Lazos que atan (7 page)

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Authors: Jude Watson

—En primer lugar, matar a un Jedi no es cosa fácil. No se les puede matar y esperar que no ocurra nada. Habrá una investigación. Una por parte de su Orden, y probablemente otra por parte del Senado. Esta vez, cuando tomemos el poder, queremos tener el respaldo del Senado. Esto ya lo hemos hablado. Esta vez lo vamos a hacer bien. El pueblo creerá que tiene algo de control. En segundo lugar, si tomas la decisión de eliminar a un enemigo poderoso, lo haces para obtener algún beneficio a cambio. Si desacreditamos a los Jedi y después les matamos, ganaremos. No podemos desacreditarles si no les dejamos marchar.

—¡Pero si han escuchado cada palabra de lo que hemos dicho! Hablábamos sin tapujos porque pensábamos que iban a ser eliminados.

—Eso no importa —dijo Tahl—. Nosotros tenemos el control. En nuestro planeta somos más poderosos que los Jedi. ¡Dejad de ser tan cobardes! Y ahora marchaos. Haré llamar a R para que los libere.

Qui-Gon oyó a los tres hombres saliendo de la sala. Escuchó un tejido que era desanudado cerca de él.

—Gracias —oyó decir a Obi-Wan.

Luego Tahl se acercó a él; pero, en lugar de quitarle la venda de los ojos, notó que ella se agachaba frente a él.

—Bueno, Qui-Gon —dijo ella—. Por fin estamos igualados.

—No lo creo. Tú siempre fuiste mejor que yo.

—La adulación no te devolverá la vista.

—No necesito verte. Me basta con saber que estás bien.

Tahl suspiró. El sintió su cálido aliento rozándole la mejilla. Un momento después sintió la gélida precisión de sus dedos mientras le quitaba la venda de los ojos.

A sus ojos les costó un momento verla bien. Estaba disfrazada. Sus característicos ojos verdes con vetas doradas eran oscuros ahora. Tenía el pelo más corto y del color de la luna pálida, en contraste con su piel morena.

Ella miró en dirección a él, como si le estuviera leyendo por dentro. Él contempló sus extraños ojos nuevos, y su desasosiego se calmó cuando al mirarla dejó de ver el disfraz y comenzó a ver a la Tahl de siempre detrás del nuevo color. No pudo evitarlo: era feliz.

Y ella lo supo porque de repente le acarició la cara con la yema de los dedos. Él sintió los dedos de ella en sus labios.

—Estás sonriendo.

—Sí.

—No lo hagas.

Ella no bajó la mano, sino que la mantuvo en su boca. Él vio que Tahl era incapaz de reprimir una pequeña sonrisa que afloraba en su rostro, y sonrió aún más bajo la mano de ella.

—Parece que no puedo librarme de ti —dijo ella.

—No —respondió Qui-Gon—. No puedes.

Capítulo 11

Obi-Wan contempló a los dos amigos. Le dio la impresión de que se habían olvidado de que él estaba en la habitación. Incluso parecían haberse olvidado de la misión. El no podía ni imaginarse el cúmulo de sentimientos que forjaba aquella profunda amistad. Tahl había estado enfadada con Qui-Gon, que se mantuvo apartado de ella durante un tiempo. Esas cosas las sabía. Pero no sabía por qué habían sucedido. Sólo que tenía algo que ver con el resentimiento de Tahl por la necesidad que tenía Qui-Gon de cuidarla desde que ella se quedó ciega.

En esta misión, Obi-Wan se había sentido confundido varias veces con Qui-Gon. Con los años había llegado a aprender la manera que tenía su Maestro de actuar, pero ahora era como si Qui-Gon estuviera siguiendo algún tipo de lógica interna que no podía descifrar. No sabía lo que su Maestro pensaba. En muchas ocasiones, los pensamientos de Qui-Gon le resultaban indescifrables; pero nunca tanto como en aquel momento. Había un velo entre ellos. Aun así, mirando a Tahl, se dio cuenta de que ella no se sentía igual. Intentó no envidiarla por ello. Tahl se levantó.

—Aquí no podemos hablar. Seguidme. La salida está por aquí.

Caminó decidida hacia la puerta y salió. Era obvio que conocía bien el lugar. Giró a la derecha por el pasillo. Obi-Wan no podía imaginarse bien el edificio en el que se hallaban. Era industrial y completamente diáfano. Quizá en otra época fue algún tipo de almacén.

Tahl subió por una rampa al piso superior. No vieron a nadie. Se dirigió hacia una serie de puertas altas que parecían habilitadas para la entrada de mercancías. Cerca de ellas había una puerta más pequeña para los Obreros. Entró y los tres salieron a la fría noche.

—Es un almacén abandonado —les dijo—. Los Absolutos lo compraron. Tienen una inmensa fortuna. La calle está al final del patio. Os acompañaré un rato, pero luego tendré que regresar.

Avanzaron por el patio y salieron a un estrecho callejón.

—¿Dónde estamos? —preguntó Qui-Gon.

—En el límite del Sector Civilizado —explicó Tahl—. Si seguís por esta calle, llegaréis al Bulevar del Estado, donde se encuentran los edificios oficiales.

—Cuéntanos tu plan —dijo Qui-Gon—. Es obvio que la situación es más complicada de lo que pensábamos. Estamos aquí para ayudar.

—He de admitir que la ayuda sería muy útil —dijo Tahl—. No me costó darme cuenta de que las gemelas estaban en peligro, pero todavía no sé quién las amenaza. Sospecho de los Absolutos, por eso me infiltré entre ellos; pero no he encontrado nada. Roan podría ser su líder secreto, pero todavía tengo que descubrir si eso es verdad.

—Las gemelas nos dijeron que no te habían visto —dijo Obi-Wan.

—Están intentando protegerme —dijo Tahl—. Acordamos que lo mejor era que yo actuara de forma clandestina. Me consiguieron documentos falsos que me acreditaban como antiguo miembro de los Absolutos. Hubo una época en la que era una enorme organización burocrática. Casi nadie conocía a la cúpula del poder.

—Así que las gemelas te llamaron de verdad —dijo Qui-Gon.

Tahl asintió.

—Cuando llegué me sorprendió ver que no estaban escondidas, como habían dicho. Me dijeron que no habían tenido más remedio que "adornar" su mensaje para asegurarse de que yo viniera. Sospechan que fue Roan el que mató a su padre. Son prisioneras en su propia casa. Yo estaba dispuesta a sacarlas de su planeta hacia el exilio, pero discutimos la situación y me impresionó su madurez y su valor. También me quedé muy disgustada con el estado de la situación en Nuevo Ápsolon. Las gemelas son un símbolo para el pueblo. Si se van, el último rastro de gobierno honrado se irá con ellas. Las gemelas cambiaron de idea e insistieron en quedarse. Decidí que lo primero era averiguar cuánto poder real tienen los Absolutos, y les propuse actuar de incógnito. Las gemelas se opusieron a la idea, pero finalmente accedieron y me ayudaron.

—¿Cuánta fuerza tienen los Absolutos?

—No tanta como ellos piensan —dijo Tahl—. Son pocos en número, y su organización es caótica. No hay una cadena de mando real. A mí me resultó fácil ascender en la estructura. Los Absolutos están ahora desarrollando actividades a bajo nivel. Reúnen información y realizan tareas de vigilancia y acoso ocasional a la Resistencia Obrera. Pero lo que no me gusta es que tienen una inmensa fortuna. Están acumulando armamento.

—Así que deben de tener un importante respaldo por algún lado —dedujo Qui-Gon.

—Sí, pero no sé de dónde procede. Todavía. Y ahí es donde entráis vosotros.

Obi-Wan miró a su Maestro. Se apreciaba conflicto en el rostro de Qui-Gon. Sabía por qué. El Jedi no quería oponerse a Tahl, pero no estaba de acuerdo con ella. La razón era obvia.

—Tahl, los Jedi no han recibido una solicitud oficial para ayudar a ninguna de las partes de este conflicto —dijo Qui-Gon—. Todavía no es seguro que Roan estuviera involucrado en la muerte del anterior líder. No se sabe si los Absolutos llegarán a acumular poder suficiente para suponer una amenaza real. El planeta está luchando con esta nueva sociedad, sí. Pero ¿es razón suficiente para que los Jedi intervengan?

—Pero sí que hemos recibido una petición —replicó Tahl—. De las gemelas. Ellas son las hijas del líder asesinado. Su llamada de auxilio es oficial. Y están en peligro.

Tahl se detuvo.

—¿Qué pasa con nuestra lealtad hacia las chicas?

—Esto no es una cuestión de lealtad...

—Al contrario. Ellas me pidieron ayuda y yo se la voy a dar. Quieren más que seguridad. Quieren quedarse en su planeta natal. Un planeta que sea estable y pacífico.

—Los Jedi no pueden prometerles eso —dijo Qui-Gon.

—Pero qué lógico eres —dijo Tahl, negando con la cabeza—. Estás bloqueando tus sentimientos, igual que lo hiciste hace años. Ves todo desde una perspectiva tan fría. Lo cierto es que te da un poco igual.

Obi-Wan se dio cuenta de que las palabras de Tahl habían hecho daño a Qui-Gon.

—Soy un Jedi —dijo él—. Igual que tú. Hay formas de enfocar una misión. Formas cuyo funcionamiento ha sido demostrado con el paso de miles de años.

—A ti nunca te costó romper las reglas.

—Cuando la misión lo requería. Esta misión no lo pide. Y, por favor... —la voz de Qui-Gon se endureció—, no me acuses de indiferencia. Es injusto.

Caminaron en silencio durante un momento. Obi-Wan trataba desesperadamente de encontrar palabras sabias para arreglar las diferencias entre los dos amigos, pero no sabía cómo. Tahl había hecho daño a Qui-Gon, y Qui-Gon había herido a Tahl. Eso podía sentirlo. Se sintió incapaz de remediarlo. Los dos amigos parecían casi odiarse. Podía sentir su ira y su frustración en el crispado sonido de las pisadas en el pavimento.

Por fin, Tahl habló.

—Lleguemos a un acuerdo —dijo—. Necesito que me ayudes. Dame una semana. Permaneceré de incógnito con los Absolutos. Obi-Wan y tú investigaréis el asesinato de Ewane. Os pido que comencéis por Manex, el hermano de Roan. Manex es extraordinariamente rico y empleó sus contactos políticos para hacer fortuna antes y después de la revolución sin sangre. Hay muchas personas que sospechan que es un corrupto. Quizás estuvo detrás de un complot para asesinar a Ewane y así tener a su hermano en el poder. Puede que Roan estuviera también en el complot. Si conseguimos encontrar pruebas de que Roan o su hermano son culpables, podremos comenzar a traer la paz a Nuevo Ápsolon.

—Una semana no es demasiado tiempo —dijo Qui-Gon.

—No para muchos —dijo Tahl—. Para ti será suficiente. Si no conseguimos descubrir las pruebas, sacaremos a las gemelas del planeta. Si se niegan, volveremos a Coruscant y sólo regresaremos a Nuevo Ápsolon en caso de tener una petición oficial por parte de los Guardianes de la Paz.

Qui-Gon lo pensó un momento.

—Supongo que no hay forma de convencerte para que abandones los cuarteles de los Absolutos cuanto antes.

—No la hay —dijo Tahl.

—Entonces acepto el compromiso. Y que la Fuerza nos acompañe.

Las palabras de su Maestro parecían sinceras, y no un mero formalismo. Su preocupación caía sobre ellos como una densa niebla. Obi-Wan se dio cuenta de que a Tahl le molestaba profundamente. Tahl se dio la vuelta sin añadir nada más, y regresó a los cuarteles de los Absolutos. Qui-Gon se giró para mirarla hasta que desapareció en la oscuridad.

Capítulo 12

Qui-Gon encontró una casa de huéspedes para pasar la noche. Su padawan se quedó profundamente dormido, pero él permaneció despierto. No entendía qué le pasaba a su corazón. No podía entender por qué se había enfadado tanto con Tahl. Había perdido la capacidad de juicio. Nunca se había sentido menos Jedi.

Su visión le había perturbado, sí; pero él pensaba que aquella sensación de angustia se pasaría en cuanto encontrara a Tahl y se embarcara en la aventura de ayudarla. Y no había sido así. ¿Qué estaba pasando por alto?

Se envolvió con la manta y se tumbó de lado. Había un ventanuco arriba, en la pared, a través del cual se veían las tres lunas de Nuevo Ápsolon. La noche era serena y brillante, con un ligero resplandor rosado. Qui-Gon meditó sobre su belleza mientras luchaba por vaciar su mente. Intentó eliminar los pensamientos sobre el mañana y lo que le depararía el futuro. Intentó no pensar en Tahl, rodeada de todos esos fanáticos seguidores.

Se dio la vuelta otra vez.

—¿Qui-Gon? ¿Estás bien?

La voz somnolienta de Obi-Wan interrumpió sus pensamientos desde el jergón situado al otro lado de la habitación. Estaba molestando a su padawan. Y necesitaban descansar.

—Nada. Duérmete.

Qui-Gon relajó su cuerpo y obligó a su mente a obedecer. Su mente testaruda le desafiaba, y el sueño se resistía. En lugar de eso, se quedó mirando la luna.

***

Si Obi-Wan se percató del aspecto ojeroso de Qui-Gon a la mañana siguiente, no lo mencionó. Su padawan aceptó silenciosamente la responsabilidad de conseguir el desayuno, y desapareció para volver con algo de té, pan y frutas.

Qui-Gon estaba profundamente agradecido a Obi-Wan tanto por su consideración como por su silencio. Se vistieron, se pusieron las mochilas y se dirigieron a las direcciones que Tahl les había dado.

Manex, el hermano de Roan, vivía cerca de la residencia del Gobernador Supremo. Su casa era mucho más grande, y no estaba construida con la piedra gris tan presente en todas partes, sino de relucientes piedras blancas y negras dispuestas formando dibujos. La casa parecía más un palacio, y alardeaba con descaro de su tamaño frente a sus sombríos vecinos.

—Lo cierto es que no le importa hacer gala de su riqueza —comentó Qui-Gon mientras activaba el dispositivo que anunciaba su llegada.

Un androide de protocolo sumamente abrillantado y con el cuerpo metálico negro les atendió en la puerta. Qui-Gon dijo sus nombres y que eran Jedi. Ya no veía razón para ocultarse. Tanto los Absolutos como los Obreros sabían que estaban en Nuevo Ápsolon. Tahl estaba segura de que nadie descubriría quién era. Si trabajaban rápido, no pondrían en peligro su posición.

Manex les recibió en una pequeña sala con paredes, suelo y techo de piedra negra. Había gruesas alfombras verdes repartidas por el suelo reluciente, y la sala estaba repleta de bancos y asiento de todo tipo, todos tapizados con telas en distintos tonos de verde. Había enormes cojines de color verde césped tirados por el suelo. Unas gruesas cortinas de tono esmeralda cubrían las ventanas.

Un hombre alto y rechoncho estaba tumbado en uno de esos cojines, apoyado en un sofá largo. Se puso en pie cuando entraron en la estancia. Tenía el pelo rizado, oscuro y corto, y se cubría la cabeza con una gorra. Sus ojos eran azules y amistosos.

—Bienvenidos, Jedi. Qué amabilidad que llamarais. Me alegro mucho de veros.

Qui-Gon le saludó inclinándose. Se sintió un poco abrumado por la sala y la efusiva bienvenida. No se lo esperaba. Imaginaba que Manex sería un hombre de negocios frío y despiadado.

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