El Héroe de las Eras (71 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—¿Cómo son? —preguntó—. He oído muchas historias. ¡Dicen que el emperador Venture siempre viste de blanco, y que la ceniza se niega a ensuciarlo! Puede derrotar a un ejército con sólo mirarlo. Y su esposa, la heredera del Superviviente. Nacida de la bruma…

Fantasma sonrió:

—Elend es un estudioso olvidadizo… aún peor que Sazed. Se pierde en sus libros y se olvida de las reuniones que él mismo ha convocado. Sólo se viste más o menos a la moda porque una mujer terrisana le compró un guardarropa nuevo. La guerra lo ha cambiado algo, aunque por dentro creo que sigue siendo un soñador atrapado en un mundo con demasiada violencia.

»Y Vin… bueno, ella sí que es distinta. Nunca he estado seguro de cómo interpretarla. A veces, parece frágil como una niña. Y luego, va y mata a un inquisidor. Puede ser fascinante y aterradora al mismo tiempo. Intenté cortejarla una vez.

—¿De verdad? —dijo Beldre, alzando la cabeza.

Fantasma sonrió:

—Le regalé un pañuelo. Había oído decir que es lo que se hace en la sociedad noble.

—Sólo si eres un romántico —precisó Beldre, sonriendo con tristeza.

—Bueno, pues le regalé uno —continuó Fantasma—. Pero creo que ella no sabía lo que significaba. Y, claro, cuando lo supo, me lo devolvió. No estoy seguro de en qué estaba pensando, tratando de hacerle la corte. Quiero decir, sólo soy Fantasma. El silencioso, incomprensible y poco memorable Fantasma.

Cerró los ojos.
¿Qué estoy diciendo?
Las mujeres no querían oír hablar a los hombres de lo insignificantes que eran. Eso había oído decir.
No tendría que haber venido a hablar con ella. Tendría que haberme puesto a dar órdenes. Para hacer ver que estoy al mando.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Ella conocía la verdad sobre Fantasma. Él suspiró, y abrió los ojos.

—No creo que seas poco memorable —dijo Beldre—. Naturalmente, es más probable que te tuviera en mayor estima si me dejaras ir.

Fantasma sonrió:

—Con el tiempo. Te lo prometo.

—¿Vais a usarme contra él? —preguntó Beldre—. ¿Vais a amenazar con matarme si no cede?

—Ese tipo de amenazas son huecas si sabes que no vas a hacer nunca lo que dices. Sinceramente, Beldre, no voy a hacerte daño. De hecho, tengo la sensación de que aquí estarás más segura que en el palacio de tu hermano.

—Por favor, no lo mates, Fantasma —suplicó Beldre—. Tal vez… tal vez puedas ayudarlo de algún modo, hacerle ver que está siendo demasiado radical.

Fantasma asintió:

—Lo intentaré.

—¿Lo prometes?

—Está bien. Prometo que al menos intentaré salvar a tu hermano. Si puedo.

—Y la ciudad también.

—Y la ciudad. Confía en mí. Hemos hecho esto antes: la transición será suave.

Beldre asintió, y pareció que en verdad lo creía.
¿Qué clase de mujer sigue siendo capaz de confiar en la gente después de todas las cosas por las que ha pasado?
Si hubiera sido Vin, lo habría apuñalado por la espalda a la primera oportunidad, y probablemente eso habría sido lo correcto. Sin embargo, esta muchacha seguía confiando. Era como encontrar una hermosa planta que crecía sola en un campo de ceniza calcinada.

—Cuando terminemos, tal vez podrías presentarme a los emperadores —sugirió Beldre—. Parece gente interesante.

—Nunca discutiré con esa apreciación —dijo Fantasma—. Elend y Vin… bueno, sí que son interesantes. Gente interesante con pesadas responsabilidades. A veces, desearía ser lo bastante poderoso para hacer cosas importantes como ellos.

Beldre le puso una mano en el brazo, y él la miró, un poco sorprendido.
¿Qué?

—El poder puede ser algo terrible, Fantasma —susurró en voz baja—. Yo… no me gusta lo que ha hecho con mi hermano. No lo desees tanto.

Fantasma la miró a los ojos, luego asintió y se levantó:

—Si necesitas algo, pídeselo a Sazed. Él se encargará de todo.

Ella alzó la cabeza:

—¿Adónde vas?

—A que me vean.

—Quiero contratos comerciales exclusivos en todos los canales —dijo Durn—. Y que el emperador me conceda un título.

—¿A ti? —preguntó Fantasma—. ¿Un título? ¿Crees que la palabra «lord» delante de tu nombre va a hacer que esa cara sea menos fea?

Durn arqueó una ceja.

Fantasma se echó a reír:

—Cuenta con ambas cosas. Lo hablé con Sazed y Brisa: incluso te redactarán un contrato, si quieres.

Durn asintió, apreciativo:

—Lo quiero. Los lores prestan atención a ese tipo de cosas.

Se hallaban en una de las muchas cámaras traseras, no en su hogar privado, sino en un lugar anexo a una taberna. Un viejo conjunto de tambores colgaba de la pared.

Fantasma había tenido pocos problemas para eludir a los soldados de Quellion que vigilaban el edificio del Ministerio. Incluso antes de ganar habilidades amplificadas con estaño, y mucho antes de que pudiera quemar peltre, había aprendido a escabullirse en la noche y espiar. Un grupo de soldados difícilmente suponía un obstáculo para él. No podía permanecer enclaustrado en la cueva como los demás. Tenía demasiado trabajo que hacer.

—Quiero despejadas las Gradas —dijo Fantasma—. Inundaremos los canales durante la noche, cuando los mercados estén vacíos. Nadie vive en los surcos excepto los que estáis aquí en los suburbios. Si quieres que este lugar no se inunde, necesitarás levantar una buena barrera a prueba de agua.

—Eso está hecho —repuso Durn—. Cuando las Gradas eran nuevas, les birlamos el sistema de compuertas, pero sé dónde está. Volverá a ser colocado en su sitio para mantener el agua a raya, suponiendo que podamos instalarlo correctamente.

—Más os vale. No quiero sobre mi conciencia la muerte de la mitad de los mendigos de la ciudad. Te avisaré del día que vayamos a hacerlo. Mira a ver si puedes conseguir algunos de los artículos en el mercado, y mantener a la gente fuera de los surcos. Eso, además de lo que estás haciendo por mi reputación, te garantizará el título que quieres.

Durn asintió y se puso en pie:

—¡Bien!, entonces vamos a trabajar en esa reputación.

Se dirigió a la salida de la habitación trasera, conduciendo a Fantasma al bar. Como siempre, Fantasma llevaba su túnica quemada: se había convertido en una especie de símbolo para él. Nunca había llevado una capa de bruma; pero, en cierto modo, esto era aún mejor.

La gente se puso en pie al verlo entrar. Fantasma sonrió, indicando a los hombres de Durn que sacaran odres de vino, robados de la caverna de almacenaje y traídos por Fantasma a lo largo de varias noches seguidas.

—¡Esta noche no tendréis que pagar el licor robado a Quellion! —pregonó—. Ésta es su forma de manteneros felices y contentos.

Fue lo único que dijo. No era Kelsier, capaz de impresionar a la gente con sus palabras. En cambio, a sugerencia de Brisa, permaneció casi en silencio. Visitó las mesas, tratando de no parecer distante, pero sin hablar mucho. Parecía pensativo, y preguntaba a la gente por sus problemas. Escuchó historias de pérdidas y estragos, y bebió con ellos a la salud de aquellos a quienes Quellion había asesinado. Con su peltre, nunca se emborrachaba. Ya tenía fama de eso: la gente lo consideraba algo místico, como su habilidad para sobrevivir al fuego.

Después de ese bar, visitaron otro, y después otro. Durn procuró llevarlo a los sitios más seguros, y sin embargo más concurridos. Algunos estaban en las Gradas, otros en la ciudad. En todos ellos Fantasma notó algo sorprendente: su confianza crecía. Era un poco como Kelsier. Puede que Vin fuera la que había sido entrenada por el Superviviente, pero Fantasma era quien hacía lo que él había hecho: animar al pueblo, guiarlos para que se levantaran por su propio bien.

A medida que fue pasando la noche, los diversos bares se convirtieron en un borrón. Fantasma susurró maldiciones contra Quellion, hablando de los asesinatos y de los alománticos que el Ciudadano conservaba. No esparció los rumores de que el propio Quellion era alomántico: dejó que Brisa lo hiciera con más cuidado. Así, no parecería que Fantasma estaba demasiado ansioso por acabar con él.

—¡Por el Superviviente!

Fantasma alzó la cabeza, sosteniendo su jarra de vino, sonriendo mientras los clientes del bar vitoreaban.

—¡Por el Superviviente! —dijo otro, señalándolo—. ¡Por el Superviviente de las Llamas!

—¡Por la muerte del Ciudadano! —gritó Durn, alzando su copa, aunque rara vez bebía—. ¡Abajo con el hombre que dijo que nos dejaría gobernar, y luego se lo quedó todo para él!

Fantasma sonrió, y dio un sorbo. No había advertido lo agotador que podía ser estar allí sentado hablando con la gente. Su peltre avivado mantenía a raya el cansancio de su cuerpo, pero no podía hacer nada con la fatiga mental.

Me pregunto qué pensaría Beldre si viera esto
, pensó.
Los hombres vitoreándome. Se quedaría impresionada, ¿no? Olvidaría lo que rezongué sobre lo inútil que era.

Tal vez las visitas a los bares habían sido agotadoras porque había otra cosa que prefería estar haciendo. Era una tontería: ella era su cautiva. Y había traicionado su confianza. Obviamente, Beldre intentaba camelárselo para que la dejara marchar. Sin embargo, Fantasma no podía dejar de recordar su conversación, revisándola una y otra vez en su mente. Pese a las estupideces que había dicho, ella le había puesto una mano en el brazo. Eso significaba algo, ¿no?

—¿Estás bien? —preguntó Durn, inclinándose hacia delante—. Es tu décima jarra esta noche.

—Estoy bien.

—Parecías un poco distante.

—Tengo muchas cosas en la cabeza.

Durn se echó atrás, frunciendo el ceño, pero no dijo nada más.

Algunas cosas de su conversación con Beldre molestaban a Fantasma, incluso más que sus propios comentarios estúpidos. Ella parecía realmente preocupada por las cosas que su hermano había hecho. Cuando Fantasma estuviera en el poder, ¿lo vería como veía a Quellion? ¿Sería algo malo, o algo bueno? Ella ya había dicho que eran parecidos.

El poder puede ser algo terrible…

Alzó la cabeza y miró a los hombres del bar que volvían a vitorearlo, como habían hecho los hombres de los otros bares. Kelsier había podido manejar este tipo de adulaciones. Si Fantasma quería ser como él, tendría que tratar también con esto, ¿no?

¿No era bueno ser apreciado? ¿Que la gente estuviera dispuesta a seguirlo? Por fin podría librarse del antiguo Fantasma. Podría dejar de ser aquel chiquillo tan insignificante, tan fácilmente olvidado. Podría dejar atrás a aquel niño y convertirse en un hombre respetado. ¿Y por qué no debería ser respetado? Ya no era aquel niño. Llevaba vendas en los ojos, que ampliaban su reputación mística de alguien que no necesitaba luz para ver. Algunos decían que dondequiera que ardiese el fuego, Fantasma podía verlo.

—Te adoran —susurró Kelsier—. Y te lo mereces.

Fantasma sonrió. Ésa era toda la confirmación que necesitaba. Se levantó, alzando los brazos ante la multitud. Ellos vitorearon en respuesta.

Aquello había tardado mucho tiempo en producirse. Y parecía mucho más dulce por la espera.

Capítulo 54

El deseo de Conservación de crear vida sentiente fue lo que acabó por romper el empate. Para dar a la humanidad conciencia y pensamiento independiente, Conservación sabía que tendría que renunciar a parte de sí mismo, su propia alma, para habitar dentro de la humanidad. Eso lo dejaría un poco más débil que su oponente, Ruina.

Esa parte diminuta parecía insignificante en comparación con su enorme suma total de poder. Sin embargo, a lo largo de eones, este pequeño fallo permitiría a Ruina superar a Conservación y causar el fin del mundo.

Éste fue, entonces, su trato. Conservación se quedó con la humanidad, las únicas creaciones que tenían más Conservación que Ruina en ellas, en vez de un equilibrio. La vida independiente que podía pensar y sentir. A cambio, Ruina obtuvo una promesa, y la prueba, de que podría poner fin a todo lo que habían creado juntos. Fue el pacto.

Y Conservación acabó por romperlo.

Cuando Vin despertó, no le sorprendió verse atada. Sí le sorprendió que fuera con grilletes de metal.

Lo primero que hizo, incluso antes de abrir los ojos, fue buscar metales en su interior. Con acero y hierro, tal vez podría usar los grilletes como armas. Con peltre…

Sus metales habían desaparecido.

Mantuvo los ojos cerrados, tratando de no mostrar el pánico que sentía, pensando en lo sucedido. Estaba en la caverna, atrapada con Ruina. El amigo de Elend había llegado, le había ofrecido vino, y ella lo había aceptado. Un reto.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que había caído inconsciente?

—Tu respiración ha cambiado —informó una voz—. Estás claramente despierta.

Vin se maldijo en silencio. Había una forma muy fácil de quitar sus poderes a un alomántico; más fácil aún que haciéndolos quemar aluminio. Sólo había que mantenerlos drogados el tiempo suficiente para que los metales pasaran a su cuerpo. Y mientras lo pensaba y su mente se sacudía de los efectos del sueño prolongado, advirtió que esto era lo que debía de haberle sucedido.

El silencio continuó. Finalmente, Vin abrió los ojos. Esperaba ver los barrotes de una celda. En cambio, vio una habitación utilitaria, escasamente amueblada. Yacía en un banco, la cabeza apoyada en una dura almohada. Sus grilletes estaban conectados a una cadena de varios palmos de longitud, que a su vez estaba atada a la base del banco. Tiró con cuidado de la cadena, y decidió que estaba bien colocada.

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