Authors: Jude Watson
Pero ahora no estaba seguro. Tahl parecía abrumada, pero eso podía ser por muchas otras razones.
—Si no sientes lo mismo, volveré a ser como antes y seguiré siendo tu amigo —dijo Qui-Gon. Era un hombre al que le gustaba el silencio, pero no éste. No quería hacerle daño a Tahl.
—No —dijo Tahl con tono cálido—. No vuelvas a ser como antes. Demos juntos este paso. Yo siento lo mismo, Qui-Gon.
Él dio un paso adelante al mismo tiempo que ella. Ella le cogió de la mano.
—No lo he sabido hasta este momento —dijo ella—. O quizá sí. Quizá llevo un tiempo sabiéndolo.
Él sintió sus dedos, cálidos y fuertes, entre los suyos.
—Yo me ofrezco a ti, Tahl.
—Y yo me ofrezco a ti, Qui-Gon.
Se quedaron inmóviles por un momento. Pero ambos eran conscientes ya de lo que les esperaba al salir por la puerta.
—Tengo que acudir a la reunión —dijo Tahl.
—Sí —Qui-Gon asintió.
—Somos Jedi. Nuestra vida en común estará llena de separaciones.
—Pero tendremos una vida en común, juntos.
—Sí.
—Cuando regreses, nos llevaremos a las gemelas a Coruscant —dijo Qui-Gon.
—A menos que el Gobierno solicite nuestra ayuda —replicó Tahl.
—Sí, a menos que nos pidan oficialmente que nos quedemos —asintió Qui-Gon.
—Tomemos la decisión que tomemos, seguiremos juntos —dijo Tahl.
—Sí —dijo Qui-Gon—. Al menos eso está claro.
Obi-Wan esperó ante la puerta cerrada. No entendía por qué Qui-Gon había pedido intimidad. ¿Qué tendría que decir a Tahl que su padawan no pudiera oír? Obi-Wan intentó no sentirse molesto. Cualquier decisión que tomara su Maestro era sin duda la mejor. Aun así, se sentía marginado, sentado en las escaleras ante una puerta cerrada, como un niño pequeño.
Al fin, la puerta se abrió. Qui-Gon le vio en las escaleras y se acercó a él, con Tahl a su lado.
—Tahl acudirá a la reunión de paz —dijo a Obi-Wan—. Nosotros esperaremos aquí con las gemelas. Cuando vuelva, si el Gobierno oficial de Nuevo Ápsolon no solicita nuestra ayuda, escoltaremos a las gemelas fuera del planeta, siguiendo sus deseos. Controlaremos la situación desde el Templo y sólo volveremos en caso necesario.
Obi-Wan asintió. Él ya sabía todo eso antes de que se encerraran en la habitación. Entonces ¿por qué parecía Qui-Gon diferente? Ya no tenía la mirada ausente. Algo muy profundo había cambiado en aquella habitación.
—No dejamos un planeta estable, pero al menos nos llevaremos a las gemelas a lugar seguro —dijo Qui-Gon—. Ésa era nuestra meta en un principio.
—Y nos iremos con las negociaciones en marcha, espero —dijo Tahl.
En ese momento apareció Balog.
—Es la hora.
Tahl asintió.
—Estoy lista.
No se despidió de Qui-Gon ni de Obi-Wan, simplemente se alejó caminando junto a Balog. Qui-Gon les miró hasta que la puerta se cerró tras ellos.
Con el amanecer llegó la actividad. El cuerpo de Roan fue levantado, en presencia de Manex. Se realizaron las preparaciones pertinentes para que el Gobernador Supremo yaciera de cuerpo presente en su funeral. Las gemelas se retiraron a descansar antes de hacer las maletas para partir hacia Coruscant.
Qui-Gon organizó un desayuno. Obi-Wan se sentía muy agradecido. Había sido una larga noche y tenía hambre de nuevo. Se comió todo lo que había en la bandeja y contempló a Qui-Gon, que bebía a sorbitos el té y picaba unos trocitos de pan.
—¿Estás preocupado por la reunión? —le preguntó Obi-Wan.
Qui-Gon se quedó mirando su taza.
—No lo estaba. Pero hay algo..., algo que sigue preocupándome.
Oyeron gritos al otro lado de la puerta y algo parecido a una pelea.
—¡Quítame las manos de encima, lagarto mugriento del espacio! ¡Déjame verles! ¡Diles quién soy! ¡Ellos me recibirán!
Qui-Gon se acercó a la puerta y la abrió. Irini estaba allí, y uno de los guardias de seguridad la tenía agarrada por el brazo.
—¡Dile que me suelte! —dijo ella, furiosa—. He venido para hablar, no para pelear.
Qui-Gon hizo un gesto al guardia para que la soltara. Irini le miró sombría mientras se zafaba y entraba en la habitación.
—¿Pero qué derecho tienen a maltratarme? —se quejó a los Jedi, arreglándose la túnica—. No soy una delincuente, soy una ciudadana. ¿Y para qué necesitáis seguridad vosotros? Sois Jedi. Sois neutrales, ¿no?
—Quizá necesitemos seguridad porque hay gente que nos manda sondas robot para que nos persigan y nos disparen en callejones —comentó Qui-Gon.
Irini se quedó pálida.
—¿Estás sugiriendo que yo he hecho eso?
—Encontramos tu insignia entre la munición —dijo Obi-Wan. Señaló al collar de la chica, que colgaba por encima de su túnica.
—Es la insignia de los Obreros —dijo Irini—. No es sólo mía. Yo no os disparé, Jedi. He de admitir que no me gustó la idea de que estuvierais en nuestro planeta, pero la violencia no es mi estilo. Ni es el estilo de los Obreros. No creo que ninguno de los nuestros intentara haceros daño. Quizá fue alguien que quería haceros creer eso.
—Es probable —dijo Obi-Wan. Ya no sabía qué pensar.
Qui-Gon indicó a la chica que se sentara.
—¿Para qué has venido, Irini?
—Estoy preocupada por la agitación en Nuevo Ápsolon —dijo la mujer—. Queríamos el cambio, pero no así. No con otro asesinato y el secuestro de unas niñas. Tengo una información que podría seros útil, si es que realmente habéis venido a salvaguardar la paz. Ya que no sabemos de quién fiarnos en el Gobierno, hemos votado y hemos decidido fiarnos de los Jedi —frunció el ceño—. Espero que seáis dignos de nuestra confianza.
—Si no confiáis en nosotros, no os convencerá nuestra garantía —dijo Qui-Gon—. Os corresponde a vosotros tomar esa decisión.
Ella miró a ambos con frialdad.
—Esa decisión ya ha sido tomada por mi comité. Yo soy la emisaria. He de deciros que los Civilizados culpan a los Obreros del asesinato de Roan y del secuestro de las gemelas. Y he de deciros también que los Obreros no son culpables de ninguna de esas dos cosas.
—¿Puedes hablar por todos los Obreros? —preguntó Qui-Gon.
—Sí —dijo ella—. Estamos muy organizados y funcionamos como un todo. Si hubiera facciones violentas, lo sabríamos.
—¿Y lo admitiríais públicamente? —preguntó Obi-Wan.
Irini suspiró.
—La situación está así. Sabemos que estamos al borde de otra guerra civil. Y nadie desea eso. Por tanto, sí, seríamos sinceros si pensáramos que hay Obreros rebeldes con intenciones de secuestrar niñas y asesinar gobernadores para conseguir sus objetivos. Pero no creemos que los haya.
—Dijiste que tenías información —dijo Qui-Gon.
Ella se inclinó hacia delante.
—Sabemos que hay alguien en el círculo íntimo de Roan que es responsable tanto del secuestro como del asesinato. Alguien importante. Alguien que desea más poder.
—¿Quién? —preguntó Obi-Wan.
—Eso lo ignoramos.
—¿Cómo podéis estar seguros de que esa información es correcta? —preguntó Qui-Gon.
Irini dudó un momento.
—Porque tenemos un espía en la casa. Alguien que vigila a las gemelas para protegerlas.
—Pues no hizo muy bien su trabajo —señaló Obi-Wan.
—No —admitió Irini—. Eso es porque los sistemas de seguridad fueron saboteados al más alto nivel. Como ya sabéis, la seguridad en este sitio es máxima. Sólo podría ser atravesada por alguien que la conociera bien. Alguien que tuviera las claves del código. Alguien que supiera exactamente cómo dominar a los guardias y cuánto tiempo tardarían en llegar los refuerzos.
—¿Quién es vuestro espía? —preguntó Qui-Gon.
—Uno de los guardias de seguridad. Por eso sabemos tanto sobre la seguridad de Roan.
—Si los Obreros conocen la seguridad, bien podrían haber secuestrado a las gemelas —señaló Obi-Wan.
—No. Conocemos los procedimientos, pero no el código —explicó Irini—. Muy poca gente conoce esa información.
—¿Quién?
Ella negó con la cabeza, frustrada.
—No estamos seguros de eso. Sólo sabemos que es gente cercana a Roan.
Obi-Wan miró a Qui-Gon.
—El primer día, cuando vinimos a ver a las gemelas...
Qui-Gon se quedó pálido de repente.
—Nuestra seguridad está en manos del máximo responsable, el propio Balog...
—¿Crees que podría tratarse de Balog? —preguntó Obi-Wan—. En ese caso, enviarle a la reunión no ha sido buena idea. Tiene sus propios planes. No está a favor de Roan, sino en su contra.
—Las posibilidades de paz se verían eliminadas —dijo Qui-Gon, sombrío. Se giró hacia Irini—. Tienes que ser consciente de que es probable que Balog mienta en las negociaciones de paz. No estamos seguros, pero hay que tener eso en cuenta. Esta reunión es demasiado importante para ponerla en peligro.
—Por cierto, ¿tú no deberías estar allí? —preguntó Obi-Wan—. Comenzaba al amanecer.
Irini se quedó de una pieza.
—¿Qué reunión? —preguntó.
La mirada en el rostro de Irini le hizo actuar más rápido de lo que había actuado en su vida. Qui-Gon ya estaba en el recibidor antes de ser consciente de haberse levantado de la silla. Pero por muy rápido que se moviera, sabía que Obi-Wan le seguía de cerca.
Había mandado a Tahl con Balog. No había reunión. Balog la había alejado de ellos por alguna razón. No sabía cuál, pero se temía lo peor.
La había fallado. Creía haber confiado en su visión; pero, al parecer, no lo suficiente. Había dejado que ella se fuera.
Balog les había dicho que la reunión se iba a celebrar en una estancia secreta en el cercano Instituto del Servicio Gubernamental. Qui-Gon y Obi-Wan corrieron hacia allá por las calles vacías. Los soles nacientes teñían de rojo el pavimento. El mundo despertaba.
—Quizá nos equivoquemos —dijo Obi-Wan mientras corrían—. Quizás haya sido otro el responsable del secuestro. Según Irini, hay varias personas que conocen el código de seguridad.
—Sí, podríamos estar equivocados —asintió Qui-Gon.
Pero no lo creía.
Sabía que la sala secreta estaba fuera del despacho de Roan. Irrumpieron en la entrada del edificio. El asistente de Roan estaba abriendo el despacho. Se quedó de piedra cuando vio aparecer de repente a los Jedi.
—¿Qué hacéis aquí?
—La sala de reuniones secreta —dijo Qui-Gon—. Llévanos allí.
—No... No sé —tartamudeó el asistente.
Qui-Gon dio tres pasos hacia él y dijo una única palabra:
—Ahora.
El asistente asintió nervioso. Entró por una puerta oculta en la pared y les guió a lo largo de un pasillo hasta que llegaron a una puerta de duracero.
Qui-Gon caminó más despacio al ver lo que yacía frente a la puerta. Una voz gritó dentro de su pecho.
¡No!
El sable láser de Tahl había sido arrojado a una papelera. Y con él, varias pistolas láser.
Ella jamás se habría separado de su sable láser, a menos que le hubieran dicho que con él no se podía celebrar la reunión.
—Abre la puerta —ordenó Qui-Gon al asistente.
La puerta se abrió, deslizándose. Había una mesa vacía. Sillas vacías. Ni rastro de Balog o Tahl.
En una frustrante agonía, Qui-Gon alzó la empuñadura de su sable láser y la clavó en la mesa. Se abrió una profunda grieta, y la mesa se rompió.
Obi-Wan le miró alucinado. Nunca había visto a Qui-Gon perder el control.
Qui-Gon cerró los ojos y luchó con las emociones que se debatían en su interior. Vio los ojos sin vida de ella, sintió su debilidad, oyó su voz: "Es demasiado tarde para mí, querido amigo".
Su padawan le habló.
—Los encontraremos, Qui-Gon.
Él se tragó su ira y su sentimiento de culpa, empujándolos hacia el fondo, en alguna parte donde no interfirieran con su razonamiento, con su capacidad de juicio y su iniciativa.
Abrió los ojos y se encontró con la mirada decidida de su padawan. Había algo que sabía y que quería decir a Obi-Wan. Si no la encontraban a tiempo, si su visión se hacía realidad, él cambiaría para siempre. Sería para siempre la mitad de lo que había sido. De lo que podría haber sido.
—Tenemos que encontrarlos —dijo Qui-Gon.