—No, en serio, no pasa nada —dijo Lux—. Es un buen tío. Además, tú le conocías antes de que yo lo viera siquiera. Espero que os vaya bien. En serio. Bueno, ¿habéis leído ya, chicas? Porque si Brooke ya ha terminado de hablar sobre bananas y peras, yo quiero leer el relato que he escrito sobre la pérdida de mi virginidad.
—Suena bien —dijo Aimee, aliviada de que el paréntesis tocara a su fin y de volver al arte—. ¿Con quién perdiste tu virginidad?
—Con Carlos —dijo Lux—. ¿Con quién perdiste la tuya?
—Con George Freeman, en el baile del último curso. Estuve locamente enamorada de él durante un rato —dijo Aimee.
—Yo perdí la mía con Bill —dijo Brooke con tristeza—. A los dieciséis en el Ritz-Carlton. Me hizo un cunnilingus y me corrí. A ver, ¿quiénes se corren cuando pierden la virginidad?
—Los chicos —dijeron Aimee y Margot al mismo tiempo.
—Pero yo no he escrito sobre Carlos —dijo Lux con nostalgia—. He escrito sobre cómo me habría gustado perderla, no sobre cómo la perdí realmente.
—¡Aaay! —dijo Margot—, me gustaría reinventar ese momento.
—Bueno, allá va —dijo Lux desenrollando su manuscrito. Las mujeres se pusieron cómodas y Lux empezó a leer.
Bueno, para empezar, estoy enamorada de un chico más mayor. No como veinte años mayor, sino como cinco años mayor que yo. Y yo ya no tengo catorce. Tengo como mínimo dieciséis. Y este chico ya ha tenido relaciones sexuales antes. Y me quiere. Así que decidimos hacerlo. Y lo hablamos. No ocurre así sin más porque encuentra la forma de estar a solas conmigo. Así que un día...
—¿De día? —preguntó Aimee.
—Sí, sí. La perdería de día. Así cuando todo el mundo está sobrio, y hay luz y no estoy cansada —dijo Lux antes de seguir leyendo.
Así que un día me lleva a un hotel. Un sitio agradable donde las sábanas van incluidas en la habitación, y atravesamos el vestíbulo y entramos en el ascensor para subir a la habitación que él ha alquilado. Abre la puerta con la llave y entramos. Empezamos a besarnos. Y me quita la ropa poco a poco. Y yo puedo ver nuestro reflejo en el espejo que está delante de la cama, lo cual está bastante bien. Pero él no mira el espejo. Sólo me mira directamente a mí. Yo estoy desnuda pero él está aún vestido. Y empieza a besarme y a tocar mis pechos y a lamerme los pezones, y luego comienza a chuparme abajo. Entonces se quita la camiseta. Y luego nos tumbamos juntos en la cama. Y me hace sexo oral, y continúa haciéndolo porque le gusta, no sólo porque crea que tiene que hacerlo para que yo se la chupe después. Sigue dedicándose a mí hasta que estoy muy, muy húmeda. Estoy empapada en la cama, y mi cuerpo casi está dando sacudidas porque quiero sentirle dentro de mí.
Y esto es importante. Estoy deseando sentirle dentro de mí. No es como algo que crea que tengo que hacer para que todo lo demás funcione. No quiero que esté dentro de mí porque piense que así le voy a gustar más. O porque no tenga fuerzas para enfrentarme a las súplicas o al abuso si no lo hago. No quiero que me penetre por lo que eso pueda suponerme. Sólo lo quiero por mí, porque me gusta lo que se siente.
Pero ésta es la primera vez y sé que va a doler. Me dice que va a hacerlo ya y entonces pone la punta de su cosa en el principio de la mía, justo en la parte blanda y carnosa. Hace fricción hacia delante y hacia atrás. Y me pregunta si quiero un poco más. Eso me estremece, que me pregunte, quiero decir. Y él dice que sí y sigue penetrándome, y empieza a doler, pero quiero que ocurra. Él también se está mentalizando, no soy sólo yo. Y entonces empuja más hacia dentro y duele mucho, pero yo formo parte del dolor. Y entonces empezamos como dos caballos de carreras. Y soy parte de él, no una chica que observa desde fuera con la esperanza de que tirárselo vaya a solucionarlo todo. Fin.
—¿Y bien? —preguntó Lux—. ¿Qué os parece? Lo escribí tal cual me vino a la cabeza. Y luego taché todos los «vales» y los «sabes» y cosas por el estilo y entonces lo pasé a limpio. Se nota cuando quito todas esas cosas, ¿verdad?
—En efecto —le dio la razón Brooke.
—Pero conservas la verdad —dijo Margot—. Eso es bueno.
Lux sonrió.
—¿Entonces? —preguntó Lux—, ¿cómo reaventarías tu virginidad?
Era un gran tema, y estuvieron hablando hasta que el sol desapareció en los ventanales. Entonces, Brooke empezó a recoger su bolso y a sacar su móvil.
—Voy a llamar a Bill y creo que me pasaré por su casa y me sentaré en la mesa de la cocina a mantener una larguísima conversación con él.
—Yo esta noche saldré a correr —anunció Margot mientras se dirigían hacia la puerta del dormitorio de Aimee—. Lux, ¿quieres venir a correr conmigo?
—Sólo si alguien nos persigue.
De pronto Lux cayó en la cuenta de que, una vez más, no tenía a dónde ir. Había dejado sus cosas en casa de Bill, de modo que si volvía interrumpiría a Brooke su acogedora tarde de intensa conversación. Podía ir a su casa de Queens e intentar evitar el colocón, pero eso era una tarea imposible. Lux decidió que compraría un nuevo cuaderno y un lápiz bien afilado y se aposentaría en la biblioteca pública hasta que la echaran. Cuando Lux empezó a despedirse, Aimee la llamó desde su cama.
—Eh, Lux, bueno, pensé que ibas a quedarte aquí a ver el
Howdy Doody Show
conmigo.
Lux se quedó momentáneamente sobresaltada. Estaba segura de que la voz provenía de la cama de Aimee, pero eso era sencillamente imposible. A lo mejor se había tratado de una alucinación auditiva. Aimee la odiaba.
—¿Estás sorda, Lux? —preguntó Aimee al ver que Lux no respondía—. ¿Quieres quedarte a pasar el rato?
—Ah, sí, claro. Me encantaría —dijo Lux, que se había visto ese episodio del
Howdy Doody Show
como mínimo un millón de veces.
Mientras bajaba en el ascensor, Margot y Brooke hablaron de Aimee y Lux. Y en cuanto Lux se reinstaló en su dormitorio, ella y Aimee empezaron a hablar de Brooke y Margot.
—¿Entonces tú crees que Brooke debería casarse con un hombre que no quiere tener relaciones sexuales con ella?
—Hay casos peores, como pedir el divorcio estando embarazada.
—Sí, ¿cómo lo llevas?
—Bueno, hice una llamada a Tokio. Y llamé a su agente. Y los dos me confirmaron que habían recibido los documentos. Los primeros no dicen nada excepto que he solicitado el divorcio. Se supone que simplemente tiene que responder diciendo que ha recibido mi demanda.
—¿Y?
—Ni una palabra. Recibí un mensaje en mi contestador automático que no tiene nada que ver con la realidad. No hace referencia al hecho de que creo que es un capullo inútil y que quiero que salga de mi vida. Aunque ¿cómo responde uno exactamente a ese tipo de información?
Lux y Aimee se rieron. Lux le estaba cogiendo el tranquillo al sarcasmo y a la ironía de Aimee. Su descubrimiento de la palabra «sardónico» la hizo sentirse más cómoda hablando con Aimee. Aimee le habló a Lux de los días de vino y rosas de sus primeros años de matrimonio, de lo feliz que había sido y lo enamorada que había estado. Lux contó a Aimee que su hermano, que estaba en Utah, se había casado con una mujer que sólo tenía un brazo y parecían muy felices juntos. Hablaron sin parar mientras la noche se iba volviendo más fría y silenciosa.
—¡No jodas! —fue la respuesta entrecortada de Lux cuando Aimee admitió que consideraba que Lux podía tener talento como escritora.
—¡Madre mía! —dijo Aimee con un grito ahogado cuando Lux le relató la historia completa sobre la noche que aceptó 50 dólares por hacerle a un extraño una mamada porque creía que necesitaba desesperadamente el dinero para un vestido de fiesta.
—¿Te lo puedes creer? Yo estaba muerta de miedo y tan aterrorizada de perder a ese perdedor, que hice todo lo que tenía que hacer para estar más guapa en la fiesta que mi amiga. Un baile del instituto. Y en ciertos aspectos, no fue tan malo como pensé que sería. Quiero decir que el chico era más bien joven, y estaba limpio, y no me pegó ni me hizo daño, pero estaba esa mezquindad en la forma de tocarme que hirió mis sentimientos.
Lux nunca le había contado a nadie esa historia. Desde luego a Jonella no. Ni siquiera a tía Fulana. Y aquí estaba contándosela a una mujer a la que ni siquiera caía bien. Quizá fuera por eso, porque Aimee ya tenía mala impresión de Lux, con lo cual no iba a empeorar la relación. «Que me llame puta si quiere —pensó Lux—. Ya hemos pasado por eso antes.»
—Así que después de esa noche tuve que huir, ya sabes, para separarme de mi familia, porque creo que ya estaba bien de hierba y cerveza. Y sé que sólo se trataba de hierba y cerveza, pero es que no paraban, y me estaban nublando las ideas y era como que me estaba perdiendo, no podía, quiero decir, no era capaz de razonar las cosas en condiciones. Así que tuve que alejarme de ellos. Por suerte nunca se dieron cuenta, porque me quieren y les habría dolido que ya no pudiera seguir con ellos.
Aimee se quedó un rato en silencio y luego dijo:
—Lo siento mucho.
—Joder, no fue culpa tuya.
—No, lo digo por... Mmm, ¿por qué lo siento? No sé. Supongo que siento que lo pasaras mal.
—Bueno, nadie me obligó a hacerlo. Solía sentirme mal, como si me hubiera ocurrido algo trágico y entonces me sintiera mal, como avergonzada de haber hecho algo terriblemente repugnante. Desde entonces, empecé a lavarme los dientes muchísimo más.
—¿En serio?
—Desde luego, durante varios meses estuve totalmente obsesionada con la higiene bucal.
—Cuentas buenas historias, Lux.
—¿Tú crees?
—Claro que sí.
—Porque, para mí, mi vida es un error estúpido detrás de otro.
—Bueno, ya. Para mí la mía también. Pero no todos los días.
Esa idea, que alguien tan limpio y con tanto éxito como Aimee también cometiera errores y tuviera deseos, arraigó en Lux y empezó a crecer conforme hablaban. Hablaron de la propiedad inmobiliaria. Hablaron de trabajo. Hablaron de ropa. Hablaron de sexo.
Hablaron de películas y de sus madres. Estuvieron hablando hasta que Aimee empezó a farfullar, y después de que se quedara dormida Lux siguió hablando consigo misma.
Cuando salió el sol, Lux se dio una ducha rápida. Se lavó la cara y se recogió el pelo húmedo con uno de los pasadores de Aimee. Luego salió a la calle en busca de café y desayuno. Bajando por la avenida, Lux vio su imagen reflejada en el cristal de una tienda. Tenía el aspecto cansado de haber estado toda la noche despierta. Se sorprendió al ver su pelo liso y su bonita cara limpia, y llevaba una indumentaria realmente ridícula, pero, aun así, esa mañana Lux se sintió mejor de lo que se había sentido en todos los años de su vida.
Serpiente o conejo
Brooke sintió que empezaba a palidecer y de repente no pudo sostenerse en pie. Se dejó caer sobre el sillón de orejas con tapizado de cuero color burdeos que había en el estudio de Bill.
—Lo siento Brooke, pero es cierto —dijo Bill, y entonces reiteró la fría y dura realidad que había provocado que la sangre abandonara las mejillas de Brooke y que sus piernas perdieran las fuerzas—. Desde que te fuiste, no he pensado en otra cosa que en qué podemos hacer para que la relación funcione. Necesito cambiar. Y por fin me he dado cuenta. No soy homosexual. No soy heterosexual. Simplemente soy asexual. El sexo ha dejado de tener valor para mí.
—Bill —dijo Brooke—, o estás muerto o bien estás mintiendo. Aún eres joven y sexy, y estás sano. ¿Cómo puedes decir que el sexo no es importante para ti?
—No le doy ningún valor —dijo Bill.
—A veces cuando me masturbo utilizo la imagen de ti desnudo para excitarme —admitió Brooke—. No puedes tener tan buen aspecto y estar tan muerto. Quizá deberías dejar tu trabajo y volver a París.
—¿Vendrás conmigo?
Brooke se lo pensó un momento.
—¿Quieres que me traslade a París por tu vida sexual? —preguntó.
—No puedo vivir sin ti —dijo, y entonces se giró mientras las lágrimas empezaban a caer de sus pálidas pestañas en su bebida haciendo un imperceptible «glup» que sólo Bill pudo oír. Dejó su whisky echado a perder en el alféizar de la ventana, confiando en que el mayordomo lo descubriría ahí en menos de una hora y lo llevaría de vuelta a la cocina.
—¿Estás enfermo? —preguntó Brooke—. Quizá haya un urólogo mejor.
—Estoy bien —dijo Bill dirigiéndose hacia el armario, y sacó con la mano derecha otro vaso de whisky mientras con la otra levantaba la botella y lo llenaba—. No me pasa nada. Ayer me hicieron un reconocimiento médico completo. Todo marcha bien. Reboso de salud. No tengo enfermedades genéticas. Si tuviéramos un hijo ahora, rondaría los sesenta años cuando se graduara del instituto, y tengo mucho tiempo por delante para ser padre. Creo que seré un gran padre. Y tú serías una gran... ¡ay!
Con el whisky en la mano, Bill se giró hacia Brooke y la encontró sentada desnuda en su sillón de orejas de cuero burdeos. Tenía las piernas cruzadas por los tobillos y aún seguía bebiendo el cabernet que le había servido.
—Ah, mira —empezó a decir Bill apartando la mirada—, he imaginado que si tuviéramos un niño, haríamos esa parte en la consulta del médico.
—No, lo siento —dijo Brooke descruzando los tobillos y volviéndolos a cruzar, recatada a pesar de su desnudez—, yo no tengo fantasías en consultas médicas.
Brooke empezó a jugar distraídamente con su pezón como si fuera un botón de alguna de sus rebecas de cachemira. Bill permaneció inmóvil. No hubo interés. No hubo erección. Lo más aproximado a una respiración alterada fue un suspiro profundo y triste.
—No quiero tener relaciones sexuales, Brooke. El sexo, a lo sumo, sólo sirve para definir mi soledad —dijo Bill sin dejar que la tristeza se reflejara en su voz—. Prefiero desecharlo de mi vida.
Brooke llenó de aire sus pulmones y luego lo dejó salir lentamente. Recogió sus braguitas de la alfombra, donde las había dejado rápidamente, bajo el sofá. A las braguitas le siguieron el sujetador, los pantalones y la camiseta. Mientras volvía a ponerse su chaqueta, le dijo a Bill que tenía un serio problema, y que este problema en concreto no podía seguir siendo suyo también.
—Es porque tu amiga Lux dijo que era gay —comentó sin malicia.
—No —dijo Brooke—, es porque me merezco algo mejor que esto. Tengo cuarenta años. Llevo una vida estupenda y quiero un hijo. Estaba planteándome hacerlo yo sola, pero aquí estás tú. Guapo, inteligente, tierno. Me quieres y yo creo que serías un gran padre si no fuera por el hecho de que eres muy raro en lo relativo al sexo. Tiene que gustarte el sexo para que haya equilibrio. Y desde luego yo no quiero esa clase de rechazo personal en el entorno de mi hijo. Y verdaderamente, Bill, creo que tampoco lo quiero para mí.