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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

El club erótico de los martes (32 page)

En sus prisas por recoger todas sus cosas antes de que Bill se diera la vuelta, Brooke había empujado uno de sus zapatos hacia el fondo del sofá. Tuvo que tumbarse en el suelo y buscar a tientas entre las motas de polvo para encontrarlo.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Bill.

—Ya lo tengo —dijo Brooke.

—Vale, entonces ya está todo —dijo Bill, como si encontrar el zapato fuera el único problema que tuvieran. De pronto, Brooke se dio cuenta de cuan a menudo usaba Bill la negación como mecanismo de defensa. Acaba de ocurrir algo grave y terrible. Su mejor amiga y durante mucho tiempo amante Brooke le acababa de decir que ya no podía quererle. Pero Bill decidió asimilarlo desde la perspectiva más frívola. Brooke sintió un gran dolor por su viejo amigo.

Bill la miró mientras ponía su exquisito zapato en su estilizado pie.

—Mmm, he reservado una mesa para la gala benéfica de la Asociación de Anemia Drepanocítica que tendrá lugar el mes que viene. Nos lo pasamos bien el año pasado. ¿Vendrás conmigo?

La Asociación había organizado una fiesta estupenda, con buena comida y una banda de música excelente. Atrajo a un grupo interesante de simpatizantes que incluía a artistas. El año anterior estuvieron casi hasta las cuatro de la mañana, y luego habían continuado la fiesta en la casa de algún productor musical.

—No puedo —dijo Brooke—. No voy a presenciar cómo te torturas.

—Brooke, te quiero muchísimo —dijo Bill a pesar de que ella se estaba escapando de su alcance.

—Me has mentido durante veinte años.

—No, yo pensé que se me pasaría.

Permanecieron ahí, entre la intensa y brillante caoba que Bill había heredado de su familia. Permanecieron ahí lo suficiente como para que la luz de la ventana recorriera la alfombra y se posara en uno de los viejos trofeos de golf de plata de ley que había ganado su padre. El trofeo lanzó un intenso destello de luz a los ojos de Brooke, recordándole que era la hora de irse.

—Lo siento muchísimo —dijo Bill casi en un susurro, pero ella lo oyó. Brooke encontró su bolso en el sofá y se dirigió a la puerta.

—¿Amigos? —gritó Bill en cuanto ella se alejó.

—Eso no puedo cambiarlo —dijo Brooke—. Pero deja pasar un mes o dos antes de llamarme.

Brooke dejó atrás las enormes puertas idénticas del apartamento. Decidió bajar por las escaleras en vez de tomar el ascensor. El primer tramo tenía un diseño casi industrial, pero desembocaba en un recargado esplendor marmóreo al llegar a la planta baja. Aun así, desde ambos extremos eran escaleras, y Brooke lo encontró reconfortante. Se despidió con la mano del portero y salió a la calle. Se detuvo un momento ante el edificio de Bill y entonces decidió bajar por la parte sur de la Quinta Avenida, en dirección al parque.

27

Mujer gorda necesita trabajo

Lux Kerchew Fitzpatrick caminó por el sur de Broadway en busca de un bollo y un café. Puede que le llevara un bollo y un café a Aimee. Puede que Bill la llamara y le dijera que había encontrado un trabajo estupendo para ella, algo con un buen salario que le permitiera ahorrar hasta reunir lo suficiente para la compra en efectivo de una segunda vivienda. A lo mejor todo salía bien a pesar de cómo había empezado.

Lux entró en una cafetería cercana a la universidad. Parecía aceptablemente barata, así que se dirigió a la barra y pidió algo de comer.

—Tú estás en mi clase de psicología, ¿verdad? —dijo el cajero mientras registraba el pedido.

—Nah —dijo Lux.

—¿En serio? Pues entonces tienes un álter ego pululando por ahí.

Lux puso la mano inmediatamente en la abertura de su camisa para ver lo que estaba pululando por ahí, si es que había algo. Si se le había salido la teta del sujetador, eso explicaba sin duda la forma en que la estaba mirando el chico. Tal como estaba, sin maquillaje ni laca ni brillo, vestida con atuendos incoloros de chico, Lux no podía imaginar ninguna otra razón para que este chico fuera tan amable con ella.

—¿Quieres los cafés con leche? —preguntó.

—Eh, ¿es que no son capuchinos? Quiero decir, que ya llevan leche, ¿no? —dijo Lux, insegura de sí misma y de la receta del capuchino.

—Ah, sí, es verdad. Perdona. Es que... ay, te pareces tanto a esa otra chica. La de mi clase de psicología. Se llama Mónica, creo.

—Ah. Yo me llamo Lux.

—Ostras. Tuviste que pasarlo mal en el colegio.

—¿Por qué?

—Bueno, porque rima con... con pedos
{12}
.

Lux se rió a carcajadas. No de pensar en cómo su nombre podía utilizarse en un poema guarro, sino de lo rojísimo de vergüenza que estaba el chico por pensar en cómo su nombre podía utilizarse en un poema guarro. Analizó sus ojos y vio que no eran realmente de color avellana, sino más bien marrones con grandes motas verdes.

—Nah —dijo Lux—, tenía hermanos mayores y un novio peligroso. Nadie se metía conmigo. Quiero decir, aparte de los hermanos mayores y el novio peligroso.

—¿Sigue todavía por ahí? El novio peligroso, digo.

—Se le cayeron los dientes —dijo Lux.

La frase se le escapó. Inmediatamente deseó no haberla pronunciado. Dio por hecho que su comentario acerca de la tragedia dental metafórica de su ex novio supondría la desaparición del interés de este pretendiente. En el pasado, los chicos que intentaban tirarle los tejos se sentían atraídos por sus labios y espantados por lo que salía de su boca.

—Yo creo que eso ocurre mucho cuando acaba el instituto —dijo el chico de los cafés, mostrándose de lo más comprensivo—. Quiero decir que yo nunca pensé que acabaría sirviendo capuchinos, pero la universidad es mucho más cara de lo que yo pensaba. Por eso trabajo a media jornada, que es un coñazo, pero es lo mejor que puedo hacer. ¿Qué me dices de ti?

Lux estaba preparada para mentir. Estaba planeando contarle que tenía unos semestres libres, pero que estaba lista para volver en otoño. Le gustaba quien él creía que era, pero antes de que pudiera reinventarse para él, una mujer morena con delantal blanco salió del fondo de la cafetería.

—¡Charlie! —le gritó su jefa, señalando la larga hilera de clientes que estaban haciendo cola detrás de Lux.

Charlie volvió a enrojecer y Lux se apartó para dejarle hacer el pedido a la mujercilla que esperaba pacientemente tras ella. Se quedó a un lado, acabó su capuchino y empezó con el que le había comprado a Aimee. Esperó un rato, con la esperanza de que hubiera algún descanso en la cola y pudiera hablar de nuevo con él, pero la cafetería continuó llenándose. Todas las mesas estaban ocupadas, y Lux no tardó en empezar a sentirse estúpida allí de pie, comiéndose con los ojos a un chico de la barra llamado Charlie. La llamada telefónica le dio un poco más de tiempo. Se quedó cerca de la puerta con el móvil en la oreja, escuchando las explicaciones de Jonella sobre su futuro financiero.

—Podríamos meternos en un trabajo juntas —le estaba diciendo Jonella.

—No sé, Jonella —respondió Lux.

—Chica, si no te interesa el dinero fácil, yo no te voy a obligar. De todas formas, mueve el culo y ven aquí. Voy a conseguir el trabajo, y necesito que hagas algunas cosas.

Charlie estaba mirando hacia otro lado, anotando un pedido. Un segundo después estaba limpiando una mesa. ¿Pararía algún día y la miraría? Se sintió estúpida, así que, dando la espalda a la cafetería, Lux se puso en marcha, cogió el metro y se encaminó de vuelta a Queens para ayudar a Jonella a solventar su crisis financiera.

—¡Estás loca! —gritó Jonella cuando Lux volvió a rechazar su propuesta para su nuevo y brillante futuro—. ¡Deberíamos ser bailarinas de
striptease!
¡Para nosotras sería jodidamente perfecto! Podríamos hacerlo juntas. Vamos, no juntas en el escenario, porque entonces compartiríamos propinas, sino trabajando en el mismo club a la misma hora.

—No sé —suspiró Lux—. Tengo la esperanza de que ese tío gay aparezca con un trabajo de oficina para mí.

—No, tía, tenemos que hacer esto —insistió Jonella.

—No creo que esté bien para mí. Creo que no es ahí donde quiero llegar.

—¿De qué estás hablando? ¿Adónde quieres ir? ¿Te vas de vacaciones? ¿Con qué dinero, nena? El
striptease
es un buen negocio. Las chicas como nosotras necesitan dinero.

—Nah, paso.

Jonella pensaba que Lux era una idiota que no era consciente de la gran oportunidad que tenía delante. Se imaginaba que una vez que Lux viera los beneficios de ser bailarina de
striptease,
lo haría sin dudarlo.

—Pues entonces ven conmigo y ya está —dijo Jonella amablemente—. Ven a darme ánimos, que la primera vez voy a tener un poco miedo. Jonella se va a tumbar, va a ganar pasta, y tú te unes a mí cuando estés preparada, nena.

A su favor, Jonella ya había hecho gran parte de la investigación necesaria para solicitar el trabajo que quería. Se enteró al hablar con una de las chicas que trabajaba en el Tip Top Club de que el baile del
striptease
ya no incluía el acto seductor de quitarse la ropa. Más bien, simplemente aparecía una chica desnuda en el escenario y bailaba. Y esa misma tarde, en la audición, eso fue exactamente lo que hizo Jonella. No realizó la primera fase.

—¿A quién tengo que tirarme para quitarme la ropa? —preguntó Jonella.

Lux fue con Jonella para darle apoyo moral. Le dio la mano y le sujetó la ropa. Lux pensó que su vieja amiga había hecho un trabajo admirable girando desnuda por el escenario, pero el mánager no fue de la misma opinión.

—Mira —dijo el mánager amablemente dándole a Jonella la mala noticia—, una mujer gorda como tú tiene que hacer más cosas aparte de menear su mierda por el suelo. Ven al espectáculo de esta noche y verás lo que hacen mis chicas.

Lux tardó un minuto en darse cuenta de que en realidad el mánager la estaba llamando «vieja». Jonella, al igual que Lux, tenía veintitrés años.

—No eres vieja, muñeca —susurró Lux a Jonella cuando estaban en el vestuario del club de
striptease.

Jonella hizo un movimiento de rechazo con la mano al tiempo que se vestía. Le daba igual que un mánager de un club de
striptease
pensara que era vieja o gorda. Ella sólo quería el dinero.

Esa noche Jonella y Lux volvieron al club para ver lo que hacían realmente las bailarinas en lugar de quitarse la ropa. El mánager reconoció a las chicas y les perdonó el precio de la entrada y el consumo mínimo de dos copas. En el bar se respiraba un ambiente jovial y había tanto hombres como mujeres. Jonella miró el escenario con gran concentración mientras unas chicas casi desnudas adornaban la parte del baile que no era propiamente el
striptease
con trucos y destrezas que incluían lanzarse al público y agarrarse a la barra que estaba en el centro de la pista de baile.

Una mujer se colgó de la barra boca abajo, con los pies al aire. Luego agitó sus hombros para que los pechos se bambolearan. La penúltima bailarina era una chica muy guapa con grandes pechos que apenas hacía otra cosa que bailar desnuda. La última chica, el último número de la noche, era una morena maciza llena de cicatrices que aparentaba unos cuarenta años. Se puso cabeza abajo y expulsó humo de cigarro por la vagina. Recibió una gran ronda de aplausos y tanto hombres como mujeres del público inundaron el escenario con billetes de un dólar sudados y arrugados.

Lux, mientras veía a una hilera continua de mujeres desnudas agitar el árbol de dinero, intentó imaginar lo que diría Charlie El Chico de los Cafés acerca de una bailarina de
striptease
cuyo nombre rima con «pedos». ¿Podría un chico que se ruborizaba así entender cuánto deseaba ella comprar un segundo apartamento? ¿Debería importarle lo que fuera capaz de entender un chico como él? Al final fue la voz solemne de tía Fulana la que se impuso. «Haz lo que te haga feliz», fue siempre el consejo críptico de tía Fulana.

—Tengo que trabajar la fuerza de la parte superior de mi cuerpo —dijo Jonella mientras arrastraba a Lux fuera del club y dentro del metro—. Y tengo que hacerme con unos de esos zapatos. Todas esas tías tenían zapatos buenos. ¿Dónde venderán zapatos de esos?

—Miraremos en la red —le dijo Lux en el tren de vuelta a casa.

—¿Qué red? —preguntó Jonella.

—En Internet. Pondremos en Google «zapatos para
strippers
».

Jonella no tenía ni puta idea de lo que estaba hablando Lux, pero eso no era raro. Por el tono de voz de Lux, parecía que pensaba ayudar a Jonella a encontrar zapatos de
stripper
y que incluso tenía idea de por dónde empezar a mirar. Eso bastaba para Jonella, así que sonrió y asintió con la cabeza.

Lux se figuró que tras este rechazo Jonella olvidaría todo el tema del
striptease,
pero a la mañana siguiente Jonella se presentó en casa de la madre de Lux antes de lo habitual. Insistió a Lux para que la ayudara a iniciar la búsqueda de los zapatos.

—Méteme en la red —dijo Jonella con alegría mientras saltaba sobre la cama que había junto a la de Lux.

—Vale. Vamos a la biblioteca —dijo Lux adormilada.

—¿Tienen zapatos de
stripper
en la biblioteca?

—Sí.

En el ordenador de la biblioteca, Lux en seguida encontró Google, tecleó «zapatos de
stripper
» y aparecieron más de diez páginas de empresas con páginas web que vendían zapatos para
strippers.

—Oye, haz eso otra vez y mira a ver qué viene en «zapatos de
stripper
baratos» —sugirió Jonella asomando la cabeza por encima del hombro de Lux.

«Zapatos de
stripper
con descuento» sólo dio tres resultados. Lux hizo clic en la primera página y fue avanzando para enseñar a Jonella lo que había de su talla. Jonella eligió dos pares que le parecieron apropiados para ella y a continuación procedieron a efectuar el pago.

—¿Tienes tarjeta de crédito? —preguntó Lux.

—Tía, pero si no tengo ni cuenta bancaria.

Lux se quedó un momento pensando y entonces decidió tentar a la suerte.

—Eh... hola, Brooke. Soy Lux —dijo por el móvil.

Le explicó la situación, que ni ella ni Jonella tenían tarjeta de crédito, y que le prometía devolverle el dinero en breve. Brooke estaba encantada de ayudar y, tras salir de la cama y meterse en el ordenador, encontró la página en cuestión y completó la transacción de las chicas. Incluso se compró un par para ella.

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