Lazos que atan

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Authors: Jude Watson

 

Hace seis años, Quin-Gon Jinn y Tahl ayudaron a la gente del planeta Ápsolon a elegir democráticamente a su primer líder. Parecía que al fin había llegado la paz. Pero ahora, ese líder ha sido asesinado, y sus hijas han sido secuestradas. En contra de los deseos del Consejo Jedi, Qui-Gon y Tahl regresan a Ápsolon acompañados de Obi-Wan, el padawan de Qui-Gon. Los lazos que atan a Qui-Gon y Tahl están a punto de sufrir un cambio. Un cambio que desvelará secretos largamente escondidos y sentimientos profundamente arraigados.

Jude Watson

Lazos que atan

Aprendiz de Jedi 14

ePUB v1.0

LittleAngel
01.11.11

Título Original:
Jedi Apprentice: The Ties that Bind

Año de publicación: 2003

Editorial: Alberto Santos Editor

Traducción: Virginia de la Cruz Nevado

ISBN: 84-95070-14-6

Capítulo 1

En aquel planeta, la atmósfera era fría y cortante. Obi-Wan Kenobi tardó casi un día entero en acostumbrarse a ella, pero ahora le gustaba sentir esa punzada de aire fresco en los pulmones.

Él y su Maestro, Qui-Gon Jinn, se encontraban en la cima de las montañas de Ragoon-6, un planeta conocido por su espectacular y remota belleza. Los Jedi tenían como única misión sobrevivir llevando sólo los equipos de supervivencia. Antes que ellos, otro Jedi había ido dejando una hilera de huellas que conducía a un transporte. El rastro se extendía entre nieve, altas montañas y grandes formaciones rocosas, por lo que no era fácil de seguir.

Qui-Gon había decidido realizar aquella prueba después de su última misión. Tras regresar al Templo estuvo un tiempo distraído, casi triste; algo que no era propio de él. Finalmente, una mañana, al amanecer, se presentó en la habitación de Obi-Wan.

—Es hora de divertirse —dijo.

¿Divertirse? Obi-Wan nunca había oído a su Maestro pronunciar esa palabra. Se recostó somnoliento, apoyándose en los codos, y parpadeó en la penumbra. Se preguntó si estaba soñando.

Tan sólo una hora después se encontraba en un transporte en dirección a Ragoon-6. Un piloto Jedi llamado Rana los dejó en una altiplanicie azotada por fuertes vientos. Qui-Gon explicó a Obi-Wan que iban a poner a prueba sus capacidades de supervivencia y rastreo, además de contemplar uno de los parajes más asombrosos de la galaxia. Obi-Wan tuvo frío, hambre y dudas desde el principio, pero en los últimos diez días se lo había pasado muy bien.

Obi-Wan se sentó en una piedra plana que dominaba el valle a sus pies. Era media mañana, y el sol ya había calentado la piedra. Apoyó las palmas de las manos sobre ella. Bajo él, en la ladera de una montaña, había un mar de flores silvestres amarillas. El cielo era de un azul muy intenso. De noche se tornaba púrpura. Durante una tormenta, se había teñido de amarillo y verde. Obi-Wan nunca había visto unos colores tan claros y definidos en la atmósfera. No había ciudades en Ragoon-6, ni industria, ni transportes que emitieran gases que contaminaran el aire puro.

Su Maestro y él no hablaron mucho. Qui-Gon estaba sumido en sus pensamientos. Hubo momentos en los que parecía estar...
No era tenso
, pensó Obi-Wan, buscando la palabra adecuada,
más bien distraído
. Obi-Wan sabía que Qui-Gon tenía algo en mente, pero también era consciente de que aún no había llegado el momento de que su Maestro se lo contara.

Obi-Wan ya había cumplido dieciséis años, y su relación con su Maestro estaba experimentando un sutil cambio. Ahora eran más camaradas, además de alumno y profesor. Obi-Wan sabía que todavía le quedaba mucho por aprender de Qui-Gon, pero le gustaba aquella nueva sensación de madurez. Por primera vez, era capaz de ver el día en el que pudiera estar lado a lado con su Maestro como un auténtico Caballero Jedi.

Escuchó el crujido de las pisadas de su Maestro en la nieve. Qui-Gon se puso de cuclillas junto a él y escudriñó el paisaje.

—Tahl y yo vinimos aquí en una misión de entrenamiento como ésta hace mucho tiempo —dijo—. Siempre pensamos que algún día volveríamos juntos, pero nunca lo hicimos.

Tahl era una Jedi que había entrenado junto a Qui-Gon en el Templo. Ahora gozaba de gran prestigio, y la amistad de ambos era larga y profunda. Hacía unos años se había quedado ciega, y Obi-Wan sabía que su Maestro sentía una profunda ternura cuando hablaba de ella.

Los ojos azules de Qui-Gon escaneaban las montañas y el valle.

—Estamos aquí y de repente desaparecemos —dijo lentamente—. Hay que estar seguro de lo que se quiere y de lo que se cree, Obi-Wan. Algunas veces, el camino será confuso, pero tómate tiempo para comprenderte a ti mismo. Cambia de vida si es necesario.

Obi-Wan asintió, pero las palabras de Qui-Gon le parecían algo confusas. Normalmente, los consejos de su Maestro eran claros y directos. Pero ahora, incluso su mirada estaba perdida.

Y entonces, en uno de los cambios de concentración que definían su carácter, Qui-Gon se levantó de repente, claramente concentrado.

—Algo nos sigue —dijo enérgicamente.

—¿Algo?

—Animales. Han debido de oler la comida. Las huellas indican que es una manada de malias.

—¿Malias?

—Bestias salvajes de alta montaña. No son grandes, viajan en grupos de cuatro y apenas te llegan a la rodilla; pero son muy peligrosos. Se dice que si estás lo suficientemente cerca como para oír el grito de un malia, ya estás muerto.

A pesar de que el sol brillaba en el cielo, Obi-Wan se estremeció.

—¿Y nos están siguiendo?

—El invierno ha sido duro aquí. Es mejor evitarlos. Vámonos.

Qui-Gon se echó el equipo de supervivencia al hombro y comenzó a andar. Obi-Wan se apresuró a recoger sus cosas y le siguió. Pasaron una hora caminando por entre los peñascos que conducían hacia los caminos forestales. La senda abierta por el Jedi era difícil de seguir; pero, gracias a la mirada agudizada por la Fuerza, podían distinguir las mínimas diferencias en el suelo, las hojas y la nieve que indicaban el paso de una presencia. Podían moverse con rapidez. Obi-Wan tenía la esperanza de estar ampliando la distancia entre ellos y la manada de malias.

De repente, Qui-Gon se detuvo. Obi-Wan vio que el camino se dividía. Los dos Jedi estudiaron la zona, y después se dividieron para investigar parte de ambos caminos, buscando pistas. No necesitaban hablar: habían pasado por aquello muchas veces.

Normalmente, Obi-Wan o Qui-Gon encontraban alguna pista que les señalaba el camino a seguir. Esta vez regresaron a la encrucijada sin tener una idea clara de qué senda seguir. Una sonda robot o un androide de seguimiento habrían sido de gran utilidad, pero ese ejercicio estaba pensado para enseñar a Obi-Wan cómo sobrevivir sin esos aparatos.

—Rana nos ha dejado un desafío —dijo Qui-Gon—. Tenemos que escoger un camino y volver aquí si nos hemos equivocado.

Obi-Wan asintió.

—Si nos vemos obligados a regresar, habremos perdido el tiempo que hemos ganado —dijo Qui-Gon—. Podríamos encontrarnos con la manada de malias. ¿Por qué no escoges tú la dirección?

Obi-Wan se quedó mirando ambos caminos. Ninguno le llamaba especialmente la atención. Escogió el de la derecha, que subía abruptamente por una colina rocosa. Puede que Rana quisiera que hicieran un poco de ejercicio.

Caminaron durante una hora sin encontrar más pistas. Finalmente, Qui-Gon se detuvo.

—Creo que deberíamos regresar, padawan. Ya deberíamos haber encontrado algún indicio de que este camino es el correcto —Qui-Gon miró al cielo—. Pronto oscurecerá.

La marcha era más difícil en la creciente oscuridad del atardecer. La temperatura descendió y los charcos se helaron en el camino de piedra. Bajaron por la ladera, completamente concentrados en no resbalarse.

Según se acercaban al punto de partida, Obi-Wan escuchó un grito estridente. Se detuvo de repente.

—No es humano —dijo—. Al menos, no lo parece.

—Es el grito de los malias —dijo Qui-Gon—. Parecía venir de cerca.

Obi-Wan no percibió miedo en la voz de su Maestro, nunca lo percibía; pero Qui-Gon tampoco parecía muy cómodo.

—¿Te dan miedo? —preguntó Obi-Wan.

—No exactamente —dijo Qui-Gon—. Me dan respeto. Si nos encontramos con ellos, padawan, recuerda que son muy rápidos. Muy astutos. Cuando cazan, tienen un sentido muy desarrollado de la estrategia.

Siguieron bajando por la cuesta, avanzando lo más silenciosamente posible. Obi-Wan no movió una piedra, ni una hoja.

—En cuanto encontremos un sitio adecuado, acamparemos para pasar la noche —dijo Qui-Gon en voz baja—. El retraso no nos perjudicará. Y el fuego nos protegerá.

Obi-Wan no veía ni oía movimiento alguno a su alrededor. Los árboles se estrechaban junto al camino, con sus hojas verdiazules que no se movían ni un ápice. Aun así, tenía la sensación de que le estaban siguiendo. A pesar del frío, sintió un hilillo de sudor cayéndole por la nuca.

Las sombras de las hojas se alargaron, oscureciendo el camino. Apenas podía divisar la encrucijada en la que se habían detenido. Allí había un claro donde podían acampar.

Vio a la derecha un destello verdoso, un color fluorescente completamente fuera de lugar entre los tonos naturales del bosque. Estaba a punto de señalárselo a Qui-Gon, cuando su Maestro desenfundó el sable láser.

—¡Los malias! —exclamó Qui-Gon.

Apenas un segundo después, Obi-Wan vio una bola de pelo gris azulado: un animal que salía disparado hacia ellos de entre los árboles. Por fin comprendió que los extraños destellos verdes eran los ojos de los malias, que relucían, enfebrecidos por la inminente matanza. Los animales, ágiles y larguiruchos, le llegaban a Qui-Gon a la rodilla. A Obi-Wan le asqueó la fealdad de sus caras, con el morro chato y los dientes amarillos letalmente afilados.

El sable láser ya estaba en la mano de Obi-Wan, que saltó hacia atrás para proteger a Qui-Gon. Al mismo tiempo, otra criatura salió de entre los árboles por el otro lado. Y una tercera, una cuarta y una quinta. Se movían con rapidez, tan veloces que parecían cambiar de forma. Describían círculos y rechinaban los dientes sin dejar de mirar los sables láser de los Jedi, manteniéndose siempre fuera del alcance. Sus movimientos parecían una coreografía para cansar a la presa. Los Jedi no podían dejar de moverse ante la constante amenaza.

—Están jugando con nosotros —dijo Qui-Gon, girándose para protegerse de un ataque trasero de dos malias.

Obi-Wan apretó los dientes.

—No puedo soportar esta tensión.

—Cuidado, padawan. No dejes que se acerquen. Si un malia te muerde la muñeca, podría arrancarte el brazo.

—Eso es muy tranquilizador —susurró Obi-Wan.

—Si les mantenemos a raya, podrían rendirse y buscar una presa más fácil —dijo Qui-Gon. Se dio la vuelta y giró en una rápida combinación, rechazando a tres malias que atacaban a la vez.

Entonces, Obi-Wan divisó otro movimiento por el rabillo del ojo y se giró para enfrentarse a la amenaza. Un malia se había lanzado desde la rama de un árbol, directo hacia Qui-Gon. Obi-Wan saltó hacia delante, con el haz azul del sable láser recortándose sobre el firmamento.

Vio al malia enseñándole los dientes amarillentos en una mueca de frustración. Giró en pleno salto y aterrizó a cierta distancia, lo suficientemente lejos de Qui-Gon.

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