—Bueno —preguntó Brooke con pereza—, ¿y para qué necesitáis zapatos de
stripper
?
Cuando Lux contó a Brooke que Jonella la estaba intentando convencer de que se hiciera bailarina de
striptease
, Brooke gritó de repente por el teléfono:
—¡No! ¡No lo hagas! ¿Dónde estáis? ¿En la biblioteca pública? ¿Qué biblioteca pública? No os mováis.
—¿Por qué? —preguntó Lux.
—¡Porque voy para allá ahora mismo!
Lux nunca antes había oído gritar a Brooke. Su voz era sorprendentemente potente con un toque gruñón. Jonella dijo que la biblioteca le ponía los pelos de punta, y no iba a estar allí esperando todo el día para ver a una zorra del otro lado del río. Jonella había conseguido sus zapatos y quería aprovechar el día. Al final, Brooke accedió a encontrarse con Lux en casa de Aimee.
—¡Margot! —gritó Brooke cuando Margot cogió el teléfono.
—Hola a ti también —dijo Margot—. Acabo de volver del gimnasio.
—Deja lo que estés haciendo —dijo Brooke—, tenemos que resolver un asunto.
—¿Qué asunto? —dijo Margot, preguntándose si Brooke estaría bromeando.
—Esa tal Jonella está intentando convencer a Lux para que se convierta en
stripper.
Margot tiró su café
latte
por el fregadero y salió corriendo.
*
—¡Pero puede que lo pierda todo! —gritó Lux a sus amigas.
Aimee, Brooke y Margot le repitieron tajantemente que no tenía ni que plantearse convertirse en
stripper
.
—Es un paso hacia atrás —dijo Aimee.
—¡De acuerdo! Punto número uno, el
striptease
va a hacer que te sientas como un trozo de carne —empezó Margot a enumerar todos los aspectos negativos del
striptease
—. Acabas de empezar a ser dueña de tus actos; no vuelvas a venderte por un puñado de mirones. Punto número dos: ese trabajo te tendrá expuesta a personas y cosas que no te convienen. Número tres: vas a tener que gastarte una gran cantidad de dinero en ropa, y, por lo tanto, número cuatro: no voy a darte el dinero que esperas que te dé. Número cinco: Jonella es una tarada. Seis: ese tipo de trabajo te impedirá conseguir trabajos mejores. Siete: es un trabajo nocturno. El trabajo nocturno apesta. Ocho: te hará...
—¡Te hará sentirte mal! —interrumpió Brooke—. ¿Y qué es lo que tanto miedo te da perder que estás dispuesta a hacerte
stripper
para conservarlo?
—Todo mi dinero —dijo Lux—. Gano tres mil al mes con el piso. Si ese inquilino se raja, me quedo sin nada, más los mil pavos mensuales que de pronto se me van en el mantenimiento del piso. ¿Te lo puedes creer? ¡Mil pavos al mes!
—¿Cuánto es el alquiler? —preguntó Margot.
No le cuadraba que Lux estuviera sacando tres mil al mes por un piso de cien metros cuadrados.
—Cuatro mil —dijo Lux.
—Entonces, ¿cuánto es la hipoteca? —preguntó Aimee.
—Bueno, nada —dijo Lux—. Pago en mano. Tengo el dinero.
En el apartamento contiguo, el vecino de Aimee se detuvo y se preguntó por un momento qué estaría sucediendo en el piso de Aimee para que las chicas pegaran semejantes gritos y chillidos.
—¡Lo tienes en efectivo y te preocupa el dinero! —exclamó Margot.
—No sé lo que significa «en efectivo», pero estoy diciendo que tengo el dinero.
—Lux —dijo Aimee—, saca el dinero del piso. Compra dos pisos más. Vive en uno y alquila el otro.
—Pero no tengo suficiente dinero para comprar dos pisos.
—Tienes dinero más que suficiente para pagar la entrada inicial de los dos pisos —dijo Brooke—. Los dos alquileres cubrirán los tres préstamos hipotecarios, y quedará dinero suficiente para ti.
—Lux —dijo Aimee—, ya es hora de que empieces a vivir.
*
Dedicaron el resto de la tarde a disipar las dudas de Lux en lo relativo a deudas y préstamos hipotecarios. Brooke revisó los periódicos desechables que había junto a la cama de Aimee hasta que encontró la sección inmobiliaria. Repasaron los pisos en venta de la zona y señalaron con un círculo algunos para visitar. Ante su insistencia, Lux se matriculó en un curso para adquirir su licencia de propiedad.
—¡Vale, vale! Tienes razón. Aunque no lo use, debería conocer las normas, ¿no? —dijo Lux.
—Exacto —le confirmaron sus amigas efusivamente.
*
Unas semanas después, justo cuando Lux estaba pujando por un par de pisos en el mismo edificio, Jonella la llamó por teléfono.
—Eh, Lux —dijo Jonella por el auricular—, ¿me puedes prestar algo de dinero?
—Pensé que lo estabas ganando en el club.
—Sí, pero gasto mucho.
—¡Dios, Jonella! ¿En qué te lo gastas?
—Joder, Lux, me gasté 200 dólares en ese traje para la primera actuación. Y las chicas como nosotras necesitan dinero, ¿verdad? Y el tema es que ahora mismo estoy sin blanca, y parezco una pordiosera con la ropa que llevo. Salgamos por ahí, nena. Tú y yo, como hacíamos antes.
—Nah, nah, nah —dijo Lux—. No puedo. Estoy con las clases y estudiando el examen.
—Eso apesta, nena. Entonces ¿me prestas dinero?
—¿Para qué?
—Bueno, yo no tengo ningún gran examen que estudiar. ¿Qué culpa tengo yo de que seas estúpida?
Mientras Lux sopesaba la lógica de Jonella, le dijo que no. Jonella creía que Lux era demasiado orgullosa para hacer
striptease
. Se pensaba que Lux seguía recibiendo dinero del «Viejo Pájaro», y consideraba que debía compartir una pequeña parte con ella. Así que Jonella volvió a pedirle, esta vez no tan amablemente. Lux tenía ingresos procedentes de su primer piso, pero ese dinero estaba invertido en su futuro. Tenía una relación con Jonella, pero su futuro estaba en otra parte. Lux cortó a Jonella.
—Tía, no puedo —dijo Lux—. Estoy ahorrando para algo grande. Algo para mí.
Jonella estaba furiosa. Rugió. Maldijo. Amenazó, pero Lux no iba a darle ni un céntimo más. Lux no salía a bailar, comprar o a cenar; ¿por qué tenía ella que pagar las juergas de Jonella?
—Es una inversión de futuro —le dijo Lux.
—Que le den —gritó Jonella—, y que te den. Ya no pienso volver a ayudarte. ¡Y ya no somos amigas, Señoritinga Chupa Chinga!
El viejo mote era sumamente hiriente, sobre todo viniendo de Jonella, que en su día fue su protectora y pegaba a cualquiera más pequeño que ella al que pillara gritando la fea rima. Jonella había sido su compatriota, su cómplice, su colega. «¿Por qué me dice eso? —se preguntó Lux—. ¿No ve que ahora las cosas me están yendo mejor?»
—Tía, ¿te metes? —preguntó Lux, sondeando la posibilidad de que Jonella consumiera algún tipo de droga.
—¡Oye! —gritó Jonella, lanzando un poco de saliva espumosa sobre el auricular del teléfono público que estaba usando—, ¡que no eres mi jefa! Me debes una. Y Carlos también. Consiguió el trabajo ese de pintar la casa, ¡me lo debe! ¡Me lo debes, Chupa Chinga!
Los dedos helados de una fea adolescente oprimieron con fuerza el alma de Lux. Se masajeó la frente, ansiosa por volver a su estudio. Quería llamar a Brooke y hablar con ella sobre los pisos por los que había pujado. Aimee dijo que alquilaría uno de ellos si Lux compraba los dos. Margot quería ayudar a elegir la pintura y los fregaderos para el más pequeño y estropeado de los dos. Conforme Jonella continuaba explicando a gritos y en un lenguaje cada vez más agresivo qué le debía Lux y por qué, iba resultando cada vez más insignificante al tiempo que sus palabras se volvían más ininteligibles.
El mundo de la Señoritinga Chupa Chinga parecía totalmente alejado del mañana de luz y verdad que le esperaba a Lux. Esta luz brillante que recaía sobre Lux procedente de sus ahorros e inversiones estaba cerrando algunas de aquellas viejas heridas. Ella quería compartir esta luz con Jonella. Quería decirle que había una forma mejor de abrirse camino. Lux empezó a explicarle este nuevo mundo tal como ella lo entendía, pero Jonella ya le había colgado.
Alexandra Grace
Los pezones de Annie se estaban endureciendo y presionaban el tejido fino de su bañador. Se dijo a sí misma que era el aire frío que atravesaba su bañador húmedo el que los ponía así, y no el reflejo de los siete últimos meses sin sexo. Annie echó un vistazo a todos los tíos buenos que le estaban sonriendo en el bar. El viento hizo vibrar el agua y por un instante Annie deseó haber traído un chal o una camiseta para ponerse encima, aunque eso estropearía el efecto de las cinco últimas semanas en el gimnasio.
—Vale —dijo Aimee—. Ahora que lo estoy leyendo en voz alta, veo que es una auténtica fantasía. No me he visto los dedos de los pies, y no digamos ya tocarlos, desde hace cuatro meses. Me siento tonta. No puedo leerlo. Lee tú, Brooke. Yo ya he terminado.
—No, no. Léelo, Aimee —dijo Brooke.
—Es bueno —dijo Lux.
—No puedo. Me he descrito como si fuera una belleza —dijo Aimee—. Qué vergüenza.
Margot abrió la boca para hablar, pero Aimee, anticipándose a lo que Margot iba a decir, la paró.
—Lo sé, lo sé —dijo Aimee—, pero yo quiero ser hermosa de esa forma que hace que un hombre quiera tocarte, no sólo en el sentido platónico.
Brooke intentó apuntar una idea, pero Aimee estaba de buena racha.
—Sí, sí, tienes razón, ambas son buenas, lo sé. Vale, voy a leer lo que he escrito.
Aimee cambió de postura en el sofá y empezó a leer.
Sus amigas se reían de ella. Todas habían conseguido a chicos estupendos tan pronto como salieron del autobús que las había llevado desde el aeropuerto hasta el lugar de vacaciones, pero Annie estaba muy oxidada. No conseguía acordarse de dónde había dejado sus armas de seducción. A lo mejor en su mesa. A lo mejor se habían perdido entre los papeles del divorcio. Todo el mundo le había prometido que el agua no estaba fría. Annie sólo tenía que contener la respiración y zambullirse.
Aimee pulsó una tecla y apareció en la pantalla de su portátil la siguiente página. Continuó leyendo.
El chico de pelo rubio rizado parecía dulce y afable, Annie dio un paso hacia el bar cuando notó una mano tirándole del brazo.
—¿Annie Singleton? —preguntó. Tenía una voz cálida, los ojos azules y un rostro familiar. Cuando ella asintió con la cabeza, él dijo: —Creo que fuimos juntos al instituto.
—Fíjate, creo que estoy buscando algo nuevo, pero que me resulte familiar —dijo Aimee haciéndose autocrítica y psicoanalizándose conforme proseguía.
—¿Quieres hacer el favor de leer? —dijo Brooke.
Las siguientes veinte horas fueron una montaña rusa de conversaciones, recuerdos y reflexiones filosóficas sobre lo que había sido de las chicas populares más repelentes y sobre si realmente merecían tan mala suerte. Cuando se dirigieron a la cabaña de él al amanecer, ella aún tenía puesto el mismo bañador que llevaba cuando entró en el bar esa tarde. Con su ayuda, se lo quitó en el jacuzzi. El agua y sus manos, que estaban calientes, recorrían todo su cuerpo. Él salió de la bañera caliente sin usar los escalones, levantándola con un brazo. Luego echaron una carrera hasta las sábanas.
De pronto Aimee cerró la tapa del portátil.
—Y, por supuesto, hubo sexo —dijo Aimee de un modo que indicaba que había terminado de leer su historia.
—Pero nos gustaría oír qué hacen —pidió Margot educadamente.
—No lo sé. Habría escrito esa parte si no fuera porque se me olvidó lo que pasaba —dijo Aimee—. Tenía algo que ver con un pene, ¿no?
—Sí, y si se dirige a tu oreja, lo está haciendo mal —propuso Margot.
Aimee se irguió en el sofá entre Margot y Brooke. Estaba un poco atontada, pero emocionada por poder sentarse por fin derecha. Cuando el bebé pesó aproximadamente dos kilos y medio el médico dio por finalizado su periodo de reposo en la cama. Aimee se sorprendió al ver que le costaba mantener el equilibrio, y aún le resultó más raro que una pequeña parte de ella echara de menos la tranquilidad de su cautiverio. Hasta el momento sólo se había aventurado a salir de su casa una vez, el día anterior, para dar un breve paseo hasta el ascensor y recoger su pedido de comida china. Tras esa excursión, volvió a su salón y se quedó dormida en el sofá. A mitad de la noche su casi ex marido llamó para decir que había recibido y firmado los papeles del divorcio. No iba a denegárselo. No iba a llevarla a juicio ni a airear sus vidas en público. Prometió pagar cualquier cantidad que ella y el tribunal consideraran apropiada para la manutención del niño. Una vez que presentaran los documentos, el divorcio sería definitivo transcurridos seis meses. Aimee pronunció un débil gracias. En el silencio que continuó oyó un tintineo de música asiática disonante y un fondo de voces diurnas. La mañana de él era la noche de ella.
—Aimee —dijo él—, ¿estás bien?
—Sí. La niña va a nacer dentro de una semana y media. También es tuya, de modo que si quieres estar aquí el día del parto, puedes.
—¿En una semana y media? Veré si puedo coger un vuelo.
No hubo mucho que decir después de eso. Donde en su día hubo una gran pasión, ahora sólo había silencio.
—Me voy a dormir otra vez —dijo Aimee—, mi grupo de escritoras viene mañana.
—De acuerdo entonces —dijo él, y después de despedirse educadamente, colgaron.
*
Aimee se despertó a la mañana siguiente con una inexplicable necesidad de limpiar la casa. Cuando sus amigas llegaron cerca de la hora de comer, la encontraron de rodillas, limpiando el horno. Cuando le sugirieron que parara, Aimee prometió que sólo le quedaba acabar los cuartos de baño. En vez de reprenderla, Brooke, Lux y Margot se pusieron sus propios guantes de goma y le dieron al amplio piso una pasada rápida. La brillante porcelana y los montones de ropa limpia doblada infundieron una sensación de paz en Aimee. Cuando todo estuvo en orden, pudo unirse a sus amigas en el sofá y escuchar las fantasías de las otras mujeres. No le pareció extraño sentirse tan tranquila.
—Bueno, Brooke —pidió Margot—, ¿te gustaría leernos tu relato?
—No he escrito nada —dijo Brooke—. Ahora mismo el sexo me tiene anonadada. Se escribe A-N-O-N-A-D-A-D-A, Lux.
—¿Qué significa eso? —preguntó Lux mientras anotaba la palabra en su cuaderno.
—Más o menos igual que suena —dijo Brooke al tiempo que Aimee se movía sintiéndose incómoda en el sofá.
—Suena a congestión nasal —dijo Lux.
—En realidad significa «desconcertada» —dijo Margot.
A Lux no le hizo gracia oír que uno pudiese alcanzar la avanzada edad de Brooke y que el sexo le siguiera desconcertando. Deseó tener algunas palabras de consuelo para animar a su amiga.