El Héroe de las Eras (103 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

No sabría decir si eres un necio
, pensó Vin, dirigiéndose hacia la criatura,
o si simplemente existes de un modo que te incapacita para considerar algunas cosas.

Ruina gritó, abalanzándose contra ella, tratando de destruirla como ella había intentado destruirlo. Sin embargo, una vez más, sus poderes estaban demasiado igualados. Ruina se vio obligado a retroceder.

La vida
, dijo Vin.
Dijiste que el único motivo para crear algo era poder destruirlo.

Flotó junto a Elend, viéndolo luchar. Las muertes de los koloss tendrían que haberla lastimado. Sin embargo, no pensaba en la muerte. Tal vez era la influencia del poder de Conservación, pero sólo veía a un hombre, debatiéndose, combatiendo, incluso cuando la esperanza parecía imposible. No veía muerte, veía vida. Veía fe.

Creamos cosas para verlas crecer, Ruina
, dijo.
Para sentir placer al ver que lo que amamos se vuelve más de lo que era antes. Dijiste que eras invencible, que todas las cosas se destruyen. Todas las cosas son tuyas. Pero hay cosas que luchan contra ti… y lo irónico es que ni siquiera puedes comprenderlas. Amor. Vida. Crecimiento.

La vida de una persona es más que el caos de su muerte. Emoción, Ruina. Ésta es tu derrota.

Sazed observaba ansioso desde la boca de la cueva. Un grupito de hombres se congregaba a su alrededor. Garv, líder de la Iglesia del Superviviente en Luthadel. Harathdal, el más destacado de los mayordomos de Terris. Lord Dedri Vasting, uno de los miembros supervivientes de la Asamblea del gobierno de la ciudad. Aslydin, la joven de quien al parecer Demoux se había enamorado durante sus breves semanas en el Pozo de Hathsin. Un puñado de personas más, lo suficientemente importantes, o fieles, para acercarse a mirar.

—¿Dónde está ella, maese terrisano? —preguntó Garv.

—Ella vendrá —prometió Sazed, la mano apoyada en la pared de roca. Los hombres guardaron silencio. Los soldados que no tenían la bendición del atium esperaban nerviosos con ellos, sabiendo que eran los siguientes si el ataque de Elend fracasaba.

Ella tiene que venir
, pensó Sazed.
Todo apunta a su llegada.

—El Héroe vendrá —repitió.

Elend cortó dos cabezas a la vez, derribando a los koloss. Hizo girar la hoja, cercenando un brazo, y luego atravesó el cuello de otra criatura. No la había visto acercarse, pero su mente había notado e interpretado la sombra de atium antes de que se produjera el ataque real.

Se alzaba ya en una alfombra de cadáveres azules. No tropezaba. Con atium, cada paso era exacto, su espada guiada, su mente despejada. Derribó a un koloss especialmente grande, y luego dio un paso atrás, deteniéndose un breve instante.

El sol asomaba por el este. Empezaba a hacer calor. Llevaban horas luchando, aunque el ejército de koloss parecía interminable. Elend mató a otro, pero sus movimientos empezaban a parecer más lentos. El atium amplificaba la mente, pero no impulsaba el cuerpo, y había empezado a recurrir al peltre para continuar. ¿Quién habría podido imaginar que podía cansarse, incluso agotarse, mientras se quemaba atium? Nadie había usado antes tanto metal como lo hacía Elend.

Pero tenía que seguir. Se estaba quedando sin atium. Se volvió hacia la boca de la caverna, justo a tiempo de ver como uno de sus soldados de atium caía en medio de un chorro de sangre.

Elend maldijo, girando, mientras una sombra de atium pasaba a través de él. Esquivó el mandoble que siguió, y luego cortó el brazo de la criatura. Decapitó a la siguiente, y luego cortó a otro las piernas. Durante la mayor parte de la batalla no había empleado saltos ni ataques alománticos, sólo esgrima directa. Sin embargo, sus brazos empezaban a cansarse y se vio obligado a empezar a empujar koloss para dominar el campo de batalla. La reserva de atium, de
vida
, dentro de él menguaba. El atium se quemaba muy rápidamente.

Otro hombre gritó. Otro soldado muerto.

Elend empezó a regresar a la caverna. Había tantos koloss… Su banda de doscientos ochenta hombres había matado a miles, pero a los koloss no les importaba. Seguían atacando, una brutal ola de determinación infinita, a la que sólo podían resistir por las reservas de brumosos de atium que protegían cada una de las entradas de la Tierra Natal.

Otro hombre murió. Se estaban quedando sin atium.

Elend gritó, blandiendo la espada a su alrededor, abatiendo a tres koloss con una maniobra que nunca debería de haber funcionado. Avivó acero y empujó al resto para apartarlo de él.

El cuerpo de un dios, ardiendo en mi interior
, pensó. Apretó los dientes, y atacó mientras sus hombres seguían cayendo. Se enfrentó a un puñado de koloss, cercenando brazos, piernas, cabezas. Apuñalando pechos, cuellos, tripas. Continuó luchando, solo. Hacía tiempo que sus ropas no eran blancas, sino rojas.

Algo se movió tras él, y se dio media vuelta, alzando la hoja, dejando que el atium lo guiara. Sin embargo, se detuvo, inseguro. La criatura que tenía detrás no era ningún koloss. Vestía de negro, con una cuenca ocular vacía y sangrante, la otra perforada por un clavo que se había estampado en el cráneo. Elend podía ver a través del agujero de la cuenca vacía de la criatura.

Marsh. Tenía una nube de sombras de atium a su alrededor: también quemaba metal, por lo que sería inmune al atium de Elend.

Humano conducía a sus soldados koloss a través de los túneles. Mataban a todos los que hallaban en su camino.

Algunos se habían plantado ante la entrada. Lucharon con tenacidad. Eran fuertes. Ahora estaban muertos.

Algo impulsaba a Humano a continuar. Algo más fuerte que nada que lo hubiera controlado antes. Más fuerte que la mujercita del pelo negro, aunque ella era muy fuerte. Esta cosa era más fuerte aún. Era Ruina. Humano lo sabía.

No podía resistirse. Sólo podía matar. Abatió a otro humano.

Humano irrumpió en una gran cámara abierta llena de otras personas. Controlándolo, Ruina le hizo volverse y no matarlos. No es que Ruina no quisiera que lo hiciera. Pero quería
más
otra cosa.

Humano se abalanzó hacia delante. Se abrió paso entre rocas y piedras caídas. Apartó a humanos sollozantes. Los demás koloss lo siguieron. Durante un momento, todos sus deseos propios quedaron olvidados. Sólo existía su abrumador deseo de llegar a…

Una sala pequeña. Allí. Delante de él. Humano abrió las puertas. Ruina aulló de placer cuando entró en la sala. Contenía aquello que Ruina quería.

—Adivina qué he encontrado —gruñó Marsh, dando un paso adelante y empujando contra la espada de Elend. El arma salió volando de entre sus dedos—. Atium. Un kandra lo llevaba, con intención de venderlo. ¡Estúpida criatura!

Elend maldijo, esquivó a un lado el ataque de un koloss, y sacó de la vaina de su pierna la daga de obsidiana.

Marsh avanzó. Los hombres gritaban, maldiciendo, cayendo, mientras su atium se agotaba. Los soldados de Elend estaban siendo superados. Los gritos se apagaron cuando el último de los hombres que protegía la entrada murió. Dudaba que los demás duraran mucho más.

El atium de Elend le advirtió del ataque del koloss, le permitió esquivar, a duras penas, pero no podía ayudarle a matarlo con la daga. Y, cuando el koloss llamó su atención, Marsh golpeó con un hacha de obsidiana. La hoja cayó, y Elend saltó para esquivarla, pero perdió el equilibrio.

Trató de recuperarse, pero sus metales se acababan, no sólo el atium, sino también los básicos. Hierro, acero, peltre. No les había prestado mucha atención, ya que tenía atium, pero llevaba demasiado tiempo combatiendo. Si Marsh tenía atium, entonces estaban igualados, y sin metales básicos, Elend moriría.

Un ataque por parte del inquisidor lo obligó a avivar peltre para escapar. Abatió a tres koloss con facilidad, pues su atium aún le ayudaba, pero la inmunidad de Marsh era un serio desafío. El inquisidor pasó por encima de los cuerpos caídos de los koloss, dirigiéndose a trompicones hacia Elend, el único clavo de su cabeza reflejaba la luz demasiado brillante del sol en el cielo. El peltre de Elend se agotó.

—No puedes derrotarme, Elend Venture —dijo Marsh con voz rechinante—. Hemos matado a tu esposa. Te mataré también.

Vin
. Elend no lo creyó.
Vin vendrá
, pensó.
Nos salvará.

Fe. Era extraño sentirla en este momento. Marsh atacó.

El peltre y el hierro súbitamente cobraron vida dentro de Elend. No tuvo tiempo de pensar en aquella rareza: simplemente, reaccionó. Tiró de su espada, que yacía en el suelo a cierta distancia. Volteó en el aire y la agarró, blandiéndola con un velocísimo movimiento que bloqueó el hacha de Marsh. El cuerpo de Elend parecía pulsar, poderoso y enorme. Golpeó por instinto, obligando a Marsh a retroceder. Los koloss se apartaron por el momento, como asustados de Elend. O asombrados.

Marsh alzó una mano para empujar la espada de Elend, pero no sucedió nada. Fue… como si algo desviara el golpe. Elend gritó, cargando, repeliendo a Marsh con los golpes de su plateada espada. El inquisidor parecía aturdido mientras bloqueaba con el hacha de obsidiana, sus movimientos demasiado rápidos para explicarlos incluso con alomancia. Sin embargo, Elend siguió obligándolo a retirarse, sobre los caídos cuerpos azules, removiendo la ceniza bajo el cielo rojo.

Una poderosa paz inundó a Elend. Su alomancia brillaba, aunque sabía que los metales en su interior tendrían que haberse agotado. Sólo quedaba el atium, y sus extraños poderes no podían darle los otros metales. Pero no importaba. Por el momento, lo abrazaba algo más grande. Alzó la mirada, hacia el sol.

Y vio, durante un breve instante, a una enorme figura en el aire sobre él. Un personaje brillante y cambiante de puro blanco. Sus manos se extendían hacia sus hombros, la cabeza hacia atrás, el pelo blanco ondulando, la bruma ondulando tras ella como alas que se extendieran por el cielo.

Vin
, pensó Elend con una sonrisa.

Elend se volvió a tiempo de ver como Marsh gritaba y saltaba hacia delante, atacando con su hacha en una mano, con algo enorme y negro como una capa detrás. Marsh se cubrió la cara con la otra mano, como para impedir que su ojo muerto viera la imagen que había en el aire tras Elend.

Elend quemó los restos de su atium, avivándolo en su estómago. Alzó la espada con ambas manos y esperó a que Marsh se acercara. El inquisidor era más fuerte y mejor guerrero. Marsh tenía los poderes de la alomancia y la feruquimia, lo que le convertía en otro Lord Legislador. No era una batalla que Elend pudiera ganar. No con una espada.

Marsh llegó, y a Elend le pareció comprender cómo había sido para Kelsier enfrentarse al Lord Legislador en aquella plaza de Luthadel, todos aquellos años atrás. Marsh golpeó con su hacha; Elend alzó a su vez la espada y se dispuso a golpear.

Entonces, Elend quemó duralumín con su atium.

¡Visión, Sonido, Fuerza, Poder, Gloria, Velocidad!

Las líneas azules brotaron de su pecho como rayos de luz. Pero quedaron oscurecidas por una cosa. Atium más duralumín. En un destello de conocimiento, Elend sintió un aturdidor poso de información. Todo se volvió blanco a su alrededor mientras el conocimiento saturaba su mente.

—Ahora lo entiendo —susurró mientras la visión se desvanecía, y junto con ella sus metales restantes. El campo de batalla regresó. Elend se alzaba sobre él, y su espada perforaba el cuello de Marsh. Había quedado atrapada en el clavo que sobresalía de la espalda del inquisidor, entre los omóplatos.

El hacha de Marsh estaba enterrada en el pecho de Elend.

Los metales fantasma que Vin le había dado cobraron de nuevo vida dentro de Elend. Se llevaron el dolor. Sin embargo, había un límite a lo que podía conseguir el peltre, no importa con cuánta fuerza se avivara. Marsh liberó su hacha, y Elend se tambaleó hacia atrás, sangrando, soltando la espada. Marsh se arrancó la espada del cuello, y la herida desapareció, sanada por los poderes de la feruquimia.

Elend se desplomó sobre una pila de cadáveres koloss. Estaría ya muerto, de no ser por el peltre. Marsh se acercó a él, sonriendo. Su cuenca vacía estaba recubierta de tatuajes, la marca que Marsh había recabado sobre sí. El precio que había pagado para derrocar el Imperio Final.

Marsh agarró a Elend por la garganta, empujándolo hacia atrás.

—Tus soldados están muertos, Elend Venture —susurró la criatura—. Nuestros koloss campan por las cavernas kandra. Tus metales se han acabado. Has perdido.

Elend notó cómo se le escapaba la vida, la última gota de un vaso vacío. Había estado aquí antes, en la caverna del Pozo de la Ascensión. Tendría que haber muerto entonces y sentirse aterrado. Esta vez, sin embargo, no lo estaba. No había pesar. Sólo satisfacción.

Elend miró al inquisidor. Vin, como un fantasma brillante, aún flotaba sobre ambos.

—¿Perdido? —susurró Elend—. Hemos ganado, Marsh.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso? —preguntó Marsh, despectivo.

Humano se hallaba junto al pozo en el centro de la sala de la caverna. El pozo donde se había encontrado el cuerpo de Ruina. El lugar de la victoria.

Humano esperaba, aturdido. Un grupo de koloss se acercó a él, igualmente anonadados.

El pozo estaba vacío.

—El atium —susurró Elend, saboreando su propia sangre—. ¿Dónde está el atium, Marsh? ¿De dónde crees que conseguimos el poder para luchar? ¿Viniste a por ese atium? Bueno, se ha acabado. ¡Dile eso a tu amo! ¿Crees que mis hombres y yo esperábamos matar a todos esos koloss? ¡Hay decenas de miles! Eso no era lo importante.

La sonrisa de Elend se ensanchó.

—El cuerpo de Ruina ha desaparecido, Marsh. Lo hemos quemado, los demás y yo. Puedes haberme matado, pero nunca conseguirás lo que viniste a buscar. Y por eso gano yo.

Marsh gritó lleno de furia, exigiendo la verdad, pero Elend la había dicho. Las muertes de los demás significaban que se habían quedado sin atium. Sus hombres habían luchado hasta agotarlo, como había ordenado Elend, quemando hasta los últimos restos.

El cuerpo de un dios. El poder de un dios. Elend lo había tenido un momento. Más importante, lo había destruido. Era de esperar que eso mantuviera a su pueblo a salvo.

Ahora es cosa tuya, Vin
, pensó, aún sintiendo la paz de su contacto en su alma.
He hecho lo que he podido.

Sonrió de nuevo a Marsh, desafiante, mientras el inquisidor alzaba su hacha.

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