El eterno olvido (38 page)

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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

—Todos, están todas las obras conocidas del conjunto íntegro de escritores habidos a lo largo de la historia. No hay título que no puedas encontrar, tanto en soporte impreso como digitalizado. Y no sólo libros se guardan en estas instalaciones: periódicos, revistas, mapas, manuscritos, grabados, fotografías, archivos sonoros, películas, documentos legales... ¡Todo el saber, querida Lucía, todo el saber!

Flenden advirtió la turbadora impresión que aquella revelación suscitó en Noelia y no quiso dejar pasar la ocasión para avivar su embelesamiento.

—Veintidós naves como ésta albergan la mayor y más importante herencia de nuestra cultura, pero he elegido concretamente ésta porque quiero que veas algo. Si eres tan amable de seguirme...

Noelia avanzaba anonadada, sin reparar en donde pisaba, con la mirada perdida entre aquella infinidad de libros, encantada por el mágico hechizo de la literatura, deseando detenerse a cada paso para hurgar entre millones de páginas. ¡Toda una vida no bastaría para dedicar siquiera un mísero minuto a cada ejemplar! Después de atravesar un laberinto de galerías y pasillos Flenden se detuvo y se hizo a un lado para que Noelia pudiera admirar lo que tenía enfrente:

—¡Es una réplica de la biblioteca del Trinity College de Dublín! —exclamó Noelia en una nueva explosión de entusiasmo.

—Ciertamente, querida Lucía, una réplica en el diseño, no en el contenido. En este espacio sólo albergamos unos 200.000 volúmenes, aunque... el material es infinitamente más valioso. ¿Has leído a Sófocles?

—¡Naturalmente! Antígona, Edipo Rey, Electra...; sólo son siete obras. Es fundamental leerlas para comprender la tragedia griega.

—Aquí podrás leer hasta cuarenta y cinco obras más; incluso ya están traducidas por nuestros expertos.

—No puede ser: esos textos desaparecieron junto a la Biblioteca de Alejandría.

—Querida Lucía: ésta es la Biblioteca de Alejandría.

Las palabras de Flenden hicieron eclosionar en Noelia una insólita mueca de estupor. Aquello era mucho más de lo que podría esperar, un idílico sueño por el que sería capaz de entregar su alma... ¡Temblaba de verdadero éxtasis!

—Medio millón de volúmenes se perdieron para siempre —continuó Flenden, regocijándose por el impacto que había causado en la chica la exitosa idea de llevarla hasta allí—, debido sobre todo al incendio de Julio César y a los bárbaros saqueos de Aureliano y Diocleciano en el siglo III, pero el emperador Constantino I el Grande mandó trasladar a la nueva capital imperial todos los volúmenes que habían sobrevivido. En Constantinopla se han conservado en secreto hasta nuestros días, y ahora los tienes ante tus ojos para que puedas admirar el legado de la biblioteca que fue depositaria de las copias de todos los manuscritos del mundo antiguo.

Noelia no pudo impedir que la emoción liberara un par de lágrimas y que éstas resbalaran pausadamente por sus mejillas mientras centraba su atención en un estante y comprobaba perpleja que lo que le había contado Flenden era cierto: sus manos temblorosas tomaron un ejemplar encuadernado en piel con estampaciones en oro y traducido al inglés de
Los Elementos
, de Hipócrates de Quios, una obra que se creía perdida para siempre.

Veinte minutos anduvo deambulando por los corredores como hipnotizada, faltándole manos para abarcar cuantos tomos quería palpar, conocer de su existencia... hasta que la voz de Flenden la arrancó del mundo encantado donde había caído.

—Celebro que te guste tanto este lugar.

—¡Es realmente... increíble!

—Tendrás tiempo de sobra para disfrutar de todo cuanto ves. Vayamos ahora a un lugar más tranquilo para charlar un rato; aún no me has contado nada de ti.

Noelia tardó en volver en sí. Sólo cuando se acomodaron en el apartado rincón de la zona vip de un comedor se dio cuenta de la atmósfera íntima que envolvía el lugar. Se había dejado arrastrar como una chiquilla hasta las redes tejidas por las aviesas intenciones de Flenden, que la había engatusado llevándola directamente al paraíso de su pasión. Avergonzada por haberse olvidado de todo, anteponiendo la intelectualidad a la espiritualidad, el libro a lo que enseña el libro, el egoísmo al altruismo, la literatura a Samuel, sintió deseos de abofetearse para escapar de su bochornosa ñoñez, pero no fue necesario: la pedantería de Flenden la despertó de su letargo; en poco tiempo volvió a percibir sus negativas vibraciones, a oír el eco tenebroso de su transfigurada voz y a avistar la maldad oculta en sus ojos.

—No puedo negar que me guste la erudición —comenzó Flenden derrochando petulancia sin reparo alguno—; me afano en aprender de todas las ciencias, en comprender las artes, en profundizar en el conocimiento humano..., así que no podía hacer menos que leer los relatos de Lucía Tinieblas.

—Para mí es todo un honor —correspondió Noelia retomando la senda de la complacencia fingida, sin querer mostrar la sorpresa que le causaba que aquel hombre conociera su faceta literaria.

—Lo que no tengo claro es cuál es el seudónimo: Lucía Molina o Lucía Tinieblas...; ¿o quizá son ambos?

Noelia no supo advertir si Flenden ironizaba con respecto a su verdadera identidad, pero considerando que su último relato no saldría publicado hasta el domingo y que tan sólo Samuel, Bermúdez y Margarita lo sabían, pensó que podría resultarle de utilidad mantener el secreto.

—¿A qué se refiere, señor Flenden? —respondió con la picarona sonrisa de haber sido descubierta.

—No te llamas Lucía Molina, ¿verdad? Y... por favor, tutéame sin pudor.

Noelia desconocía que nadie tuteaba a Flenden, ni siquiera quienes compartían su lecho.

—De acuerdo, así haré. No se te escapa un detalle. Ciertamente, no me llamo Lucía, pero... con todos tus secretos déjame a mí conservar al menos uno..., por ahora.

—Un terreno abrupto para moverse alguien como yo, que se nutre del saber —objetó Flenden.

—Como dijo Jacinto Benavente: «Lo que no se sabe, es como si no existiera». No deberías preocuparte.

—Me preocupa conformarme; cuando quiero algo, no descanso hasta conseguirlo. El conformismo y la resignación son valores propios de los débiles; el hombre ideal debe ser independiente, seguro de sus propios principios. Permitirte el secreto es ceder a tu voluntad. En contra de la mayoría de personas que viven en la esclavizada moral de rebaño, yo busco constantemente la perfección, y para lograrlo me aferro a mis convicciones...

—Así habló Zaratustra —interrumpió de repente Noelia—. No creo que el ideal de superhombre de Nietzsche dejara de serlo por una insignificancia así.

—¿Conoces la obra de Nietzsche? —preguntó Flenden entusiasmado—. ¡Es el más grande de cuantos pensadores hayan existido jamás!

—Conozco su obra y la admiro —mintió ella—. Las bases ideológicas de RH no pueden ser más certeras. Nietzsche tenía razón al afirmar que si todos los hombres gozaran de la igualdad de derechos, entonces los personas superiores se convertirían en víctimas, se desperdiciaría su talento. La selección es necesaria.

Noelia tuvo que reprimir el asco que sentía de sí misma al hablar de esa forma. Estuvo tentada de sacar a la palestra
La lucha contra el demonio
, la obra donde Zweig radiografió la mente de Nietzsche, pero eso con toda seguridad habría dado al traste con su estrategia.

—En efecto —prosiguió Flenden con la seguridad y el gozo de hallarse como pez en el agua—: la gente vulgar y corriente no entiende que si amamos a la humanidad debemos propiciar que los débiles y malogrados perezcan.

—Así nos lo hizo ver Nietzsche en
El Anticristo
—matizó Noelia, alineándose muy a su pesar con la malintencionada interpretación del discurso del controvertido filósofo.

Cada palabra que pronunciaba Noelia hacia crecer la excitación de Flenden. Su fantasía estaba tomando cuerpo: en persona aquella chica valía mucho más que a través de la pantalla y su plática cautivaba con más pasión que todas las palabras que su imaginación había puesto en su boca. Impaciente por intimar con ella, se acercó a su lado.

—Querida Lucía: tenemos mucho en común —le susurró acariciando su pelo y su cara.

Noelia se estremeció ante aquel inesperado contacto. Súbitamente se dio cuenta de que el asunto se le había escapado por completo de las manos.

—El día ha sido muy largo —acertó a decir mientras apartaba con delicadeza la mano de su rostro, sin parecer que lo estuviera despreciando—: me apetecería darme un baño, arreglarme y... que nuestra conversación continuara con una buena cena. Como dijo Horacio, «La paciencia hace más valedero aquello que no tiene enmienda».

Flenden se sintió desarmado ante tan convincentes argumentos.

—Tienes razón, te acompañaré a tu aposento: la mejor suite que hayas visto jamás.

—Un momento: querría ver antes a Samuel; me lo prometiste.

Aquella petición importunó a Flenden, que se había olvidado por completo del prisionero. En esos momentos ya no le servía para nada: constituía sólo un estorbo en sus planes. Pero decidió complacerla y dar cumplimiento a su palabra; de cualquier forma, no veía posibilidad alguna de que aquella sublime chica pudiera estar realmente enamorada de una persona tan corriente como Samuel.

Capítulo 29

Una mezcolanza de ideas y sentimientos agitaban la mente de Noelia, que se tambaleaba ante la caótica colisión de deseos y temores impulsados desde su corazón. Su inquietud se agudizaba a medida que se hacía cargo de que era incapaz de alcanzar la serenidad necesaria para concentrarse y encontrar una salida satisfactoria para todos, misión harto complicada porque era más que seguro que Flenden no estaría dispuesto a dejarlos marchar así como así. Y lo peor es que apenas le quedaba tiempo: su conducta excesivamente complaciente había seducido a la malvada bestia, que con toda seguridad intentaría hacerla suya esa misma noche, por las buenas o por las malas... y sólo de pensar que aquel despreciable individuo la pudiera rozar le trastornaba el juicio. ¡Antes prefería verse mil veces muerta! Así que era consciente de que debía actuar ya, de inmediato, tan pronto se encontrara con Samuel, porque no constituía ningún disparate suponer que si no hacía algo podría ocurrir que no volvieran a verse nunca más.

Un sinfín de interrogantes machacaban su cabeza: ¿qué podía ella realmente hacer?, ¿cómo liberarlo si estaba preso?, ¿cómo desembarazarse de Flenden?, ¿por dónde huir? Mientras tanto, el instinto hacía que su prodigiosa memoria fotográfica fuera captando cada detalle de cuanto veía, almacenando la información por si en el futuro pudiera llegar a serle útil, sin dejar por ello de prestar atención a la conversación con Flenden.

—Diseñamos
Kamduki
con el propósito de reclutar agentes para servir a los intereses de RH en lugares de importancia estratégica y valernos de su demostrada sagacidad, prudencia y perspicacia para observar pequeños detalles de los quehaceres diarios de ciertos sujetos —expuso Flenden de pronto.

Aquello aparentemente no tenía nada que ver con lo que estaban hablando. Noelia llevaba el suficiente tiempo escuchándolo para saber que ésa era su embrollada manera de engalanar la presentación del incisivo asunto que traía entre manos.

—Pero creo que podríamos aprovechar mejor tus cualidades —prosiguió—: te veo más como directora del Área de Conservación del Conocimiento de estas instalaciones que como espía en departamentos gubernamentales. Trabajarás aquí a mi lado.

—Muchas gracias, yo... no tengo palabras.

Noelia atravesaba momentos de turbación: aunque veía peligroso mantener la sumisa complicidad, no quería ceder un palmo del terreno ganado. Flenden se mostraba confiado, seguro de su dominio de la situación, convencido de la admiración que despertaba en ella, del influjo de la fascinante atracción de su discurso. Necesitaba no levantar sospechas, mantenerlo alejado de toda suspicacia, al menos hasta que se reuniera con Samuel; luego ya vería...

—Vi la ilusión en tus ojos cuando te llevé a nuestra inmensa biblioteca, mas no quiero que me lo agradezcas: lo hago porque considero que es la mejor decisión.

—¿Y qué va a pasar con Samuel? —preguntó Noelia con cierto aire de indiferencia.

—Samuel es un chico irreflexivo e impetuoso —repuso Flenden—. No cumple el perfil requerido y, para colmo, no alcanzó los niveles mínimos de inteligencia exigidos en nuestros test... No lo podemos adscribir al programa GHEMPE.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que, sintiéndolo mucho, no tiene cabida aquí.

Noelia palideció al momento. Flenden ya le había anunciado que nadie que no perteneciera a RH conocía de su existencia y que, en ocasiones, por motivos de seguridad, se habían visto obligados a sacrificar algunas vidas. ¡La muerte del débil para garantizar la sostenibilidad y el progreso del fuerte; una muestra más de la selección natural aplicada al hombre! Noelia no pudo reprimir implorar indulgencia.

—Pero... por favor, te lo suplico. Samuel no es ninguna amenaza; está aquí por mi culpa: si yo no me hubiera inmiscuido en las pruebas, él no habría llegado tan lejos.

—Cierto, querida Lucía, pero son las reglas: la salvaguarda de nuestra seguridad. Aunque... también es verdad que gracias a él te conocimos. Igual podamos darle una oportunidad y colocarlo como personal de mantenimiento en alguna de nuestras instalaciones auxiliares, siempre que consiga vencer su intransigencia y... tú te sientas feliz trabajando conmigo. Lo haré gustoso como un gesto personal hacia ti.

Flenden acompañó esta última frase con una nueva caricia al rostro de Noelia, más directa que la anterior. Durante unos segundos recorrió el contorno de sus pómulos recreándose en el suave tacto de su piel. Luego extendió las palmas de las manos y las dejó resbalar por el cuello hasta alcanzar sus senos, donde se detuvieron para hacer partícipes de tan suculento botín a sus ávidos dedos, que acudieron como hambrientas alimañas a sobar los pechos con ansiosa desesperación, exigiendo cada cual su porción de carne. Noelia sintió una espeluznante sensación de miedo y asco, la misma que vivía de niña cada vez que Ricardo la tomaba en sus brazos, y resurgió de nuevo en sus venas aquel irrefrenable impulso de salir corriendo para buscar una salida, en una lucha inútil por descubrir un lugar donde cobijarse. Se vio sollozando temblorosa en un rincón de la habitación aguardando el repugnante contacto de su padrastro y le llegó una vez más aquel acre olor a sudor y a alcohol que mantenía, como una eterna maldición, clavado en lo más profundo de sus sentidos. Estuvo a punto de gritar y huir despavorida en cualquier dirección, pero por suerte para ella la plataforma de transporte se detuvo justo en ese instante: habían llegado al lugar donde se encontraba confinado Samuel.

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