Tiene las yemas de los dedos completamente ennegrecidas por la tinta, pero sigue acariciando el periódico. Vuelve la página para leerla. Una imagen de la enfermera Pamela Deans lo mira fijamente desde un recuadro blanco y negro del tamaño aproximado de la palma de su mano. Cooper no le tenía ningún tipo de afecto, cada vez que había tenido que hablar con ella se daba cuenta de que la enfermera tenía que concentrar todas sus energías para seguir siendo cordial con él. Sin embargo, le resultó extremadamente útil para llevar a cabo su estudio, era excepcionalmente eficiente. Siempre la imaginaba viviendo sola, en una casa en la que no entraban ni el alcohol ni el tabaco, con las sábanas almidonadas y tal vez unos cuantos gatos, un televisor pequeño y una radio que solo sintonizaba música clásica. Ahora está muerta, calcinada del mismo modo que había quedado calcinada la casa de Cooper.
Y sin duda alguna, lo había hecho Adrian.
Esto no es bueno. Nada bueno. Si la policía establece la relación entre los dos incendios, es posible que acaben relacionándolo todo con Grover Hills. Ayer se habría mostrado encantado de que la policía hubiera aparecido para rescatarlo. Pero si vienen hoy encontrarán a la chica que lo ayudó y a quien mató para devolverle ese favor.
Una vez más, era una estupidez. Un hombre que sabe tanto sobre asesinos como él, un hombre que sabe qué errores suelen cometer, ¿por qué no consigue detenerse antes de actuar?
Aún va manchado de sangre. Tiene manchas en la ropa y el arma del crimen está al otro lado de la puerta, con sus huellas dactilares. Empieza a andar por la celda. La policía establecerá la relación. En algún momento alguien vendrá a husmear por aquí. Encontrarán el cadáver de la chica y las cosas se pondrán muy feas para él. Tiene que salir de aquí. Tiene que matar a Adrian. Tiene que conseguir que parezca que fue Adrian quien mató a la chica. Y necesita deshacerse de la ropa que lleva puesta. Si logra escapar puede cambiarse y orquestar la escena como le convenga. Siempre y cuando no hayan encontrado la cámara o las fotografías de su despacho, no hay ningún motivo por el que la policía tuviera que sospechar de él en absoluto.
Le da la vuelta al periódico y vuelve a la primera página, donde antes ya ha visto el retrato robot, mientras Adrian lo sostenía para mostrárselo. Visto de cerca se parece a su cuñado, aunque se supone que es Adrian, solo que no se le parece mucho.
Dios.
Tiene que escapar.
Tiene que convencer a Adrian para que lo deje salir de allí.
Ha llegado la hora de intentarlo con una táctica distinta.
El estudio está más ordenado de como yo lo había dejado. Alguien ha recogido todos los documentos y se los ha llevado. Salgo al pasillo y miro hacia la puerta de entrada. No veo a nadie. Regreso al estudio y solo es cuestión de tiempo hasta que las páginas impresas que han quedado en la bandeja de la impresora empiecen a alabearse debido al calor. El lápiz de memoria sigue colgando del frontal del ordenador. Lo saco y me lo meto en el bolsillo. Registro la casa, habitación por habitación, antes de volver a salir fuera y rodear la finca. Peino la zona completamente y luego entro de nuevo.
Sigo pensando que puede haber sido alguien de Grover Hills quien mató a Daxter, pero ahora que su expediente ha desaparecido, también pienso que podría haber sido Melissa X. No estoy seguro de cuál de las dos posibilidades me asusta más. Si de algo estoy seguro es de que soy el idiota más grande del mundo por haberme dejado la puerta de la entrada abierta, pero es que todo el mundo se deja abierta la puerta de la entrada en esta ciudad, la gente busca desesperadamente hasta la más mínima brisa. Decido cerrar con llave. Vuelvo a conectar el lápiz de memoria en el ordenador e imprimo el resto del documento.
Llamo a Schroder y lo pongo al día de lo ocurrido.
—Dios, Tate, ¿cómo has podido cometer ese fallo? ¡Ese expediente es confidencial! ¿Se han llevado también el DVD?
—No, el DVD sigue aquí —le digo. Y es cierto, sigue dentro del reproductor.
—Bueno, algo es algo. Si esas imágenes llegaran a hacerse públicas… Dios, eso sería una verdadera pesadilla. Aun así, sigue siendo terrible que hayas perdido el expediente.
—No deberías habérmelo dado.
—Ah, ya veo, entonces, ¿es culpa mía?
—No he querido decir eso —le digo.
—Sí, sí has querido decir eso —responde, y tiene razón.
—Necesito otra copia del expediente.
—Lo pensaré —dice—. ¿Y ahora qué? ¿Crees que puede haber sido Natalie Flowers quien entró en tu casa para robarte y matar a tu gato?
—Me ha pasado por la cabeza, sí.
—Oye, hay novedades al respecto. Hemos encontrado el coche que golpeó el contenedor detrás de la cafetería.
—¿Cuándo?
—Hace unas horas.
—¿Y me lo dices ahora?
—Lo siento, jefe, tiene usted razón… debería habérselo dicho a usted primero. Dios, Tate…
—De acuerdo, lo he pillado —digo.
—Sí, estoy seguro de que te acordarás. En cualquier caso, ayer mandamos los detalles a todos los chapistas de la ciudad. Imaginamos que tardaría unos días. Quiero decir que no es muy probable que alguien secuestre a una chica y lleve el coche al taller dos días después, pero lo hicimos porque es el procedimiento establecido y porque la pintura no podía proceder del coche que llevaba a Emma. Uno de ellos nos llamó esta mañana para decirnos que tenía un coche que coincidía en el color y en el tipo de abolladura que podría haber producido el choque contra el contenedor. Lo hemos comprobado y estamos casi seguros de que tenemos el coche que buscábamos.
—¿Y?
—Y un par de agentes se han acercado a hablar con el propietario. Se llama Arnold Sweetman, tiene setenta y seis años y de buenas a primeras parece que no tiene nada que ver con la desaparición de Emma. Va a la cafetería al menos una vez por semana. Dice que estaba sentado en el coche, preparándose para arrancar, cuando una chica intentó robarle la cartera. Le han enseñado una foto de Emma Green y dice que esa fue la chica en cuestión.
—¿Qué?
—Eso ha dicho. Ha dicho que estaba allí sentado cuando ella abrió la puerta, metió la mano dentro e intentó quitarle la cartera del bolsillo.
—¿Lo dices en serio?
—Lo sé. No tiene sentido. Por eso los agentes se lo han llevado a comisaría para seguir interrogándolo. Pero no ha cambiado sus respuestas. Está convencido de que Emma Green intentó birlarle la cartera. Por eso hemos buscado huellas dactilares en el lateral de su coche. No hay duda de que algunas de las que hemos encontrado en la manija de la puerta son de Emma Green.
—Debía de haber alguna razón por la que la abriera —digo—. Quiero decir que no se acercaría a un coche en el que hubiera alguien sentado y, sin más, abriría la puerta e intentaría birlarle la cartera, especialmente justo detrás de su lugar de trabajo, donde la gente podía reconocerla.
—Hay un motivo —dice Schroder—. Una hora después, Sweetman ha pedido un abogado, por lo que los agentes lo han dejado en paz. Su abogado ha aparecido y, nada más volver a entrar en la sala de entrevistas, Sweetman se ha quedado dormido, aunque parecía más bien muerto. Entonces su abogado le ha puesto una mano en el hombro a Sweetman y lentamente ha intentado sacudirlo un poco para despertarlo. Cuando finalmente lo ha conseguido, Sweetman ha empezado a gritarle a su abogado, acusándolo de querer importunarlo. Solo ha durado cinco segundos, pero es posible que le sucediera lo mismo la otra noche. El dueño de la cafetería recuerda haber visto a Sweetman por allí, y recuerda que esa noche se marchó una hora antes que Emma. Probablemente se sentó en su coche y se quedó dormido. Llegó Emma, lo vio y se preocupó por él. Probablemente abrió la puerta y él reaccionara del mismo modo que ha reaccionado con su abogado.
—Y luego Sweetman se marchó a toda prisa —digo para rematar la historia—, y Cooper secuestró a Emma en el aparcamiento, o en algún punto entre el aparcamiento y su piso.
—Eso parece. Pero nada de eso nos ayuda a descubrir dónde se encuentra ahora —dice justo antes de colgar.
Llevo leídas treinta páginas del manuscrito de Cooper cuando un coche patrulla y una camioneta se detienen frente a mi casa. Vuelvo a esconder la pistola bajo el colchón. Tres hombres se acercan a la puerta y ninguno de ellos es Schroder. Dos son agentes, y el otro es un miembro de la policía científica. Los llevo hasta donde se encuentra Daxter. Uno de los agentes aparta la mirada y el otro suelta un gruñido. El técnico de la policía científica se fija en mi gato como si se tratara de un acertijo. El alambre del que estaba colgado sigue allí. Es un colgador de ropa, solo que lo han retorcido para darle forma. Un extremo envuelve el cuello de Dax y el otro está enganchado al borde del canalón del tejado. Les muestro la tumba.
—Dios, hay que estar enfermo par hacer algo así —comenta uno de los agentes.
Y estoy de acuerdo con él. Los dos agentes echan un vistazo por el jardín trasero, como es de rigor. Les digo que alguien ha entrado en la casa. Intercambian miradas ente sí constantemente, como si estuvieran confirmando sospechas previas acerca de mí o como si sintieran algún tipo de atracción mutua. Uno de ellos sale a la calle mientras el otro registra la casa durante unos minutos, antes de reunirse con él y peinar, los dos juntos, el vecindario. Me dejan con el técnico de la policía científica. Se llama Brody y ya he trabajado con él en alguna ocasión, aunque al parecer me ha borrado de su memoria completamente. Tiene los antebrazos enrojecidos por el sol, se le está pelando la nariz, se le está quemando la calva y no para de sorberse la nariz, probablemente tenga alergia a los gatos. Prosigue con su trabajo sin hacerme caso, entra en la casa, vuelve a salir, saca moldes de yeso de las huellas y espolvorea la pala en busca de huellas dactilares.
—Hay un par de huellas distintas aquí —dice—, necesitamos compararlas con las tuyas.
—Probablemente con las de mis padres, también —apunto—. Han estado cuidando el jardín por mí.
—Bueno, hay unas cuantas manos distintas aquí, espero que podamos encontrar unas que coincidan. ¿Ves eso? —dice mientras señala la base de la verja—. Esa tierra no corresponde a este lugar. El asesino de tu gato se marchó por allí y es de suponer que llegó por allí también. Yo diría que debió de estar observándote mientras lo enterrabas y dio la vuelta a la manzana con el coche hasta llegar a la puerta. Además, hay muchas huellas. Intentaremos compararlas, pero habrá como unos mil zapatos idénticos. Las suelas están tan gastadas y raídas que sin duda coincidirían con cualquier par de zapatos que me traigan.
—¿Qué más?
—Hemos encontrado huellas dactilares dentro. Sobre la mesa del ordenador. Al final igual resulta que todas son tuyas, pero lo comprobaremos de todos modos. Tal vez tengamos suerte. Entre el estudio y la pala, puede que consigamos algo, siempre y cuando ese tipo esté fichado.
—Nada —dice uno de los agentes mientras cruza la casa de regreso—. Hemos preguntado por toda la calle y nadie vio nada.
—Sí, eso me parece normal. —Aparte del fumeta que vivía frente a la casa de Cooper Riley, la última vez que alguien admitió haber sido testigo de un crimen en este país fue alrededor de 1950.
—Compararemos las huellas dactilares y le haremos una autopsia al gato. Deberías volver a rellenar la tumba y pasar la noche despierto por si vuelve —me aconseja Brody.
Lo recogen todo para llevárselo. Daxter está dentro de una gruesa bolsa de plástico negro. Los acompaño hasta la calle.
—Quiero que me lo devolváis cuando hayáis acabado —digo señalando la bolsa con la barbilla.
—Me aseguraré de que te lo devuelvan —dice Brody.
Compruebo que las puertas estén bien cerradas antes de volver a sacar la pistola. Empieza a dolerme de nuevo la rodilla. Vuelvo a llenar el hueco de la tumba y tengo una profunda sensación de
déjà vu
. Tengo la esperanza de que encontrarán algo entre las huellas dactilares. Si se trata de alguien de Grover Hills tal vez tenga antecedentes penales. Podríamos saber su nombre en menos de una hora. Podríamos encontrar a Emma Green antes de que terminara el día. O quizá coincidan con las huellas dactilares de Melissa, las que encontraron en superficies que había tocado cuando mató al inspector Calhoun. Si realmente son suyas, ¿cómo ha sabido que estaba trabajando en su caso? Solo lo sabía Schroder. No, no puede haber sido ella.
Me siento a la sombra y sigo leyendo el manuscrito de Cooper. Ya he leído cosas parecidas anteriormente, escritas por profesionales de la elaboración de perfiles criminales del Reino Unido o de Estados Unidos, e imagino que eso es lo que Cooper intentaba hacer. El libro de Cooper parece un libro de texto. No tiene estilo, no transmite emoción con las palabras, a diferencia de otros libros que he leído en los que se ve a las claras que el autor está asqueado y alterado por los casos sobre los que escribe; ese tipo de autor que puedes llegar a creer que estuvo llorando sobre el teclado mientras describía detalladamente a cada una de las víctimas que había tenido que incluir. Algunos de los nombres que aparecen aquí los recuerdo de cuando yo aún estaba en el cuerpo, incluso hay uno al que arresté personalmente, un hombre llamado Jesse Cartman que violó, asesinó y digirió trozos de su hermana, no necesariamente por ese orden. Cooper intenta explicar la mente criminal. Intenta meterse dentro de sus cabezas. Eso funciona cuando lo hacen los profesionales que elaboran perfiles de criminales porque tratan con gente que en la mayoría de los casos está cuerda. Muchas de las personas recluidas en Grover Hills y los otros centros que Cooper visitó eran un puro engaño, por lo que los datos de Cooper resultan ser sesgados. No está estudiando la mente criminal, está estudiando una mente en la que dos más dos son diecinueve. Se esfuerza en establecer relaciones entre un paciente y el siguiente. Algunos proceden de contextos desestructurados, otros de buenas familias, otros se inventan las cosas. Expone una idea y luego la contradice en el capítulo siguiente. Eso podría explicar por qué el libro ni siquiera ha pasado por el proceso de edición en lugar de encontrarse a la venta en las librerías. O tal vez dejó de intentarlo. La versión que conseguí en la universidad no se había modificado en tres años. ¿Acaso Cooper dejó de escribir después de que lo atacaran?
Apunto todos los nombres que encuentro y pienso en ellos como en potenciales sospechosos. Hago una lista y los ordeno por las clínicas en las que estuvieron encerrados y me centro principalmente en Grover Hills. Al final acabo con una lista de cuarenta y un nombres. Es posible que una de esas personas secuestrara a Cooper Riley y matara a Pamela Deans, y es igualmente posible que no fuera ninguno de ellos. Es posible que las dos cosas no estén relacionadas, o que lo estén pero de otro modo.