El coleccionista (24 page)

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Authors: Paul Cleave

Tags: #Intriga

Busco artículos sobre Natalie Flowers. La dieron por desaparecida hace casi tres años, pero la policía no investigó el caso. Según los artículos, Natalie vació sus cuentas bancarias, hizo las maletas y se marchó de su apartamento después de decirle a su compañera de piso que había encontrado otro lugar. Las circunstancias no fueron sospechosas. Sus padres informaron de su desaparición, salieron en los medios de comunicación suplicando que su hija regresara a casa.

Ocho años antes de eso, Melissa Flowers, la hermana de Natalie, había sido violada y asesinada por un agente de policía. Melissa Flowers tenía trece años, una cifra que algunos consideran que trae mala suerte y que así fue en su caso. Aún recuerdo el asunto. Yo no conocía a ese agente, pero lo supe todo acerca de él después de los hechos. No se llevó a cabo ninguna investigación porque confesó el crimen una hora después de haberlo cometido. Lo confesó en una nota que escribió justo antes de meterse una bala en el cráneo. Encontraron su cadáver junto al de la chica desnuda. Era una nota de disculpa en la que contaba lo que había hecho, pero no el porqué. El país entero quedó conmocionado. Creo que, sea lo que sea lo que ocurrió esa noche con Cooper Riley, Natalie Flowers murió y nació Melissa X. Simplemente abandonó su pasado y empezó una vida nueva. O bien perdió la cabeza, o bien encontró una emoción tan intensa en lo que había hecho que pasó a necesitar más. Tres años después asesinó al inspector Calhoun mientras el Trinchador de Christchurch la grababa en vídeo y luego continuó matando gente. Tal vez cuando Cooper atacó a Natalie, el resorte que había empezado a tensarse en su cabeza cuando mataron a su hermana acabó por saltar, dejó de ser Natalie y se convirtió en Melissa. Y Melissa estaba ávida de venganza por lo que aquel agente había hecho. ¿Hay alguna relación entre los hombres que Natalie ha matado, aparte de los uniformes? Esos hombres, ¿le recordaban al tipo que había matado a su hermana?

Leo el resto de los artículos que encuentro sobre ambas y no hallo ninguna respuesta. Entonces empiezo a buscar la relación entre Cooper Riley y la enfermera Deans, pero antes de que pueda encontrar nada alguien llama a la puerta. Es el retratista. Nos sentamos a la mesa de la cocina y se pone a trabajar mientras yo sigo pensando en Cooper Riley y Pamela Deans, intentando imaginar de qué modo podrían estar relacionados, pero no llego a ninguna conclusión.

24

Cooper Riley no ha matado a seis personas como le había contado a Adrian, pero seis sonaba mucho mejor que la verdad: una. Aunque no se trata de decir la verdad, sino de escapar de un tipo que vive en un mundo irreal. Técnicamente, haber matado a una sola persona no lo convierte en un asesino en serie, a pesar de que tiene a la segunda víctima preparada, esperándolo, por lo que en ese sentido no le había mentido a Adrian cuando al principio le había dicho que no era un asesino en serie. Supone que ahora lo es, porque pronto llevará dos.

Realmente quería ayudar a la chica que lo ha rescatado, pero la cámara que ha perdido podría estar en manos de la policía, puede que hayan visto sus fotos con Emma Green, puede que hayan registrado su despacho y hayan encontrado sus fotos con Jane Tyrone. Debe descubrirlo antes de acudir a la policía. Pero si saliera de allí con la chica, ¿qué podría contarle para que no dijera nada hasta que se hubiera asegurado de que la policía no sabe que es un asesino? En cuanto escaparan, ella se pondría a pedir ayuda. Por desgracia, no podía llevársela con él. Era demasiado arriesgado.

Ha hundido la hoja del cuchillo en la barriga de la chica, hasta el fondo. Ella tiene los ojos muy abiertos y Cooper se da cuenta de que tras ellos pasan todo tipo de pensamientos, pero por encima de todo la chica se arrepiente de haber abierto la puerta. Ya no forcejea. La sangre fluye por los lados de la hoja del cuchillo y le calienta la mano a Cooper. Al asestarle el cuchillazo, sin querer se ha hecho un corte en la mano, porque esta le ha resbalado y la piel que une su pulgar a la mano ha ido a parar sobre el filo. Suelta el mango y vuelve a agarrarlo mejor. Cada vez resbala más.

Quedan siete minutos.

Cooper apoya todo su peso sobre la chica, que queda atrapada entre él y la pared. Ella tiene los ojos llenos de lágrimas y la cara enrojecida, está perdiendo una batalla y ni siquiera tiene fuerzas para combatir. Con la mano que tiene libre, él le pellizca la nariz y arruga el extremo de la pajita para que no pueda respirar. Ella abre aún más los ojos, se sonroja aún más y se le hinchan las venas del cuello y de la frente. Cooper realmente tiene la sensación de que a la chica están a punto de salirle los ojos de las órbitas. Es algo que le gustaría ver cómo ocurre, siente curiosidad, pero al mismo tiempo piensa que le daría asco. Se oye un chasquido dentro de la nariz de la chica y de repente abre la boca, se le desgarran los labios, la piel encolada cuelga de ellos como diminutas hojas y la pajita queda colgando del labio inferior como un cigarrillo mientras la sangre le brota abundantemente por la barbilla. Aspira aire ruidosamente, pero antes de que sus pulmones lleguen a llenarse, él retuerce el cuchillo y el aire que pudiera haber atrapado vuelve a salir de inmediato.

Cooper no quiere que esto se alargue demasiado y, efectivamente, termina enseguida. Los ojos de la chica preguntan lo que sus labios no pueden articular.

—Porque yo soy así —dice él, y luego, al ver que no es suficiente, continúa. Siente la necesidad de hacerlo—. Lo siento —añade, convencido de que así es.

A ella se le ponen los ojos en blanco y se desploma sobre el suelo. Esta vez ha sido distinto de la otra chica que murió. De esta forma se disfruta más, es como siempre había querido hacerlo. No ha habido sexo y se arrepiente, pero no por ello la experiencia ha sido menos satisfactoria. La última chica murió mientras él no estaba. Simplemente se rindió. No puede evitarlo, le gustaría saber qué diría de esto la gente que se dedica a lo mismo que él. Y no se refiere solo a los asesinos, sino también a los que estudian su comportamiento. ¿Qué dirían acerca de un hombre que se ve absolutamente obligado a matar a la mujer que lo ha liberado y a la que podría haber ayudado? Eso lo sitúa un escalón por encima de cualquier otro asesino. Lo convierte en un asesino brillante. Si pudiera contarlo, diría que no ha sido solo una cuestión de necesidad, sino también una cuestión semántica. No podía llevársela. Tiene que matar a Adrian. Aparte de la cámara, su vida personal debe seguir siendo personal, cualquier comentario acerca de que es un asesino en serie podría provocar que la policía escarbara más de lo necesario y entonces todo habría acabado para él, entonces habría sido mejor quedarse ahí abajo, porque al menos ese lugar es más seguro que la cárcel de verdad.

Baja la mirada y contempla a la chica. En la parte interior de los brazos tiene tatuajes y también marcas de agujas. Hay algo en ella que le hace pensar que es una prostituta, que su cuerpo ha quedado contaminado por la necesidad y la ira de cientos de hombres. La sangre le ha salpicado la cara. Cooper se la limpia con el dorso del brazo y se da cuenta de que tiene la camisa cubierta de manchas de color rojo oscuro. Enfadado, tira del tejido empapado de sangre para apartarlo de su cuerpo y cuando lo suelta vuelve a pegarse a su barriga. La sangre ya se está enfriando. Se mira el corte que se ha hecho en la mano. Dios, toda esa sangre se está mezclando con su herida… Joder, tendrá que ducharse. Tal como van las cosas, después de salir de allí y recuperar su vida, seguro que se enterará de que es seropositivo o de que tiene hepatitis. O tal vez le toca el gordo y descubre que tiene el sida.

Llega hasta lo alto de las escaleras. Se lleva el tejido que une el pulgar con la mano a la boca, lo muerde suavemente y prueba la sangre. La chupa y luego la escupe en el suelo. Acerca el oído a la puerta. Se oye música clásica. Se ve algo de luz natural a través de las rendijas de la puerta, pero no mucha. Pone la mano sobre el pomo. No está cerrada con llave. Le quedan cuatro minutos. Tal vez más. Lentamente, abre la puerta y la música se oye más fuerte.

El pasillo tiene el mismo aspecto que la última vez que estuvo aquí, hace tres años, cuando pensaba escribir un libro que creyó que interesaría a la gente. Percibe un movimiento. De una sombra, en una de las puertas. Sabe lo que está a punto de ocurrir, del mismo modo que sabe que se la han jugado, que se la ha jugado un tipo que no es más que un idiota. Antes de que pueda moverse lo sorprende el dolor, un dolor cegador que lo desconecta del cuerpo, un cuerpo que cae al suelo como una roca mientras su mente intenta mover los brazos y las piernas. En vano, todo el cableado que hay en medio ha quedado desconectado. Ve cómo Adrian se acerca y no puede hacer nada para evitar que se agache y le ponga un trapo en la cara. Nota ese olor químico tan dulzón y luego, nada.

25

Es viernes por la mañana y sigue lloviendo. Tengo beicon y huevos en la nevera, cortesía de mi madre, y me las arreglo para quemar el beicon pero no los huevos. Estoy cansado. Anoche, después de que se marchara el retratista, pasé tres horas conectado investigando el pasado de Pamela Deans y el de Cooper Riley, hasta que finalmente encontré una relación entre ambos, una relación extremadamente vaga que tenía como nexo de unión un psiquiátrico abandonado. Enciendo mi teléfono móvil y compruebo si tengo mensajes. Tengo tres, dos de Donovan Green y uno de Schroder. Schroder me dice que no han encontrado ningún cadáver en el incendio y que según el cuerpo de bomberos los dos incendios fueron provocados de la misma forma. Schroder continúa diciendo que no ha conseguido la orden judicial para poder revisar el historial médico de Cooper Riley de hace tres años, porque los historiales médicos son una de las cosas más difíciles de obtener.

A juzgar por las nubes que cubren el cielo, uno no creería que acabamos de superar una ola de calor. La lluvia cae por los canalones de mi tejado al jardín y las calles empiezan a inundarse, el agua que debería drenarse por las alcantarillas queda obstaculizada por las hojas caídas. Quiero empezar el día yendo a ver a mi esposa, quiero tomarla de la mano y escapar del mundo durante una hora, pero esto no sucederá y, aunque parezca mentira, no me importa. No me siento culpable por no poder ver a mi esposa, aunque me siento culpable de no sentirme mal por ello.

Enciendo el televisor y me tomo el desayuno en el salón mientras veo las noticias de la mañana. La desaparición de Emma Green finalmente es digna de interés periodístico. Dedican diez minutos a contar su historia y luego mencionan a Jane Tyrone, la chica del lápiz de memoria que desapareció hace cinco meses, más o menos en la misma época en la que el Trinchador de Christchurch era arrestado. Anoche la busqué por internet y leí los artículos que se escribieron sobre ella cuando desapareció. Salió en las noticias durante dos semanas, pero no han vuelto a mencionarla hasta ahora.

Muestran la descripción que le di al retratista. El problema es que la imagen es muy genérica. No todos los detalles los he dado yo, sino que también han contribuido otros testigos como el vecino fumeta y una mujer que trabaja en una gasolinera cercana, en la que un hombre llenó dos latas de gasolina. El sombreado y el ceño fruncido le dan al pirómano aspecto de asesino, pero el asesino parece el vecino de al lado y el vecino de al lado de cualquier otra persona. Después del retrato robot, muestran una secuencia filmada en la que un tipo sale del coche de Emma en la gasolinera y paga la gasolina. El problema con la secuencia de la gasolinera es que han utilizado la misma resolución que en las filmaciones de hace un siglo, aunque sirve para dar una descripción más precisa de la altura y la constitución física del tipo que secuestró a Cooper Riley.

Lavo los platos y vuelvo al salón. Las noticias han terminado y ahora emiten un programa matutino. Una mujer de unos cuarenta años vestida como una de veinte aparece sentada en un sofá de color rojo chillón en una pose relajada, con el brazo extendido a lo largo del respaldo. Frente a ella, sentado en otro sofá de color rojo, hay un tipo vestido con un traje de raya diplomática con el pelo engominado y los dientes tan blancos que sin duda debe de haber algún elemento sobrenatural implicado. El tipo se llama Jonas Jones, solía toparme con él a menudo cuando yo aún estaba en el cuerpo. Es un «adivino» que intenta sustraer información a la policía para poder hacer lo que él llama «lecturas de sintonías psíquicas». Sabes que algo va mal en un país cuando alguien da luz verde a un programa como ese, hecho a medida para Jonas Jones. En este caso se trata de un reality show en el que varios adivinos, entre ellos Jones, resuelven crímenes. Sus «deducciones» no han conseguido acabar en detención ni una sola vez. Les gusta mostrar prendas de ropa, llaves o cachorros que pertenecían a las víctimas, les gusta sentarse en una sala levemente iluminada con unas cuantas velas, cerrar los ojos, ladear ligeramente la cabeza y fruncir el ceño mientras conectan con un plano de conciencia distinto antes de vomitar sus predicciones, montando un espectáculo y sin que les importe una mierda que alguien pueda sentirse herido, porque de adivinos no tienen nada. Jonas Jones se gana bastante bien la vida gracias a esta farsa. Escribió un libro, luego otro, y de algún modo consiguió que la gente los comprara sin importarles que esté explotando a víctimas de verdad que han sufrido de verdad, sacando provecho de los que han muerto en manos de otras personas. La biografía del autor omite el hecho de que hace diez años Jonas Jones vendía coches usados y que se declaró en quiebra después de que lo demandaran dos veces por acoso sexual.

Subo el volumen.

—…
la policía no puede hacer más, por eso siempre necesitarán a gente con aptitudes como las mías
—dice él.


Debo decir que me encanta este programa, siempre se me pone la piel de gallina cuando te veo trabajar
—dice ella—,
y sobre todo me ha gustado tu nuevo libro
—añade mientras se inclina hacia delante. Luego se echa el pelo hacia atrás y lo mira como un hambriento miraría una pizza.


Gracias, Laura, me gusta que así sea
—dice él mientras le muestra su reluciente dentadura—.
Ya está a la venta, y recuerden que si lo compran hoy mismo en mi página web se beneficiarán de un diez por ciento de descuento, o un veinte por ciento si compran dos. Tú ya lo sabes, Laura, es un regalo perfecto
.


Sí que lo es, Jonas. Si tuviera un hombre en mi vida, sin duda compraría uno para él
—dice ella, y no hace falta ser adivino para ver que le está tirando los tejos—.
Le gusta a todo el mundo
. —Resoplo y no sé si necesito más el mando a distancia o una bolsa para vomitar. Durante mi indecisión ella le dice algo más a Jonas y esta vez sí es interesante—.
En fin, antes me has dicho que sabías algo de Emma Green, la joven de Christchurch que ha desaparecido
.

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