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Authors: Charlaine Harris

El Día Del Juicio Mortal (37 page)

Palomino lo estaba pasando mal con el vampiro anónimo número dos, que luchaba como un demonio. Puede que Palomino no fuese una luchadora muy avezada o veterana, pero era sanguinaria y nada fácil. Parker, que no era muy de luchar, se quedó a espaldas del número dos y le clavó repetidas veces un punzón de hielo, lo cual no era demasiado eficaz pero sí obviamente irritante. Número dos, un fornido vampiro que había sido convertido a los treinta y tantos, se curaba sólo para ser apuñalado otra vez. Estoy segura de que eso dolía, y mucho. Parker parecía temer acercarse lo suficiente como para clavarle el punzón en el corazón. Palomino era demasiado lenta debido a sus numerosas heridas como para inmovilizarlo. Mustafá, frustrado por no haber podido matar a Luis, apartó a Parker de un manotazo y decapitó a número dos con un dramático tajo de su hoja.

Ahora, Akiro y Victor eran los únicos enemigos que quedaban en pie.

Ambos sabían que estaban luchando a vida o muerte. La boca de Pam estaba ensangrentada, pero no era capaz de distinguir si la sangre era suya o de Victor. Sentí que el
cluviel dor
presionaba contra mi piel y pensé en sacarlo, pero en ese instante Akiro consiguió cercenar el brazo de Thalia. Ésta lo cogió antes de caer al suelo y lo utilizó para golpear a Akiro, mientras Heidi saltaba a su espalda y lo apuñalaba en el cuello.

Akiro soltó su espada para agarrarse la garganta. Yo agarré el arma para que no pudiera recuperarla. Era una espada larga, pero no tan pesada como hubiese esperado. Retrocedí para alejarla más de él. En ese momento, Victor estrelló a Eric contra una pared y empujó a Pam de espaldas para lanzarse sobre ella, justo delante de mis narices. Le mordió en el cuello, aplastando sus hombros contra el suelo con ambas manos.

Ella alzó la mirada hasta encontrarse con la mía. Su expresión era de una calma escalofriante.

—Hazlo —dijo.

—No. —Podía dañar a Pam.

—Hazlo —insistió con tono apremiante. Sus manos aferraron a Victor de los brazos, inmovilizándolo.

Eric se tambaleaba para recuperar el equilibrio. La sangre le manaba de una herida en la cabeza, del brazo y del costado. Había mordido a Victor al menos una vez, a juzgar por su boca ensangrentada. Miré a Pam, que sujetaba a nuestro enemigo con todas las fuerzas que le quedaban. Asintió y giró la cabeza a un lado. Cerró los ojos. Ojalá yo hubiera podido hacer lo mismo. Cogí aire y propulsé la espada hacia abajo.

Capítulo
16

Pam se quitó a Victor de encima y se levantó. Temía tanto poder matar a Pam que no imprimí toda la fuerza posible al tajo. No había atravesado al vampiro, si bien le había seccionado la columna. La espada se había atascado en los huesos y no podía sacarla. Horrorizada por la sensación de atravesar a Victor, di un paso atrás tapándome la boca con la mano.

Pam arrancó la espada de la herida y, de un movimiento, decapitó a Victor.

—Ríndete —conminó Eric al gravemente herido Akiro.

Akiro sacudió la cabeza. La herida en la garganta le impedía hablar.

—Muy bien —dijo Eric con desgana. Le agarró de la cabeza y le rompió el cuello. El audible chasquido resultó profundamente repugnante. Me giré tratando de contener las náuseas del estómago. Mientras Akiro yacía indefenso, Eric le clavó la estaca.

Todo había terminado. Victor y todo su séquito de vampiros (y de humanos también) estaban muertos. Había suficientes vampiros en proceso de descomposición como para viciar el aire.

Me hundí en una de las sillas. Lo cierto es que perdí el control de mis piernas y dio la casualidad de que había una silla detrás de mí.

Thalia lloraba por el dolor del brazo amputado, pero se esforzaba sobremanera para controlar ese despliegue de debilidad. Indira estaba echada en el suelo, agotada pero feliz. Maxwell Lee, Parker y Rubio sólo contaban rasguños. Pam y Eric estaban cubiertos de sangre, tanto la propia como la de Victor. Palomino se acercó lentamente a Rubio y lo rodeó con los brazos, arrastrando a Parker al abrazo. Colton estaba arrodillado junto al cadáver de Audrina y no paraba de sollozar.

No quería presenciar más batallas, grandes o pequeñas, en lo que me quedaba de vida. Miré a mi amante, mi marido, y se me antojó un extraño. El y Pam estaban de pie, el uno frente a la otra, agarrándose de las manos y sonrientes a través de la capa de sangre. Entonces sencillamente se colapsaron el uno sobre el otro y Pam empezó a reír hasta perder el aliento.

—¡Lo conseguimos! —dijo ella—. Ya está. Somos libres.

«Hasta que Felipe de Castro caiga sobre nosotros como una tonelada de ladrillos porque quiera saber lo que le ha pasado a su regente», pensé, pero no dije nada. Primero, porque no estaba segura de poder hacerlo, y segundo, porque ya habíamos imaginado lo que podría pasar, pero Eric había llegado a la conclusión de que era mejor pedir perdón que permiso.

Mustafá estaba ocupado con su móvil, que era casi tan grande como un grillo.

—Warren, ya no hace falta que vengas, tío —dijo—. El trabajo está hecho. Buen tiro. Sí, lo tenemos.


Sheriff
—pidió Parker—, nos iremos a casa, a menos que nos necesites. —El fibroso joven sostenía a Palomino. Rubio la sostenía por el otro lado. Todos estaban bastante maltrechos, de un modo u otro.

—Podéis iros. —Empapado en sangre, Eric seguía siendo el que mandaba—. Habéis respondido a mi llamada y habéis cumplido. Seréis recompensados.

Palomino, Rubio y Parker se ayudaron los unos a los otros para llegar a la puerta trasera. A juzgar por sus expresiones, estaba segura de que deseaban que Eric no volviese a llamarlos en una larga, larga temporada, fuese cual fuese la recompensa posterior.

Indira gateó hasta Thalia para apretar el brazo seccionado contra el cuerpo con toda su fuerza. Lo mantuvo así un rato, sonriente. Indira era la persona más feliz del club.

—¿Funcionará? —pregunté a Pam, indicando con la cabeza la unión de brazo y hombro. Pam estaba limpiando la espada ensangrentada en la ropa de Akiro. Ya no quedaba prácticamente nada de su garganta; las partes heridas se desintegran más deprisa que las intactas.

—A veces sí —contestó encogiéndose de hombros—. Como Thalia es muy antigua, tiene bastantes probabilidades. Es menos doloroso y lleva menos tiempo que la regeneración.

—Thalia, ¿necesitas que te traiga algo de sangre? —Jamás pensé que sería lo bastante valiente como para dirigirme a la vampira directamente, pero nada me costaba llevarle una botella de sangre y estaría encantada de poder hacerlo. Alzó los ojos, llenos de involuntarias lágrimas, para encontrarse con mi mirada. Era evidente que su impasibilidad era forzada.

—No, a menos que quieras hacer de donante —dijo con su pesado acento inglés — . Pero a Eric no le gustaría que bebiese de ti. Immanuel, ¿me das un trago?

—Vale —accedió. El delgado peluquero parecía algo más que aturdido.

—¿Estás seguro? —pregunté—. No pareces encontrarte muy bien.

—Demonios, sí —dijo Immanuel poco convencido—. El tipo que mató a mi hermana está muerto. Me siento bien.

No lo parecía, y tampoco creía que lo estuviera. Había puesto todo de mi parte, así que me senté mientras Immanuel se acuclillaba torpemente frente a la silla de Thalia. La diferencia de alturas no les favorecía. Thalia rodeó el cuello de Immanuel con su brazo intacto y hundió sus colmillos en su piel sin más preámbulos. La expresión de los ojos del peluquero fue de lo desapacible a lo extático.

Thalia era de las que hacían ruido al comer.

Indira siguió acuclillada junto a ella, el sari empapado de sangre, para sostener el miembro en su lugar. A medida que bebía, me di cuenta de que el brazo parecía cada vez más natural. Los dedos se flexionaron. Estaba asombrada, y eso que sólo era uno de los acontecimientos extremos que había vivido esa noche. Y no habían sido pocos.

Pam se quedó un poco apagada una vez concluyó su celebración de la victoria con Eric y vio que Immanuel ofrecía su sangre a otra. Preguntó a Mustafá si le daría un sorbo y éste se encogió de hombros.

—Va con la nómina —dijo, tirando hacia abajo del cuello de su camiseta negra. Pam parecía increíblemente pálida en contraste con Mustafá, quien desnudó su dentadura en una mueca cuando ella le mordió. Al instante, él también parecía muy feliz.

Eric se acercó a mí, sonriente. Nunca había estado tan feliz de que nuestro vínculo se hubiera roto. No quería saber lo que estaba sintiendo, ni por asomo. Me rodeó con los brazos, me besó con entusiasmo y sólo olí la sangre. Estaba empapado en ella. Me había manchado el vestido, los brazos y el pecho.

Al cabo de un minuto, se echó atrás, el ceño fruncido.

—¿Sookie? —preguntó—. ¿No te regocijas?

Intenté pensar qué decir. Me sentía como una gran hipócrita.

—Eric, me alegro de que ya no tengamos que preocuparnos por Víctor. Y sé que esto es lo que planeamos. Pero estar rodeada de cadáveres y partes de cadáveres no encaja con mi idea del lugar idóneo para una celebración, y nunca me he sentido menos excitada en mi vida.

Entrecerró los ojos. No le gustaba que se pusiese a llover en su desfile triunfal. Comprensible.

Y de eso se trataba, ¿no? Todo me parecía comprensible. Pero aun así lo aborrecía, me odiaba a mí misma y odiaba a los demás.

—Necesitas sangre —le dije—. Lamento de veras que te hiriera. Venga, toma un poco.

—Estás siendo hipócrita, y claro que tomaré sangre —respondió, y mordió.

Dolió. No se esforzó por hacerlo placentero, algo que casi viene dado automáticamente en los vampiros. Lágrimas involuntarias anegaron mis ojos y se derramaron por mi cara. Por extraño que parezca, sentía que merecía ese dolor, que estaba justificado, pero también comprendí que ése era un punto de inflexión en nuestra relación.

Al parecer, nuestra relación había estado marcada por un millar de puntos de inflexión.

Sentí que tenía a Bill a mi lado, observando la boca de Eric pegada a mi cuello. Su expresión era compleja: rabia, resentimiento, anhelo.

Estaba preparada para algo simple. Y estaba preparada para que cesase el dolor. Mi mirada se encontró con la de Bill.


Sheriff
—le llamó Bill. Su voz nunca había sido tan aterciopelada. Eric se crispó y supe que había oído a Bill, que debía parar. Pero no lo hizo.

Me sacudí de encima el letargo y el desprecio por mí misma, agarré el lóbulo de Eric y lo pellizqué con todas mis fuerzas.

Se separó con un jadeo, la boca ensangrentada.

—Bill me llevará a casa —dije—. Hablaremos mañana. Quizá.

Eric se inclinó para besarme, pero di un respingo. No con esa boca llena de sangre.

—Mañana —dijo Eric, escrutándome la cara con la mirada. Se volvió y llamó —: ¡Escuchad todos! Hay que limpiar este club.

Rezongaron como críos a los que se dice que recojan sus juguetes. Immanuel se dirigió hacia Colton para ayudarle a levantarse.

—Puedes quedarte en mi casa —ofreció Immanuel—. No queda lejos.

—No dormiré —repuso Colton—. Audrina ha muerto.

—Pasaremos la noche —le consoló Immanuel.

Los dos humanos abandonaron el Fangtasia, los hombros caídos bajo el peso del cansancio y el sufrimiento. Me preguntaba cómo se sentían acerca de su venganza, ahora que se había cumplido, pero sabía que nunca debería trasladarles esa pregunta. Quizá no los volvería a ver.

Bill me rodeó con un brazo y yo trastabillé ligeramente. Me sentí aliviada de que estuviera allí para ayudarme. Sabía que no podría haber dado dos pasos yo sola. Encontré mi bolso, que aún contenía un par de estacas, y saqué mis llaves de uno de los bolsillos interiores.

—¿Adonde ha ido Bubba? —pregunté.

—Le gusta pasearse por el Auditorio Cívico —explicó Bill—. Solía actuar allí. Cavará un hoyo profundo y dormirá en el suelo.

Asentí. Estaba demasiado cansada para decir nada.

Bill no dijo nada más durante el viaje a casa, lo cual agradecí. Dejé que la mirada se me perdiese en la noche a través del parabrisas, preguntándome cómo me sentiría mañana. Habían sido muchas muertes y todo había sido muy rápido y sangriento, como en una de esas películas pornográficas violentas. Había tenido ocasión de ver unos segundos de
Saw
en casa de Jason. Más que suficiente.

Creía firmemente que Victor había buscado ese desenlace con su intransigencia. Si Felipe hubiese puesto a otro al cargo de Luisiana, toda esa catástrofe quizá no se hubiese producido. ¿Podía culpar a Felipe? No, en alguna parte tenía que parar.

—¿En qué piensas? —preguntó Bill enfilando el camino de mi casa.

—Pienso en responsabilidades, culpas y asesinatos —dije.

Él se limitó a asentir.

—Yo también. Sookie, sabes que Victor hizo todo lo posible para provocar a Eric —Aparcamos detrás de la casa y me volví hacia él inquisitivamente, la mano aún posada en el abridor de la puerta del coche.

—Sí —dijo Bill—. Hizo todo lo posible para provocarlo y tener una excusa para matarlo sin tener que justificarse. Eric ha sobrevivido sólo porque su plan era mejor. Sé que lo amas. —Su voz permaneció tranquila y fría mientras decía esas palabras, y sólo las arrugas de sus ojos me revelaron lo que le costaba articularlas—. Deberías estar contenta, y puede que mañana lo estés, por cómo ha terminado todo esto.

Apreté los labios un segundo mientras elaboraba mi respuesta.

—Prefiero que Eric haya sobrevivido —dije—. Eso es verdad.

—Y sabes que la violencia era la única forma de conseguir ese resultado.

Eso podía verlo también. Asentí.

—Entonces ¿para qué darle más vueltas? —dijo Bill. Estaba pidiendo una reacción.

Solté el abridor y me volví para mirarlo.

—Ha sido muy sangriento y espantoso, y ha sufrido mucha gente —contesté, sorprendida ante la rabia de mi voz.

—¿Creías que Victor podría morir sin derramarse sangre alguna? ¿Creías que su gente no haría todo lo posible para evitarlo? ¿Creías que nadie moriría?

Su voz era tan tranquila y neutra que no me hizo medrar en mi rabia.

—Bill, nunca he creído nada de eso. No soy tan ingenua. Pero verlo siempre es diferente que planearlo.

De repente estaba cansada del asunto. Había ocurrido, se había terminado y tenía que buscar una manera de superarlo.

—¿Conoces a la reina de Oklahoma? —le pregunté.

—Sí —repuso con una clara nota de cautela en la voz—. ¿Por qué lo preguntas?

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