotgun
significa ir en el asiento del copiloto y, por separado,
shot
es «disparo», y
gun
«pistola». Probablemente a través del teléfono los médicos oyeron a Brooke gritando
shotgun
y creyeron que habían disparado a Aimee. (N. de la T.)
{11}
La autora hace un juego de palabras con
fairy godfather
, que significa hada madrina en masculino, pero en lenguaje coloquial
fairy
significa también «mariquita». (N. de la T.)
{12}
En el original
ducks. (N. de la T.)