La prueba no estaba destinada a eliminar a los más simples, como pensaba Samuel, sino al grupo de participantes impulsivos, impacientes e irreflexivos, aquellos que se dejan llevar por la primera impresión y actúan con precipitación, respondiendo de forma refleja cuando creen ver una situación lo suficientemente clara como para afrontarla sin vacilaciones, dando por sentado que su visión de la verdad es única e incuestionable.
Si el primer día nuestro zapatero ha emparejado dos zapatos, el segundo día tendrá cuatro. De esta forma, el decimoctavo día dispondrá de 36 zapatos ordenados por pares. Pero cuando el decimonoveno día empareje dos más, lógicamente los otros dos zapatos restantes también quedarán diferenciados. No es necesario esperar otro día. La respuesta correcta era 19.
En realidad Samuel no sabía ni cómo se había percatado de la trampa en el último segundo. Siempre había sido así: cuando llevaba la razón, la llevaba. Si algo estaba claro para él, escuchaba otras versiones por respeto, pero ni siquiera las consideraba. La confianza en sí mismo, tan positiva a veces, en otras le había llegado a causar más de un problema. Le sobraba subjetividad, y así no se podía ser ecuánime. Cuando le presentaban a alguien formaba una inmediata opinión de esa persona y ya le resultaba complicado cambiarla, sobre todo cuando era negativa. No comprendía a quienes deliberadamente desaprovechan la única oportunidad de que se dispone para causar una buena primera impresión. Si de principio no le gustaba alguien, ya no había solución: le hacía la cruz para toda la vida. Y no sólo actuaba así con desconocidos: le ocurría lo mismo con presentadores, famosos, artistas... El prejuicio, sin duda, era su principal defecto... ¡aunque la mayoría de las veces acertaba! Al menos eso pensaba él, claro.
Una extraña intuición, inusual en él, le había hecho salvar la prueba. Un golpe de suerte, que a buen seguro no le iba a acompañar siempre. Así que tendría que estar más atento a partir de ahora, si tenía verdadera intención de llegar lejos.
Una vez transcurridos los diez días apareció la solución en la página principal de
Kamduki
. Se habían registrado más de tres millones de internautas; según se podía leer, «sólo» habían resuelto la primera prueba 1.325.457 personas. ¿Qué había ocurrido con los otros dos millones? Pues una gran mayoría seguramente se habría olvidado por completo del juego, en la línea habitual de quiénes aprovechando la gratuidad se apuntan por puro vicio a todo cuanto ven por Internet. Otro tanto por ciento se habría visto afectado por un desinterés sobrevenido, tras considerar que había cosas más importantes que hacer que perder el tiempo de esa manera. Quedaba la duda de saber cuántos concursantes habían sido eliminados por precipitarse con la respuesta.
La verdad fue que la solución se pudo ver en numerosos foros de Internet pocas horas después de que apareciera la pregunta, de ahí que resultara difícil comprender las causas que originaron aquella criba de participantes. Pero a Samuel eso apenas le importaba. Quedaban compitiendo más de un millón de personas y todos ellos se habían molestado en responder, previo razonamiento; por tanto, habían demostrado que querían ganar y que continuarían intentándolo. Estaba por ver si seguiría apareciendo información en Internet sobre las respuestas cuando fueran quedando menos participantes o cuando las pruebas incrementaran su grado de complejidad...
De momento había que esperar a que saliera el siguiente ejercicio, que, según anunciaban, ocurriría el próximo 11 de marzo a las 21 horas. No es que Samuel anhelara que llegara ese día, pero sí que sentía cierta expectación. Entretanto la página ofrecía distintas curiosidades: datos de participación y aciertos por países, entrevistas a personajes más o menos famosos que habían errado la respuesta (algunos con un cociente intelectual superior a 130 puntos), opiniones de psicólogos sobre los motivos que impulsan a tomar decisiones precipitadas...
El tiempo avanzó con diligencia, como suele ocurrir en el período que separa el Carnaval de la Semana Santa. «La Santísima Semana» —como la solía llamar Samuel—, que le brindaba, año tras año, cuatro fenomenales días de descanso. En esta ocasión abarcaba los últimos días de marzo y los primeros de abril. Samuel, como la inmensa mayoría de los trabajadores, por un lado se alegraba de que estuviera tan próxima; por otro no le hacía ni chispa de gracia pensar en lo largo que le iba a resultar luego el período laboral ininterrumpido hasta que llegasen las vacaciones de verano, porque encima la festividad del 1 de mayo caía en sábado y, por tanto, como si no existiera para todos los que, como él, tenían la fortuna de librar los fines de semana.
Una vez más, las noticias se centraban en la conmemoración del terrible atentado perpetrado en Madrid el 11 de marzo de 2004. Habían transcurrido seis años, pero el recuerdo se mantenía vivo en todos como si hubiese sucedido ayer. No hay español que no pueda recordar qué estaba haciendo aquella mañana en la que unos salvajes acabaron caprichosamente con la vida de 194 personas e hirieron a más de 1.500. «¿Por qué? ¿Para qué? ¿Hay algún fin que pueda justificar la muerte indiscriminada? ¿Cómo puede caer tan bajo el ser humano?» Samuel suspiró y apagó la tele con profunda tristeza, consciente de que sus preguntas no podrían jamás obtener una respuesta con sentido.
Eran las diez y cuarto de la noche y encendió su ordenador para conocer el enunciado de la segunda prueba de
Kamduki
. Sólo por curiosidad, pues se sentía cansado y prefería enfrentarse a la resolución el día siguiente, o tal vez el sábado, disfrutando del fin de semana. Pero no contaba con lo que estaba a punto de ver...
Prueba nº 2:
Todos los árboles de un jardín son olivos, menos dos de ellos. Asimismo, todos son naranjos, menos dos de ellos. Además, todos son cerezos, menos dos de ellos. ¿Cuántos árboles tiene el jardín?
Tiempo de resolución: 2 horas
Samuel dio un respingo y miró de inmediato, nervioso, el reloj de su muñeca. Al principio era incapaz de articular algún tipo de razonamiento sensato. Luego se dio cuenta de que el problema no podía ser tan difícil y que disponía aún de más de media hora de tiempo. Una vez se serenó, pudo averiguar la sencilla solución.
Poco más de doscientas mil personas lograron seguir adelante. La mayoría, obviamente, no se habría conectado a tiempo. No creía desde luego Samuel que la prueba fuese tan complicada como para no dar con la solución. Sólo tres árboles podía tener el jardín. A esta conclusión no debería tardarse más de diez minutos en llegar, por muy poco inspirado que uno estuviera.
Sin duda, la aplicación
Kamduki
estaba jugando con los participantes, eliminando el tipo de competidores que no deseaba. Era inconcebible facilitar diez días de plazo para resolver una primera prueba tan sencilla, salvo que se pretendiera, aparte de excluir a los concursantes impulsivos, crear un clima de confianza para, acto seguido, descartar en la segunda prueba a los aspirantes despreocupados, informales, impuntuales, descuidados, distraídos... aquellos que no le habían otorgado al juego la suficiente seriedad. La prueba comenzaba a las nueve y había que estar ahí preparado. Punto. El juego tenía su mala leche —pensaba Samuel— y había que estar muy atento porque intuía que las verdaderas pruebas aún no habían comenzado. Era consciente de que se había librado en dos ocasiones de la exclusión por pura casualidad, y no estaba dispuesto a fallar una tercera. Si era eliminado de aquella sorprendente competición que fuese porque no consiguiera resolver una prueba, no por errores absurdos. Así discurría Samuel, sin dejar de alabar el maquiavélico inicio que había desplegado el juego. ¡Qué lejos estaba entonces de imaginar que lo que hasta ahora había visto era sólo la punta de un siniestro y endemoniado iceberg!
Noelia fue poco a poco recobrando la estabilidad emocional, si bien las primeras semanas sufrió continuas pesadillas. Se despertaba llorando, empapada en sudor y gritando: «No, por favor, no...».
Una noche, tres semanas después de liberar a su nieta, Julián se llevó un susto espantoso. Noelia se levantó de madrugada, abrió la puerta de la casa, luego la del portal, atravesó la verja del jardín y cruzó varias calles hasta llegar a una de las vías principales de entrada al pueblo. Tras andar por ella más de un kilómetro accedió a la autovía y continuó su marcha en dirección salida de la ciudad. Quinientos metros después fue avistada por el conductor de un camión, que la sacó de la carretera y avisó de inmediato a la Guardia Civil. Al día siguiente la pequeña no recordaba nada de lo acontecido durante la noche.
Afortunadamente no volvieron a producirse sucesos de esta naturaleza, las pesadillas fueron remitiendo y la niña fue recuperando su conducta habitual y el semblante dulce y tierno que la había acompañado siempre.
Pero Julián sabía más por viejo que por diablo. Había sufrido tantos reveses en la vida que no pasaba un solo día en que no pensara que las cosas podían volver a torcerse en cualquier momento. Conocía cómo funcionaba la justicia y era consciente de que, más pronto que tarde, Ricardo volvería a pasear por las calles... y quería estar preparado para ello.
Noelia se haría mujer pronto y Julián quería que aprendiera a defenderse. Ya estaba bien de números, problemas de lógica y actividades encaminadas a potenciar su capacidad cerebral. Por ello, buscó entre los gimnasios las clases que se impartían de las distintas artes marciales. No fue tarea fácil, porque era conocedor de la aversión que sentía la niña por la lucha y la competición. Si sufría por ganar una partida de ajedrez, ¿cómo iba a soportar cualquier manifestación de daño físico, aunque fuera en defensa propia? La conocía muy bien como para entender que esto era así..., pero entonces descubrió algo ideal para ella: el aikido.
El aikido se basa en principios distintos a los que sustentan la mayoría de las artes marciales. No se permite vencer, sino convencer de que el ataque es inútil. Es preciso proyectar en el corazón del adversario y en su más oscura conciencia una fuerza benéfica, no un empuje destructivo. La violencia no existe en el aikido. El maestro fundador de esta disciplina, Morihei Ueshiba, preconizaba la familiarización con el origen y el funcionamiento del Universo. El aikido se concibe como un arte de comunión con la energía universal: nuestras vidas son una parte del Universo y cada uno de nosotros, incluso el más débil, posee desde su nacimiento una fuerza interna muy grande, un pedazo del Amor Universal. El aikido pretende que nos unamos a los demás, a la naturaleza, a todo cuanto existe... entregando mucho amor.
Fue sorprendente cómo Noelia asimiló los preceptos del aikido y la técnica de su práctica. Año tras año, Julián pasaba tardes enteras embelesado contemplando la desenvoltura con que ensayaba los ejercicios. Se movía con una extraordinaria agilidad, sorteando a sus rivales, que la doblaban en tamaño, con una facilidad pasmosa. Sus delgados brazos parecían bailar con el aire, en plena armonía con el espacio que la envolvía. El profesor la embestía con fuerza y ella se colocaba siempre en la postura adecuada para esquivarlo y, a la vez que lo agarraba con aparente suavidad, hacer que su impulso chocara contra el aire, y que merced a este empuje continuara su movimiento al vacío, en la suerte de una extraña danza con el agresor. Parecía como si lo perdonara, como si pudiendo golpear a su enemigo, le diera la oportunidad de liberarse por un camino agradable. Respondía al odio con amor. Ésa era la esencia del aikido y eso fue lo que cautivó a Noelia.
Julián y Noelia jamás volvieron a hablar entre ellos de Ricardo. Era como si su vida no hubiese existido, aunque ambos, a su manera, lo tenían presente en su memoria. No había día en que Julián no saliera a la calle con el temor de encontrarse con él de frente. Deseaba que no llegara jamás ese momento, pero su instinto, el mismo que siempre lo alertó frente a ese individuo, ahora le decía que algún día iba a regresar y que no traería buenas intenciones.
Los presos que no tienen problemas con las drogas y que han disfrutado hasta su detención de una vida apacible, con un trabajo y una vivienda normales, perfectamente integrados en la sociedad, no suelen causar conflictos en los centros penitenciarios.
No había Ricardo aún cumplido sus dos primeros años de condena y ya estaba su abogado solicitando el tercer grado, ya que por entonces existía una norma tácita aceptada por las Juntas de Tratamiento de las Prisiones, las Instituciones Penitenciarias y los Jueces de Vigilancia Penitenciaria para concederlo a partir del cumplimiento mínimo de una cuarta parte de la condena. En el mismo tiempo comenzó el interno a solicitar los habituales permisos de salida. La Junta de Tratamiento del Centro Penitenciario denegó su primera solicitud amparándose en la gravedad del delito cometido y la alarma social que ocasionaría su prematuro contacto con la calle. Esta decisión fue recurrida ante el Juez de Vigilancia Penitenciaria, aunque el resultado fue el mismo. La Junta de Tratamiento denegó también el segundo permiso solicitado, más que nada por miedo a cargar con la responsabilidad de que un condenado por delitos sexuales pudiera reincidir hallándose de permiso, pero en esta ocasión el Juez de Vigilancia Penitenciaria estimó el recurso de queja interpuesto y, a partir de ahí, Ricardo ya no tuvo más problemas con los permisos que solicitaba.
Poco después de disfrutar de su segundo permiso de salida de la cárcel recibió la comunicación de su progreso de grado, siendo trasladado a un módulo especial en semilibertad. Se sucedieron las rutinarias visitas de los médicos, psicólogos, asistentes sociales, educadores... No transcurrieron ni tres días y ya había presentado Ricardo el compromiso de contratación de una empresa privada. La necesaria formalidad de la vinculación familiar no fue un impedimento, pues Ricardo seguía empadronado en el antiguo domicilio familiar de sus padres, que justamente se encontraba en la misma localidad de la prisión. Con un hogar y un contrato, la siguiente semana pudo comenzar a disfrutar plenamente del tercer grado conferido, saliendo del Centro todas las mañanas a las ocho y regresando a las nueve de la noche para dormir. Los fines de semana los pasaba en casa y, además, disponía de una semana libre al mes.
Ricardo tenía un historial penitenciario carente de partes, su conducta siempre fue positiva y había participado en todo tipo de actividades culturales, laborales y ocupacionales. A esto se añadía un dictamen psicológico favorable a la reinserción social. Por ello, el Juez de Vigilancia Penitenciaria le concedió la libertad condicional a los cinco años justos de su ingreso en prisión. A diferencia del período en el que se encontraba en tercer grado, ni el Juez ni el supervisor al que tenía que presentarse una vez al mes para firmar, le impusieron ninguna condición especial en su nueva situación de cumplimiento de la condena. No podía cambiar de domicilio ni viajar al extranjero..., pero eso a Ricardo no le importaba. Una semana después de que se le notificara la concesión de la libertad condicional, regresó al lugar donde conoció a Beatriz.