Authors: Jude Watson
Qui-Gon se detuvo en el primer rellano, escuchando detenidamente. Obi-Wan hizo lo mismo, pero no oyó nada. Siguieron subiendo, parándose en cada planta. Subieron hasta el quinto piso antes de oír algo. Era un murmullo suave, nada más. Se dirigieron hacia el sonido.
Era tan débil que lo perdieron un par de veces. Intentaron aislar los ruidos propios del edificio: la corriente de brisa nocturna por una ventana abierta, el recorrido del polvo por el suelo. Entonces volvieron a oír el murmullo y siguieron avanzando.
Pasaron por habitaciones abandonadas y encontraron restos de la gente que había vivido allí: colchones estrechos, viejos y sucios, una sartén abollada en el suelo, una bota, un datapad del tamaño de una mano que parecía haberse fundido con el suelo, y una habitación que daba a otra como si de un laberinto se tratase. Obi-Wan se dio cuenta de que hubo un tiempo en el que había demasiadas personas amontonadas en esas habitaciones demasiado pequeñas.
Qui-Gon se detuvo.
—Ahora estamos en el otro edificio —susurró a Obi-Wan—. Están muy cerca.
Obi-Wan podía sentir la presencia de otras personas, así como escucharlas; pero la calidad del sonido estaba mermada y les desorientaba. Se detuvo para concentrarse.
Avanzaron como uno solo. Ambos habían descubierto la fuente del sonido. Estaba detrás de un armario. Qui-Gon abrió la puerta. Vieron una rendija que subía del techo al suelo y por la que se filtraba luz. Se introdujeron en el armario y pegaron las orejas a la rendija.
La habitación de al lado estaba iluminada sólo con una barra luminosa a baja potencia, pero podían distinguir claramente a Irini, que estaba sentada en un semicírculo, acompañada de otros hombres y mujeres. Todos iban vestidos de forma similar, con túnicas o capas oscuras.
Las palabras de Irini les llegaron con toda claridad.
—Los he visto con mis propios ojos, y os digo que fue Roan quien los trajo —dijo.
—¿Lo han admitido ellos? —preguntó uno del grupo.
—¿Por qué iban a hacerlo? Son la herramienta de Roan. Los Jedi han sido enviados aquí para asegurar la permanencia del Gobierno. Y si, tal y como están las cosas, el Gobierno se queda, ninguno de los Absolutos será llevado ante la justicia. Por lo tanto, son nuestros enemigos.
—Con todo respeto a mi colega Obrera Irini, los Jedi fueron parte neutral hace seis años —dijo una mujer de voz tranquila—. Apoyaron la voluntad del pueblo, al margen de las consecuencias que ello conllevaba.
—Su función era únicamente mantener la paz —intervino otro hombre—. ¿Por qué son ahora el enemigo?
—Porque nosotros no queremos la paz —dijo Irini, orgullosa—. Sino la justicia. Tenemos que desenmascarar al asesino de Ewane.
Otra mujer tomó la palabra.
—Hemos acordado que antes de planear el desenmascaramiento de Roan tenemos que hallar pruebas de su culpabilidad. Y aún no las tenemos.
—Pero las tendremos —dijo otro—. Yo creo que Irini tiene razón. Los Absolutos se han reagrupado. Eso lo sabemos. Su poder es mayor cada día. Roan tiene que estar detrás de ello. Y si ha hecho venir a los Jedi, ellos tienen que estar al tanto.
—¿Tú qué opinas, Lenz? —preguntó la mujer de voz tranquila.
El hombre al que dirigió la pregunta no había abierto la boca, pero Obi-Wan se había fijado en él. Contemplaba al resto con mirada seria y reflexiva. Aunque estaba encogido y con las manos colgando en el regazo, mostraba un aura de poder. Tenía la cara delgada, más delgada que Irini. Obi-Wan no supo por qué, pero se dio cuenta de que Lenz había pasado por un gran sufrimiento en algún momento de su vida, sin duda a manos de los Absolutos.
—Tengo nueva información —dijo Lenz—. Un nuevo grupo de líderes se han alzado en el nuevo Orden Absoluto. Nadie conoce su identidad. Están haciendo esfuerzos sobrehumanos por ocultarse. Lo único que sabemos es que son muy inteligentes. Ha comenzado el acoso a nuestro movimiento. Hemos recibido informes de un aumento en la vigilancia. Tenemos que tener cuidado.
—¿Y esto qué tiene que ver con los Jedi? —preguntó alguien.
—Puede que nada. Pero todo podría ser una señal de la desesperación de Roan. Primero respalda un cambio de dirección en los Absolutos para aplastar cualquier tipo de oposición. Luego, en una demostración de buena fe con la galaxia, pide ayuda a los Jedi. Lo que más le interesa es que las cosas se queden como están mientras él consolida su poder.
Hasta Irini escuchaba a Lenz con respeto.
—¿Entonces qué hacemos?
—Primero tenemos que cambiar de punto de encuentro. Cada semana en un sitio distinto. Winati, tú te encargarás de encontrar un sitio. Mohn, tu labor será contárselo a los demás.
Lenz se detuvo de repente y cogió el intercomunicador. Quizá vibró, señalando una comunicación entrante. Escuchó un momento y apagó el dispositivo.
—Los Absolutos. Es una redada.
La voz de Lenz no mostraba prisa, pero el grupo se levantó inmediatamente y se movió como una sombra. Nadie reaccionó. Nadie abrió la boca ni mostró confusión. Era obvio que estaban entrenados para aquello.
Winati salió rápidamente por una puerta camuflada en la pared. Una escalera conducía hacia arriba. Esperó a que todos los demás salieran y luego salió ella. La puerta se cerró.
—Puede que vaya a la azotea —murmuró Qui-Gon—. Vamos a esperar a ver quiénes son.
Un momento después, la puerta se abrió de golpe. Un escuadrón de hombres vestidos de negro apareció por la entrada con las pistolas láser a la altura de las caderas. El jefe avanzó unos pasos.
—Demasiado tarde —dijo, mirando un dispositivo que llevaba en el cinturón.
—Tenemos problemas —murmuró Qui-Gon mientras comenzaba a retroceder.
El dispositivo era un sensor de calor. Apuntó a la pared tras la cual se hallaban ellos, y ésta comenzó a relucir.
Obi-Wan se echó hacia atrás, pero la estancia era tan estrecha que no podían moverse rápido. Un momento después, una herramienta cortante abrió un agujero en la pared. Apareció una bota. La pared se hizo añicos, y el jefe apareció por el hueco.
Obi-Wan tenía la mano en la empuñadura del sable, pero miró rápidamente a su Maestro.
—Ríndete —dijo Qui-Gon con calma.
En un instante, les tenían rodeados.
Qui-Gon dejó que le atosigaran mientras bajaba las escaleras. Sus captores no dijeron nada, y él no consideró necesario formular ninguna pregunta ni comentario. No estaba seguro de si sabían que Obi-Wan y él eran Jedi. Suponía que pensaban que eran Obreros.
En el cochambroso vestíbulo, les vendaron los ojos con gruesas tiras de tela. Los esposaron con dispositivos electrónicos y los sacaron a trompicones por la puerta. Qui-Gon sintió cómo le introducían en un deslizador. Pusieron a Obi-Wan a su lado.
El Maestro Jedi se concentró, calculando la velocidad y el tiempo, para intentar adivinar la distancia que recorrían. Sabía que Obi-Wan estaba haciendo lo mismo. El trayecto fue corto, y al llegar fueron sacados violentamente del deslizador y llevados por un pasillo. Habían aparcado el deslizador en una zona de aterrizaje interior. Escuchando el eco, Qui-Gon calculó el tamaño. Una zona de aterrizaje de aquel tamaño debía de pertenecer a un edificio de grandes proporciones.
Escuchó una puerta abriéndose, y fue arrojado al interior de un espacio más reducido. Oyó a Obi-Wan tropezando detrás de él.
—Aquí es donde tenéis que estar, Jedi —siseó una voz.
Así que sabían que los prisioneros eran Jedi.
—¿Dónde estamos y por qué nos han detenido? ¿Quiénes sois? —preguntó Qui-Gon.
—"No es asunto tuyo" responde a la primera pregunta, y "porque sois enemigos del Estado" a la segunda. Respecto a nuestra identidad, somos los salvadores de Ápsolon.
—No me digas —respondió cortante Qui-Gon—. Y, dime, ¿por qué somos vuestros enemigos?
—Recordamos lo que hicieron los Jedi hace seis años. Gracias a vuestra intervención perdimos a nuestro verdadero Gobierno. Ahora tenemos que recuperar la gloria que tuvimos que ceder.
—Nuevo Ápsolon celebró unas elecciones abiertas para todos...
—No reconocemos a Nuevo Ápsolon, sólo a Ápsolon. Y no todos los ciudadanos se merecen votar.
—Tienes derecho a opinar así —dijo Qui-Gon—, pero se eligió un Gobierno legalmente, según las leyes de vuestro planeta, por lo que...
—¿Crees que tengo tiempo para discutir contigo? —gritó la voz iracunda.
La puerta se cerró de un portazo.
—Bueno, qué conversación más interesante —dijo Qui-Gon—. Ahora sabemos que los Absolutos son exactamente lo que parecen. Fanáticos.
—No son buenas noticias —dijo Obi-Wan.
—Seguro que tendremos un diálogo muy interesante.
—¿Crees que nos torturarán? —Obi-Wan formuló la pregunta en tono firme. No quería que Qui-Gon pensara que tenía miedo. Pero cuando recordó los diferentes métodos de tortura que habían visto aquel día, no pudo sentirse cómodo con la idea.
—No tengo ni idea de lo que están planeando —dijo Qui-Gon.
No hablaron más. Era bastante probable que estuvieran vigilándolos. Qui-Gon se acercó a Obi-Wan y señaló disimuladamente su sable láser con el dedo. Era para que su padawan supiera que en caso de amenaza de tortura, no se dejarían avasallar. Obi-Wan asintió.
No tuvieron que esperar mucho. Transcurrió menos de una hora antes de que oyeran la puerta siseando al abrirse. Fueron sacados al exterior y conducidos a empujones durante un rato. Se activó otra puerta. Qui-Gon se sintió empujado al interior.
No tenía ni idea de lo que le iba a pasar, pero tenía su sable láser. Sus manos seguían atadas, pero encontraría la manera de resistir.
Le obligaron a sentarse y le pusieron un foco en la cara. Sabía que su padawan estaba a su lado.
—Aquí están los Jedi.
—Ya lo vemos, hermano —la voz era grave y potente, con un amargo deje en la cadencia que Qui-Gon conocía bien—. Puedes irte.
Sí, tenía las manos atadas. Sí, tenía los ojos vendados. Era un prisionero sin forma aparente de escapar. Pero su corazón cantaba de alegría. Había encontrado a Tahl.
Percibió otras presencias en la sala.
Al menos tres
, pensó.
—¿Qué hacéis en Ápsolon? —preguntó una voz masculina.
—Una parada intermedia —respondió Qui-Gon—. Estábamos de viaje. Yo estuve aquí hace seis años. Tenía curiosidad por saber cómo le había ido a este planeta.
—¿Quién os mandó venir? —ladró otra voz.
—Nadie.
—¿Qué hacíais en una reunión secreta de Obreros? —preguntó una tercera voz chillona.
—No estábamos en la reunión. Estábamos observándola. Seguro que los vuestros os lo pueden confirmar.
—Limítate a responder a las preguntas. ¿Quién es vuestro contacto en los Obreros?
—Nadie.
—Se os ha visto con Irini. ¿Cómo contactó con vosotros en un principio?
—No se puso en contacto con nosotros. Fue nuestra guía.
Las preguntas se sucedieron una tras otra. Qui-Gon las respondió brevemente. Tahl no volvió a hablar. Sin duda habló la primera para que él supiera que se hallaba en la habitación. De alguna manera, había conseguido infiltrarse en el círculo interno de los Absolutos. Lo había conseguido en poco tiempo, y lo había hecho bien. Qui-Gon admiraba su talento, como siempre. Se sintió sumamente aliviado al encontrarla. Su desesperación crecía por momentos, y tuvo que evitar recordar imágenes de su visión.
Cuando él la liberó, su cuerpo no podía mantenerse erguido. Parecía doblarse en sus brazos como la seda. Y eso era raro, porque siempre había destacado por su fortaleza. Y ahora él sentía la suavidad de su pelo, de su piel, y la ligereza de sus huesos. Sintió que ella podría fundirse con él y pasar a formar parte de su cuerpo. Las lágrimas asomaron a sus ojos al ver cómo una de sus manos se curvaba en su cuello.
Forzó a su mente a volver al presente y se dio cuenta de que los tres hombres estaban discutiendo.
—Matarles sería como enviar un mensaje —dijo uno.
—Dos mensajes. Uno para los Obreros y otro para Roan. Les demostraremos que seguimos teniendo el poder. Pero ¿y si nos pasamos?
—Quizá sea mejor amenazar primero con matarles, y luego hacerlo.
Los tres siguieron discutiendo. Qui-Gon no se preocupó en absoluto. La ausencia de la voz de Tahl le indicaba algo importante: ella había hecho algo más que infiltrarse en el círculo interno. Había obtenido poder.
Qui-Gon no pudo evitar maravillarse de nuevo con su temeridad. Lo que no hizo sino aumentar sus temores por la seguridad de Tahl. Su creencia en su visión aumentó. Ahora lo veía como algo que podía suceder si ella se mantenía en aquel peligroso camino.
—T, no has dicho nada —dijo al fin uno de los hombres.
—Les dejaremos ir —dijo Tahl.
De repente, los demás prorrumpieron en gritos.
—¿Por qué?
—¿Así sin más?
—¡Eso es absurdo!
Pero los tres callaron tan súbitamente que Qui-Gon dedujo que Tahl había hecho algún gesto. Ese era el tipo de poder que ella tenía.
—Seguís sin daros cuenta de un factor del que carecemos en nuestra lucha —dijo Tahl—. El apoyo popular. No podemos conseguir el poder sin él. Sé que no os gusta oír esto, pero el pueblo de Ápsolon se ha acostumbrado a pensar que su voz se oye en el Gobierno. Podemos hacerles creer esa ilusión, eso no es difícil; pero seguimos necesitando su apoyo.
—¿Y eso qué tiene que ver con los Jedi? —preguntó uno, malhumorado.
—Los Jedi siguen siendo figuras respetadas en Ápsolon. La gente piensa que fueron los responsables de la paz durante la transición. Los consideran neutrales...
—¡Ellos apoyaron nuestra disolución! ¡Estaban en contra nuestra!
—Yo estoy hablando de apariencias —soltó Tahl—. Recuerda siempre que las apariencias son mucho más importantes que la realidad. Si matamos a los Jedi y nos hacemos responsables de ello, nuestras esperanzas de obtener el apoyo popular se verán eliminadas. Ya habrá tiempo de sobra para matar a nuestros enemigos.
—Y entonces ¿por qué no matarlos ya y así nos los quitamos de encima? No tenemos por qué hacernos responsables públicamente de ello.
Hubo un breve silencio. Qui-Gon podía sentir la tensión en la habitación. Sólo podía pensar en la mirada de desprecio que Tahl le estaba dirigiendo a su interlocutor. Cuando ella habló, su voz era medida y lenta, como si se estuviera dirigiendo a un niño que no tuviera ni idea de cómo funcionan las cosas.