El Héroe de las Eras (79 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El terrisano estaba sentado en su silla, con un cartapacio abierto sobre la mesa que tenía delante y un montón de notas a un lado. Sazed le pareció diferente a TenSoon por algún motivo que no sabría decir. El guardador llevaba las mismas túnicas, y tenía puestos los mismos brazaletes feruquímicos. Sin embargo, faltaba algo.

Ése, no obstante, era el menor de los problemas de TenSoon.

—¿En Fadrex? —preguntó TenSoon, sentado en su propia silla. Se hallaban en una de las habitaciones más pequeñas del edificio del Ministerio, una habitación que antaño fuera el dormitorio de uno de los obligadores. Ahora simplemente contenía una mesa y sillas, y las paredes y el suelo eran tan austeros como podía esperarse del mobiliario del Ministerio.

Sazed asintió.

—El emperador y ella esperaban encontrar allí otra de esas cavernas de almacenamiento.

TenSoon se derrumbó. Fadrex estaba al otro lado del imperio. Tardaría semanas en llegar aun con la Bendición de la Potencia. Tenía una caminata muy, muy larga por delante.

—¿Puedo preguntarte qué asunto tienes con Lady Vin, kandra? —preguntó Sazed.

TenSoon vaciló. En cierto modo, le parecía muy extraño hablar tan abiertamente con Brisa, y ahora con Sazed. Eran hombres a quienes había vigilado durante meses mientras se hacía pasar por perro. Nunca lo habían conocido, aunque sentía como si él los conociera a ellos.

Sabía, por ejemplo, que Sazed era peligroso. El terrisano era guardador, un grupo que TenSoon y sus hermanos habían sido entrenados para evitar. Los guardadores siempre estaban investigando rumores, leyendas e historias. Los kandra tenían muchos secretos; si los guardadores descubrieran alguna vez las riquezas de la cultura kandra, podría ser desastroso. Querrían estudiar, hacer preguntas y registrar lo que descubrieran.

TenSoon abrió la boca para decir «Nada». Sin embargo, se detuvo. ¿No buscaba a alguien que ayudara con la cultura kandra? ¿Alguien que se centrara en las religiones y que, tal vez, supiera mucho de teología? ¿Alguien que supiera de las leyendas del Héroe de las Eras? De todos los miembros del grupo además de Vin, TenSoon sentía la mayor consideración hacia el terrisano.

—Tiene que ver con el Héroe de las Eras —dijo TenSoon cuidadosamente—. Y la llegada del fin del mundo.

—¡Ah! —respondió Sazed, poniéndose en pie—. Muy bien, pues. Te daré las provisiones que necesites. ¿Partirás de inmediato? ¿O te quedarás a descansar un tiempo?

¿Qué?
, pensó TenSoon. Sazed ni siquiera había pestañeado ante la mención de asuntos religiosos. No parecía propio de él.

Sin embargo, continuó hablando como si TenSoon no hubiera mencionado uno de los más grandes secretos religiosos de su época.

Jamás comprenderé a los humanos
, pensó TenSoon, sacudiendo la cabeza.

Capítulo 60

La prisión que Conservación creó para Ruina no fue creada con el poder de Conservación, aunque era suya. Más bien, Conservación sacrificó su propia consciencia (podríamos decir su mente) para fabricar esa prisión. Dejó una sombra de sí mismo, pero Ruina, una vez huido, empezó a sofocar y aislar este pequeño vestigio restante de su rival. Me pregunto si alguna vez Ruina consideró extraño que Conservación se hubiera despegado de su propio poder, hubiera renunciado a él y lo hubiera dejado en el mundo para que los hombres lo recogieran y lo utilizaran.

En la estratagema de Conservación, veo nobleza, astucia, y desesperación. Sabía que no podía derrotar a Ruina. Había dado demasiado de sí mismo y, además, era la encarnación de la estasis y la estabilidad. No podía destruir, ni siquiera para proteger. Iba contra su naturaleza. De ahí la prisión.

La humanidad, sin embargo, había sido creada tanto por Ruina como por Conservación, con una pizca del alma de la propia Conservación para otorgar al hombre sentido de sí mismo y honor. Para que el mundo sobreviviera, Conservación sabía que tenía que depender de sus creaciones. Darles su confianza.

Me pregunto qué pensó cuando esas creaciones le fallaron repetidamente.

La mejor forma de engañar a alguien, pensaba Vin, era darles lo que querían. O, como mínimo, lo que esperaban. Mientras asumieran que iban un paso por delante, no mirarían atrás para ver si había algún paso que se les hubiera pasado completamente por alto.

Yomen había diseñado bien su prisión. Todo el metal usado en la construcción de su camastro o las instalaciones era alománticamente inútil. La plata, aunque era cara, parecía haber sido el metal escogido, y además había muy poca. Sólo unos cuantos tornillos en el camastro que Vin consiguió soltar con las uñas.

Sus comidas (un engrudo grasiento e insípido) se servían en cuencos de madera, con cucharas de madera. Los guardias eran mataneblinos: hombres que llevaban porras y ningún metal en el cuerpo, y que habían sido entrenados para combatir a los alománticos. Su habitación era una sencilla construcción de piedra con una sólida puerta de madera, cuyos goznes y cerrojos estaban hechos de plata.

Por la conducta de sus guardias, sabía que esperaban algo de ella. Yomen los había preparado bien, por eso cuando deslizaban la comida a través de la rendija podía ver la tensión en sus cuerpos y la velocidad de su retirada. Era como si estuvieran alimentando a una víbora.

Y por eso, la siguiente vez que vinieron para llevarla ante Yomen, atacó.

Se puso en movimiento cuando se abrió la puerta, empuñando una pata de madera que había arrancado de su camastro. Abatió al primer guardia con un golpe en el brazo, y luego otro en la nuca. Los golpes parecían débiles sin peltre, pero fue lo mejor que pudo conseguir. Dejó atrás al segundo guardia, y se abalanzó para golpear con el hombro el estómago del tercero. Vin no pesaba mucho, pero fue suficiente para hacerle soltar su bastón… que ella recogió de inmediato.

Ham había pasado mucho tiempo entrenándola con el bastón, y a menudo la había hecho luchar sin alomancia. Aun con toda su preparación, los guardias se sorprendieron claramente al ver que una alomántica sin metales les causaba tantos problemas, y ella abatió a dos más mientras corría para escaparse.

Por desgracia, Yomen no era ningún necio. Había enviado tantos guardias a por ella que incluso derrotar a cuatro de ellos creaba poca diferencia. Debía de haber al menos veinte hombres en el pasillo, ante la celda, bloqueando la salida.

Su objetivo era darles lo que esperaban, no hacerse matar. Así que, en cuanto confirmó que su «intento de huida» estaba realmente condenado, dejó que uno de los soldados la golpeara en el hombro y dejó caer el bastón con un gemido. Desarmada, alzó las manos y retrocedió. Los soldados, naturalmente, la hicieron caer y se abalanzaron sobre ella, sujetándola mientras uno le colocaba los grilletes.

Vin soportó el tratamiento, notando el hombro dolorido. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar sin metal antes de dejar de quemar peltre por instinto? Esperaba no tener que descubrirlo nunca.

Por fin, los soldados la pusieron en pie y la empujaron pasillo abajo. Los tres que había derribado (por no mencionar al que había desarmado) gimieron un poco, frotándose las heridas. Los veinte hombres la miraron aún con más cautela, si eso era posible.

No les causó más problemas hasta que la llevaron a la sala de audiencias de Yomen. Cuando se dispusieron a encadenar sus grilletes al banco, se resistió un poco, ganándose un rodillazo en el estómago. Boqueó, y luego se desplomó en el suelo. Allí, gimiendo, se frotó las manos y las muñecas con la grasa del engrudo con la que había empapado su camisa interior. Era apestosa y sucia, pero también muy resbaladiza, y los guardias, distraídos por su intento de huida, se habían olvidado por completo de registrarla.

—No pensarás escapar sin tener metal que quemar, ¿no? —preguntó Yomen.

Vin alzó la cabeza. Él volvía a darle la espalda, aunque esta vez la ventana estaba oscura. A Vin le resultó muy extraño ver las brumas arremolinándose contra el cristal de la ventana. La mayoría de los skaa no podían permitirse el cristal, y la mayoría de los nobles lo preferían coloreado. La oscuridad ante la ventana de Yomen parecía una bestia a la espera; y las brumas, su pelaje rozándose contra el cristal mientras se movía.

—Creí que te sentirías halagada —continuó Yomen—. No sabía si eras realmente tan peligrosa como decían los informes, pero decidí asumir que era así. Verás, yo…

Vin no le dio más tiempo. Sólo había dos maneras de escapar de la ciudad: la primera sería encontrar metales; la segunda, hacer prisionero a Yomen. Planeaba intentar ambas.

Liberó las manos grasientas de los grilletes, que habían sido sujetados a sus brazos cuando eran retorcidos y flexionados. Ignoró el dolor y la sangre mientras los grilletes le rozaban las manos, y se puso en pie de un salto, rebuscó en los pliegues de su camisa y sacó los tornillos de plata que había extraído del camastro. Los lanzó a los soldados.

Los hombres, naturalmente, gritaron sorprendidos y se arrojaron al suelo, esquivando el supuesto tirón de acero. Su propia preparación y preocupación les jugó una mala pasada, pues Vin no tenía ningún acero. Los tornillos rebotaron ineficaces en el suelo, y los guardias permanecieron tendidos, confusos por la finta. Estaba ya a medio camino de Yomen antes de que al primero se le ocurriera ponerse en pie.

Yomen se volvió. Como siempre, llevaba la perlita de atium en la frente. Vin se abalanzó hacia ella.

Yomen se apartó sin esfuerzo. Vin volvió a embestirlo, y esta vez hizo una finta y trató de darle un codazo en el estómago. Su ataque no obtuvo recompensa, pues Yomen, todavía con las manos a la espalda, volvió a esquivarla.

Ella conocía aquella expresión en su rostro: la expresión de control absoluto, de poder. Obviamente, Yomen tenía muy poco entrenamiento de combate, pero la esquivaba de todas formas.

Estaba quemando atium.

Vin se detuvo.
No me extraña que lleve esa perla en la frente
, pensó.
Es para emergencias
. Pudo ver en su sonrisa que, en efecto, había previsto sus movimientos. Sabía que iba a intentar algo, y la retaba, dejándola acercarse. Pero nunca había estado realmente en peligro.

Los guardias por fin la alcanzaron, pero Yomen alzó una mano, indicándoles que se retiraran. Entonces hizo un gesto hacia el banco. En silencio, Vin se dio la vuelta y se sentó. Tenía que pensar, y no iba a conseguir nada mientras Yomen estuviera quemando atium.

Al tomar asiento, se le apareció Ruina, materializándose como de entre un humo oscuro con el cuerpo de Reen. Ninguno de los demás reaccionó; estaba claro que no podían verlo.

—¡Lástima! —exclamó Ruina—. En cierto modo, casi lo conseguiste. Aunque, en cierto modo, nunca te acercaste.

Vin ignoró a Ruina y miró a Yomen:

—Eres un nacido de la bruma.

—No —contestó él, negando con la cabeza. Sin embargo, no se volvió hacia la ventana. La miró, con cautela. Probablemente había apagado su atium (era demasiado valioso para dejarlo encendido), pero lo tendría en reserva, vigilándola por si decidía volver a atacar.

—¿No? —preguntó Vin, arqueando escéptica una ceja—. Estabas quemando atium, Yomen. Lo vi.

—Cree lo que quieras —dijo Yomen—. Pero entérate de una cosa, mujer: yo no miento. Nunca he necesitado mentiras, y esto es especialmente cierto ahora que el mundo entero está sumido en el caos. La gente necesita la verdad de aquellos a quienes siguen.

Vin frunció el ceño.

—De todas formas, es la hora —dijo Yomen.

—¿La hora?

Yomen asintió:

—Sí. Pido disculpas por haberte tenido tanto tiempo en tu celda. He estado… distraído.

Elend
, pensó Vin.
¿Qué ha estado haciendo? ¡Me siento tan ciega!

Miró a Ruina, que estaba de pie al otro lado del banco, sacudiendo la cabeza como si entendiera más de lo que le decía. Se volvió hacia Yomen.

—Sigo sin comprender. ¿La hora de qué?

Yomen la miró a los ojos:

—La hora de que yo tome una decisión sobre tu ejecución, Lady Venture.

¡Oh!
, pensó ella.
Bien
. Entre sus conversaciones con Ruina y sus planes para escapar, casi había olvidado la declaración de Yomen de que pretendía dejarla «defenderse» antes de ejecutarla.

Ruina caminó tranquilamente por la habitación, rodeando a Yomen. El rey obligador se levantó, todavía mirando a Vin a los ojos. Si podía ver a Ruina, no lo demostraba. En cambio, hizo una seña a un guardia, que abrió una puerta lateral y dejó entrar a varios obligadores ataviados con túnicas grises. Se sentaron en un banco frente a Vin.

—Dime, Lady Venture —preguntó Yomen, volviéndose hacia ella—, ¿por qué vinisteis a Ciudad Fadrex?

Vin ladeó la cabeza:

—Creí que esto no iba a ser un juicio. Dijiste que no necesitabas ese tipo de cosas.

—Pensaba que te gustaría cualquier retraso en el proceso —replicó Yomen.

Un retraso significaba más tiempo para pensar, posiblemente más tiempo para escapar.

—¿Por qué vinimos? —preguntó Vin—. Sabíamos que tenías bajo la ciudad uno de los depósitos de suministros del Lord Legislador.

Yomen arqueó una ceja:

—¿Cómo lo supisteis?

—Encontramos otro. Señalaba a Fadrex.

Yomen asintió para sí. Ella advirtió que la creía, pero había algo… más. Parecía establecer conexiones que ella no comprendía, y probablemente tampoco tenía información para comprender.

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