Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
—¡Son turboláseres! —gritó Leia.
Ackbar se agarró a la borda del deslizador.
—Están disparando contra nosotros desde una órbita muy baja —dijo.
—Las compuertas de oleaje se están cerrando —dijo de repente una voz calamariana increíblemente firme y tranquila por el sistema de comunicaciones—. Todos los ciudadanos deben ponerse a cubierto inmediatamente. Repetimos, las compuertas de oleaje se están cerrando...
La gran mayoría de vehículos acuáticos ya había desaparecido por los distintos orificios de acceso esparcidos sobre el casco de la Ciudad de la Espuma Vagabunda. Los que no habían podido llegar a las compuertas abandonaron sus vehículos y saltaron por la borda para bajar nadando hasta las entradas sumergidas.
Muchas compuertas ya se habían cerrado con su peculiar movimiento de bocas que se deslizaban en diagonal. Leia enfiló la proa del deslizador hacia una de las entradas que aún no se habían cerrado y aceleró al máximo. El repentino empujón hacia atrás hizo que los tres fueran arrojados contra el respaldo de sus asientos.
Un escuadrón entero de cazas y bombarderos TIE apareció de repente sobre ellos como una bandada de aves carroñeras de cuerpos angulosos y filos cortantes como navajas. El escuadrón inició un picado muy pronunciado, descendiendo a toda velocidad entre el alarido ensordecedor de los motores iónicos gemelos.
Los bombarderos TIE lanzaron cargas de energía que estallaron en el mar produciendo enormes olas y nubes de espuma. Los cazas TIE pasaron rugiendo sobre la Ciudad de la Espuma Vagabunda, sembrando el caos y la destrucción con sus cañones láser. Lanzas de luz verdosa dibujaron un tapiz humeante sobre el casco de la ciudad.
Una ola lanzó un muro de agua contra el deslizador. Leia luchó desesperadamente para no perder el control del vehículo, pero no redujo la velocidad y mantuvo los ojos clavados en las compuertas de oleaje que habían empezado a cerrarse. Si no conseguían meterse por aquel hueco cada vez más reducido, quedarían atrapados en la superficie del océano y se convertirían en blancos indefensos del bombardeo imperial.
—Dejamos apostado un escuadrón de cazas B para que defendiera los astilleros orbitales —dijo Ackbar—. ¿Dónde están? He de averiguar qué está ocurriendo allí arriba...
—Quizá tienen asuntos más urgentes de los que ocuparse —dijo Cilghal, y su voz sonaba tan firme y tranquila como siempre.
—¡Aguantad! —gritó Leia, y disparó los chorros impulsores de emergencia.
El deslizador subió un metro más por encima de la superficie del océano, y salió disparado hacia adelante en un último esfuerzo desesperado para atravesar el hueco entre las compuertas. Leia se agachó mientras veía cómo las puertas de metal seguían avanzando en diagonal, acercándose cada vez más la una a la otra...
El afilado reborde de plastiacero de la entrada rozó el casco del deslizador cuando Leia logró hacerlo pasar por encima de la gruesa compuerta metálica, y un instante después se encontraron a salvo en el túnel iluminado por las tiras verdosas. El vehículo había estado viajando a una velocidad tan grande que incluso ese pequeño impacto bastó para que empezara a dar tumbos. Leia luchó con los controles e intentó reducir la velocidad mientras el deslizador chocaba primero con una pared y luego con la otra, provocando diluvios de chispas con cada colisión. Leia por fin logró detenerlo, y las compuertas de oleaje se cerraron detrás de ellos con un estrépito ensordecedor.
Leia salió del deslizador después de haberse asegurado que los tres se encontraban ilesos. Podía oír el repetido retumbar de las explosiones causadas por los bombarderos TIE y los estridentes alaridos que acompañaban a cada disparo de los cañones láser, una cacofonía de ruidos tan terrible que lograba atravesar incluso el grueso blindaje de la ciudad flotante.
Ackbar dio la espalda al deslizador averiado y se volvió hacia Cilghal.
—Lléveme al centro de control inmediatamente —dijo—. Quiero establecer conexión con las fuerzas de defensa orbital. —Ya parecía más despierto y más lleno de energías—. Si puedo averiguar qué está ocurriendo, quizá consiga dar con alguna forma de ayudarnos a todos.
—Sí, almirante —dijo Cilghal, y Leia volvió a preguntarse si había utilizado su rango de manera deliberada.
Las luces de alarma se encendían y se apagaban y el gemir de las sirenas creaba ecos en los pasillos serpenteantes por los que echaron a correr. Se encontraron con varios grupos de quarrens cuyos rostros tentaculados dejaban escapar burbujeantes chorros de exclamaciones mientras descendían a toda prisa por los pozos de acceso que llevaban a los niveles subacuáticos. Leia estaba segura de que habían empezado a abandonar la estructura de la ciudad, y que bajarían nadando a las profundidades del océano hasta que se creyeran a salvo.
Cilghal extendió el brazo hacia las puertas de un turboascensor, y otros calamarianos corrieron hacia ella en un intento desesperado de llegar hasta la protección que ofrecía el recinto interno de la ciudad. Cilghal reaccionó alzando la voz por primera vez desde que Leia la había conocido.
—¡Abrid paso al almirante Ackbar! —gritó—. Tenemos que llegar al Centro de Mando.
—Ackbar... —repitieron varios calamarianos, haciéndose a un lado para dejarle pasar—. ¡Almirante Ackbar!
Ackbar parecía más alto y erguido, y en su rostro ya no se veía aquella expresión de tristeza acosada que se había adueñado de él desde el accidente en Vórtice. Leia sabía que todos los calamarianos recordaban la horrible pesadilla de los ataques imperiales..., pero si existía alguien capaz de montar una defensa con los escasos recursos de que disponían, no cabía duda de que era Ackbar.
El turboascensor abrió sus puertas en el nivel del Centro de Mando y la embajadora Cilghal les guió. Después utilizó sus códigos de acceso diplomático para que pudieran entrar en el núcleo de la Ciudad de la Espuma Vagabunda, y unos instantes después se encontraron rodeados por el caos que se había adueñado del Centro de Mando.
Siete expertos en tácticas calamarianos estaban sentados en los puestos de mando contemplando la batalla que se desarrollaba en los cielos por encima de sus cabezas. En el centro de la sala había un diagrama holográfico del planeta y su luna suspendido entre puntitos de luz que representaban a las formaciones defensivas de cazas.
Leia contempló con estupor los dos Destructores Estelares que orbitaban el planeta, flotando el uno al lado del otro mientras lanzaban descargas de sus baterías turboláser contra el océano. Los escuadrones de cazas TIE seguían atacando la Ciudad de la Espuma Vagabunda. Los visores externos mostraban los agujeros humeantes que habían aparecido allí donde las bombas de protones habían atravesado el blindaje defensivo de la ciudad. Los láseres defensivos de la ciudad flotante lanzaban sus haces hacia los cielos eliminando una nave detrás de otra..., pero siempre aparecían más atacantes.
El comandante de la ciudad dio la espalda a su puesto, giró con un movimiento tambaleante hacia ellos y los vio por primera vez.
—¡Almirante Ackbar! Tiene que ayudarnos en las operaciones defensivas, señor... Me pongo a sus órdenes.
—Necesito una evaluación táctica de la situación actual —dijo Ackbar yendo hacia la proyección holográfica.
—Llévame hasta el sistema de comunicaciones, Cilghal —dijo Leia, alzando la voz para hacerse oír por encima de la confusión—. Puedo utilizar mis códigos de prioridad para solicitar ayuda militar de la Nueva República. Si empleo una frecuencia lo bastante baja, los códigos podrán abrirse paso a través de cualquier pantalla de interferencias emitida por esos Destructores Estelares.
—¿Cree que sus navíos de combate podrán llegar aquí a tiempo? —preguntó Cilghal.
—Eso dependerá de cuánto rato seamos capaces de seguir defendiéndonos —respondió Leia.
Leia no podía ver ninguna emoción en el rostro de Cilghal, pero cuando le respondió sí pudo captar una sombra de orgullo en su voz.
—Mon Calamari se liberó de la primera ocupación imperial utilizando únicamente herramientas y equipo científico. Ahora contamos con armas de verdad, y podremos mantenerles a raya todo el tiempo que sea necesario. —Cilghal movió una mano-aleta señalando un panel de control cercano—. Puede utilizar ese puesto de comunicaciones para enviar su mensaje.
Leia corrió hacia el panel y tecleó los códigos de alta prioridad que enviarían una señal codificada en forma de haz restringido directamente a Coruscant.
—Aquí la ministra Leia Organa Solo —dijo—. El planeta Calamari está siendo atacado por dos Destructores Estelares del Imperio. Solicitamos ayuda inmediata... Repito, ¡solicitamos ayuda inmediata! Si no llegan pronto, no hará falta que se molesten en venir.
El comandante de la ciudad metió una mano palmeada en el diagrama holográfico que mostraba el desarrollo de la batalla.
—Hemos colocado todo el escuadrón de cazas B en esta zona para defender los astilleros porque pensamos que serían el objetivo con más probabilidades de ser atacado —empezó a explicar—. Pero los Destructores Estelares se pusieron en órbita alrededor del planeta nada más salir del hiperespacio y empezaron a atacar las ciudades flotantes. En estos momentos los dos Destructores Estelares están concentrando toda su potencia de fuego sobre la Ciudad Arrecife del Hogar. Han dejado dos escuadrones de cazas y bombarderos TIE para que sigan atacando nuestra ciudad, y tres escuadrones más están bombardeando Abismos de Coral.
—Hemos perdido todo contacto con Arrecife del Hogar, comandante —dijo uno de los expertos en táctica alzando la mirada sin apartar la mano-aleta del micrófono que llevaba dentro de la oreja—. Según sus últimas transmisiones había un mínimo de quince brechas distintas en el casco exterior, y el agua estaba entrando en cantidades considerables. La última imagen mostraba una explosión de grandes dimensiones. El análisis de la estática parece indicar que toda la ciudad ha sido destruida.
Un gemido de consternación recorrió todo el Centro de Mando.
—Me disponía a retirar defensas de los astilleros para atacar los Destructores Estelares —dijo con voz vacilante el comandante de la ciudad.
Ackbar estaba contemplando a los enjambres de cazas B que seguían acosando a los cazas imperiales.
—Una decisión muy acertada, comandante —dijo, pero su mirada seguía clavada en el mapa, la luna y los dos Destructores Estelares que se encontraban al otro lado del planeta—. Espere un momento... —murmuró—. Hay algo que me resulta muy familiar en todo esto.
Ackbar guardó silencio durante unos momentos y acabó asintiendo muy despacio, como si su enorme cabeza se hubiera vuelto repentinamente demasiado pesada para sus hombros.
—Sí, comandante... Retire todos los cazas B de sus posiciones actuales en los astilleros y envíelos contra los Destructores Estelares. Deje los astilleros totalmente indefensos.
—¿Cree que es prudente hacerlo, almirante? —preguntó Leia.
—No —replicó Ackbar—. Es una trampa.
La almirante Daala se encontraba en el puente del Destructor Estelar
Gorgona
contemplando cómo la batalla se desarrollaba debajo de ella siguiendo justo el curso que había planeado.
Pensó en lo soberbio que había sido el genio táctico del Gran Moff Tarkin y se sintió invadida por una cálida sensación de orgullo. El
Basilisco
flotaba en órbita junto a la nave de Daala, dejando un surco de muerte por encima de la superficie de los océanos. Los cazas TIE revoloteaban de un lado a otro como un enjambre de insectos enfurecidos, barriendo la insignificante resistencia que los calamarianos habían conseguido organizar.
Los cazas B rebeldes y algunas de las naves de dimensiones medias que se encontraban en órbita sólo habían resultado ser una molestia menor. El
Gorgona
y el
Basilisco
habían ido llevando a cabo todas las fases del ataque de diversión cuidadosamente coreografiado, y las fuerzas defensivas calamarianas habían reaccionado de la manera esperada, dejándose manipular con tanta facilidad como si fuesen títeres suspendidos de hilos invisibles.
Daala se volvió hacia el oficial de comunicaciones inclinado sobre sus paneles.
—Póngase en contacto con el capitán Brusc del
Mantícora
—dijo—. Las fuerzas calamarianas por fin han dejado indefensos sus astilleros. El
Mantícora
puede iniciar su ataque de inmediato.
Ackbar movía las manos y hablaba muy deprisa, como si supiera que no disponía de mucho tiempo.
—Antes de ser liberado por la Alianza Rebelde yo era ayudante personal del Gran Moff Tarkin —estaba diciendo—. Tarkin siempre disfrutaba enormemente contándome con toda exactitud lo que iba a hacer para esclavizar nuevos mundos. Observándole aprendí los fundamentos tácticos de la guerra espacial, las estrategias favoritas de Tarkin incluidas.
Ackbar movió una mano-aleta señalando las imágenes de los dos Destructores Estelares.
—Tarkin ha muerto, pero reconozco este truco —siguió diciendo—. Sé qué planea hacer el comandante de esas fuerzas imperiales. ¿Disponemos de una red de sensores al otro lado de la luna?
—No, almirante —dijo el comandante de la ciudad—. Hace unos años estuvimos pensando si debíamos instalarla, pero...
—Ya me lo imaginaba —le interrumpió Ackbar—. Eso quiere decir que no podemos saber qué está ocurriendo allá, ¿verdad?
—Así es.
—¿Adónde quiere llegar, almirante? —preguntó Leia.
—Hay un tercer Destructor Estelar oculto detrás de nuestra luna.
Las palabras de Ackbar hicieron que la mitad de las voces que habían estado oyéndose en la sala hasta aquel momento callaran de repente. Todos se volvieron hacia él y le contemplaron con expresiones asombradas.
—¿Qué pruebas tiene?
Leia intentó usar sus incipientes poderes con la Fuerza para detectar la presencia del enemigo oculto, pero o éste se encontraba demasiado lejos o ella no era lo suficientemente hábil... o el enemigo no estaba allí.
—Las acciones del comandante de las fuerzas imperiales me dicen todo lo que necesito saber —explicó Ackbar—. Su objetivo principal es el complejo de los astilleros, por supuesto. Unos instantes después de que esos dos Destructores Estelares salieran del hiperespacio, un tercero emergió también, oculto en la sombra de nuestra luna. El ataque de vanguardia ha sido calculado para atraernos haciendo que nos alejemos de los astilleros, y su objetivo es engañarnos y conseguir que lancemos todas nuestras defensas contra una finta. Cuando el tercer Destructor Estelar aparezca y avance al máximo de velocidad sublumínica que pueden proporcionarle los motores, los astilleros se encontrarán totalmente indefensos. Una sola pasada bastará para que el tercer Destructor Estelar destruya por completo nuestros complejos de construcción de naves sin sufrir prácticamente ninguna pérdida.