Authors: Jude Watson
Otro malia se acercó hacia los árboles. Ahora les iban a atacar desde arriba y desde el suelo. Obi-Wan resbaló con un pie en uno de los charcos helados y cayó sobre una mano. Qui-Gon saltó hacia delante para protegerle; pero, justo antes, un malia saltó, aprovechándose del mínimo punto débil. Obi-Wan vio los dientes afilados del malia dirigiéndose a su mano. Dio un salto e intentó dar una patada al animal en su flanco. Convocó a la Fuerza y el sorprendido animal voló gruñendo y escupiendo.
Obi-Wan se puso de pie rápidamente. Le costaba respirar. Nunca había visto animales tan rápidos. Los malias eran incansables. El sonido de sus gritos helaba la sangre en las venas.
Un malia cayó de repente de entre las ramas, saltando hacia Qui-Gon mientras otros dos le atacaban desde atrás. Qui-Gon dio un giro de 360 grados con el sable láser imparable. En un momento, el malia que había saltado yacía muerto en el suelo del bosque, y los otros dos se daban la vuelta. Qui-Gon cogió a uno, que volvió para atacarle. El animal cayó en un remolino de pelo.
El otro malia se quedó a unos metros, gruñendo a Qui-Gon. Obi-Wan vio que se preparaba para saltar. De repente, se le pusieron los ojos en blanco y cayó muerto.
Obi-Wan miró a Qui-Gon y vio que su Maestro estaba tan asombrado como él. De repente, como si se hubieran comunicado con una señal silenciosa, el resto de los malias se pusieron a cubierto entre los árboles.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Obi-Wan, escudriñando los alrededores para asegurarse de que los malias realmente se habían ido.
—Enseguida lo sabremos.
De repente, un grupo de seres apareció de entre la maleza. Eran de corta estatura, con la piel curtida y parda y con torsos fuertes. Tenían el rostro cubierto de una espesa capa de vello, y las orejas largas y puntiagudas. Llevaban armas que Obi-Wan no había visto nunca: largos tubos de piedra pulida. Supuso que se trataba de una especie de cerbatana.
—No te muevas —dijo Qui-Gon a Obi-Wan con calma.
Uno de los seres se adelantó y habló en básico:
—Nosotros os proporcionaremos una muerte mucho más agradable que los malias —dijo—. Nuestros venenos son rápidos —hizo un gesto hacia los otros. La tribu se llevó las cerbatanas a los labios.
—Podéis quedaros con los malias —dijo Qui-Gon. No había indicios de apremio ni miedo en su voz— . Sólo somos visitantes de vuestro planeta. Gracias por salvarnos la vida.
El líder alzó una mano. Los demás no bajaron las cerbatanas. Se quedaron contemplando a los Jedi, cautelosos.
—¿No queréis carne de malia? —preguntó el líder.
—Ya tenemos provisiones. Comida de nuestro planeta —dijo Qui-Gon—. No hemos venido a cazar.
El líder se les quedó mirando un momento.
—Entonces, marchaos.
Obi-Wan estaba encantado con la invitación. No quería dar la espalda a la tribu, pero se fijó en que Qui-Gon lo hizo sin problemas. Siguió a su Maestro. Juntos pasaron por encima de los tres cadáveres de los malias y continuaron su camino.
—Qué suerte —jadeó Obi-Wan cuando se alejaron un trecho.
—Esta región es preciosa, pero algo peligrosa —dijo Qui-Gon—. Sé que las tribus utilizan a los malias para obtener alimento y pieles. Son difíciles de matar y muy valiosos. Ésa era su mayor preocupación. Casi ningún ser de la galaxia mata sin tener un propósito. Si lo descubres, podrás impedir una batalla.
—¿Y qué hay de los que matan sin tener una razón?
—Esos son los que deben preocuparte. Y ahora, padawan, tenemos que... —de repente, Qui-Gon se detuvo y cerró los ojos.
Obi-Wan esperó. Algo había perturbado a su Maestro. No sólo lo veía, podía sentirlo. Qui-Gon pareció hipnotizado por un momento, como mecido por algo que tuviera dentro.
Cuando abrió los ojos, Obi-Wan no pudo interpretar su expresión nublada, pero pudo percibir que Qui-Gon estaba inquieto.
—¿Qué has visto? —preguntó.
Qui-Gon apretó los labios.
—Es peligroso interpretar las visiones —dijo cortante—. Tenemos que volver de inmediato a Coruscant.
"De inmediato" no resultó ser todo lo rápido que Qui-Gon quería. Tardaron otros tres días en llegar al transporte. Qui-Gon intentó una y otra vez meditar para ser paciente, pero no lo consiguió. Sabía que estaba presionando a Obi-Wan, pero no para enseñar resistencia a su padawan, sino por su propia ansiedad.
La visión le llegó sin avisar. Iba andando por el camino y, de repente, Tahl apareció ante él. Estaba en apuros.
Durante aquel viaje, Tahl estuvo muy presente en sus pensamientos. ¿Era ésa la razón? ¿Le necesitaba Tahl? ¿O habían sido sus propios pensamientos los que habían provocado la visión?
El piloto conducía a la máxima velocidad. Tardarían otras siete horas en llegar a Coruscant. Cada minuto parecía una eternidad.
Obi-Wan estuvo todo el viaje en silencio. Con el paso de los años habían llegado a comprenderse bien. Obi-Wan sabía que Qui-Gon requería silencio.
El Maestro Jedi no sabía por qué había aparecido la perturbadora visión de Tahl. Sólo sabía que tenía que volver al Templo y asegurarse de que ella estaba bien.
Por fin entraron en la atmósfera de Coruscant. Las altas torres de la ciudad, de varios niveles, aparecieron ante ellos. Qui-Gon llevó la nave por la avenida más rápida, adelantando a un transporte de mayor tamaño. Obi-Wan le miró asombrado, pero Qui-Gon se limitó a acelerar a fondo.
Aterrizó el transporte y activó la rampa. Se puso en pie, pero, por primera vez en cuatro días, dudó antes de moverse.
—Disculpa mi apremio, Obi-Wan. Algún día te lo explicaré —
cuando me entienda a mí mismo
.
No dio a su padawan la oportunidad de responder, sino que se giró y bajó rápidamente por la rampa. Dejó que Obi-Wan se encargara de los procedimientos de llegada.
Entró por la puerta y se detuvo en el control de seguridad, donde estaba apostado el Caballero Jedi Cal-i-Vaun.
—Necesito encontrar a la Jedi Tahl —dijo Qui-Gon.
Cal-i-Vaun tocó la pantalla que tenía frente a él.
—No está en sus aposentos. Un momento —tocó otro punto de la pantalla—. No responde a su intercomunicador.
—Gracias —a Qui-Gon le costó recordar dar esa simple muestra de amabilidad—. Pero ¿se encuentra aquí, en el Templo? —exclamó.
—Sí, no hay registro de salida.
Qui-Gon tamborileó con los dedos en el mostrador. No tenía paciencia para registrar el Templo. Sólo había unos pocos lugares en los que Tahl desconectaría su intercomunicador. O estaba meditando, o estaba nadando en el lago o...
O en la Sala del Consejo Jedi.
Qui-Gon llegó corriendo hasta el turboascensor y se dirigió a la Sala del Consejo. Las puertas estaban cerradas. El Consejo estaba reunido. Qui-Gon rompió una regla del sagrado Templo y entró por la puerta sin pedir permiso. Avanzó dando zancadas.
Tahl estaba en medio del círculo. Se giró al oír el ruido de la puerta abriéndose. A pesar de ser invidente, enseguida supo que era él. Qui-Gon estaba tan contento de verla que no le importó su expresión preocupada.
Yoda parpadeó impasible al verle, pero Mace Windu alzó las cejas.
—¿A qué debemos esta... intrusión, Qui-Gon? —preguntó Mace Windu.
—Pido disculpas a todos los Maestros Jedi —dijo Qui-Gon, inclinándose—. Sabía que Tahl estaba aquí y sentí que tenía que estar presente.
Para su sorpresa, Mace Windu asintió, como si la lógica acompañara la razón de Qui-Gon.
—Teniendo en cuenta que estás conectado con la misión, permitiremos que te quedes —dijo—. Si hubiéramos sabido que habías vuelto, habríamos solicitado tu presencia.
Qui-Gon ocultó su sorpresa. Tahl se agarró las manos frente a él durante un instante. Qui-Gon vio sus largos dedos retorciéndose una y otra vez entre los pliegues de su larga túnica. Estaba descontenta con su irrupción, eso era obvio.
Sin embargo, su voz estaba calmada cuando habló.
—Resumiré la reunión —dijo, ladeándose ligeramente, de modo que Qui-Gon quedara a sus espaldas. Eso demostraba claramente ante los Maestros su deseo de seguir siendo el centro de la reunión—. Esta mañana recibí una llamada de socorro de las gemelas Alani y Eritha, del planeta Nuevo Ápsolon.
En ese momento, Qui-Gon comprendió la reacción de Mace Windu ante su presencia. Hace años, Tahl y Qui-Gon fueron enviados en misión a Ápsolon, como observadores, para garantizar una transición pacífica entre Gobiernos.
—Dejadme resumir mi última misión allí —dijo Tahl—. Ápsolon tenía un Gobierno totalitario que dirigía una civilización dividida entre una próspera minoría llamada los Civilizados y una mayoría llamada los Obreros. Los Obreros vivían en un sector apartado de la ciudad, en viviendas paupérrimas, y tenían que pasar por controles de seguridad y a través de vallas electrificadas para ir a trabajar. Los Civilizados mantenían el control a través de un temido y secreto cuerpo de policía llamado los Absolutos. Como sin duda saben los miembros del Consejo, Ápsolon es un centro de industria de alta tecnología. Los Obreros intentaron llevar a cabo lo que ellos llamaron "una revolución sin sangre", mediante una campaña de sabotaje industrial. La guerra civil fue algo violenta, pero no tan terrible como en otros planetas. Casi toda la violencia procedió de los Absolutos, en su intento por detener los sabotajes y las manifestaciones. Pero no detuvieron a los Obreros. Las presiones económicas obligaron al Gobierno a convocar elecciones libres y otorgar el derecho al voto a los Obreros. Como resultado, Ewane, el líder de los Obreros, que había sido un líder para el pueblo, fue elegido. Ápsolon se rebautizó como Nuevo Ápsolon para simbolizar este nuevo rumbo.
Qui-Gon recordaba bien a Ewane y a sus dos hijas. Ewane estuvo encarcelado durante varios años. La madre de las niñas había muerto cuando eran pequeñas, por lo que fueron criadas por sus seguidores. Eran guapas y tranquilas, cogieron mucho cariño a Tahl y despertaron en ella una ternura que Qui-Gon no había visto nunca.
—Ewane fue Gobernador Supremo durante cinco años y fue reelegido —prosiguió Tahl—. Poco después fue asesinado.
Qui-Gon cerró los ojos para recordar. Ewane, alto y elegante, había quedado debilitado tras sus años de cautiverio, pero su fuerza interior le había dado un aura de nobleza. Su sentido de la lealtad y su iniciativa le convirtieron en el líder ideal. Apostó por la justicia, y no por el castigo, para los que habían sido sus enemigos. Era una pena que no le hubieran dado la oportunidad de cumplir su gran promesa.
—Su hombre de confianza le sucedió. Su nombre es Roan, y fue uno de los pocos Civilizados que demandó un cambio social desde muy pronto. Roan fue admirado por la mayoría durante un tiempo, pero ahora hay muchos Obreros que opinan que apoyó a los asesinos de Ewane y que su subida al poder fue fruto de un golpe de Estado. El planeta ha vuelto a caer en la inestabilidad. Las hijas de Ewane, Alani y Eritha, tienen dieciséis años. Están escondidas y temen por sus vidas. Me han pedido ayuda. Quieren venir a Coruscant. Tengo que ir a Nuevo Ápsolon y escoltarlas hasta aquí.
—Una misión que merece la pena —dijo Mace Windu—. Es obvio que las chicas han de ser rescatadas.
—Que el planeta haya caído en el caos una vez más triste es —dijo Yoda—. Sin embargo, solicitud de ayuda por parte del Gobierno no hemos recibido. Por tanto, tu misión no oficial es.
—Tengo un compromiso con esas chicas —dijo Tahl—. Tengo que ir.
A Qui-Gon no le sorprendió la determinación de Tahl. Tenía una estrecha relación con las jóvenes gemelas. Ellas habían sido causa de serios desacuerdos entre ambos Jedi. Cuando se celebraron las elecciones, y Ewane fue reelegido, Qui-Gon se dispuso a abandonar el planeta. A Tahl le preocupaba la seguridad de la familia de Ewane, y pensó que el nuevo Gobierno era demasiado frágil y reciente para dejarlo solo. Todavía había facciones poderosas entre la minoría pudiente que quería que fracasara, y ella sospechó que los Absolutos no se habían disuelto, como se prometió, sino que seguían trabajando en unas instalaciones secretas. Qui-Gon admitió que parte de su teoría podía ser correcta, pero el trabajo de los Jedi no era permanecer en el planeta como fuerza de ocupación.
Discutieron sobre si debían marcharse o quedarse. Qui-Gon sabía que los lazos que unían a Tahl con Eritha y Alani influían en su decisión. Las chicas, huérfanas de madre, habían llegado a depender de ella, pero al final Qui-Gon se salió con la suya, y se fueron del planeta.
¿Por eso se mostraba Tahl fría con él? Podía sentirla como una presencia en la sala. ¿Recordaba ella la discusión que habían tenido? ¿Acaso ahora sentía que tenía más razón? Las chicas estaban en peligro. Quizá si los Jedi se hubieran quedado para acabar con los últimos restos de los Absolutos, Ewane no habría sido asesinado.
Quizá. No había forma de saberlo. Y, últimamente, entre Tahl y Qui-Gon habían surgido tensiones que no tenían nada que ver con las misiones. Tensiones que él no alcanzaba a entender del todo. Tahl había acogido a la estudiante Jedi llamada Bant como padawan, pero no la había aceptado completamente como compañera, y a menudo partía en misiones en solitario. Ella sabía que Qui-Gon no aprobaba esa actitud, y él sabía lo capacitada que estaba ella y lo bien que compensaba su ceguera. Sin embargo, temía que se metiera en alguna situación en la que sobrevalorara sus capacidades. Le perturbaba profundamente que Tahl necesitara ir a misiones sola.
Por mucho que intentara evitarlo, Qui-Gon no podía dejar de sentirse protector con Tahl. No era por su ceguera, sino por su necesidad de demostrar que su ceguera no era obstáculo.
—Pondremos a tu disposición un transporte y un piloto —dijo Mace Windu a Tahl—. Por favor, ponte en contacto con nosotros cada poco tiempo, ya que vas sola.
—Quiero ir con Tahl en esta misión —dijo Qui-Gon rápidamente—. Y dado que también conozco bien la situación, puedo ser útil.
—No es necesario que Qui-Gon me acompañe —dijo Tahl—. Tengo un contacto en Nuevo Ápsolon. Creo que podré recoger a las chicas y volver en pocos días.
Qui-Gon señaló a Tahl.
—Con todos mis respetos, debo señalar que los Jedi hicieron enemigos en Ápsolon. En ambos bandos había elementos contrarios a nosotros. Los Civilizados nos culparon de que fuera elegido un Obrero. Los Obreros nos culparon por proponer juicios neutrales para los criminales de guerra. Tahl podría correr peligro.
—No creo que eso justifique otra presencia Jedi... —comenzó a decir Tahl, pero Yoda la interrumpió.