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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (152 page)

Debo admitir que, a su manera, Harvey es muy hábil. Dedicó quince minutos a la descripción de acciones «de resistencia» en Cuba —más de cien—, y la puesta en marcha de un importante plan para volar las enormes minas de cobre Matahambre. Como el general no estaba presente en esa reunión, Harvey se refirió a «nuestra implementación del programa de Lansdale», consistente en dejar caer volantes sobre Camagüey, Cienfuegos, Puerto Príncipe y Matanzas. Los volantes invitan a los cubanos a que lleven siempre encima una caja de cerillas para intentos improvisados de sabotaje, por ejemplo: el incendio de plantaciones de caña de azúcar. También se los alecciona sobre la utilidad de dejar descolgados los teléfonos públicos. «Si se hace en las horas punta, las comunicaciones pueden resultar afectadas.»

Harvey sabía perfectamente bien que todo eso no eran más que tonterías, pero decidió presentarlo como parte del plan de Lansdale.

Empecé a sentirme seguro del contenido de los maletines. Harvey se refería a la «capacidad marítima» de nuestro JM/OLA, lo que suena muy respetable e importante, ya que a los yates deportivos los llamamos «buques escolta» y a las lanchas de recreo, «cañoneras». Los mismos problemas navales que tuvimos en la bahía de Cochinos necesariamente se repetirán. Como nuestros agentes, todas esas embarcaciones deben llevar una doble vida. Sería muy simple si pudiéramos contar con la Armada de los Estados Unidos, pero no podemos, al menos para los ataques, de modo que la mascarada no tiene fin: debemos volver a pintar los barcos cada tantas semanas, y cambiarles el registro. Una «cañonera» no es más que una lancha de recreo con un par de ametralladoras calibre 50 instaladas en la proa, pero, por increíble que parezca, toda esta farsa es imprescindible, ya que cada embarcación que parte para Cuba viola la ley de neutralidad. El FBI, la Aduana, Inmigración, e incluso el Departamento de Defensa, sufren de tortícolis por no mirar en nuestra dirección, a pesar de que se supone que deben vigilar que no haya contrabando de drogas.

De todos modos, en medio de este prestigioso ambiente tuve una epifanía. A medida que Harvey seguía hablando, me puse a pensar en una de nuestras bases en Miami, situada en el número 6312 de Riviera Drive, una modesta mansión parecida a todas las de Coral Gables, de paredes de piedras y puerta de hierro: una bonita casa de dos plantas, casi estilo español, con una cúpula en el techo, digna de filósofos. No hay nada notable en ella, hasta que uno va a la parte trasera. La casa da sobre el canal de Coral Gables, que en este lugar es mucho más que un canal y conduce a la bahía de Biscayne y, con paciencia, al golfo de México. Difícil de creer, ¿verdad Kittredge? Los cubanos que salen en misiones a Cuba, misiones en las que podrían morir, entran por la puerta principal como criados, recogen sus pertrechos militares y las capuchas negras que se pondrán durante el viaje para que el piloto cubano, en caso de ser capturado más tarde, no pueda identificarlos, y en cuanto cae la noche parten en una embarcación que tiene el aspecto de una lujosa y veloz lancha pesquera, pero que es nuestra cañonera camuflada. Es difícil pensar en la guerra cuando las casas sobre el canal de las que parten esas embarcaciones son mansiones pintadas de rosa o amarillo canario, azul cobalto o verde lima, con jardines que parecen un aluvión de rojo y magenta y en los que las palmeras evocan esa languidez característica de los trópicos. Quizás el mero esfuerzo de mantenerse erguidos bajo el calor haya absorbido toda la fuerza vital de esos escamosos árboles.

Contamos con tantas casas francas, bases navales (como ésta de Riviera Drive, 6312), depósitos y viviendas lujosas, que me siento tentado de describir los casos extremos. Por ejemplo, mantenemos un coto de caza en los Everglades que no es más que una casa prefabricada en medio de un montecillo entre el pantano, con un claro para un helicóptero que transporta a personajes importantes como Lansdale, Harvey, Helms, McCone, tu Hugh, Maxwell Taylor, e incluso al presidente y su hermano. Se llama Campamento de Caza Waloos Glade, PROPIEDAD PRIVADA, NO PASAR, un lugar que existe sólo para que allí se realicen reuniones con gente que no quiere ser vista en público. Como sabrás, cada vez que Bobby va a Miami, causa un revuelo en los medios de información. De esta manera, puede volar hasta la base aérea Homestead, y desde ahí tomar un helicóptero hasta Waloos Glade para reunirse con algún líder latinoamericano con el que puede que no quiera ser visto en Florida para que no se entere el DGI.

Otra instalación: un sendero polvoriento, que lleva el bonito nombre de Descanso de Codornices, atraviesa un pinar hasta llegar a un bungalow deteriorado por la intemperie, sobre pilotes, rodeado por una galería. Es la escuela donde se enseña transmisión por radio. Otras se especializan en tácticas guerrilleras. Yo he visitado diez de esos lugares. En Elliot Key, por ejemplo, el muelle está escondido entre el manglar. El barco ballenero, de cinco metros de eslora, que transporta a la gente, debe avanzar a través de un follaje infestado de mosquitos hasta entrar en un riachuelo de un metro veinte de ancho que llega, río arriba, hasta el muelle, desde el cual un sendero no más ancho que un jeep se utiliza para el transporte de provisiones. Al final del sendero, rodeada de selva, se encuentra la vieja casa destartalada. Dentro hay un dormitorio de barracón, con dieciséis catres, y una cocina de buen tamaño. No hay cuarto de baño, ni siquiera letrina, sólo un retrete. El barco y el jeep transportan el agua potable. Agrega a esa precaria instalación un cobertizo para armas, uniformes de faena, botellones de repelente antimosquitos y un par de motores fuera de borda, y obtendrás un campamento de adiestramiento, totalmente aislado, para aquellos exiliados cubanos que quieren constituir una fuerza de «hermanos de choque», expresión extraña, pero la mentalidad militar no carece de agudeza cuando se trata de motivar a un hombre para el combate.

En el extremo opuesto de esta logística, cerca del cuartel general de Zenith (ahora ocupado por JM/OLA), tenemos un depósito grande para proveer de todo lo necesario a nuestras fuerzas de ataque, desde barbas postizas hasta los últimos uniformes cubanos. En este depósito acopiamos todas las variedades de armamentos provistos por los soviéticos y los países del bloque oriental: morteros, ametralladoras, metralletas, pistolas, bazukas, lanzallamas. Me gustaría que vieses la cara de sorpresa que pone un verdadero combatiente, como mi amigo Dix Butler, cuando hojea las cincuenta páginas ilustradas de nuestro catálogo. Allí están todas las variedades de armas existentes.

Agrega ahora a este diorama de JM/OLA todos los apartamentos, suites de hotel, moteles, la posada de la Universidad de Miami (de la que acabamos de apropiarnos para alojar allí a oficiales de graduación intermedia que están de paso), el hotel DuPont Plaza en el centro de Miami (para los de mayor jerarquía), y verás que tenemos una pequeña ciudad dentro de la ciudad para los miembros de la Agencia y sus familias. ¿Con cuántos oficiales de caso contamos? ¿Con quinientos? ¿Seiscientos, tal vez? Tenemos unos dos mil quinientos agentes cubanos, agentes a tiempo parcial, subagentes, mensajeros, lacayos y empleados encargados de la cocina en lugares como Elliot Key. Cada vez son más. A cada uno le pagamos un promedio de trescientos dólares mediante un sistema totalmente seguro de cheques especiales que sólo pueden cobrar en un par de ventanillas de la casa central del Banco Nacional de Miami, en el bulevar Biscayne.

Dado que los lugares donde trabajamos están muy cerca el uno del otro, generalmente también comemos y bebemos juntos. No te describiré las tabernas y bares; sus nombres lo dicen todo: el bar del hotel Tres Embajadores; el bar Los Estirados; Los Veintisiete Pájaros. Sólo te diré que por primera vez, desde la Granja, salgo de copas con mis camaradas, y todas las noches. Vamos a la caza de mujeres muchas menos veces de lo que imaginas. El verdadero fenómeno es el tamaño de la operación en que estamos metidos, y después del tercero o cuarto bourbon me doy cuenta de que estoy dispuesto a trabajar duro para Harvey a pesar de su estrechez de miras y su mal humor. Lansdale tiene buenas ideas, pero me temo que esté dirigiendo un barco del que no sabe nada, mientras que Harvey nos ha impuesto nuestra propia forma de gobierno. Contamos con más de cincuenta sociedades mercantiles de todo tipo: agencias de detectives, armerías, casas de venta de repuestos para embarcaciones, negocios de venta de artículos de pesca; todas ellas son tapaderas. Suma a eso una oficina dedicada a investigaciones y técnicas de venta en el Caribe, ubicada nada menos que en la calle Okeechobee; nuestra propia administración de fincas, que nos suministra casas y pisos francos; una agencia de turismo donde planeamos los viajes mensuales; una firma de importación y exportación que nos provee de toda clase de suministros; una agencia de empleo para los exiliados que colaboran con nosotros; una tienda para el mantenimiento del equipo electrónico y un club para las prácticas de tiro. Aún no hemos llegado siquiera al corazón de la Agencia, que está en Zenith. Allí, nuestro equipo de Inteligencia gana cada mes más terreno, y los laboratorios fotográficos procesan el material obtenido por los U-2 que vuelan diariamente sobre Cuba. La oficina de Correos de Zenith, grande como un salón de fiestas, se encarga de la correspondencia entre Miami y La Habana, y luego está la oficina de recortes, donde se leen las reacciones de la Prensa mundial sobre el conflicto entre los Estados Unidos y Cuba, y el Sanctasanctórum del Sur, donde se archivan los informes que llegan desde las treinta o cuarenta ramificaciones del movimiento clandestino cubano. Harvey, quien desconfía de toda red que no haya sido organizada por él mismo, lo llama el Sanctasanctórum Maléfico.

Para darte una idea cabal de nuestro poder, te recuerdo que no respetamos, violamos, o hacemos caso omiso de las leyes estatales o nacionales. Rutinariamente proveemos de noticias falsas a la Prensa de Florida; la evasión de impuestos constituye nuestra principal fuente de financiación; pasamos informes falsos sobre nuestros vuelos diarios, y transportamos armas y explosivos por las carreteras de Florida contraviniendo la ley de municiones y armas, para no hablar de lo que hacemos con nuestros amigos de la Aduana, Inmigraciones, Departamento del Tesoro y con la ley de neutralidad.

Bajo la firme dirección de Harvey, que sabe muy bien cómo tratar a los directores de periódicos, prácticamente controlamos todas las noticias que se publican referentes a Cuba. Por lo general, hacemos nuestros tratos con los periodistas entre copa y copa, lo cual, como imaginarás, resulta muy agradable. La política de Harvey es: «Nunca le mientas a un periodista, a menos que sea imprescindible». De hecho, es nuestra gente del departamento de Publicidad la que redacta las notas. En consecuencia, aquí el cuarto poder no tiene demasiado trabajo, y si alguno optara por resistirse, le cortaríamos la fuente confidencial de información. «Somos peores que un monopolio», dice Harvey, a quien si algo le gusta es dominar los medios de comunicación.

Hasta aquí, mi descripción general de JM/OLA. No obstante, me sería imposible explicarte la moral y el estado de ánimo reinantes. No se parece a nada que haya conocido en la Agencia desde mis primeras fantasías en la Granja, cuando creía que estaríamos permanentemente ocupados en actividades de alto riesgo. No es que esta operación lo sea, pero actuamos como si lo fuese. Por ejemplo, Harvey designó a Dix Butler para que observase el espectáculo organizado por los Boinas Verdes en el fuerte Bragg en honor a Jack Kennedy, y los informes que trajo nos llenaron de entusiasmo, como si la plétora de destreza y hazañas físicas de los Boinas Verdes fuese análoga, en osadía, a nuestros propios planes.

Estoy seguro de que sabrás que la función de los Boinas Verdes es proporcionarnos hombres de combate capaces de vérselas con la guerrilla izquierdista en países del Tercer Mundo, como Laos y Vietnam. Muchos de los más jóvenes del Pentágono, además del presidente, Maxwell Taylor y, por supuesto, Bobby Kennedy, están encantados con este tipo de adiestramiento. En el libro de Bobby,
El enemigo interno
, hay un pensamiento revelador: «En el pasado, los grandes hechos de nuestra nación fueron forjados por hombres recios». Como ejemplo, menciona a los Merodeadores de Merrill, a los Incursores de Mosby, y a Francis Marión,
el Zorro de los pantanos
; es decir, a nuestros guerrilleros, de los cuales los Boinas Verdes son herederos directos. El día que vino Jack Kennedy, lo llevaron al lago McKellar, donde montaron un espectáculo infernal. Había submarinistas con armas a prueba de agua; paracaidistas que caían sobre la playa del lago desde quinientos metros de altura, abriendo el paracaídas en el último momento para que el aterrizaje fuese lo más silencioso posible; pelotones de judocas enzarzados en combates cuerpo a cuerpo. Entretanto, otros Boinas Verdes trepaban a lo alto de postes clavados por los ingenieros en el lecho del lago, y después avanzaban por cables tendidos entre un poste y otro. Escuadrillas de helicópteros Caribou y Mohawk pasaban en vuelo rasante sobre el palco presidencial. De pronto, unos mil hombres que hasta entonces habían permanecido escondidos entre los matorrales al otro lado del lago, irrumpieron lanzando bengalas y gritos de guerra en un simulacro de cómo procedería una fuerza de infiltración. El momento culminante llegó cuando un hombre, provisto con una especie de equipo impulsor atado a la espalda, saltó desde un helicóptero y fue a aterrizar delante mismo de Jack Kennedy. Después, ocho Caribous lanzaron miles de hojas volantes sobre los palcos, todas con el retrato del presidente.

A medida que escribo, puedo sentir tu indignación. No por lo que acabo de contarte —todo lo cual tal vez te parezca necesario—, sino porque seguramente te estarás preguntando el motivo de mi entusiasmo. Pues sí, estoy entusiasmado. Dix Butler llegó a pensar seriamente en la posibilidad de unirse a los Boinas Verdes, mientras que yo me di cuenta de que me había alistado en la Agencia porque había supuesto que mi vida activa sería así. Quizá se deba a las historias que contaba Cal sobre el OSS. No es que la vida en la Agencia sea aburrida, pero una faceta aventurera de mi ser necesita la acción física, y hasta me atrevería a decir que el sabor del combate.

Debo advertirte que no pienso abandonar la Inteligencia. ¡Jamás! Por lo general, me siento feliz. Hago lo que la mayor parte de mi ser desea hacer. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? No obstante, aquí en JM/OLA los Boinas Verdes ejercen una atracción especial, diríase que clandestina, sobre muchos oficiales de la Agencia. Dix Butler no está solo.

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