El Héroe de las Eras (38 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—Dicen que su rey quiere recibirte de inmediato, maestro terrisano —informó Goradel, regresando al carruaje.

—No quiere perder el tiempo, ¿eh? —preguntó Brisa.

—Vamos, pues —dijo Sazed, asintiendo a Goradel.

—No sois bien recibidos aquí.

Quellion, el Ciudadano, era un hombre de pelo corto y piel áspera y un porte casi militar. Sazed se preguntó dónde habría adquirido sus dotes de líder, pues al parecer antes del Colapso era un simple granjero.

—Comprendo que no sientas ningún deseo de ver soldados extranjeros en tu ciudad —expuso Sazed con cuidado—. Sin embargo, te habrás dado cuenta de que no venimos a conquistar. Doscientos hombres difícilmente son una fuerza invasora.

Quellion estaba de pie ante su mesa, las manos a la espalda. Vestía lo que parecían pantalones skaa y camisa, aunque ambos habían sido teñidos de un rojo oscuro que parecía marrón. Su «sala de audiencias» era una gran sala de reuniones en lo que antes fuera la casa de un noble. Las paredes habían sido encaladas, y los candelabros, retirados. Sin muebles y adornos, la habitación parecía una caja.

Sazed, Brisa y Allrianne estaban sentados en duros bancos de madera, la única comodidad que les había ofrecido el Ciudadano. Goradel se hallaba al fondo con diez de sus soldados como guardia.

—No es por los soldados, terrisano —dijo Quellion—. Es por el hombre que os envía.

—El emperador Venture es un monarca bueno y razonable —declaró Sazed.

Quellion bufó y se volvió hacia uno de sus acompañantes. Tenía muchos, quizá veinte, y Sazed asumió que eran miembros de su gobierno. La mayoría vestía de rojo, como Quellion, aunque sus ropas no habían sido teñidas con tanta intensidad.

—Elend Venture —repuso Quellion, alzando un dedo y volviéndose hacia Sazed— es un mentiroso y un tirano.

—Eso no es cierto.

—¿Ah, no? ¿Y cómo consiguió su trono? ¿Derrotando a Straff Venture y Ashweather Cett en la guerra?

—La guerra fue…

—La guerra es a menudo la excusa de los tiranos, terrisano —dijo Quellion—. Mis informes dicen que su esposa nacida de la bruma obligó a los reyes a arrodillarse ante él ese día… los obligó a jurarles lealtad o ser masacrados por sus brutales koloss. ¿Te parecen las acciones de un hombre «bueno y razonable»?

Sazed no respondió.

Quellion avanzó un paso, colocando ambas manos en lo alto de la mesa.

—¿Sabes lo que hemos hecho con los nobles de esta ciudad, terrisano?

—Los habéis matado —respondió Sazed tranquilamente.

—Tal como ordenó el Superviviente —dijo Quellion—. Dices que eras su compañero, antes de la caída. Sin embargo, sirves a una de las mismas casas nobles que él quería derrocar. ¿No te parece una inconsistencia, terrisano?

—Lord Kelsier consiguió su propósito con la muerte del Lord Legislador —observó Sazed—. Cuando eso se consiguió, la paz…

—¿La paz? Dime, terrisano. ¿Oíste alguna vez al Superviviente hablar de paz?

Sazed vaciló.

—No —admitió.

Quellion hizo una mueca:

—Al menos eres sincero. El único motivo por el que te hablo es porque Venture fue lo suficientemente listo para enviar a un terrisano. Si hubiera enviado a un noble, habría matado al mensajero y habría devuelto su cráneo ennegrecido como respuesta.

La sala permaneció en silencio. Tensa. Tras unos momentos de espera, Quellion dio la espalda a Sazed y se volvió hacia sus acompañantes.

—¿Lo notáis? —preguntó a sus hombres—. ¿Podéis sentir cómo empezáis a avergonzaros? Estudiad vuestras emociones… ¿sentís de pronto afinidad con estos criados de un mentiroso?

Se volvió para mirar a Brisa.

—Os he advertido a todos de la alomancia, la herramienta negra de la nobleza. Bueno, pues ahora podréis sentirla. A ese hombre sentado junto a nuestro distinguido terrisano se le conoce como Brisa. Es uno de los hombres más viles del mundo. Un aplacador de gran habilidad.

Quellion se volvió hacia Brisa:

—Dime, aplacador. ¿Cuántos amigos has conseguido con tu magia? ¿Cuántos enemigos has forzado a suicidarse? Esa bonita chica que te acompaña… ¿utilizaste tus artes para llevártela a la cama?

Brisa sonrió y alzó su copa de vino:

—Mi querido amigo, me has descubierto, por supuesto. Sin embargo, en vez de felicitarte por advertir mi contacto, tal vez deberías preguntarte por qué te he manipulado para que digas lo que acabas de decir.

Quellion vaciló, aunque era evidente que Brisa se había marcado un farol. Sazed suspiró. Una reacción indignada habría sido más adecuada… pero ésa no era la forma de ser de Brisa. Ahora el Ciudadano se pasaría el resto de la reunión preguntándose si Brisa estaba guiando sus palabras.

—Maese Quellion —dijo Sazed—, son tiempos peligrosos. Sin duda, lo habrás advertido.

—Podemos protegernos bastante bien.

—No hablo de ejércitos ni bandidos, Ciudadano. Hablo de brumas y ceniza. ¿Has advertido que las brumas permanecen cada vez más tiempo durante las horas del día? ¿Has advertido que hacen cosas extrañas a tu gente, causando la muerte a quienes se internan en ellas?

Quellion no lo contradijo ni lo acusó de hablar tonterías. A Sazed le bastó con eso. En esta ciudad había muerto gente.

—Las cenizas caen perpetuamente, Ciudadano —dijo Sazed—. Las brumas son mortíferas, y los koloss andan sueltos. Sería un buen momento para tener aliados poderosos. En la Dominación Central, podemos cultivar mejores cosechas, pues tenemos más luz solar. El emperador Venture ha descubierto un método para controlar a los koloss. Pase lo que pase en los próximos años, sería muy ventajoso hacerse amigo del emperador.

Quellion sacudió la cabeza, como resignado. Se volvió de nuevo hacia sus acompañantes.

—¿Veis? Tal como os dije. Primero, nos dice que viene en son de paz, luego pasa a amenazarnos. Venture controla a los koloss. Venture controla la comida. ¡Luego dirá que Venture controla las brumas! —Quellion se volvió hacia Sazed—: Aquí no nos valen de nada tus amenazas, terrisano. No nos preocupa nuestro futuro.

Sazed arqueó una ceja:

—¿Y cómo es eso?

—Porque nosotros seguimos al Superviviente —respondió Quellion—. Apartaos de mi vista.

Sazed se levantó:

—Me gustaría quedarme en la ciudad y tal vez reunirme contigo mañana.

—Esa reunión no tendrá lugar.

—De todas formas, preferiría esperar —dijo Sazed—. Tienes mi promesa de que mis hombres no causarán ningún problema. ¿Puedo contar con tu permiso? —Inclinó la cabeza con deferencia.

Quellion murmuró algo entre dientes antes de agitar una mano:

—Si te lo prohíbo, me desobedecerás. Quédate si es preciso, terrisano, pero te lo advierto: sigue nuestras leyes y no crees problemas.

Sazed se inclinó aún más, y luego se retiró con los suyos.

—Bueno —dijo Brisa, acomodándose en el carruaje—, asesinos revolucionarios, todos vestidos con las mismas ropas grises, calles que parecen zanjas donde un edificio de cada diez ha sido incendiado. Éste es el maravilloso lugar que Elend nos ha escogido para que lo visitemos… recuérdame que le dé las gracias a nuestro regreso.

Sazed sonrió, aunque no estaba de humor.

—¡Oh, no pongas esa cara, viejo! —exclamó Brisa, agitando su bastón mientras el carruaje se ponía en marcha, rodeado por los soldados—. Algo me dice que ese Quellion no es ni la mitad de amenazador de lo que da a entender su pose. Acabaremos por convencerlo tarde o temprano.

—No estoy seguro, Lord Brisa. Este lugar… es diferente de las otras ciudades que hemos visitado. Los líderes no están tan desesperados, y la gente es más obediente. Me parece que aquí no lo tendremos fácil.

Allrianne tiró del brazo de Brisa:

—Brisi, ¿ves eso de ahí?

Brisa entornó los ojos y Sazed se inclinó hacia delante, para asomarse al carruaje. Un grupo de personas había encendido una hoguera en el patio. La enorme llamarada enviaba al aire una línea de humo retorcido. Sazed buscó de forma reflexiva una mentestaño para ampliar su visión. Descartó el impulso, y acabó por concentrarse.

—Parecen…

—Tapices —determinó uno de los soldados que marchaba junto al carruaje—. Y muebles: cosas de ricos que son símbolo de la nobleza, según el Ciudadano. El incendio fue orquestado en vuestro beneficio, por supuesto. Quellion probablemente tiene almacenadas estas cosas para poder ordenar que las quemen en momentos que resulten dramáticamente adecuados.

Sazed vaciló. El soldado estaba muy bien informado. Sazed miró con atención, receloso. Como todos sus hombres, éste llevaba la capucha de la capa subida para protegerse de la ceniza que caía. Al volver la cabeza, Sazed pudo ver que el hombre, extrañamente, llevaba un grueso vendaje sobre los ojos, como si fuera ciego. A pesar de ello, reconoció el rostro.

—¡Fantasma, mi querido muchacho! —exclamó Brisa—. Sabía que acabarías apareciendo tarde o temprano. ¿A qué viene esa venda?

Fantasma no contestó a la pregunta. Simplemente se volvió para mirar las llamas de la hoguera. Parecía haber tensión en su postura.

La tela debe de ser liviana para que puedas ver
, pensó Sazed. Era la única explicación a la forma en que Fantasma se movía, con tanta gracia y facilidad a pesar del vendaje. Aunque sí que parecía lo bastante gruesa para oscurecer…

Fantasma se volvió de nuevo hacia Sazed:

—Vais a necesitar una base de operaciones en la ciudad. ¿Habéis elegido una ya?

Brisa negó con la cabeza:

—Estábamos pensando en usar un albergue.

—No hay muchos albergues verdaderos en la ciudad —respondió Fantasma—. Quellion dice que los ciudadanos deberían cuidar unos de otros, y permitir que los visitantes se alojen en sus casas.

—¡Humm! —exclamó Brisa—. Tal vez tengamos que acampar fuera.

Fantasma meneó la cabeza:

—No. Seguidme.

—¿El cantón ministerial de la Inquisición? —preguntó Sazed, frunciendo el ceño mientras bajaba del carruaje.

Fantasma se encontraba ante ellos, en los escalones que conducían al gran edificio. Se volvió y asintió.

—Quellion no ha tocado ninguno de los edificios del Ministerio —observó—. Ha ordenado que los tapien, pero no los ha saqueado ni quemado. Creo que teme a los inquisidores.

—Un miedo sano y racional, muchacho —sentenció Brisa, todavía dentro del carruaje.

Fantasma bufó:

—Los inquisidores no van a molestarnos, Brisa. Están demasiado ocupados tratando de matar a Vin. Venid.

Subió los escalones, y Sazed lo siguió. Detrás, pudo oír a Brisa suspirar con su típica manera exagerada, y luego llamar a uno de sus soldados para que le trajera un parasol que lo protegiera de la ceniza.

El edificio era amplio e imponente, como la mayoría de las sedes del Ministerio. En tiempos del Lord Legislador, estos edificios se habían alzado como recordatorios del poder imperial en todas las ciudades del Imperio Final. Los sacerdotes que los habían ocupado eran principalmente burócratas y empleados… pero ahí radicaba el verdadero poder del imperio: su control de los recursos y su manejo de la gente.

Fantasma esperó ante las grandes puertas selladas del edificio. Como la mayoría de las estructuras de Urteau, estaba construido en madera, y no en piedra. Alzó la cabeza, como si contemplara la ceniza que caía, mientras esperaba a Sazed y Brisa. Siempre había sido silencioso, más aún desde la muerte de su tío durante el ataque a Luthadel. Cuando Sazed lo alcanzó, Fantasma empezó a arrancar los tablones del edificio.

—Me alegra que estés aquí, Sazed —confesó.

Sazed le ayudó a arrancar los tablones. Tuvo que esforzarse para arrancar los clavos. Sin embargo, debió de escoger uno de los tablones más fuertes, porque aunque los que cogía Fantasma se desprendían con facilidad, los suyos se negaban incluso a combarse.

—¿Y por qué te alegras de que esté aquí, Lord Fantasma?

Fantasma bufó.

—No soy ningún lord, Sazed. Elend nunca me dio un título.

Sazed sonrió:

—Dijo que sólo querías uno para impresionar a las mujeres.

—¡Pues claro! —exclamó Fantasma, sonriendo mientras arrancaba otro tablón—. ¿Qué otro motivo hay para tener un título? De todas formas, llámame Fantasma, por favor. Es un buen nombre.

—Muy bien.

Fantasma extendió una mano y arrancó con facilidad el tablón que Sazed había intentado mover.
¿Qué?
, pensó Sazed con sorpresa. Él no era nada musculoso… pero tampoco le había parecido que Fantasma lo fuera. El chico debía de haber estado levantando pesas.

—Bueno —dijo Fantasma, volviéndose—. Me alegro de que estés aquí, porque tengo cosas que discutir contigo. Cosas que los demás tal vez no comprendan.

Sazed frunció el ceño:

—¿Cosas de qué clase?

Fantasma sonrió, y luego cargó con el hombro contra la puerta, haciendo que diera paso a una cámara oscura y cavernosa.

—Cosas de dioses y hombres, Sazed. Vamos.

El muchacho desapareció en la oscuridad. Sazed esperó fuera, pero Fantasma no encendió ninguna linterna. Oyó que el joven se movía en el interior.

—¿Fantasma? —llamó por fin—. No puedo ver ahí dentro. ¿Tienes una linterna?

Se hizo una pausa.

—¡Oh! —exclamó la voz de Fantasma—. Cierto.

Un momento más tarde chispeó una luz, y una linterna empezó a brillar.

Brisa alcanzó a Sazed.

—Dime, Sazed —dijo en voz baja—. ¿Es cosa mía, o este muchacho ha cambiado mucho desde la última vez que lo vimos?

—Parece tener mucha más confianza en sí mismo —respondió Sazed, asintiendo para sí—. Y también es más capaz. Pero ¿para qué crees que lleva esa venda?

Brisa se encogió de hombros y agarró a Allrianne del brazo.

—Siempre fue raro. Tal vez piense que eso lo disfrazará y le impedirá ser reconocido como miembro de la banda de Kelsier. Considerando la mejora en la disposición del chico (y en su dicción), estoy dispuesto a tratar con una rareza o dos.

Brisa y Allrianne entraron en el edificio, y Sazed llamó al capitán Goradel para indicarle que formara un perímetro exterior. El hombre asintió, y ordenó que un pelotón de soldados siguiera a Sazed y los demás. Finalmente, Sazed frunció el ceño y entró en el edificio.

No estaba seguro de lo que esperaba. El edificio había formado parte del Cantón de la Inquisición, el más infausto de los brazos del Ministerio. No era un lugar donde le gustara entrar. El último edificio como éste en el que había estado había sido el Convento de Seran, y resultaba decididamente extraño. Este edificio, sin embargo, no tenía nada que ver con el Convento; era sólo otra oficina burocrática. Estaba amueblado de forma un poco más austera que la mayoría de los edificios del Ministerio, cierto, pero seguía teniendo en las paredes de madera los tapices que tenía la mayoría de los edificios del Ministerio, y amplias alfombras rojas en el suelo. El ribete era de metal, y había chimeneas en cada sala.

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