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Authors: Jude Watson

Lazos que atan (10 page)

—Ahí delante hay unos cubos de basura de duracero —dijo a Tahl—. Te colocaré detrás de ellos e iré a por la sonda.

En pocos pasos, colocó a Tahl tras los cubos y saltó sobre ellos. Obi-Wan lo vio y se acercó por la cornisa sin soltar el cable. Mientras Qui-Gon saltaba, Obi-Wan soltó cable para bajar por la fachada. Cogieron a la sonda robot entre ambos y la golpearon a la vez. A trompicones y en llamas, la sonda robot fue a parar al suelo estrepitosamente.

Obi-Wan saltó suavemente al suelo mientras Qui-Gon bajaba e iba a por Tahl. Los tres echaron a correr. No se cansaron ni se detuvieron hasta que entraron en el Sector Civilizado, donde la población llenaba las calles. Entre la gente estarían seguros.

—He de decir, para ser sincera, que no lo habría conseguido sin vosotros —dijo Tahl, jadeando.

Siguieron hasta el Instituto del Servicio Gubernamental y se apresuraron hacia el despacho de Roan. Irrumpieron en él, pero estaba vacío. Su asistente llegó corriendo detrás de ellos.

—No pueden... Oh, discúlpenme. No me había dado cuenta de que eran Jedi.

—¿Dónde está Roan? —preguntó Qui-Gon.

—Se ha ido a una reunión.

—¿Qué reunión?

El asistente se mostró indeciso.

—Somos de confianza para Roan, lo sabes —dijo Qui-Gon—. ¿Ha ido a encontrarse con los secuestradores?

El asistente asintió.

Qui-Gon se acercó a la ventana, exhalando su irritación contra el cristal de la ventana. Aquello no iba bien. No confiaba en los secuestradores. Quizá Roan fuera su verdadero objetivo.

Tahl interrogó rápidamente al asistente, pero era obvio que no sabía dónde estaba Roan, ni los detalles del encuentro.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Obi-Wan.

Tahl y Qui-Gon hablaron a la vez.

—Esperar.

***

Se quedaron unas horas en el despacho de Roan. Al fin, Balog acudió a su encuentro.

—Os he conseguido alojamiento en la residencia del Gobernador —les dijo—. Allí estaréis más cómodos. Después de todo, es donde Roan irá cuando regrese con las gemelas —dudó un momento—. Ojalá hubiera confiado en mí también. Esperaré con vosotros.

Qui-Gon asintió.

—Gracias.

Balog les acompañó hasta la cercana residencia. Ya había caído la noche y la multitud que protestaba en la plaza ya se había dispersado.

—Parece que el atractivo de la cena ha hecho perder la dedicación a algunos —comentó Balog.

Mientras se acercaban a la residencia, en el camino que llevaba hasta la casa, Qui-Gon se fijó en un gran paquete fuera del campo de seguridad.

—Balog, hay algo...

—Ya lo he visto —Balog llamó rápidamente a seguridad por su intercomunicador mientras corría junto a Qui-Gon y Obi-Wan.

Qui-Gon se sentía cada vez más intranquilo. Al acercarse, sus peores temores cobraron forma frente a él.

No era un paquete. Era Roan, envuelto en tela oscura y atado con un cable.

Qui-Gon se arrodilló junto a él. Los ojos sin vida de Roan miraban la noche que se acercaba. El Gobernador Supremo estaba muerto.

Capitulo 16

Qui-Gon pasó suavemente la mano sobre los ojos de Roan, cerrándolos. Balog y Obi-Wan se acercaron. Balog se arrodilló.

—Descansa en paz, amigo mío —murmuró, apesadumbrado.

Con mucho cuidado, Balog, Qui-Gon y Obi-Wan levantaron el cuerpo. Llevaron a Roan a su casa por última vez. Las lágrimas rodaban por las mejillas de Balog, pero mantenía la compostura y guardaba silencio.

—Tengo que encargarme de todo esto —dijo mientras tumbaban a Roan en la sala de recepción—. Tenemos que ocultarlo el mayor tiempo posible. Tenemos que encontrar primero a las gemelas. Creo que lo mejor será que de momento no se lo contemos a nadie.

—Esto va a ser difícil de ocultar —dijo Qui-Gon—. El que mató a Roan querrá que se sepa.

Qui-Gon tenía razón. En poco tiempo, la oscuridad exterior se vio iluminada por las barras luminosas y las velas. Obi-Wan había pensado que había mucha gente en la calle esa tarde, pero ahora era como si toda la población de Nuevo Ápsolon estuviera allí, expresando su rabia y su dolor.

Balog contempló las manifestaciones del exterior.

—Tengo que enviar un mensaje a Manex. No quiero que se entere así.

Los Jedi se sentaron en un salón interior. Obi-Wan no estaba seguro del siguiente paso a tomar. Sabía que no se marcharían hasta encontrar a las gemelas. Quizá podrían sacarlas del planeta, teniendo en cuenta lo complicado de la situación. Contempló a Qui-Gon y a Tahl, que estaban sentados el uno frente al otro, pero sin decir palabra.

Poco tiempo después oyeron ruidos en el recibidor. Obi-Wan siguió a Qui-Gon y a Tahl hacia la entrada.

Se trataba de Manex. Alzaba la voz por su estado alterado.

—Estaba dando una cena en mi casa. He sido informado —tenía un aspecto un tanto ridículo con su opulenta túnica verde de terciopelo, y un gorro rojo que a Obi-Wan le pareció de lo menos apropiado para las circunstancias.

Balog habló con él en voz baja.

—Creemos que la causa de la muerte fue un agente paralizador que atacó el corazón y los pulmones. No sabemos si lo que intentaban era matarle o paralizarle, pero fue demasiado tarde para revivirlo.

Manex asintió tristemente y miró a los Jedi.

—Sabía que mi hermano acabaría así —dijo—. Creo que él también lo sabía, pero siguió adelante.

—Él siempre seguía adelante —dijo Balog.

Manex apoyó la mano sobre el hombro de Balog.

—Gracias por todo lo que has hecho. Yo velaré a mi hermano hasta la mañana.

—Te mandaré algo de comer —dijo Balog.

—No mandes nada —Manex se acercó lentamente hacia la puerta de la sala en la que yacía Roan, la abrió y entró.

Los Jedi regresaron a la sala pequeña.

—¿Crees que es sincero? —preguntó Obi-Wan a Qui-Gon—. No se le daba muy bien el papel de hermano doliente.

—Sí —dijo Qui-Gon—, pero hay otra perspectiva. Podrías decir que no le dio tiempo a cambiarse porque vino en cuanto supo lo de su hermano. Su atuendo podría ser la confirmación de su dolor.

—¿Piensas eso? —preguntó Obi-Wan.

—No lo sé, pero necesito tener las dos perspectivas para que mi visión siga despejada.

Obi-Wan asintió. Volvieron a sentarse. Las horas pasaron. Las luces bajaron de intensidad hasta que apenas iluminaban la penumbra. Obi-Wan se dio cuenta de que estaba dando cabezadas, pero no quería dormirse a menos que Qui-Gon lo sugiriera. Era raro que Qui-Gon no se diera cuenta de lo cansado que estaba.

De repente, Qui-Gon se levantó y colocó la mano en la empuñadura del sable láser.

—Espera aquí —dijo Qui-Gon a Tahl—. Obi-Wan y yo nos vamos a investigar.

Pero Tahl les siguió hasta el pasillo. En ese momento se abrió la puerta principal. Los guardias de seguridad corrieron hacia el recibidor, alertados por una alarma oculta; pero, en lugar de unos intrusos, Eritha y Alani irrumpieron en el edificio. Las gemelas estaban pálidas, con la ropa arrugada y manchada, pero estaban bien.

—¿Dónde está Roan? —gritó Alani—. ¡Llevadnos ante él!

Eritha se acercó a Tahl.

—Estás aquí. Me alegro mucho de verte. ¿Qué ha pasado? Oímos en la calle que Roan había muerto. No puede ser verdad. ¿Lo es?

Balog se acercó a ellas.

—Me temo que es cierto. Está dentro.

Alani se volvió hacia Eritha y rodeó a su hermana con los brazos.

—Vayamos con él.

—Él no mató a nuestro padre —dijo Eritha—. Corrió muchos riesgos por nosotras. ¡Alani, tú y yo somos culpables!

—No estaría muerto si no hubiera intentado rescatarnos —dijo Alani, alzando la voz.

—No —Tahl se acercó a ellas—. No sois culpables de nada. Roan tomó sus propias decisiones.

—¿Escapasteis o fuisteis liberadas? —preguntó Balog.

—Nos dejaron ir. No llegamos a verles la cara —Alani se limpió las lágrimas del rostro.

—Creemos que lo mejor será que vengáis con nosotros a Coruscant mañana por la mañana —dijo Tahl con suavidad.

Alani miró a su hermana.

—Sí, creo que eso es lo mejor.

—Yo no quiero marcharme —susurró Eritha—. Nunca pensé que diría esto, pero es cierto.

—Tenemos que ver a Roan ya —dijo Alani.

Eritha y Alani, abrazadas, entraron en la sala donde yacía Roan. La puerta se cerró tras ellas.

Balog miró a los Jedi.

—Venía a veros. Llevamos toda la noche intentando organizar un encuentro pacífico. No sabemos quién está detrás de esto, pero no podemos esperar mientras la calle se revoluciona. Los Obreros y los Civilizados han aceptado reunirse. También habrá un representante de los Absolutos, mientras le demos un salvoconducto de vuelta y no le detengamos. Hemos accedido a sus condiciones porque no podemos hacer otra cosa. Yo también asistiré a la reunión. Como Obrero que forma parte del Gobierno actual, me necesitan para el equilibrio. Irini representará a los Obreros.

—Es una buena noticia —dijo Qui-Gon—. Sólo si empiezan las negociaciones podrá resolverse la situación. El Gobierno tiene que estabilizarse.

—Sólo hay una condición —dijo Balog—. Es necesaria la presencia de un representante Jedi. Todas las partes lo han solicitado excepto los Absolutos. Sin embargo, el representante ha accedido a duras penas. La reunión será al amanecer —Balog miró su cronómetro—. Dentro de una hora.

—Yo iré contigo —dijo Qui-Gon.

—No —dijo Tahl—. Yo iré —se volvió hacia Qui-Gon—. Tengo que ir yo, Qui-Gon. Yo me infiltré en la organización de los Absolutos. Sé cosas que casi nadie sabe. Si el representante de los Absolutos intenta falsear datos de la organización, yo soy la única que puede saberlo.

—Eso es cierto —dijo Balog—. Los Obreros y los Civilizados confían menos en los Absolutos que los unos en los otros.

—Llévate a las gemelas a Coruscant al amanecer —dijo Tahl—. Yo me reuniré allí con vosotros después de la reunión.

Obi-Wan miró fijamente a su Maestro. Qui-Gon se había quedado pálido. Era obvio que no le agradaba el devenir de los acontecimientos. Él quería ir a la reunión, pero había todavía algo más, un sentimiento más poderoso que Obi-Wan no comprendía. Parecía estar desarrollándose una lucha titánica en el interior de Qui-Gon.

Tahl también se dio cuenta. Frunció el ceño y estuvo a punto de decir algo.

Entonces, por un instante y para sorpresa de Obi-Wan, vio algo en la mirada de Qui-Gon. Era casi como si hubiera sonreído por alguna broma privada. Pasó tan rápido que Obi-Wan pensó que se había confundido.

Su Maestro negó con la cabeza como para despejarse. Parecía a la vez confundido y decidido. Qui-Gon miró a Balog.

—¿Nos disculpas un momento? Tengo que hablar con Tahl a solas.

—Claro —Balog se inclinó y se retiró.

Obi-Wan comenzó a andar con Qui-Gon y Tahl hacia la sala privada. Pero Qui-Gon se dio la vuelta.

—Por favor, padawan, espera aquí —le dijo amablemente.

Sorprendido, Obi-Wan se limitó a asentir. Vio a su Maestro siguiendo a Tahl hacia la sala, cerrando firmemente la puerta tras ellos.

Capítulo 17

—Querido amigo —dijo Tahl—, hemos discutido demasiadas veces. No lo hagamos una más.

—No he pedido que estemos a solas para discutir contigo —dijo Qui-Gon.

Sabía que, al otro lado de la puerta, la vida continuaba. La gente sufría. Había conspiradores planeando un golpe de Estado. El planeta Nuevo Ápsolon seguía girando sobre su órbita. Sus lunas aparecían lentamente en el cielo.

Pero todo eso le daba igual, por lo menos en aquel momento. Por fin había comprendido una verdad. La había rozado por un momento y se había sorprendido, y se rió de sí mismo por no haberla visto antes. Y todo eso en apenas un instante.

Por raro que parezca, la clave de su revelación había sido simple: la imagen del pastelito que le había dado a Obi-Wan el día anterior. Había recordado su sabor, la dulzura en su boca. Ésa era la lección que había estado esperando, y que había dado a su padawan sin pensar en ello. En mitad de una vida complicada de peligros y abnegado servicio, de vez en cuando era necesario recoger la cosecha.

—Deseo contarte algo —dijo—. Son dos cosas. La primera es que estoy de acuerdo en que vayas tú a la reunión; pero no nos iremos con las gemelas, no hasta que regreses. No puedo irme de Nuevo Ápsolon sin ti. Tengo la firme convicción de que si lo hago, no volveré a verte.

Ella comenzó a digerir el comentario, pero se detuvo.

—¿De veras sientes eso?

—Así es. Tuve una visión en el Templo. Me moría de ganas por volver a verte. Cuando por fin nos reunimos aquí, y a pesar de todo, no me importó porque sabía que mientras estuviéramos juntos estarías bien.

Ella asintió lentamente.

—Pero, Qui-Gon, yo no soy tu padawan. No podemos estar juntos siempre.

—Ah —dijo Qui-Gon—. Eso me lleva a la segunda cosa que quiero decirte.

Pero ahora que había llegado el momento, no pudo continuar. Tahl esperó. No iba a meterle prisa. Le daría todo el tiempo. No lo hacía siempre. Lo cierto es que solía acosarle, formulándole preguntas que él no quería hacerse a sí mismo; pero le conocía tan bien que sabía cuándo tenía que darle tiempo.

Qui-Gon parecía feliz, y ella pareció darse cuenta. La expresión de la joven se suavizó, pero el Maestro Jedi siguió sin hablar.

—Me he dado cuenta de una cosa —dijo—. No puedo dejar que te vayas. No puedo dejar que pase un minuto más sin decirte esto. No vine a Nuevo Ápsolon sólo porque seas mi amiga. No me quedé porque seas una colega Jedi. Vine para darme cuenta de que no eres sólo una amiga ni una compañera, Tahl. Eres necesaria en mi vida. Te necesito. Eres mi corazón.

Él vio el pecho de ella agitándose. Su cara se llenó de color.

—No estás hablando de amistad —dijo.

—Estoy hablando de algo más profundo. Estoy hablando de algo que todos los seres pueden darse entre sí. Eso es lo que te ofrezco. Me ofrezco a mí mismo.

No podía haber hablado más claro. Era difícil decirlo, pero tenía que hacerlo.

Cualquier otra persona habría dado un paso, se habría sentado, movido, hablado. Ella se mantuvo perfectamente quieta. Él esperó, contando los latidos de su corazón. Había dado un paso decisivo. Eso pondría a prueba su amistad.

Pero él quería correr el riesgo. Por fin se había encontrado a sí mismo y a sus sentimientos. No estaba seguro de los de ella. En ese momento de revelación había llegado a comprender todas las tensiones que habían surgido entre ellos los últimos meses, todos los malentendidos y las discusiones. Todos tenían la misma causa. En algún lugar de su interior sabía que sus sentimientos por Tahl se habían hecho más profundos, pero se mantenía reacio a reconocerlo. Y en el recibidor, la certeza se había convertido en un dulce alivio.

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