El club erótico de los martes (29 page)

Read El club erótico de los martes Online

Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

Conforme salía de la cama para dirigirse a la bañera, el telefonillo de Margot sonó. Había alguien en el portal. Margot supuso que sería el repartidor de periódicos, incapaz de entrar en el edificio. Probablemente, ella y su cuerpo querrían el periódico más tarde, así que Margot atravesó el salón y descolgó el telefonillo.

—¿Quién es? —preguntó.

Si hubiera llamado primero, le habría dicho que se quedara en casa. Pero Trevor estaba parado ante el portal de su bloque, llamando al telefonillo de forma inesperada y sin previo aviso. Dijo que estaba haciendo
footing
y que había pasado por delante de su casa. ¿Podía subir a tomar un café rápido?

—Ahhh... —entonó Margot por el interfono mientras contemplaba su cuerpo desnudo y a la espera.

A través del graznido del interfono de Margot, su «ahhh...» dubitativo sonó como un gruñido y Trevor deseó por un instante no haber llamado al timbre. Iba a reírse de él o, peor aún, le daría otra charla sobre las políticas de oficina. Pero su piso de tamaño familiar parecía tan vacío esa mañana... Salió de casa con la intención de ir a correr, solo. En el camino de vuelta, pararía para tomarse un café y un bollo, solo. Compraría el periódico y volvería a su piso, solo. Cuando se descubrió pasando por delante del bloque de Margot, de repente no pudo soportar el componente de soledad de ese día ni un minuto más, así que llamó a su timbre. Estaba a punto de disculparse por interrumpir su sábado y de volver a casa cuando ella le dijo que acababa de pulsar el botón para que bajara el ascensor del medio. Le dio instrucciones para subir y girar la llave en su cerradura personal. Eso mandaría el ascensor directamente a su apartamento.

«Para momentos como éste sirve la compra compulsiva», pensó Margot mientras abría corriendo su armario y sacaba un despampanante camisón de seda con bata a juego. Era un artículo sedoso, de color melocotón y brillante con incrustaciones bien situadas de encaje color marfil. Cortó las etiquetas y se lo puso.

—Eh, Trev, pasa a la cocina —gritó Margot cuando se abrió la puerta del ascensor—. He comprado un café especial en el mercado de agricultores. Sin duda te animará.

—¿Tengo aspecto de necesitar animarme? —preguntó Trevor al entrar en la cocina impecable de Margot.

—Mmm, se te ve un poco abatido.

—Sí, bueno, no me siento abatido. De hecho, me siento muy feliz de volver a pisar tierra firme.

Fue entonces cuando Trevor miró a Margot. Tenía las mejillas rosas como si hubiera estado haciendo ejercicio.

—Estás preciosa. ¡Y qué camisón! Dios, Margot, ¿de verdad duermes con eso?

Margot asintió tranquilamente con la cabeza mientras cogía una cafetera de la estantería y la ponía sobre la cocina. La llenó de agua, café y azúcar y la puso a calentar.

—¿Qué estabas diciendo de la tierra firme? —preguntó, y empezó a hacer tostadas.

—Sólo que me alegro de que haya acabado —dijo Trevor.

Margot no respondió mientras removía su cafetera con café turco y miraba a Trevor. Le gustaba su perfil fuerte y el gris alrededor de las sienes. En sus historias, Lux lo había descrito como un amante excelente, delicado a la par que excitante.

Bebieron un rato en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.

—Bueno —dijo él por fin—, ¿qué dicen de mí?

—¿Quiénes?

—En la oficina —dijo Trevor, deseando que dejara de hacer que tuviera que sonsacárselo.

—Bueno, se divide en dos categorías. Comentarios dentro de la oficina y fuera de ella. Dentro pensamos que eres un imbécil. Un imbécil caro que le ha costado al bufete 15.000 dólares y una secretaria decente. Warwick estaba fuera de sí el lunes cuando la empresa de trabajos temporales envió por fax un informe confidencial al abogado rival. No paraba de quejarse de Lux, pero ahora que se ha ido, se da cuenta de que era una gran secretaria.

—¿Y fuera de la oficina? —gruñó Trevor, esperándose lo peor.

—Desafortunadamente, fuera de la oficina piensan que eres un adorable y excitante semental que debe de ser un crack en la cama para conseguir a la tía buena a la que nadie tenía acceso.

—¿En serio?

—Desafortunadamente, sí.

—¿Estoy muy cerca de que me despidan?

Margot alzó las manos y colocó las palmas dejando una distancia de medio metro entre ambas. La información le levantó un poco el ánimo a Trevor.

—¿Has vuelto a verla? —preguntó Margot.

—No, no, claro que no —mintió Trevor, y ella le dejó mentir. Brooke ya la había puesto al corriente de toda la historia.

—Margot, ¿crees que cometí un error?

Margot sostuvo a la altura de su cara el calor humeante de su taza de café. Consideraba que Trevor había cometido tantos errores que no sabía por dónde empezar. Había elegido a una chica joven e imprevisible en lugar de a una mujer guapa e inteligente de su misma edad, y luego había dejado que la relación sexual afectara a la laboral, perturbando la situación en la oficina y destruyendo la reputación de abogado fiable y sensato que se había ganado a base de esfuerzo. Ya nunca sería socio en Warwick, y era demasiado tarde para empezar de cero en un nuevo bufete.

—Sí. Creo que has cometido algunos errores graves —dijo Margot. Tenía más que decir, pero Trevor ya se estaba excusando.

—Me sentía tan insignificante cuando mi mujer me dejó... Lux era tan bonita y tan joven... Se ponía tan...

La voz de Trevor se fue apagando en un silencio avergonzado. Aun así, estaba claramente encantado con lo que fuera que le diera vergüenza decir.

—¿Se ponía tan... qué? —quiso saber Margot.

—Tan húmeda —dijo Trevor, sonriendo—. Bueno, ya sabes a qué me refiero.

—¿Húmeda?

—Ya sabes lo excitante que es eso. Cuando consigues que una mujer se caliente tanto.

Margot dio un sorbo a su café turco. El dulce vapor del café subió haciendo espirales alrededor de su ojo y luego se desvaneció. Se apoyó sobre la encimera de la cocina e intentó digerir lo que Trevor acababa de decir. Trevor prosiguió con su confesión.

—Lux me hacía sentir realmente bien, y lamento haber tenido que hacerle daño.

—Ya veo —dijo Margot.

—¿Crees que debería enviarle dinero?

—No.

—Pero no tiene trabajo. ¿Qué va a hacer?

—Se encuentra bien.

—¿Necesita algo?

—Creo que le dijo a Brooke que estaba ahorrando para comprar un nuevo fregadero, pero es información de segunda mano. Oye, Trev, ¿podemos volver a la parte húmeda?

—¿Qué parte húmeda?

—La parte en la que dijiste que yo sé lo que se siente al excitar a una mujer.


Sí.

—¿Y por qué iba a conocer yo la emoción de provocar a otra mujer?

—Porque tú y esa tal Brooke...

—No.

—¿No?

—No —dijo Margot con determinación.


Ah.

Ambos siguieron sentados un rato más en la cocina de Margot dando sorbos a sus minúsculas tazas de café hirviendo.

—Es sólo que cuando lo intenté contigo, estuvo claro que no te interesaba sexualmente —dijo Trevor.

—¿Lo intentaste conmigo?

—¿Comida china? ¿Pollo mu shu? ¿Te acuerdas?

—¿Ése fue el intento?

—Pues sí, Margot, ése fue el intento —dijo Trevor con un tono de voz más duro—. Y no estabas interesada en mí.

—¿Y eso me convierte en lesbiana?

—Bueno, eso y que he notado que tú y Brooke coméis juntas al menos una vez por semana y a veces después de la comida vuelves a tu despacho como irradiando calor. Supongo que llené los huecos en blanco para sentirme mejor conmigo mismo. Entonces, la realidad es que no eres lesbiana y que el rechazo en la comida china era por mí. Sencillamente no te gustaba.

—¡Estás totalmente equivocado! —exclamó Margot.

—Ah. Entonces eres lesbiana.

—¡No! Si hubiera sabido que la noche de comida china era mi última oportunidad para quitarte los pantalones, Trevor, habría tirado el mu shu, me habría levantado la falda y habría saltado sobre ti.

—¿De veras? —preguntó Trevor, sonriendo por primera vez desde que entró en su apartamento.

—De veras —dijo Margot, sintiendo de repente que se había quitado un gran peso de encima.

—Entonces, crees que estoy bien —dijo Trevor, deslizando su mano por la encimera para encontrarse con la de ella. Pasó su dedo índice áspero y grueso por debajo de su mano larga y fina. Levantó cada uno de los dedos y luego los dejó caer. Ella sintió que debería apartar su mano, pero era demasiado placentero ser por un momento la ganadora. Se estaba percatando de lo grandes que eran sus manos y lo dulces que eran sus ojos. Durante meses había fantaseado sobre qué haría cuando aquel momento llegara por fin, sobre cómo se abriría y se entregaría a él. Si tiraba al suelo su despampanante camisón y se acercaba a él ahora mismo, Trevor descubriría que Margot ya estaba bastante húmeda. Si le hacía el amor esa mañana, él creería que era apasionada, fácilmente excitable, salvaje y llena de fuego.

—No puedo hacerlo, Trevor —dijo Margot de repente.

—Claro que puedes —dijo Trevor mientras recorría el brazo de ella. Llegó a su hombro y la atrajo hacia él. Atlanta Jane esperaba de pie en la línea de banda, alentando a su creadora.

—Te habría hecho el amor de maneras que ni te imaginas, pero no sólo te acostaste con una de las secretarias, sino que encima te pillaron y armaste un gran escándalo. En el trabajo estás crucificado. La gente te observa. Y para mí estás totalmente vetado mientras permanezcas en Warwick. No pienso dejar que el sexo arruine mis oportunidades de hacerme socia.

Trevor miró por la ventana, estudiando las vistas del East River mientras Margot estudiaba su rostro. Su cuerpo aún le deseaba. Y su cuerpo temía que la década que mediaba entre los cincuenta y los sesenta representara su última oportunidad de pasar diez años disfrutando de relaciones sexuales realmente satisfactorias. Que después de los sesenta perdería el ferviente interés que había definido su apetito sexual desde los treinta y cinco. Si consiguiera vislumbrar cómo deshacerse de la antigua y persistente preocupación de que acostarse con Trevor arruinaría su reputación, se zambulliría y se daría un baño largo y delicioso con él antes de que se pusiera el sol.

—Bueno, entonces creo que debería irme —dijo Trevor.

Dejó su café sobre la encimera haciendo ruido y se dirigió a la puerta.

—Ah, el fregadero —le indicó Margot.

—¿Perdón?

—Pon la taza en el fregadero y échale un poco de agua para que no se seque. Y luego, si te quieres ir, vete. Aunque si te vas ahora, pensaré que eres un capullo.

Trevor se detuvo en el fregadero. Se miró las manos. Miró la escena. Analizó cómo el agua caía sobre su taza, salpicando posos de café turco por todo el fregadero blanco de Margot. Finalmente, miró a Margot y vio que le estaba sonriendo.

—¿Y si me quedo? —preguntó.

—Bueno —dijo ella—, hoy no tengo ningún plan que no pueda cambiar.

—¿Sabes cocinar?

—¿Estás de broma? Acabas de catar el repertorio al completo de mis comidas. En cualquier caso, no voy a cocinar para ti.

—No, no. Quería decir que yo cocino —dijo Trevor—. Y muy bien. Puedo bajar a comprar huevos.

—¿Me vas a hacer el desayuno?

—Si quieres, sí. ¿Dónde está la mejor tienda de ultramarinos más cercana?

—Siéntate —dijo Margot—. Me pongo un chándal y bajo a la esquina. ¿Huevos y qué más?

—Zumo, leche, lo que quieras. Puedo cocinar cualquier cosa; si quieres, incluso un soufflé.

—¿Sabes cocinar los huevos en una cacerola sin romper las yemas?

—Eh... sí, claro.

—Vale, no te muevas —dijo—. Bajo corriendo a la esquina y vuelvo.

Margot abrió su armario y extrajo una falda de algodón color lavanda y la preciosa blusita a juego. Se cepilló el pelo, se puso sus sandalias lavanda sin sujeción y un collar de perlas de tono rosado y estuvo lista para salir. Trevor se sentó a esperar en el sofá.

—Estás estupenda —dijo.

—Gracias —respondió Margot mientras pulsaba el botón para coger el ascensor y se preguntaba por qué le habría abandonado su mujer.

Por un instante pareció satisfecho, pero entonces algún pensamiento negativo cruzó su mente y de repente se dejó caer sobre los blandos cojines del sofá.

—¿Te encuentras bien? —preguntó.

—Sí, claro —dijo.

Mientras esperaba a que se abriera el ascensor, Trevor le gritó desde la otra punta del apartamento:

—Margot, ¿es porque soy demasiado viejo?

Margot se rió ante esa idea tan deliciosamente absurda. Aún entre risitas, se metió en el ascensor.

—Me lo tomaré como un no —gritó Trevor mientras se cerraban las puertas del ascensor.

Margot introdujo la pintoresca llave en su cerradura personal y mientras el ascensor bajaba pensó para sí misma: «¿Acaso me he vuelto completamente loca?».

Cuando el ascensor llegó a la planta baja y se abrieron las puertas, el vecino del piso de debajo de Margot estaba esperando para cogerlo.

—Lo siento, Fritz, me he olvidado el bolso —entonó Margot girando la llave en sentido contrario, y acto seguido volvió disparada a su apartamento. En el camino de ascenso se reprendió por ser tan testaruda. «Estúpida —pensó—. Hay un hombre sentado en mi apartamento con el que estoy deseando tener relaciones sexuales. Este mismo hombre está dispuesto a ser mi amigo sin que haya sexo, ¡y a mí no se me ocurre otra cosa que irme a comprar huevos! ¡Qué estupidez!»

Al pasar por la cuarta planta, Margot se quitó las bragas y su bonita blusilla. Intentó desabrocharse el sujetador al mismo tiempo que se contoneaba para librarse de la falda. Fue imposible, pues el sujetador necesitaba más atención y no iba a ceder. En cuanto se abrieron las puertas delante de su apartamento, salió de un salto, arrastrando la falda con la punta del zapato.

Trevor, sentado abatido en el mismo punto del sofá, se estaba preguntando cuántos huevos tendría que cocinar antes de que Margot accediera a hacer el amor con él. Atravesaba una mala racha desde hacía al menos seis meses.

—A la mierda el trabajo —dijo Margot mientras entraba embalada en su apartamento casi desnuda y le hacía un placaje en el sofá. Le golpeó en el pecho con sus brazos y le empujó contra los cojines. Atlanta Jane se habría sentido orgullosa.

Hacía tiempo que Trevor no veía un sujetador de encaje tan delicado. Su mujer usaba sujetadores deportivos de algodón, y Lux era partidaria de los sujetadores de satén rojos y negros. Arrugó el encaje blanco del sujetador de Margot entre sus dedos y lo desabrochó en menos de un segundo. Sus holgados pantalones de chándal estaban sujetos a sus caderas por un simple nudo que Margot podía desatar en un instante. Se los bajó hasta que quedaron atrapados entre el sofá y sus rodillas.

Other books

La llave maestra by Agustín Sánchez Vidal
Shooting Stars by Stefan Zweig
Diseased by Jeremy Perry
Amy by Peggy Savage
Confessional by Jack Higgins
A White Heron and Other Stories by Sarah Orne Jewett
Leaves of Hope by Catherine Palmer
Severed Angel by K. T. Fisher, Ava Manello
Just One Wish by Janette Rallison