El club erótico de los martes (30 page)

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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

Margot se sentó a horcajadas en su regazo, con las rodillas en sus caderas y las manos sobre sus hombros. Él ya había tenido una erección cuando vio los pechos de Margot apretados en su glamuroso camisón de mujer madura. Todos los sistemas estaban a punto, listos para entrar en acción.

Entonces, Trevor se detuvo. Apartó la mano de los pechos de Margot y la posó en su cara. Ella puso la mejilla en su mano. Trevor atrajo la cara hacia él hasta que ella pudo sentir el calor de su boca justo sobre la suya. Paró ahí un momento para dejarla temblar. Ella se humedeció los labios.

Trevor miró a Margot a los ojos y se maravilló de que fueran tan dulces vistos desde un primer plano. Con sorpresa, percibió un ápice de temor en su ferviente deseo. Quería decirle que nunca le haría daño, pero vio que ya se lo había hecho.

—Esto podría ser tremendo —susurró Trevor en lugar de «lo siento».

Por un momento, Margot temió que estuviera haciendo una broma estúpida sobre su pene, pero en lugar de proceder con bravuconería sexual, Trevor la atrajo hacia sí y le dio un beso prolongado. Entonces, con Margot entre sus brazos, se levantó y, saliendo de sus pantalones, que ahora estaban enredados en sus rodillas, Trevor la llevó al dormitorio.

Empezó poco a poco, masajeando sus pechos y su estómago. Le apartó la mano cuando intentó estimularle en señal de respuesta. Cuando su respiración se aceleró y empezó a jadear ligeramente, Trevor, plenamente consciente de su dominio en el área del cunnilingus, empezó su campaña para garantizarse el amor imperecedero de Margot. Cuando sus jadeos se transformaron en gemidos y su cuerpo tembló dentro de su boca, Trevor puso a Margot encima de él.

Por primera vez en muchos años, Margot perdió el control. No estaba dirigiendo. No estaba pensando. No estaba planeando su próximo movimiento. Mientras las olas la golpeaban una y otra vez, Margot se aferró a Trevor como un náufrago que se pone un chaleco salvavidas. Mientras le hacía el amor a Trevor, podría haber recordado lo bien que habían bailado juntos. Podría haber filosofado sobre que este sentimiento de conexión era la razón de que el sexo pudiera hacer que una mujer se enamorara. Si hubiera sido capaz de pensar, Margot podría haber llevado a cabo infinitas reflexiones. Sin embargo, lo más cerca que estuvo de experimentar un pensamiento inteligible esa tarde y durante casi toda esa semana fue la sensación de tener fuegos artificiales en su mente conforme se corría una y otra vez.

Margot faltó esa semana al trabajo alegando estar enferma. Y, de hecho, permaneció en la cama cuatro días seguidos. Al quinto día, Margot y Trevor fueron al cine. En la noche del sexto día, Trevor le preguntó si podía dejar un cepillo de dientes en su casa. Margot, sin pensárselo dos veces, dijo que sí.

25

1,75 X 2,45

Atlanta Jane empezó a debilitarse
—leyó Margot—,
conforme el orgasmo se extendía por su vientre y alcanzaba su espina dorsal. Como si unos dedos le separaran las vértebras, desbloqueándolas, le recorrió la espalda hasta llegar al cuello y salió del cuerpo a través de mis labios en un gemido. Había terminado. Ella creyó que él también había terminado, pero la humedad que descendía por sus piernas era sólo suya.

Brooke escribió la palabra «¿mis?» en su bloc para acordarse de mencionar la errata cuando Margot hubiera terminado de leer.

La primera vez que empezó a hacer el amor con ella a la brillante luz del sol de su cabaña, había querido esconderse, atenuar las luces o encontrar una manta con la que cubrir las imperfecciones de sus pechos, muslos, de toda su piel. Él le quitó sus pantalones de gamuza y se deleitó con toda ella. Si vio los estragos del tiempo, eso no lo apaciguó ni enfrió su pasión.

Durante diecisiete días permanecieron bajo las gruesas mantas de lana en su cabaña haciendo poco más que comer, hablar y hacer el amor. Eran tan parecidos y encajaban tan sorprendentemente bien que a veces la conversación era tan buena como el sexo. Nos pasábamos la mayor parte del tiempo riendo o haciendo el amor. Y los rumores eran ciertos. Era un amante salvaje e increíble. El lunes, Atlanta Jane tenía que volver a la tarea de proteger la ciudad, pero volvería a verle una y otra vez.

Margot dejó sobre la mesa sus fichas con un suspiro. Brooke había escrito varias anotaciones sobre cómo mejorar la calidad literaria de la historia. Sin embargo, Margot parecía tan satisfecha de sí misma que Brooke decidió guardarse sus críticas.

—Ha estado genial, Margot —dijo Brooke con cariño.

—A mí también me ha gustado. Pero creo que ha habido un par de pronombres erróneos —dijo Aimee.

—¿Ah sí? No me había dado cuenta —dijo Margot.

—Sí, a veces se te escapa la primera persona. Pero aparte de eso, ha estado muy divertido —respondió Aimee.

—Así que finalmente Atlanta Jane se va a la cama con Trevor, el Texas Ranger —observó Brooke.

—Sí —dijo Margot—, se presentó en mi casa el sábado pasado con aire abatido y patético pidiendo café y ofreciéndose a hacerme huevos a la cacerola.

—¡Hala! —gritó Aimee desde su cama mientras relacionaba realidad con ficción—. ¡Por eso querías leer tu historia antes de que viniera Lux!

—¿Piensas ocultárselo? —preguntó Brooke.

—No, lo que ocurrió de verdad no. Pero llegaba tarde y no vi razón para recrearme en la ficción mientras ella escuchaba —dijo Margot—. Le contaré la verdad lo más sencillamente posible.

—¿Dónde está Lux? —preguntó Brooke.

—Prometió pasarse por la imprenta a recoger las fotos de 1,75 por 2,45 de los amantes esos que estaban en la fiesta que me organizasteis. Los que contratasteis para mí —dijo Aimee—. ¡Y no os vais a creer lo que me ha prestado!

—¿El qué? —preguntó Brooke, encantada y sorprendida de que Lux tuviera algo que Aimee quisiera que le prestase.

—Parece que su padre es un gran fan de la ciencia-ficción —dijo Aimee.

—Tiene sentido —dijo Margot.

—En su colección tiene un episodio de 1954 del
Howdy Doody Show
en el que William Shatner hace el papel de Ranger Bob.

—¿William Shatner en
Howdy Doody?
—dijo Brooke.

—Sí. Vamos a verlo después. Y luego una adaptación de 1958 de
Los hermanos Karamazov
con Yul Brinner —dijo Aimee con la voz llena de entusiasmo.

—¿
Los hermanos Karamazov
con William Shatner? —preguntó Brooke.

—Y Yul Brinner —confirmó Aimee—. Y terminaremos con la película independiente de Robert Burnett
Free Enterprise.

—Y
Star Trek
—añadió Brooke.

—Por supuesto, todas las de
Star Trek
—confirmó Aimee—. ¿Cómo iba a organizar un maratón de películas de William Shatner sin
Star Trek?

—Aimee, eres una
freaky
del cine —declaró Margot.

—Oye, es que las excursiones al cuarto de baño son la parte más emocionante del día —se rió Aimee—. Eso y que he puesto en venta algunas de mis fotografías en eBay.

—¡Estás de broma!

—Era una de las cosas que siempre quise hacer cuando tuviera tiempo, y adivina lo que tengo ahora... tiempo.

—¿Has vendido algo?

—Sip.

—¿En serio?

—Algunas de las antiguas fotos se venden bien, y las de la
baby shower
tienen mucho éxito. Ya he ganado 5.600 dólares y pico.

En silencio, Brooke le daba vueltas a la información en su cabeza. Intentaba imaginar la casa de subastas
online
convirtiéndose en la galería de arte disponible las veinticuatro horas que tanto había deseado. La temperatura le había subido sólo de pensarlo. Las tres mujeres levantaron la mirada al oír abrirse la puerta principal.

—¡Por Cristo en la maldita cruz, Brooke! —gritó Lux desde la entrada—. ¡Cuando dijiste 1,75 por 2,45 pensé que hablabas de decímetros! ¡Esta maldita cosa es enorme!

Brooke salió de un salto del dormitorio y llamó a Lux.

—Eh, Lux, estamos en...

Brooke se paró de golpe al ver a Lux.

—¿Queda ridículo, verdad?

—Ehh... —vaciló Brooke.

Lux estaba de pie delante de ella, transformada. Llevaba mocasines azules, chinos de color caqui, camisa azul de algodón con cuello al estilo Peter Pan, un jersey de punto rojo y perlas. Desde la punta de los pies hasta la barbilla era una estudiante de un instituto privado de camino a clase de inglés. De barbilla en adelante, era la misma Lux de Queens, de pelo rojo y excesivo maquillaje.

—Madre mía —dijo Brooke finalmente—. Bill te ha llevado de compras.

—Es un monstruo. Pruébate esto. Y esto. Ponte esto. Pruébate aquello. Se cree que soy como una «Barbie colegiala» o algo así. Me hizo decirle los títulos de todos los libros que he leído, vale, y luego le dijo a su secretaria que escribiera a ordenador una lista de todos los libros que cree que debería haber leído ya. Bueno, eso por una parte, ¿vale?, y yo pensé que era un poco raro, pero entonces esta tarde empezaron a llegar todos esos libros a su casa.

—Es un poco apasionado —dijo Brooke.

—¡Un poco, dices! ¡Me compró seis camisas como ésta! ¡Seis! Seis de estas camisas feas y aburridas que me dan aspecto de... ay, joder.

—¿Qué?

—Nada.

—¿Qué? —preguntó Brooke.

Lux se dio cuenta de que las camisas la hacían parecer un chico. No quería decir nada más para no herir a Brooke.

—Esta ropa me hace parecer estúpida —dijo Lux.

—Es cierto —admitió Brooke—. Ven a que te vea Aimee. Le hace falta reírse un poco.

Cuando Lux entró en la habitación, Aimee se echó a reír. Margot se echó a reír.

—Pareces salida de uno de esos libros para niños en los que mezclas y unes la cabeza con el cuerpo —comentó Margot.

Aunque la transformación de Lux era muy graciosa, todo lo que Aimee conseguía ver era la enorme fotografía que estaba detrás de ella.

—¡Mi fotografía! —exclamó Aimee con un grito ahogado.

—¡Queda genial! —dijo Brooke.

—¡Pero te pedí que encargaras una de 1,75 por 2,45! —dijo Aimee.

—Es de 1,75 por 2,45 —dijo Brooke con un atisbo de malicia en la mirada—. Mira, su vagina ya no está. Tienes una gran pared vacía que necesita algo desnudo en ella. Tu fotografía queda alucinante en este tamaño y, de todas formas, pago yo. Espero que te guste.

—Me encanta —dijo Aimee entusiasmada—. ¿Puedes colgarla ahí? Quiero contemplarla todos los días.

—Por supuesto —dijo Brooke.

Aimee miró fijamente su fotografía como si fuera un niño amado que de repente se ha hecho adulto. Sus amantes eran muchísimo mejores que la «obra maestra» de él del dedo en la almeja. «Mi trabajo es bueno —pensó Aimee—. ¿Por qué no he sido tan famosa hasta ahora?»

Cuando Brooke estaba colgando la fotografía, le sonó el móvil. Si hubiera visto el número que aparecía en la pantalla, Brooke no habría respondido la llamada.

—Al habla Brooke. Ah, hola... Sí... Tengo... Lo haré. Dije que lo haría y lo haré. Es una buena idea pero no estoy segura... Sí.... Sí, ya sé que dije que quería, pero tengo que pensar en ello. Mira, me pillas en mitad de una cosa y tengo que irme... Sip.... Sí, lo pensaré mejor... Yo también te quiero... Saluda a tu madre de mi parte.

Brooke ajustó la fotografía a la pared para que Aimee pudiera verla. Miró el cuerpo hinchado de Aimee, suspiró, se estiró el jersey y se sentó.

—Bill quiere casarse y tener un niño.

Aimee y Margot la miraron, esperando que añadiera algo más.

—No sé. Es que no sé —respondió Brooke—. Quiero a Bill. Pero creo que es, en fin, creo que es gay.

—¡Gay! —gritó Aimee—. ¡Bill Simpson, «el mejor amante de tu vida», no puede ser gay!

—Lo sé —dijo Brooke—, a mí también me costó creerlo, y me quedé bloqueada cuando Lux lo dijo...

—Lo siento, no debería haber abierto la boca.

—No, oye, no pasa nada —dijo Brooke—. Es sólo que sigo recordando esos momentos y también que nuestra vida sexual, bueno, su encarnación actual, no es ni la sombra de sus glorias pasadas. Ya sabes a qué me refiero.

—No tengo ni idea de a qué te refieres —admitió Lux.

—O Viagra o nada.

—Con lo joven que es —dijo Margot.

—Eso es exactamente lo que pienso —dijo Brooke.

—Bueno, ¿y qué dice él al respecto? —preguntó Aimee.

—Dice que no es homosexual. Me prometió que a la hora de la verdad le encantan los conejos, no las serpientes.

—¿Utilizó el honorable Bill Simpson la palabra «serpiente»? —preguntó Aimee.

—No —dijo Brooke—. Evidentemente lo estoy parafraseando para darle un toque de humor. Si está enamorado de una mujer, si no se está acostando con ningún hombre, ¿eso lo convierte automáticamente en heterosexual?

—Ss... no —dijo Margot—. ¿Se acuesta con la susodicha mujer? Claro que si le atraen los hombres pero insiste en acostarse con mujeres, eso le convierte en un...

—Psicópata sexual —sugirió Lux.

—Sí —dijo Brooke—. En fin, él dijo que no era gay. Desde luego no es afeminado. Dijo que me adoraba y que me quería.

Brooke se sentó en silencio y pensó en ello.

—¿Qué importancia tiene? Si es gay, no voy a casarme con él, pero seguiré queriéndole. Si realmente quiere a un hombre, ya no voy a acostarme más con él porque eso heriría mis sentimientos. Si eso es lo que es, de acuerdo, seguiré siendo su amiga. Pero no puedo ser el cuerpo tras el que se esconda. No es malo tener deseos, pero si se esconden se convierten en algo perjudicial, y yo no quiero verme involucrada en eso. Mentir es lo que está mal.

—Tienes toda la razón. La sinceridad lo es todo —dijo Margot mientras giraba todo su cuerpo hacia Lux—. Oye, Lux, he pasado mucho tiempo con Trevor y llevabas toda la razón, está muy bien dotado. Tengo intención de verle otra vez. Espero no haberte hecho daño y que podamos seguir siendo amigas.

Lux no respondió. Cuando se repuso del
shock,
se quedó en silencio, pensativa. A pesar de su educación psicodélica, Lux era una mujer tremendamente racional. Sin embargo, hacer varias cosas al mismo tiempo no era su punto fuerte. Lux era incapaz de hablar porque estaba ocupada en concentrarse en un problema complejo, lleno de fórmulas de probabilidad. En silencio, Lux sopesó la probabilidad de una amistad con Margot en contraposición al valor de una relación con Trevor. Margot ganó.

—Vale —dijo Lux en voz baja.

Aimee miró fijamente el techo y Brooke se examinó las uñas.

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