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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (48 page)

Laetitia Wells fue a buscar una bandeja de mármol en forma hexagonal sobre la que había grabada una estrella de seis puntas.

Enunció las reglas del juego.

—Cada punta de la estrella constituye un campo lleno de diez bolitas de cristal. Cada campo tiene su color. La meta consiste en llevar lo más rápidamente posible las bolas al campo situado justo enfrente. Se avanza saltando sobre las bolas propias o sobre las del adversario. Basta que haya una casilla libre detrás de una bola para mover. Se pueden saltar tantas bolas como se quiera y en todos los sentidos siempre que haya un espacio libre.

—¿Y si no hay bolas para saltar por encima?

—Se avanza casilla a casilla en todos los sentidos.

—¿Se apodera uno de las bolas que se salta?

—No, al contrario de las damas clásicas, no se come nada. Uno se adapta simplemente a la geografía de los espacios libres para encontrar el camino que debe llevar lo más rápidamente posible al campo de enfrente.

Iniciaron la partida.

Laetitia se abrió pronto una especie de camino, formado por bolas espaciadas por una casilla. Una tras otra, sus piezas tomaron aquella autovía para ir lo más lejos posible.

Méliés hacía lo mismo. Al terminar la primera partida, había colocado todas sus piezas en el campo de la periodista. Todas menos una. Una rezagada olvidada. Mientras él recuperaba la pieza aislada, la joven recuperaba todo el tiempo perdido.

—Has ganado —reconoció el comisario.

—Para ser principiante reconozco que te las has apañado muy bien. Ya has aprendido que no hay que, sobre todo, no hay que olvidarse de ninguna bola. Hay que pensar en sacarlas lo más deprisa posible, pero todas, sin dejar una sola.

Él ya no la escuchaba. Contemplaba el damero, como hipnotizado.

—¿Estás bien, Jacques? —preguntó ella inquieta—. No me extraña, después de una noche como ésta…

—No es mucho. Me siento estupendamente. Pero mira este juego, míralo bien.

—Ya lo miro, ¿qué pasa?

—¿Cómo que qué pasa? —exclamó—. ¡Pero si es la solución!

—Creía que ya habíamos encontrado todas las soluciones.

—Pero ésta no —insistió el comisario—. No habíamos encontrado la solución del último enigma de la señora Ramírez. ¿Te acuerdas? Cómo fabricar seis triángulos con seis cerillas. —Ella escrutó en vano el hexágono—. Sigue mirando. Basta con disponer las cerillas en estrella de seis puntas. La que está representada en este juego. ¡Con los dos triángulos interpenetrándose!

Laetitia examinó el damero con más atención.

—Esta estrella es la estrella de David —dijo—. Simboliza el conocimiento del microcosmos, unido al del macrocosmos. Los esponsales de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño.

—Me gusta ese concepto —dijo el comisario acercando su rostro a la cara de la mujer.

Permanecieron así, rozándose con las mejillas, mientras contemplaban el damero.

—También podríamos llamarlo la unión del cielo y de la tierra —observó él—. En esta figura geométrica ideal, todo se completa, se mezcla y se casa. Las zonas se interpenetran conservando su especificidad. Es la mezcla de lo alto y de lo bajo.

Rivalizaron en comparaciones.

—Del ying y del yang.

—De la luz y las tinieblas.

—Del bien y del mal.

—Del frío y del calor.

Laetitia frunció el ceño buscando otros contrastes.

—¿De la sabiduría y de la locura?

—Del corazón y de la razón.

—Del espíritu y de la materia.

—De lo activo y de lo pasivo.

—La estrella —resumió Méliés— es como tu partida de damas chinas: cada uno parte desde su punto de vista para adoptar luego el del otro.

—De ahí la frase clave del enigma: «Hay que pensar de la misma manera que el otro» —dijo Laetitia—. Pero todavía me quedan asociaciones de ideas que proponerte. ¿Qué piensas de «la unión de la belleza y de la inteligencia»?

—¿Y qué piensas tú de lo masculino y de lo… femenino?

Él acercó más aún su mejilla, erizada por una barba naciente, a la aterciopelada de Laetitia. Y tuvo la audacia de pasar sus Dedos por sus cabellos de seda.

Esta vez ella no le rechazó.

176. Un mundo sobrenatural

103 baja por el fregadero, se arrastra por los bordes del aspirador, toma el pasillo, escala una silla, repta por una pared, se esconde detrás de un cuadro, vuelve a salir y a bajar, trepa por los rebordes escarpados de la taza del lavabo.

Al fondo hay un pequeño lago, pero no tiene ganas de bajar hasta él. Va al cuarto de baño, aspira el olor mentolado de un tubo de dentífrico mal cerrado, el perfume azucarado de la loción para después del afeitado, salta sobre un jabón de Marsella, se desliza en un frasco de champú al huevo y evita por los pelos ahogarse en él.

Ha visto suficiente. No hay el menor Dedo en aquel nido.

Prosigue su ruta.

Está sola. Se dice a sí misma que es la representación más simple y más reducida de la cruzada. Todo se remite en última instancia a un individuo. Y todavía le queda una elección: estar a favor o en contra de los Dedos.

¿Puede 103, sola, destruirlos a todos?

Probablemente. Pero no será fácil.

¡Sobre todo porque las cruzadas se han visto obligadas a unirse tres mil para matar a uno solo de aquellos gigantes!

Cuanto más piensa en ello, más se dice que debe renunciar a la idea de matar ella sola a todos los Dedos de la Tierra.

Llega delante de un acuario con peces y permanece largos minutos pegada a la pared, contemplando cómo evolucionan aquellos raros pájaros multicolores e indiferentes, irisados de colores fluorescentes.

103 pasa luego bajo la puerta de entrada, toma la escalera principal y sube un piso.

Entra en un segundo aposento y reanuda sus investigaciones: el cuarto de baño, la cocina, el salón. Se pierde en la trampilla de un vídeo, inspecciona durante un momento los componentes electrónicos, vuelve a salir, penetra en un cuarto. Nadie. Ni el menor Dedo en el horizonte.

Halla un pasadizo por el vertedero de basuras y vuelve a subir un piso. Cocina, cuarto de baño, salón. Nadie. Se detiene, escupe una feromona e inscribe en ella sus observaciones sobre las costumbres dedalescas.

Feromona
:
Zoología

Tema
:
Los Dedos

Salivadora
:
103.683

Año
:
100.000.667

Todos los Dedos parecen tener nidos de configuración similar. Son amplias cavernas en roca inexcavable. Tienen forma de cubos y se apilan unas sobre otras. Esas cavernas están generalmente tibias. El techo es blanco y el suelo está cubierto por una especie de césped coloreado. Sólo van a vivir a ellas muy de vez en cuando.

Sale al balcón, escala la fachada empleando los puvilis adhesivos de sus patas y va a parar a un nuevo piso semejante a los anteriores. Entra en el salón. Por fin aparecen unos Dedos. 103 avanza. Ellos la persiguen para matarla. Apenas tiene tiempo de huir apretando con fuerza su capullo.

177. Enciclopedia

ORIENTACIÓN:
La mayoría de las grandes epopeyas humanas han tenido lugar de Este a Oeste. Desde siempre el hombre ha seguido el curso del sol, preguntándose sobre el lugar en que se abismaba la bola de fuego. Ulises, Cristóbal Colón, Atila…, todos han creído que la solución estaba en el Oeste. Partir hacia el Oeste es querer conocer el futuro.

Sin embargo, si algunos se han preguntado «dónde» iban, otros han querido saber «de dónde» venían. Ir hacia el Este es querer conocer los orígenes del sol, pero también sus antepasados. Marco Polo, Napoleón, Bilbo el Hobbit (uno de los héroes de El Señor de los anillos de Tolkien) son personajes del Este. Creyeron que si había algo que descubrir estaba allí, lejos, detrás, donde todo empieza, incluidos los días.

En el simbolismo de los aventureros quedan todavía dos direcciones. Y su significación es la siguiente. Ir hacia el Norte es buscar obstáculos para medir la fuerza propia. Ir hacia el Sur es buscar el descanso y la tranquilidad.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

178. Vagabundeo

103 vaga por el mundo sobrenatural de los Dedos llevando su precioso hatillo. Inspecciona numerosos nidos. A veces están vacíos, a veces unos Dedos la persiguen para matarla.

Durante un momento siente la tentación de renunciar a la misión Mercurio. Sería, de todos modos, una lástima haber hecho un trayecto tan largo y haber realizado tantos esfuerzos para abandonar ahora. Tiene que encontrar Dedos amables. Dedos amistosos hacia las hormigas.

103 inspecciona cerca de un centenar de pisos. Le resulta fácil alimentarse. Hay cantidad de alimentos por todas partes. Pero sola en esos espacios angulosos se siente como en otro planeta donde todo fuese geométrico y estuviese adornado por colores sobrenaturales: blanco brillante, marrón mate, azul eléctrico, naranja vivo, verde amarillo.

¡Qué país tan desconcertante!

Casi ningún árbol, ni planta, ni arena, ni hierbas. Sólo objetos o materiales lisos y fríos.

Casi ninguna fauna. Sólo algunas polillas que huyen cuando se acerca, como si tuviesen miedo de aquella salvaje venida del bosque.

103 se pierde en una bayeta, se debate en una caja de harina, explora cajones de contenidos sorprendentes.

Casi ninguna referencia olfativa o visual. ¡Cuántas formas muertas, cuántos polvos muertos, cuántos nidos vacíos o llenos de monstruos!

En todo hay que buscar el centro
, afirmaba Belo-kiu-kiuni. Pero ¿cómo colocar un centro entre esta multitud de nidos cúbicos que se superponen o se pegan unos a otros?

¡Y ella sola, tan sola, tan lejos de las suyas!

Nostálgica, echa de menos la pirámide tranquilizadora de Bel-o-kan, la actividad de sus hermanas, el dulce calor de las trofalaxias, el perfume seductor de las plantas que reclaman sus inseminaciones, la sombra tranquilizante de los árboles. ¡Cómo echa de menos aquellas rocas donde se atiborraba de energía calórica, aquellas pistas feromonales que se deslizan entre las hierbas!

Y, como en otro tiempo la cruzada, 103 avanza, sigue avanzando. Sus órganos de Johnston se ven perturbados por una multitud de ondas extrañas: ondas eléctricas, ondas de radio, ondas luminosas, ondas magnéticas. El mundo más allá del mundo no es más que un caos de falsas informaciones.

Vaga de un inmueble a otro, siguiendo el capricho de un tubo, de una línea telefónica o de una cuerda de la ropa.

Nada. Ninguna señal de acogida. Los Dedos no la han reconocido.

103 está desconcertada.

Cansada, está ya preguntándose para qué sirve todo aquello y por qué hacerlo cuando de repente descubre feromonas insólitas. Una fragancia a hormiga roja de los bosques. Feliz, se abalanza hacia los milagrosos tufos. Cuanto más galopa, más reconoce aquella bandera olorosa: ¡Giu-li-kan, el nido secuestrado por los Dioses poco antes de la partida de la cruzada!

El delicioso perfume la atrae como un imán.

Sí. El nido de Giu-li-kan está allí, intacto. También con su población intacta. Querría hablar con sus hermanas, tocarlas, pero entre ellas se alza una pared dura y transparente que impide cualquier contacto. La Ciudad está encerrada en un cubo. Trepa hasta el techo. En él hay agujeros, demasiado estrechos para poder frotarse las antenas, pero suficientes para emitir a través de ellos.

Las giulikanianas le dicen cómo fueron arrastradas hacia aquel nido artificial. Desde que fueron instaladas en él por la fuerza, cinco Dedos las estudian. No, esos Dedos no son agresivos. No matan. Sin embargo, en cierta ocasión se produjo un hecho insólito. Otros Dedos, que no les resultaban familiares, las raptaron de nuevo, las agitaron sin miramientos y muchas giulikanianas murieron entonces.

Pero, desde que las trajeron aquí, no han vuelto a tener problemas. Los cinco Dedos encantadores las alimentan, velan por ellas y las protegen.

103 se alegra. ¿Habrá alcanzado por fin a esos interlocutores que busca desde hace tanto tiempo?

Mediante olores y gestos, las hormigas prisioneras del nido artificial, le indican la forma de ponerse en contacto con esos Dedos «amables».

179. Fragancia

Augusta Wells estaba en la ronda de comunión. Todos lanzaban el sonido OM y con él se construyó una burbuja espiritual donde todos fueron a acurrucarse unos junto a otros.

Encima, en suspensión irreal, a un metro por encima de sus cabezas y a cincuenta centímetros por debajo del techo, ya no había hambre, ya no había frío, ya no había miedo, se olvidaban de sí mismos, uno no era más que un poco de vapor pesado en suspensión.

Sin embargo Augusta Wells salió precipitadamente de la burbuja. Volvió a materializarse en su cuerpo de carne. No estaba suficientemente concentrada. Algo la preocupaba. Una idea parásita. Permaneció con su mente y su ego en tierra. El incidente Nicolás le daba materia para meditar.

Se decía que el mundo de los humanos debía ser muy impresionante para una hormiga. Las hormigas nunca serán capaces de comprender lo que es un coche, o una cafetera, o un emisor de billetes de tren. Todo eso está más allá de su imaginación. Augusta Wells se dijo que la distancia entre el universo hormiga y ese universo humano incomprensible quizá fuese la misma que la que separa el universo humano de una dimensión superior (¿divina?).

Tal vez exista un Nicolás en una dimensión espacio-tiempo superior. Uno se pregunta por qué Dios actúa como lo hace, pero, en realidad, tal vez sea un chiquillo inconsciente que se divierte para pasar el rato.

¿Cuándo le dirán que es la hora de merendar y que debe dejar de jugar con los humanos?

Augusta Wells estaba aturdida por esta idea y, al mismo tiempo, preocupada.

Si las hormigas son incapaces de imaginar un emisor de billetes de tren, ¿qué máquinas, qué conceptos originales deben manipular los dioses del espacio-tiempo superior?

No eran más que reflexiones gratuitas e inútiles. Se reconcentró y volvió a encontrarse en la mullida burbuja de las mentes del grupo.

180. El objetivo se acerca

Todo está lleno de ruidos, de olores y de calores. Aquí hay Dedos vivos, es evidente.

103 se acerca a la zona de ruidos y de vibraciones tratando de no perderse demasiado en la jungla de la espesa moqueta roja. Su camino está sembrado de obstáculos blandos. Por el suelo hay una multitud de tejidos variopintos.

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