—No pretendemos castigar a nadie, sólo proteger al bufete de una publicidad perjudicial y juicios costosos.
—Quiero el dinero —empezó a decir Lux—, pero Trevor se queda. Yo lo dejo. Él conserva su estúpido trabajo y yo marco el dos y el cuatro.
—No, el trato es 15.000 dólares —le informó Margot con arrogancia.
—Sí, 15.000. Dos y cuatro significa que yo siempre sé cómo se marcan los tiempos, Margot.
Margot encontró curioso estar sentada en una cocina naranja y rosa rodeada de una colección del más puro estilo
kitsch
y recibiendo correcciones de Lux Fitzpatrick. Quizá fuera sólo que le estaba afectando el humo proveniente de la habitación contigua.
—¿Estamos hablando de música?
—Sí, gente sin ritmo, por así decirlo. Estas personas tienden a dar palmas en el primero y el tercero porque no pueden sentir que el ritmo recae en el segundo y el cuarto. Ya sabes, tiempos, porque estamos hablando de música, ¿de acuerdo?
—No sabía eso.
—Pues ahora ya lo sabes.
—Gracias.
Lux asintió con la cabeza.
—Devuélveme el favor y explícame por qué es bueno coger prestado dinero del valor de tu casa —ordenó Lux.
—Ah, vale. El dinero es bueno; es una herramienta y es tu dinero y debes hacer uso de él. No lo dejes estancado, hazlo funcionar. Si tienes un martillo y lo guardas en un cajón cerrado con llave, de poco te sirve.
—¿Cómo lo consigues? ¿Cómo haces que esté disponible?
—Pides otra.
—¿Otra qué?
—Hipoteca.
—¿Y si no habías pedido ninguna antes?
—Bueno, entonces estás en muy buena situación. Lo más probable es que cualquier banco te dé una línea de crédito si tienes una propiedad que es enteramente tuya.
—Entonces consigues lo de la línea de crédito en un banco. Cuando vas al banco, ¿qué quieren saber sobre ti? Vamos, de la persona que va a recibir el dinero.
—Todo.
—Ah —dijo Lux desanimándose.
—Quiero decir, todos los detalles económicos. No tus asuntos personales.
—¿Se necesita un trabajo?
—Tenerlo ayuda. Pero si la propiedad vale lo suficiente, puedes conseguir un préstamo sin aportar ingresos.
—Ya veo.
Lux se levantó, dando por concluida la reunión.
—Gracias por venir.
Las manos de Margot revolotearon sobre su maletín y sus papeles conforme se levantaba de la mesa de fórmica. Se estaba acostumbrando al hedor, y sintió una urgencia repentina de analizar cada una de las madonnas que brillaban en la oscuridad, pero Lux ya estaba abriendo la puerta principal.
Margot se levantó de su asiento y siguió a Lux hacia la entrada. No quería irse. Quería echar un vistazo por el salón para ver a las bolas de masa que reposaban delante de la televisión. Quería adentrarse en la habitación que tenía Lux de pequeña y ver si todavía había pompones de animadora colgados en las paredes. Lux abrió la puerta y acompañó a Margot fuera de la casa.
—¿Qué vas a hacer con lo del trabajo?
—Encontraré alguno.
—¿Haciendo qué?
—No sé.
—Me encargaré de que el señor Warwick te escriba una buena carta de recomendación.
—Como veas. Te dejaré un mensaje de voz con el número de teléfono de mi abogado. Puedes enviarle por fax el contrato de exención de responsabilidades y por correo certificado el cheque. Quince mil; Trevor se queda. Yo me voy. Aimee se va a emocionar, estoy segura —dijo Lux de pie en el porche de la entrada.
Margot asintió con la cabeza y no dijo nada. «¿Cuándo se había convertido Lux en una mujer, y en una mujer de negocios? ¿Cuándo había contratado a un abogado?» Margot miró a Lux de pie en la puerta. El mismo pelo mal cuidado. La misma ropa mala. Lux se dio la vuelta y entró de nuevo en la casa.
—Ven a comer conmigo —gritó Margot por el cristal de la puerta. Lux se giró y la miró como si estuviera loca. Margot aumentó su oferta.
—Si vienes a comer conmigo te contaré todo sobre el interés compuesto.
—Ya me lo explicó Trevor —dijo Lux riendo mientras cerraba la puerta. Un segundo después salió otra vez—. Y si tanto quieres a Trevor, ¿qué haces que no le estás salvando el culo en este asunto? —preguntó Lux.
—No le quiero —empezó a mentir Margot, pero entonces cambió de dirección—. ¿Cómo sabes lo que siento por Trevor?
—¿Qué te crees que soy, una piedra? He estado sentada en la sala de reuniones y he oído todas tus historias sobre Atlanta Jane y su hombre, que se parece tanto a Trevor. Te conozco porque sé cómo te gusta hacerlo. Y quieres hacérselo en los muebles de su casa. Pero ahora ya no puedes, porque me he adelantado. Así que, si le quieres tanto, ¿cómo es que soy yo la que se encarga de protegerle?
—No es... ya sabes... no es mío el bufete. Ni siquiera soy socia. Yo sólo trabajo allí. Y tengo que preocuparme de mi propio trabajo.
Lux miró fijamente a Margot y movió la cabeza con desaprobación. Entró en casa de su madre y, aunque Margot siguió ahí, esperando que ocurriera algo más, Lux no volvió a salir.
Putas
«He hecho lo que he podido, Trevor. He ido a buscar a Lux, he negociado con ella y la he convencido de que deje su trabajo para que tú puedas conservar el tuyo. Fue difícil. Quiero decir, que realmente quería trabajar con nosotros, pero me las arreglé para convencerla de que sería más fácil para ella encontrar un nuevo trabajo que para ti empezar de nuevo. Al final, tuve que ofrecerle 15.000 dólares, pero finalmente firmó y ahora está aquí detrás. Así que bájate los pantalones y hazme el amor ahora mismo.»
—No puedo decirle eso —resolló Margot.
—Se acerca a la verdad —rebatió Brooke—. Fuiste en coche a Queens, le salvaste el culo, le sacaste de problemas y le costó a la compañía 15.000 dólares.
—Firmó de buena gana y dejó su trabajo sin que yo tuviera siquiera que sugerírselo. Fue todo muy... ¿cuál es la palabra?
—¿Extraño? —sugirió Aimee, tumbada sobre su espalda.
—Honorable. Pero en parte también fue extraño, teniendo en cuenta la casa y los zombis que estaban en el sofá. Tía, Lux vive en la casa de la risa.
—¿Crees que es lesbi? —preguntó Brooke con optimismo.
—No —dijo Margot—. Claramente hacía el amor con Trevor y parecía disfrutarlo. Y mucho.
—¿Y no puede ser que de vez en cuando le vaya el otro rollo? —volvió a preguntar Brooke.
—No dio ninguna señal al respecto, aunque no estuvimos hablando de sexo. Bueno, no estuvimos hablando sobre más sexo, sólo el que ya ha tenido con Trevor y cómo afecta eso a su situación laboral.
—¿Qué va a hacer por dinero? —preguntó Aimee desde el calor de su acogedora cama. Llevaba semanas metida en la cama y se había perdido todo el titular de «Lux pega a Trevor» en el trabajo.
—Vivir en su casa, supongo, y ay, Dios mío, no te creerías cómo es la casa de su madre. Estaba decorada con lo que yo llamaría la «Escuela de arte disparatado para niños». Cada pared es de un color diferente, y tiene esas colecciones de juguetes viejos y arte
kitsch
por todos lados. ¡Es tan significativo! Con razón viste como viste. Se crió en un espectáculo para niños chiflados. ¡Dios mío! ¡El olor a pis de gato y marihuana que emanaba de la cocina de su madre era insoportable! Me maravilla e impresiona que haya llegado hasta aquí.
Margot y Brooke miraron involuntariamente a Aimee.
—¿Qué? —preguntó Aimee.
—¿No te importa que hablemos de Lux?
—¿Por qué iba a importarme?
Se diera o no se diera cuenta, Aimee había impuesto que Brooke y Margot evitaran a Lux o, al menos, que lo simularan. Y aunque ya eran lo suficientemente mayores como para no someterse del todo a su voluntad, ninguna de las dos hablaba de Lux con Aimee.
Aun así seguían en contacto con ella. Margot necesitaba llamarla por cuestiones laborales y deseaba hacerlo por motivos personales. Brooke invitó a Lux a Croton-on-Hudson, al chalé de sus padres, para hacerle un retrato. El retrato requeriría varias sesiones y Brooke esperaba que siguieran siendo amigas. Las mujeres estaban lo bastante creciditas para hacer lo que quisieran, pero no tenían valor para sugerir que incluyeran a Lux en sus agradables e ingeniosas tertulias junto a la cama de Aimee.
Intentaban visitar a Aimee al menos una vez al día. Brooke y Margot se presentaban en el piso de Aimee con provisiones de comida, DVD y buen humor. El martes por la tarde trajeron el club erótico de los martes.
—¿Quién quiere empezar? —preguntó Margot.
—Yo —dijeron Brooke y Aimee al mismo tiempo.
—No, no, tú primero —dijo Brooke—. Lo mío es sólo una cancioncilla que me inventé el viernes pasado en el metro.
Aimee desdobló su manuscrito. Era imposible utilizar el ordenador tumbada de frente en la cama, así que había escrito su relato a mano. Echó mucho en falta el corrector ortográfico. Después de tantos años tecleando descubrió que ya no recordaba cómo escribir en cursiva. La posibilidad de imprimir le había entumecido las manos, y desde luego borrar era un coñazo. Al final, tachó las partes que no le gustaban y, al releer su manuscrito, se dio cuenta de que el resultado no distaba mucho de la pinta que tenían los textos de Lux.
Estoy de pie en la puerta
—leyó Aimee. Tumbada sobre su espalda, sujetaba el papel por encima de su cabeza—.
Él pone el dinero sobre la mesa y yo empiezo a hacer todas esas cosas que parecen amor pero que en realidad son sólo cuestión de dinero y supervivencia. Llevo un vestido que apenas me tapa. Es fácil de quitar y disimula bien las manchas. Ya ha estado aquí otras veces, así que más o menos sé lo que le gusta. Espero a que me diga que me quite el vestido.
Me dice que le enseñe las tetas, así que me bajo la parte superior del vestido, revelando primero un pecho y luego el otro. Le gusta mirar mis partes por separado. Entera, no valgo nada para él. Le gusta cuando mis pechos se aprietan entre sí creando un voluptuoso escote, así que me los estrecho, cuidando de no tapar los pezones. Le gusta ver los pezones rosas asomando entre mis dedos. Mis pechos son flexibles. No duele.
Se levanta de su silla. Es un movimiento repentino y compulsivo, como si tuviera necesidades muy urgentes que saciar. Agarra mis pechos con sus propias manos y yo pierdo el equilibrio cuando él tira con la boca de un pezón. Me empuja contra la pared, deslizando el resto del vestido por mi cuerpo.
«Son quince más por el trasero», le recuerdo. Asiente con la cabeza y gruñe, aceptando el precio, y promete pagar cuando haya acabado.
«Pon la pasta en la mesa», susurro, apartándole las manos, no vaya a ser que olvide quiénes somos y lo que estamos haciendo. Saca el dinero y lo cuenta sobre la mesa donde yo pueda verlo. ¿Está aliviado? ¿Enfadado? No importa. Vuelve a mí. Empuja mi cuerpo hacia el suelo y me abre de piernas. Ha pagado por el trasero, y va a usarlo.
Aimee dejó de leer. Dejó caer el manuscrito hacia su pecho.
—¿Y luego qué pasa? —preguntó Brooke.
—Bueno —dijo Aimee—, después de escribir esa última frase, me senté aquí en la cama viendo cómo el sol reflejaba sobre la colcha un cuadradito de luz en movimiento. Cuando la luz llegó a mi pecho, llamé al banco y transferí todo el dinero que él me había enviado de nuestros ahorros comunes a mi cuenta privada. Luego llamé a su agente y conseguí el número de teléfono del hotel en el que se aloja en Tokio. A continuación llamé a mi abogado y le indiqué que enviara por fax a Tokio los primeros documentos del divorcio.
Margot y Brooke estaban sentadas en silencio, sin saber muy bien qué decir.
—Para entonces ya eran más de las seis. Y yo seguí tumbada aquí en la cama hasta que de pronto dieron las diez. Creo que estaba esperando a que llegara el llanto. No llegó. No podía moverme. Creo que si hubiera tenido que levantarme e ir a la oficina, no habría sido capaz. Sentía que no podía hacer nada aparte de estar aquí tumbada mirando al techo. Al final probablemente tenga que irme —dijo Aimee—. Del piso, quiero decir. Este lugar es demasiado grande para mí.
—Vaya —dijo Brooke.
—Es por esto —declaró Aimee, agitando su manuscrito en el aire—. Pensé en explorar cómo debía sentirse una prostituta, y ¿sabéis qué pasó?: que ya tenía todos esos sentimientos aquí en mi pecho. Es decir, no soy una puta de sexo, pero sí de amor y afecto. Él me manda dinero para poder tratarme como basura. Así podrá sentirse querido cuando tenga la necesidad de echar mano de una familia. Que le jodan. Yo no soy así.
—Madre mía —dijo Brooke—, a partir de ahora voy a tener mucho cuidado con lo que escriba.
Margot y Aimee se rieron.
—¿Qué tal te sientes ahora? —preguntó Margot.
—Triunfante y también aterrorizada. Aliviada y a continuación asustada. Es como si, ahora mismo, todo fuera bien, pero en realidad no quiero tener al niño yo sola. Cuando le dije a mi madre que le he dejado y que tenía miedo de estar sola, ella me dijo: «Mujeres más débiles han sobrevivido».
—Tiene razón —dijo Margot.
—Sí, pero yo esperaba que dijera algo como: «No estás sola, cariño, papá y yo estamos contigo».
—Yo te ayudaré —soltó Margot.
—Por supuesto, las dos te ayudaremos, Aims —dijo Brooke con dulzura.
Aimee sabía que un bebé recién nacido era un pozo de necesidades tan profundo que casi llegaba al núcleo de la tierra. Temía que si ella y su bebé empezaban a pedir ayuda nunca pararían. Brooke y Margot estaban pensando al mismo tiempo que, si podían llevarle provisiones, también podían llevarle amor.
—Gracias —dijo Aimee—. Creo que estaré bien.
—No, en serio —dijo Margot—, quiero ayudar.
—De acuerdo, pero puede que sea más complicado que deambular por una tienda de juguetes —advirtió Aimee.
—Estamos aquí para lo que quieras —dijo Brooke.
Aimee sonrió y se sorprendió al notar que sus mejillas estaban enrojeciendo y los ojos se le estaban humedeciendo. El mero hecho de solicitar el divorcio la había hecho sentirse llena de fuerzas hasta el instante después de haberlo hecho.
—Bueno, ¿alguien más tiene algo que leer? —preguntó, pasándose la mano por la cara. No quería sentir nada, ya fuera pena o amor. Quería acabar con el dolor que él le había provocado y seguir adelante con su vida.
—Nada comparable a tu gran relato introspectivo —dijo Brooke—, pero he probado a hacer un pequeño poema sobre la masturbación.
—Sorpréndenos —dijo Aimee.