Cruzaron el andén y abandonaron la inmensa explanada a través de un corredor excavado en la misma pared perimetral. Pocos metros después, en una pequeña antesala, les esperaban dos fornidos individuos, los mismos que acompañaron a Kristoffer y a Flenden el día que interrogaron a Samuel. No había nadie más en la zona penitenciaria; de hecho, no era necesario: cuando encerraban a alguien permanecía allí únicamente el breve espacio de tiempo que lo separaba de su ejecución. La huida era del todo imposible sin un inhibidor del campo magnético... y nadie que no estuviera dispuesto a morir torturado se atrevería a utilizar su pulsera para prestar su ayuda en una fuga.
—Vayamos a ver al Sr. Velasco —fueron las únicas palabras que Flenden les dirigió.
Aquel lugar no parecía una cárcel, ni siquiera el calabozo de una moderna comisaría. No era su impoluto aspecto ni la hegemonía del color blanco lo que lo diferenciaba; el elemento que destacaba por encima de todo era la ausencia de puertas y de rejas. Por eso, cuando Noelia llegó a la sala desde donde se tenía acceso a la celda de Samuel, tras la infinita alegría de comprobar con sus propios ojos que efectivamente estaba a salvo, le sobrevino cierta perplejidad al descubrir que Samuel aparentaba estar voluntariamente recluido en un tétrico y reducido cuarto y que, al verla, no hacía nada por acudir a su encuentro. Esa extraña impresión duró un suspiro, el tiempo que tardó en procesar la ráfaga de conjeturas que desfilaron por su cabeza. No hizo falta mirarle a los ojos para comprender que Samuel estaba simulando indiferencia hacia ella y que se encontraba preso en aquel lugar, por más que no hubiera puertas que impidieran su salida.
—¡Lucía, ya estás aquí! —exclamó Samuel, encubriendo a propósito su verdadero nombre— ¿Le explicaste a estos señores que nada tuviste que ver con la resolución de las pruebas?
—¿Por qué está encerrado? —se volvió indignada hacia Flenden.
—No tuvimos más remedio —respondió éste con su empalagosa calma—. No quería colaborar ni aceptar la situación y... se estaba poniendo muy nervioso.
Noelia volvió a buscar a Samuel con la mirada y entonces sus ojos se encontraron. De inmediato apreció a través de ellos el profundo sufrimiento que llevaba padecido, la ira acumulada y, sobre todo, el contenido deseo de abrazarla. Y pensó que ya era hora de acabar con esa estúpida pantomima, que no estaba decidida a seguirle un segundo más el juego a aquel monstruo y que sólo saldría de allí con Samuel.
—Sr. Flenden —dejó de tutearlo—, es inútil seguir fingiendo: Samuel y yo estamos enamorados.
Lo dijo mirándolo directamente a los ojos, como hacía siempre que hablaba con cualquier persona. Advirtió a través de ellos la sorpresa. A medida que seguía sincerándose, notaba cómo las llamas cobraban vida en las ascuas de sus diminutas oquedades.
—Le agradezco sus atenciones —prosiguió en un vano intento de convencerle, porque en el fondo sabía que no existía argumento capaz de ablandar los inexpugnables muros de su cruel corazón—. Estas instalaciones son maravillosas y la idea que inspira RH y el proyecto GHEMPE —mintió mientras soportaba el doloroso estremecimiento de su alma al hacerlo— es fascinante, pero nosotros preferimos vivir sin privilegios, como la mayoría de las personas: gozar y sufrir juntos, tener un trabajo digno, fundar una familia... Somos jóvenes, quizás en el futuro podamos...
—¡Sandeces! —gritó Flenden encolerizado—. ¿Cómo puedes querer compartir tu vida con tan descomunal mentecato?
—La inteligencia no lo es todo —respondió ella, haciendo de su dulzura casi una súplica—: existen otras virtudes.
—La ignorancia sepulta todas las virtudes —sentenció Flenden.
—Se lo ruego: déjenos salir; yo le prometo que...
—¡Cállate! —bramó con violencia—. Sólo quienes formamos parte de RH conocemos de su existencia. ¡Nadie más! La atracción física por ese muchacho enturbia tu entendimiento. En el fondo sabes tan bien como yo que cuando hay obstáculos en el camino deben retirarse. Samuel no sólo es un despojo inservible para RH, constituye además un evidente estorbo para el logro de tu suprema felicidad. ¡Matadlo!
—¡No! —gritó Noelia.
—Con el tiempo me lo agradecerás —replicó Flenden, haciendo ostensibles gestos con la cabeza a sus esbirros para que cumplieran su orden.
Los asesinos, pistola en mano, se disponían a entrar en la celda. Sin vacilar un solo instante, Noelia se plantó de un salto frente a ellos.
Samuel, que hasta entonces había presenciado en silencio cuanto ocurría, se descompuso al ver que Noelia pretendía hacer frente a dos individuos que duplicaban su envergadura. Arrebatado por la impotencia, hizo denodados intentos por acudir en su ayuda, pero la invisible pantalla que lo aprisionaba lo repelía con tal fuerza que parecía una simple hoja en manos de un vendaval. Resignado ante el inevitable desenlace, intentó convencer a Noelia gritando con desesperación.
—¡Apártate, cariño, no hay nada que hacer frente a estos perturbados criminales; morir no me hará tanto daño como verte sufrir!
Pero Noelia estaba decidida a impedirles la entrada, o a morir en el intento.
Tamaña osadía provocó el desconcierto en aquellos sujetos. Mirándose sorprendidos, irrumpieron en carcajadas azuzados por la intrépida insensatez que exhibía una criatura tan frágil. El propio Flenden sonrió al ver aquella escena.
Mientras tanto, Noelia se mantenía firme, respirando serena y profundamente, conectándose a través del
kokyu-ho
al flujo de respiración universal, ajena a las risotadas, a los gritos de Samuel y a los burlones gestos de Flenden, concentrada como nunca antes lo estuvo, rememorando, reviviendo, sintiendo el tatami bajo sus pies. Cerró los ojos y una ligera sonrisa afloró en su rostro: su maestro la contemplaba orgulloso mientras entrenaba; jamás había visto a nadie como ella, con esa extraordinaria habilidad para intuir los ataques antes de que se iniciara su ejecución, capaz de sentir la energía sin necesidad de verla. Cuando volvió a abrir los ojos se había zafado de los matones.
Sin que éstos pudieran explicarse cómo, se encontraban cada uno en una punta, a unos tres metros de Noelia y de espaldas a ella, cuando un segundo antes se disponían a llevársela en volandas. Se miraron aturdidos y luego se volvieron a Flenden, preguntándole en silencio, pero éste no les prestó la más mínima atención: sus ojos brillaban en un rostro inusualmente alborozado, maravillado por lo que acababa de contemplar.
Habían intentado apartar a Noelia con cierta delicadeza, para no irritar a Flenden descargando violencia innecesaria contra la que sospechaban podría ser su próxima concubina, pero incomprensiblemente para ellos la chica no sólo se había escurrido sino que los había desplazado como si fueran títeres. Y ahora estaban heridos en su orgullo.
Interpretando a su manera el socarrón gesto de Flenden y sin mediar palabra, arremetieron contra Noelia con todo el poderío muscular de sus pesados cuerpos. Pero cuanto más fuerte y descontrolado es el ataque, más fácil resulta para el aikidoka desembarazarse de los agresores.
El primero que llegó salió impulsado a trompicones en la misma dirección que llevaba, después de experimentar un giro completo sobre sí mismo. Si no fuera porque sintió las manos de ella apartando sus brazos habría jurado que acababa de arremeter contra una figura fantasmagórica, en lugar de una persona de carne y hueso, porque no había sido capaz siquiera de rozarla. Fue como si Noelia se hubiera comportado como el eje de un torbellino y toda la energía que impulsaba sus ciento veinte kilos en carrera entrara en rotación y saliera expulsada, transformada en fuerza centrífuga. Debió sentir el mismo estupor que asalta al toro cuando embiste la provocadora muleta y descubre que donde pensaba que había algo no hay más que aire..., sólo que aquello no era un ruedo y fue a parar de lleno contra un armario metálico donde se guardaba material de limpieza. El impacto fue tan enérgico que el mueble se le vino encima.
Aún no había Noelia acabado de soltar al primer atacante cuando sintió las atenazadoras manos del segundo sujetando por detrás sus muñecas. Sólo una décima de segundo después, valiéndose de la posición adelantada de su pie izquierdo inició un preciso viraje de su cuerpo para propiciar que el pulgar de una de sus manos se enganchara a la muñeca atacante y, por ende, a la fuerza que ésta llevaba. Mientras tanto, su otra mano subió dibujando un arco, aprovechando la misma fuerza que intentaba oprimirla, como si siguiera el giro natural de un volante, inclinándose para acompañar el movimiento, sin oponerse a él, de manera que en tanto ella permanecía estable, la intempestiva furia de su agresor no podía más que mantenerse en la órbita que su propio ímpetu había creado, de tal forma que finalmente salía despedido para caer de espaldas al suelo.
Samuel contemplaba perplejo la contienda. No podía creer aún cómo había conseguido desprenderse con tanta facilidad de aquella musculosa mole que la sujetaba por detrás. Ella le habló en una ocasión de cierto arte marcial —no recordaba el nombre en ese momento—, pero no sabía que lo practicara... ¡y mucho menos con tal maestría! En realidad, Noelia no había vuelto a ejecutar ningún ejercicio de aikido desde que abandonara su pueblo natal hacía ocho años, pero el
ushiro tekubidori
nunca le supuso dificultad alguna, ni esa técnica ni ninguna otra, y ahora lo recordaba todo a la perfección, como si no hubiese transcurrido tanto tiempo.
—Vaya, vaya... —suspiró Flenden, despojándose de la chaqueta y del calzado—; conque aikido, ¿verdad? Debes saber entonces que en la práctica jamás saldrías victoriosa si luchas contra otro aikidoka mucho más fuerte que tú. Te advierto que no voy a parecerme en nada al típico
uke
complaciente y cooperativo al que estarás acostumbrada.
—Si usted practica el aikido debería saber que esta disciplina es incompatible con la violencia —respondió Noelia.
—Querida Lucía: la gente de mayor rango en RH está entrenada en las principales disciplinas de lucha; el aikido es una más entre tantas. ¿Cuál es tu grado dan? Responde sólo por satisfacer mi curiosidad, porque te aseguro que no tienes ninguna opción.
El primero de los matones se había incorporado y, atropelladamente, como bestia herida que se revuelve, se abalanzó en un traicionero ataque sobre Noelia, aparentemente distraída en el diálogo con Flenden. Samuel fue a lanzar un grito para alertarla, pero antes de que saliera de su boca el menor sonido, el malvado gorila entraba en la celda, volando en una vertiginosa voltereta hasta dar con sus huesos en el suelo, justo a sus pies. Por fin, desde que había entrado en aquel maldito túnel se le presentaba una oportunidad para abandonarlo, ¡y no estaba dispuesto a desaprovecharla!
Consciente de que estaban luchando por sus vidas, no tuvo ningún reparo en golpearle la cabeza con la silla. El impacto la hizo añicos. Un hilo de sangre comenzó a discurrir por el suelo. Samuel se apresuró a intentar arrebatar de aquel pesado cuerpo inconsciente la llave mágica que portaba en la muñeca, antes de que cobrara de nuevo vida. Sumamente nervioso, no atinaba a abrir el brazalete. En tanto, veía de reojo cómo el otro matón se hallaba de nuevo frente a Noelia. Pero en esta ocasión ella no tuvo que hacer nada, porque de repente apareció Flenden y en un salto espectacular propinó a su propio subordinado una patada en la cara tan brutal que le partió el cuello.
—¡Aparta, patán! —fueron sus palabras. Su esbirro cayó a plomo al suelo, fulminado.
—¿Era eso necesario? —le reprimió Noelia—. ¿Es necesario todo esto?
—Es necesario eliminar a los débiles. Quien me falla una vez es susceptible de hacerlo de nuevo. No era más que un inútil gañán sin cerebro... Tú estás aún a tiempo de rectificar: no quiero hacerte daño.
—Sólo quiero que nos deje salir. Tiene mi palabra de que nadie sabrá nada de esto; se lo prometo.
—Estás enferma: pretendes huir del edén de la sabiduría, dar la espalda al progreso, rehusar la gloria suprema... Yo te ofrezco el universo del conocimiento humano, la piedra filosofal de la felicidad... ¡y tú lo rechazas todo por un mísero zoquete! Yo te sanaré, querida Lucía, yo te sanaré... ¡aunque sea a golpes!
Flenden dio por acabada la conversación y arremetió contra Noelia, mas no lo hizo impetuosamente: se fue aproximando con calma, amagando golpes, tanteando a su joven adversaria, estrechando cada vez más el cerco para lograr arrinconarla.
Ella sabía que intentar atacarle no serviría de nada, que su única opción sería esquivarlo, pero se estaba quedando sin espacio. Notaba la pared próxima a su espalda, sentía que estaba atrapada...
Y entonces se oyó el inconfundible chasquido de una pistola al montarse.
—Un solo movimiento más y le vuelo los sesos. Estoy deseando hacerlo, así que no me dé el más mínimo motivo. ¡Las manos en alto!
Flenden se dio la vuelta y atisbó tanto odio en los encolerizados ojos de Samuel que comprendió al instante que podría apretar el gatillo en cualquier momento.
—¡Andando, despacito para la celda! —ordenó Samuel con furiosa autoridad—. Ahora me toca a mí: mira por dónde va a acabar ganando el más tonto de la clase.
Flenden sopesó sus posibilidades y optó por obedecer y no poner en riesgo su vida. Era cuestión de tener un poco de paciencia: sabía que sería prácticamente imposible que lograran huir.
—¡La pulserita, fantoche! —le exigió Samuel cuando se encontraba dentro de la celda, sin dejar de apuntarle—. Quítatela y se la lanzas a ella con suavidad.
Noelia recogió el brazalete y se lo colocó de inmediato.
—Salgamos cuanto antes de aquí —dijo.
—Espera un momento: por favor, date la vuelta —le respondió Samuel. Estaba decidido a matar a Flenden.
—¿Qué piensas hacer? —le reprendió ella.
—Lo que debo hacer.
—No, Samuel, no lo hagas —le suplicó Noelia—. La violencia sólo engendra violencia. ¡No dejes que la ira ensucie tu alma!
—Este monstruo aviva la miseria y el sufrimiento humano. Pisotea a los pobres y propicia su muerte inmisericorde en una despiadada selección de la raza humana. ¿Qué habrías hecho si te hubieran dado la oportunidad de matar a Hitler antes de que llegara al poder y salvar con ello a millones de personas?
—Lo que tenga que ocurrir ocurrirá. No intentes cambiar el destino asesinando. No lo hagas, por favor, Samuel..., tú no, no lo hagas...