El diamante de Jerusalén (19 page)

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Authors: Noah Gordon

Tags: #Histórico

—No.

Se besaron frenéticamente. Él la acarició hasta que ella dobló las rodillas; entonces le levantó las piernas y las apoyó sobre sus hombros. Se abrió paso entre ambas, empujó al ritmo de los latidos del corazón de un gigante. Luego más rápido, produciendo un leve sonido succionante cada vez. Unos brazos aprisionaron su cabeza. La boca sensible de ella le rozaba el cuello, sus dientes lo raspaban. Tamar seguía el ritmo. Demasiado experta, pensó él vagamente.

—Sí, por favor —susurró Tamar.

Él quería convertir ese momento en una carrera voluptuosa. Intentó pensar en otras cosas. En los impuestos, en un diamante para el actor. En los romanos que esperaban más abajo. Se quedó sin respiración mientras, oh, Señor, demasiado pronto, ella gemía y él caía montaña abajo.

Se quedaron tendidos, jadeando, cada uno explorando la boca del otro con los labios, hasta que él se dio cuenta de que estaba apoyando todo su peso sobre ella. Tamar levantó una mano y con la punta del dedo recorrió los párpados de Harry, su nariz, sus fosas nasales, el interior de sus labios. Luego lo deslizó sobre su lengua.

—El obispo Pike —dijo.

Cuando volvió a despertarse, su reloj marcaba las cuatro cuarenta. Estaba solo. Afuera el calor era opresivo, pero el aire estaba despejado y el
sharav
había cesado. Más abajo, sobre la llanura desértica, el polvo flotaba como si fuera niebla.

Se dio un largo baño y se sintió mejor. Al regresar miró por encima de la pared que se alzaba cerca de la Rampa Romana y vio a Tamar fuera de la cabaña. La luz pálida era cruel con sus muslos, dura incluso para unas piernas tan largas. Estaba inclinada sobre un recipiente colocado sobre una roca, lavándose el pelo. Todo había sucedido en la oscuridad. La próxima vez quería verle la boca, la curva de la nariz, la forma en que sus ojos a veces reían y a veces no.

Las corrientes de aire de Masada eran extrañas. Oyó las salpicaduras cuando ella vació el recipiente de agua y luego el tintineo cuando lo golpeó contra la roca.

El sol empezaba a salir.

Entró en la choza y cogió la piedra roja de la bolsa; se la acercó a un ojo y enfocó la cara del granate hacia la luz. Brillaba como… ¿cómo qué?

El ojo cálido de un Dios benefactor.

Estrella que alumbras con tu calor, pensó. Fue lo más parecido que pudo recordar a una bendición, pero le resultó extrañamente reconfortante mientras volvía a quedarse dormido.

13
E
IN
G
EDI

Cuando arrastró sus cosas por la Rampa Romana quemada por el sol, Tamar y el coche habían desaparecido, pero en la puerta abierta de la cabaña había una nota: «Vuelvo enseguida. Hay zumo en la nevera. T».

La nevera era tal vez la más vieja que había visto en su vida: una Amkor, la respuesta israelí a la General Electric. Se sirvió un vaso de zumo de naranja y lo bebió mientras examinaba las pertenencias de Tamar. Encima de su mochila había un sujetador limpio; el resto de su ropa limpia estaba doblada y apilada en el alféizar; la pila estaba rematada por unos calcetines blancos hechos un ovillo y unas bragas blancas de algodón dobladas. Cerca de la cama, en el suelo, se veía un libro ajado, escrito en árabe. Había enrollado el tubo de pasta dentífrica.

Estaba espiándola otra vez.

Como no tenía nada mejor que hacer, cogió de su bolsa las reproducciones fotográficas del manuscrito de cobre. Se tendió en la cama y se dedicó a estudiarlas. Pero ya las había examinado una y otra vez; lo que decían le resultaba ininteligible.

Se alegró al oír el ruido del coche. Tamar parecía acalorada pero alegre; como si la viera por primera vez, él observó que llevaba el pelo trenzado en un apretado moño. Le gustó. Llevaba un pantalón corto y una camisa vieja del ejército anudada debajo de los pechos, como un puño apretado.


Erev tov
. Eres un dormilón.


Shalom
. ¿Dónde has estado?

—En Arad, para hablar por teléfono. Tu amigo el monseñor ha tenido más suerte que nosotros.

—¿Qué? —Harry se sentó.

—Sí, anoche se reunió con alguien en Belén.

—¿Con Mehdi?

Ella se encogió de hombros.

—Era un hombre de edad mediana, corpulento. Se reunieron en la puerta de la iglesia de la Natividad a las ocho y cuarenta y cinco de la tarde y se quedaron allí durante una media hora charlando. Luego el monseñor entró en la iglesia. Encendió tres velas y pasó aproximadamente una hora rezando. Unos minutos más tarde cogió un
sheroot
de regreso a Jerusalén.

—¿Y Mehdi?

—Desde Belén lo llevaron en un Mercedes azul registrado a nombre de una compañía importadora de Gaza, aunque es casi seguro que se trata de un registro falso. El coche se dirigió al sur. Lo siguieron durante varios cientos de kilómetros. Casi hasta Eilat, donde atravesó la frontera y entró en Jordania.

Coincidieron en que si Mehdi iba a buscarlo se dirigiría a Masada, y no a la pequeña cabaña que había al pie de la colina. Después de un desayuno a base de queso y pita, y de un café tan fuerte que apenas pudo beberlo, Harry volvió a subir la Rampa Romana. A pesar del calor, en la meseta había turistas. El funicular avanzaba desde el pie este de la colina, donde dos autocares de turistas se apartaban de la carretera. Él se unió a un grupo de sudorosos judíos de Chicago que se quedaron sentados a la sombra de un antiguo depósito mientras el rabino les relataba la historia de los Defensores. El rabino mezcló varios datos importantes, pero al parecer Harry fue el único que se dio cuenta. Cuando finalizó el relato, los turistas de Illinois formaron una fila junto al funicular que llegaba y se alejaron de su vida flotando. En el viaje de regreso del funicular fueron reemplazados por un grupo de Reading, Pensilvania. El rabino de Pensilvania era joven y estaba mejor preparado que su colega de Chicago, pero tenía un estilo severo y pedante; Harry se fue al lavabo de hombres hasta que concluyó el sermón. No había señales de Yosef Mehdi.

La tarde se hizo muy larga.

Cuando regresó a la cabaña, Tamar había preparado la comida: ensalada
felafel
tan condimentado que él comió lo menos que pudo sin ofenderla y terminó los plátanos que quedaban para satisfacer el hambre. Ella hizo una mueca cuando le vio añadir leche envasada al café.

Dentro de la cabaña hacía un calor sofocante. Al anochecer llevaron una manta afuera y ella cogió su guitarra y empezó a cantar en árabe. Su voz no estaba a la altura de su interpretación, pero tenía una cualidad que lo impresionó. Se quedó tendido junto a ella y sintió que le invadía la acidez.

—¿De qué trataba? —preguntó cuando ella concluyó la canción.

—De una muchachita que está a punto de casarse. La noche anterior se pregunta cosas sobre el hombre. ¿Es viejo? ¿Es joven? ¿Bebe? ¿La golpeará?

Cuando Harry sonrió, ella sacudió la cabeza.

—Tú no puedes comprender —comentó.

—¿Qué es lo que hay que comprender?

—La cultura. Las niñas son objeto de trueque y se las obliga a casarse cuando son demasiado jóvenes. Tienen hijos antes de que su cuerpo esté preparado. Cuando tienen mi edad, ya son viejas.

Vio que ella estaba muy seria.

—¿Y tú cómo te libraste de eso?

—Apenas lo conseguí. Un maestro convenció a mi padre de que yo debía asistir a un instituto de enseñanza media. Él aceptó; pensó que así podría conseguir un trabajo como empleada en una tienda. Pero se puso furioso cuando me examiné para ingresar en la universidad. Decía que ningún hombre se casaría con una mujer que tuviera tantos estudios.

Harry se estiró y le acarició el rostro.

—Estuve alejada de mi padre durante tres años. Eso nos causó un gran dolor.

Pobre Tamar.

—Los padres —dijo, y pensó en Jeff con cierta inquietud—. Cuando yo era niño, mi padre me enviaba todos los años a un campamento de verano, como hago yo con mi hijo. —Ella no sabía lo que eran los campamentos de verano, y él tuvo que explicárselo—. Mi padre quería que yo mejorara mi habilidad con el idioma, de modo que tenía que escribirle una carta en hebreo todos los días. Él nunca me contestaba, pero todos los días me devolvía las cartas que yo le había escrito. Tenía que corregir la ortografía y la gramática.

—Pobre Harry.

Él cogió la guitarra. Sólo sabía tocar algunas cuerdas del banjo. Cantó una versión de 1920 de «Encontré una chica de lujo en una tienda de baratijas», y ella aplaudió. Él tuvo que explicarle qué era una chica de lujo y qué era una tienda de baratijas, y le pidió que le enseñara la canción árabe.

—Más tarde. —Tamar le quitó la guitarra y la dejó cuidadosamente a un lado.

—Mi dulce Harry —dijo un instante después.

Se soltó el pelo, que cayó hacia delante y le hizo cosquillas cuando se inclinó sobre él. Le dio varios besos rápidos y húmedos.

—Disfruta, simplemente —sugirió—. No te preocupes por la gramática y la ortografía. No tienen que ser perfectas. —Y lo fueron, por supuesto.

A la mañana siguiente, el aire quemaba. Él se alarmó, pensando que el
sharav
había regresado, pero Tamar sacudió la cabeza.

—Sólo es un día caluroso.

—Mehdi no vendrá hasta aquí con este calor.

—Tal vez elija exactamente este momento para venir —reflexionó ella.

—¡Que se vaya al cuerno! —Se sentía un poco mareado. Se metió en el coche y encendió el acondicionador de aire. Al salir aún fue peor. Entró en la cabaña y le dijo a Tamar que iría a refrescarse en el mar Muerto.

Ella hizo una mueca.

—No te gustará. La sal se mete en las heridas. Cualquier pequeño corte escuece muchísimo. —Sonrió al ver la desesperación de él—. Vamos, te llevaré a un sitio mejor, Harry.

Lo llevó en coche hasta un paraje que se encontraba sólo a dieciséis kilómetros al norte, una zona de hierbas en Ein Gedi.

Cuando bajaron del coche, debajo de las palmeras, el aire era más fresco. Lo condujo por un sendero hasta una cascada que brillaba al caer sobre una charca protegida por la sombra.

—La zona lluviosa del país desagua aquí. En invierno, la cascada produce un ruido infernal. Ahora es pequeña.

No necesitaba que ella se disculpara. En un abrir y cerrar de ojos se desvistió y se metió en la charca, que resultó ser caliente y le produjo una fuerte impresión.

Ella se echó a reír.

—Es un manantial de agua caliente.

Ella se quitó la ropa y la dejó cuidadosamente doblada junto a la orilla. Unos peces diminutos pasaban como destellos entre sus piernas. Harry se sentó en el suelo arenoso y dejó que el agua le salpicara la cara. Ella había llevado jabón y se lavó el pelo debajo de la cascada. Él también se enjabonó el pelo. Era un lugar maravilloso para hacer el amor, pero cuando él intentó besarla, ella apartó la cabeza.

—Cerca de aquí hay un kibbutz. Y una escuela al aire libre de la Asociación para la Conservación de la Naturaleza. Puede venir alguien en cualquier momento.

—Eres demasiado práctica —le dijo él sonriendo.

El aire les secó el cuerpo rápidamente. Mientras se vestían, Harry se sintió mejor.

—¿Tú no eres un hombre práctico?

Mientras se abotonaba la blusa, se volvió para mirarlo.

—Harry, no vas a estropearlo, ¿verdad? Espero que no te vuelvas serio y poco práctico.

La pregunta lo sorprendió. Lo último que se le habría ocurrido pensar era mostrarse serio con ella.

—No quiero sentirme así por nadie —explicó ella—. Nunca más.

—Seremos amigos. De ésos que disfrutan uno del otro —anunció él—. ¿Te parece una descripción práctica?

Tamar le sonrió.

—Muy práctica.

—Entonces no te preocupes por las responsabilidades.

—Nada de ortografía ni de gramática —añadió ella. Se acerco a él y lo besó suavemente en el momento en que aparecieron tres hombres con palas, seguidos por un cuarto hombre que empujaba una carretilla cargada de plantones de plátanos. Intercambiaron saludos amistosos. Tamar le sonrió a Harry con expresión inocente.

Mientras caminaban hacia el coche, él admiró las hermosas palmeras datileras.

—Eso es lo que significa tu nombre.

—Sí,
tamar
la palmera. Hace mucho tiempo este sitio se llamaba Hazazon–Tamar, que significa donde podan la palmera. Cuando estudiaba geografía, no tenía problemas para recordarlo. Pensaba en él como el sitio en el que me cortaban el pelo.

Detestaba marcharse del oasis. Condujo lentamente de regreso a Masada, bajo el calor sofocante. Esperaba que Mehdi no hubiera llegado mientras ellos estaban ausentes. Después no le importó. El hombre se estaba convirtiendo rápidamente en una abstracción; ya no estaba seguro de que Yosef Mehdi existiera.

Cogieron frutas, maguey y una botella con limonada, y volvieron a subir a la meseta. Tamar se puso a escribir un informe para el museo, al fresco de la terraza de Herodes. Harry consideró que tenía que estar más al alcance de la vista y encontró un sitio a la sombra, cerca de la llegada del funicular. Se dedicó a mirar una vez más las reproducciones fotográficas del manuscrito de cobre.

En mitad de la lectura encontró un fragmento qué lo obligó a detenerse. Volvió a leerlo varias veces.

Fue corriendo hasta la terraza de Herodes.

—¿Puedes traducir esta frase, por favor?

Tamar la estudió.

—Parece que dice
haya karut
.

—¿No
haya koret
?

—Podría ser
haya koret
. Como no hay vocales escritas, puedes elegir tú mismo.

—Exacto. —Harry se olvidó del calor—. Verás, la he estado interpretando como
haya koret
, la forma activa del verbo. —Le mostró sus notas—. Así es como he estado traduciendo este pasaje:

»En el lugar en el que los árboles se podan cerca del lagar al pie de la más pequeña de las dos colinas del este, un guardián de oro, enterrado en arcilla a veintitrés codos.

Si suponemos que es
haya karut
en lugar de
haya koret
, es decir la forma pasiva del verbo en lugar de la activa, y si añadimos una coma, lo que tenemos es lo siguiente:

»En el lugar en el que los árboles están podados, cerca del lagar al pie de la más pequeña de las dos colinas del este, un guardián de oro, enterrado en arcilla a veintitrés codos.

Tamar lo miró.

—¿El lugar en el que los árboles están podados?

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