El club erótico de los martes (27 page)

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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

Él abrió su cartera y puso en su mano treinta dólares. Era casi suficiente para coger un taxi que la llevara a casa de su madre, pero siguió ahí y pidió más. Le puso otros veinte en la palma, pero ella no cerró el puño alrededor del dinero ni se fue. Añadió otros dos billetes de veinte.

—Más —dijo.

Trevor plantificó uno de cincuenta sobre la pila de billetes, pero eso no aplacó la furia de Lux. Otros dos de cincuenta y tres billetes de cien dólares. Ella siguió mirándole fijamente.

—Eso es todo lo que tengo en la cartera, Lux.

Se imaginó arrastrándolo al cajero automático y obligándolo a sacar todo el saldo disponible, pero puede que para entonces empezara a temblar, y no quería que él lo viera. Así que cerró la mano alrededor del dinero, taconeó hacia la puerta principal y le agarró del paquete al salir de su piso. «Que te jodan, Trevor», quería gritarle, pero, dado que apenas podía respirar, no quería arriesgarse a chillar.

Quinientos cuarenta dólares de Trevor cayeron densos en su bolsillo, y Lux se preguntó si tía Fulana habría sentido tantísima rabia con todos sus clientes. Bajó a la calle e intentó encontrar un taxi, pero en el tranquilo barrio residencial de Trevor había poco tráfico a esas horas. Lux caminó hacia la esquina, sintiéndose de repente incómoda con sus zapatos de tacón de aguja y el pequeño conjunto de colores vivos que se había puesto para encender la pasión en su viejo amante. El mundo aparecía silencioso y desierto, y Lux se precipitó hacia las luces de una calle principal.

Eligió una cafetería concurrida con una camarera que llevaba demasiado maquillaje, el tipo de chica que parece que conduce el autobús de vuelta a casa de madrugada.

—¿Está buena la sopa de guisantes? —preguntó Lux, con la nariz hundida en el menú.

—Si te gusta espesa con mucho jamón... —le confirmó la camarera.

Lux levantó la mirada, revelando a la camarera la oscuridad de unas delatoras marcas de rimel, el símbolo occidental por excelencia del fracaso en una cita.

—¿Qué tal un café? —preguntó Lux.

—¿A estas horas? —le advirtió la camarera—. Te vas a poner nerviosísima. Puedo hacerte crema de huevo.

—Mi hermano solía llevarme fuera a comer cremas de huevo cuando mi madre estaba demasiado enferma para cocinar. Me decía que se hacían con huevos y que eran buenas para la salud.

—Son buenas —confirmó la camarera—. ¿Quieres una?

—Nah. Sólo la sopa. Pero gracias.

Lux devolvió la carta. La camarera hizo el pedido rápidamente y trajo la sopa acompañada de pan caliente, mantequilla y una caja de pañuelos. Quería decir a su bonita clienta con ojos de mapache que, fuera lo que fuera él, no merecía la pena. Eran muchas las historias que las camareras podían contar sobre amores perdidos y hombres atractivos que eran auténticos cabrones.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras le ponía el pan.

—Lo estaré.

—Sí.

Lux pasó el papel blanco áspero por sus ojos y lo dejó ahí haciendo presión, permitiendo que el fino pañuelo blanco absorbiera las lágrimas que pugnaban por caer mientras arrastraban más maquillaje de sus ojos, haciendo que se deslizara por su rostro. «Si la vida va a ser así de dura —pensó Lux—, voy a tener que hacerme con un lápiz de ojos resistente al agua.» Y entonces soltó un hipo de risa que hizo que le brotaran más lágrimas. Mocos y rimel fluyeron en sus frágiles pañuelos hasta que finalmente Lux se levantó y se encaminó al cuarto de baño.

Sentada en la taza del váter, Lux intentó decidir qué hacer y a dónde ir. Fue capaz de imaginar con facilidad la escena entera con Jonella. Qué diría ella y cómo se reiría de que Lux se viera abandonada por primera vez; cómo gritaría de alegría ante el puño lleno de dinero.

«Dame un poco —le pediría Jonella—. Vamos a comprarnos ropa y a pillar maría. Nos vamos a una discoteca. Venga muñeca, ésta es la recompensa final. Vamos a jugar.»

Lux tachó a Jonella de su lista. No tenía ganas de jugar; le había perdido el gusto a las drogas en el colegio. Tenía la intención de gastarse el dinero de Trevor en un nuevo fregadero para el próximo apartamento.

Si se lo decía a Carlos, se pondría tierno, pero sólo para poder enrollarse con ella. Si iba a casa, los fantasmas que habían sido su familia, unos porreros viejos y cansados que bebían cerveza y fumaban maría contemplando un programa de telerrealidad, la mirarían fijamente y dirían algo que podría lindar con el consuelo o la filosofía, eso siempre que consiguieran pronunciarlo de forma inteligible. Todas esas personas la querían, y Lux sentía ese amor como si fuera veneno. Así que, sentada en el váter de la cafetería, levantó la tapa de su móvil y llamó a Brooke.

23

Queso y compasión

«
Rrrrrrring
», cantó el teléfono móvil de Brooke desde el interior de su minúsculo bolso de noche. Bill la miró a través de las sábanas. Estaban tumbados desnudos en su cama, cogidos de la mano y hablando de todo excepto de lo que él necesitaba contarle realmente, cuando sonó el móvil de Brooke. Se apoyó sobre el pecho desnudo de él para coger el móvil.

—¿Hola...? —dijo Brooke, intrigada sobre quién llamaría a esas horas—. ¿Lux? No, sí, claro que me parece bien que llames. Dije a cualquier hora, sí.

—¿Conoces a alguien llamada Lux? —preguntó Bill.

—¡Shhh! ¿Qué pasa? ¿En serio? Mierda. Vaya. Lo siento. Sí, no, me encantaría que te pasaras, pero no estoy en casa.

—¿Se llama realmente Lux?

—¡Shh! No, estoy en casa de un amigo. Pero tengo coche, bueno, es el coche de mi madre, y puedo ir a recogerte.

—Puedes traerla aquí —dijo Bill—. Prepararé un poco de queso. Quiero decir, si su nombre es realmente Lux. ¿Quién llama a su hija Lux? A lo mejor sus padres son profesores de latín. ¿Es francesa? ¿Qué aspecto tiene? ¿Es interesante? ¿De dónde es?

—¡Shh! Escucha, estoy en casa de mi amigo Bill. Vive en el número ocho de la Quinta Avenida. ¿Puedes venir aquí? El ático. Ah, y tendrás que decirle al portero que vienes a visitar al honorable Bill Simpson. Es muy estricto, sobre todo después de media noche, pero le dejaré tu nombre para que te permita subir. Pareces muy afectada. No, claro que me viene bien. Nah, no estábamos haciendo nada. Dije a cualquier hora, ¿vale? Así que ven. Bill dice que preparará algo de queso.

—Queens —dijo Brooke cuando cerró la tapa de su móvil.

—¿Conoces a gente de Queens?

—Sólo a una persona, y está de camino, así que vístete.

Cuando dijo que prepararía queso, Bill Simpson realmente se refería a que sacaría una selección de quesos, con galletas saladas, un poco de paté sobrante y salmón ahumado en una bandeja de plata con servilletas de tela. Se asustó cuando Lux, con su falda demasiado corta y demasiado chillona, atravesó el espléndido suelo de parqué que había heredado de su abuela.

Cuando Lux salió del ascensor y se detuvo delante de una serie de enormes puertas de caoba teñidas de color rojo sangre y cubiertas de barniz muy brillante, pensó que sin duda estaba en el lugar equivocado. Llamó al timbre y oyó a Brooke desde el interior diciendo: «Está abierto».

Lux entró en casa de Bill Simpson y miró a su alrededor. Abrió los ojos de par en par con asombro. Esto no era un apartamento, sino la oficina principal de algún banco central. Un cuadro enorme pintado por Brooke estaba colgado en la entrada. La obra representaba a dos hombres vestidos con un terno que estaban sentados en extremos opuestos de un sofá grande y bonito. Un spaniel tumbado sobre la alfombra miraba con ternura al señor que estaba sentado a la derecha. El señor de la izquierda estaba acariciando a un gato dormido, acurrucado en su regazo. Los dos apuestos hombres estaban sentados con rectitud y perfección, separados por un océano de tapicería refinada.

—¿Te gusta mi cuadro? Es mi favorito —intervino Bill alegremente cuando pareció que Lux nunca iba a dejar de mirar el lienzo.

—Ésta es tu casa —dijo Lux como en una declaración, mirando aún el cuadro.

—Sí, ahora sí.

—Y este cuadro lo elegiste tú. ¿O lo pintó Brooke para ti?

—Lo compré en una de sus primeras exposiciones. Me enamoré de él. ¿Cómo has sabido que lo había hecho Brooke?

—Bah —dijo Lux, que seguía mirando fijamente el cuadro. La firma era demasiado pequeña para poder leerse desde donde estaba Lux, pero tras varias visitas al estudio de Brooke, Lux reconocía a la perfección su estilo.

—¿Qué te parece? —preguntó.

—Yo no sé nada de pintura, salvo que el beis le gusta a más gente que el lila, lo cual es un disparate, pero creo que uno debería vivir en un sitio donde se sintiera realmente cómodo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Bill recorriendo con la mirada su suntuosa casa.

—No, si es muy agradable —dijo Lux—, pero todos los tíos gays de mi instituto sueñan con mudarse a Greenwich Village, ¿sabes?, o al sitio ese en Rhode Island. ¿O está en Cape Cod?

—En Cape Cod —dijo Bill conforme se le secaba la boca.

—Ah —dijo Lux.

No pretendía ponerlo a prueba, pero el hecho de que Bill hubiera sabido inmediatamente que se estaba refiriendo al enclave gay de Provincetown le confirmó a Lux que Bill era homosexual o bien clarividente.

Como juez, Bill Simpson estaba entrenado para no mostrar sus pensamientos, así que sólo miró a Lux, que le devolvió la mirada. Brooke, que estaba de pie en la escalera contemplando el desarrollo de la escena, empezó a reír.

—Bill no es... —dijo Brooke, pero los engranajes de su cerebro ya habían empezado a dar vueltas— gay, Lux.

La mente de Brooke estaba procesando. «Lux acaba de llamar a Bill homosexual —pensó Brooke—. A la próxima le llamará cócker spaniel.»

—¿No lo es? ¡Ahí va!, lo siento. Yo... Dios... supongo que no he conocido muchos hombres que tengan... eh... no sé, un aspecto tan cuidado como el tuyo. Y... bueno... que al estar de pie se pongan tan rectos como tú —balbuceó Lux, sintiendo como si hubiera entrado con caca en los zapatos. Caca de verdad, no imaginaria. A juicio de Lux, el chico de Brooke era gay.

—No te preocupes —la tranquilizó Bill.

—Ah, vale —le dijo—. Soy Lux.

—William Bradley Simpson IV, quiero presentarte a Lux Kerchew Fitzpatrick —dijo Brooke, preguntándose qué otras observaciones pintorescas podrían surgir si la chiflada de Lux analizara al estirado y conservador Bill. ¿Bill gay? Qué raro que Lux dijera semejante cosa.


¿Lux et Veritas?
¿Tu padre estudió en Yale? —preguntó Bill.

—No —dijo Lux.

—¿Tu madre, entonces? —preguntó.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Fue a Yale?

—No. Es de Nueva Jersey, pero se graduó en el instituto Thomas Jefferson de Brooklyn porque se trasladaron allí cuando mi abuelo murió, pero todavía se considera una chica de Nueva Jersey. Raro, ¿eh?

—Mmm, sí.

—Oye, ¿tú sabes lo que significa la palabra
lux?
—preguntó Lux.

—Sí —dijo Bill alegremente, esperando a que lo dijera.

—¿Qué significa?

—¡Ah! —se rió Bill, que no se lo esperaba—. Significa «luz» en latín. Y la frase latina
Lux et Veritas
significa «luz y verdad». Es el lema de mi antigua universidad, Yale. Por eso pensé que a lo mejor tu padre también había estudiado allí.

—Él también fue al Thomas Jefferson.

—¿Y Kerchew? —continuó Bill con la educación heredada de su abuela— ¿Es un apellido?

—Es el sonido de un estornudo —dijo Lux distraídamente, posando la mirada en los otros cuadros y en los libros alineados en las paredes de la habitación contigua.

Bill, sorprendido, la acompañó al cuarto de estar y le ofreció zapatillas cómodas, un albornoz y una crema hidratante realmente buena para paliar la irritación provocada por los pañuelos baratos y las lágrimas.

Se acomodaron en la cocina y Lux reveló la historia. Comenzó en orden cronológico inverso, con el abandono seguido por el mal sexo y los documentos jurídicos. La secuencia de hechos quedó alterada cuando Lux habló a Brooke y a Bill de Carlos, Jonella y las propiedades inmobiliarias de tía Fulana. Bill se quedó boquiabierto cuando Lux le enseñó su dedo meñique aún destrozado. Brooke la cogió de la mano y le dio la razón en que Trevor había sido un auténtico cerdo con ella, aunque no mencionó que también comprendía el punto de vista de Trevor.

—Puedes encontrar otro trabajo de mierda —dijo Bill mientras untaba en una galleta salada un poco de queso brie y se la daba a Lux—. Pero también tienes que pensar más allá de eso. Deberías plantearte sacarte un título universitario. La educación es muy importante si quieres conservar el dinero. Y puede que quieras diversificar tu cartera. Quiero decir que la propiedad inmobiliaria es una buena opción, pero si el barco se hunde, toda la carga está en él.

—Ay, llevas toda la razón —dijo Lux—. Pero digamos que quieres comprar algo como acciones, ¿vale? Quiero decir, ¿cómo eliges una? Y luego, ¿quién se queda con tu dinero y cómo se lo das?

«Toda Cenicienta necesita un hada madrina», pensó Brooke mientras Bill le explicaba los fundamentos para entablar relaciones con una agencia de valores. Bueno, madrina no, padrino. Y entonces se planteó por qué habría sentido la necesidad de corregirse por esa alusión cultural perfectamente razonable
{11}
. Brooke escuchó a Bill mientras éste empezaba a hablarle a Lux sobre el enorme ático que había heredado de su abuela, sobre los orígenes de la artesanía en madera y sobre las baldosas de importación y los muebles ingleses de la biblioteca. Brooke estaba sorprendida de oírle contar a Lux cómo le deprimían las habitaciones, cómo le gustaría vivir en algún lugar sin portero que anotara todas las idas y venidas. Brooke intentó concentrarse en Bill y en Lux en tiempo presente, pero su cerebro estaba reproduciendo y reanalizando cada cosa erótica que Bill había dicho o hecho.

—Sí, he visto algunas buhardillas del centro. Son bonitas, pero están totalmente fuera de mi alcance —le estaba diciendo Lux a Bill—. Me estoy centrando en apartamentos pequeños que necesitan reforma. Yo puedo encargarme de que se haga, pero me da miedo verme atrapada con una hipoteca enorme si un inquilino, ya sabes, me deja totalmente tirada. Mi abogado dice que debería atreverme porque puedo pedir un préstamo avalado por mis propios valores, pero no sé, parece demasiado arriesgado. ¿Sabes a qué me refiero? Como una pirámide que podría derrumbarse en un... en un suspiro.

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