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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (35 page)

De algún modo, se había hecho mujer entre la caída de los reyes y el colapso de los mundos. Antes, le aterrorizaba el cambio. Luego, le aterrorizó perder a Elend. Ahora sus temores eran más nebulosos, preocupaciones por lo que sucedería después de muerta, por lo que le sucedería al pueblo del imperio si ella fracasaba y no descubría los secretos que buscaba.

Dejó de contemplar la gran fortaleza, se impulsó en el metal de una chimenea y saltó a la noche. Asistir a aquellos bailes en Luthadel la había cambiado drásticamente, había dejado un efecto residual del que nunca había logrado librarse. Algo en su interior había respondido de inmediato a los bailes y las fiestas. Durante mucho tiempo, había intentado comprender cómo esa parte suya encajaba en el resto de su vida. Aún no estaba segura de conocer la respuesta. ¿Acaso Valette Renoux, la chica que había fingido ser en los bailes, era realmente una parte de Vin, o sólo un invento diseñado para servir al plan de Kelsier?

Vin saltó por la ciudad, anotando mentalmente el emplazamiento de las fortificaciones y los soldados. Tarde o temprano, Ham y Demoux probablemente encontrarían un modo de colar auténticos espías militares en la ciudad, pero querrían oír de labios de Vin la información preliminar. También tomó nota de las condiciones de vida. Elend esperaba que la ciudad estuviera pasando malos momentos, un factor que exacerbaría su asedio y haría que Lord Yomen estuviera más dispuesto a capitular.

No encontró ningún signo obvio de hambruna o mal estado, aunque era difícil decirlo de noche. Con todo, las calles estaban limpias de ceniza, y un número notable de casas de los nobles parecían ocupadas. Cabía esperar que la población noble fuera la primera en huir al oír la noticia de que se acercaba un ejército.

Con el ceño fruncido, Vin completó su recorrido por la ciudad y se posó en una plaza concreta que Cett le había sugerido. Allí las mansiones solamente estaban separadas por grandes terrenos y árboles cultivados; caminó por la calle, contándolas. En la cuarta mansión, saltó una verja, y subió la colina hasta la casa.

No estaba segura de qué esperaba encontrar: después de todo, Cett llevaba dos años ausente de la ciudad. Sin embargo, había indicado que este informador tal vez les ayudaría. Tal como había instruido Cett, el balcón trasero de la mansión estaba iluminado. Vin esperó recelosa en la oscuridad, donde las brumas frías y poco amistosas le proporcionaban cobertura a pesar de todo. No se fiaba de Cett: le preocupaba que estuviera resentido por el ataque a su mansión de Luthadel un año antes. Arrojó una moneda con cautela y se lanzó al aire.

En el balcón había una figura solitaria que encajaba con la descripción de Cett. Según las instrucciones, este informador se llamaba Lentoveloz. El viejo parecía estar leyendo a la luz de una lámpara. Vin volvió a fruncir el ceño; pero tal como le habían instruido, se posó en la barandilla del balcón, agazapada junto a una escalerilla que habría permitido acercarse a un visitante más mundano.

El anciano no levantó la cabeza del libro. Fumaba una pipa en silencio, con una gruesa manta de lana sobre las rodillas. Vin no estaba segura de si había reparado en ella. Se aclaró la garganta.

—Sí, sí —dijo el viejo tranquilamente—. Estoy contigo en un momento.

Vin ladeó la cabeza, mirando al extraño individuo de cejas tupidas y revuelto cabello blanco. Iba vestido con ropas de noble, llevaba un pañuelo y una túnica con un enorme cuello de piel. Parecía no importarle nada la nacida de la bruma que estaba encaramada en su barandilla. Al cabo de un rato, el anciano cerró el libro y se volvió hacia ella.

—¿Te gustan las historias, jovencita?

—¿Qué clase de historias?

—Las mejores, por supuesto —dijo Lentoveloz, señalando su libro—. Las de monstruos y mitos. Relatos largos, los llaman algunos… historias contadas por los skaa en torno al fuego, donde se susurra de espectros de la bruma, espíritus, duendes y similares.

—No tengo mucho tiempo para historias —repuso Vin.

—Parece que cada vez hay menos, hoy en día. —Un estrado mantenía a raya la ceniza, pero no parecían preocuparle las brumas—. Eso hace que me pregunte qué hay tan atractivo en el mundo real que hace que les resulte tan sabroso. No es un lugar muy agradable hoy en día.

Vin hizo una rápida comprobación con bronce, pero el hombre no estaba quemando nada. ¿A qué jugaba?

—Me dijeron que podías darme información —dijo con cuidado.

—Eso sí que puedo hacerlo —respondió el hombre. Entonces sonrió, mirándola—. Tengo un montón de información… aunque sospecho que la considerarás inútil en su mayoría.

—Escucharé una historia, si eso es lo que cuesta.

El hombre se echó a reír:

—No hay forma más segura de matar una historia que hacer que «cueste», jovencita. ¿Cómo te llamas, y quién te envía?

—Vin Venture. Cett me dio tu nombre.

—¡Ah! —exclamó el hombre—. ¿Ese canalla aún vive?

—Sí.

—Bueno, supongo que puedo charlar con alguien enviado por un viejo amigo de escrituras. Baja de esa barandilla… me estás dando vértigo.

Vin se bajó, con cautela.

—¿Amigo de escrituras? —preguntó.

—Cett es uno de los mejores poetas que conozco, niña —dijo Lentoveloz, indicándole una silla—. Compartimos nuestro trabajo durante una buena década antes de que la política se lo llevara. Tampoco le gustaban las historias. Para él, todo tenía que ser sucio y «real», incluso su poesía. Parece una actitud con la que estarías de acuerdo.

Vin se encogió de hombros y se sentó en la silla indicada.

—Supongo.

—Lo encuentro irónico de un modo que tú nunca comprenderás —comentó el viejo, sonriendo—. Bien, ¿qué deseas de mí?

—Necesito saber de Yomen, el rey obligador.

—Es un buen hombre.

Vin frunció el ceño.

—¡Oh! —dijo Lentoveloz—. ¿No te lo esperabas? ¿Todo el que es enemigo tuyo debe ser también una persona malvada?

—No —respondió Vin, pensando en los días anteriores a la caída del Imperio Final—. Acabé casándome con alguien a quien mis amigos habrían considerado un enemigo.

—¡Ah! Bien. Yomen es un buen hombre, y un rey decente. Mucho mejor rey de lo que fue Cett, diría yo. Mi viejo amigo se esfuerza demasiado, y eso lo vuelve brutal. No tiene la sutilidad de un líder.

—¿Qué ha hecho Yomen que sea tan bueno, entonces? —preguntó Vin.

—Ha impedido que esta ciudad se venga abajo —contestó Lentoveloz, fumando en pipa. El humo se mezcló con las brumas que se agitaban—. Además, dio a los nobles y los skaa lo que ellos querían.

—¿Que era…?

—Estabilidad, niña. Durante un tiempo, el mundo fue un clamor: ni los skaa ni los nobles sabían cuál era su lugar. La sociedad se desplomaba, y la gente pasaba hambre. Cett hizo poco por detenerlo: luchaba constantemente por conservar aquello que había matado por conseguir. Entonces intervino Yomen. La gente vio autoridad en él. Antes del Colapso, había gobernado el Ministerio del Lord Legislador, y la gente estaba dispuesta a aceptar a un obligador como líder. Yomen tomó inmediatamente el control de las plantaciones y consiguió alimento para su pueblo, luego hizo que las fábricas volvieran a funcionar, reinició el trabajo en las minas de Fadrex y dio a la nobleza una semblanza de normalidad.

Vin no dijo nada. Antes, le habría parecido increíble que, tras mil años de opresión, la gente regresara voluntariamente a la esclavitud. Sin embargo, algo similar había sucedido en Luthadel. Habían expulsado a Elend, que les había conseguido grandes libertades, y habían puesto a Penrod al mando… todo porque les prometió regresar a lo que habían perdido.

—Yomen es obligador —protestó.

—A la gente le gusta lo conocido, niña.

—Están oprimidos.

—Alguien tiene que gobernar —dijo el viejo—. Y alguien debe obedecer. Así son las cosas. Yomen ha dado a la gente algo que llevaba pidiendo a gritos desde el Colapso: identidad. Los skaa pueden trabajar, pueden ser golpeados, pueden ser esclavizados, pero saben cuál es su lugar. La nobleza puede pasarse la vida asistiendo a fiestas, pero vuelve a haber un orden en la vida.

—¿Bailes? —preguntó Vin—. ¿El mundo se está acabando, y Yomen está ofreciendo bailes?

—Naturalmente —respondió Lentoveloz, dando una larga y lenta calada a su pipa—. Yomen gobierna manteniendo lo familiar. Ofrece a la gente lo que tenía antes… y los bailes formaban parte importante de la vida antes del Colapso, incluso en una ciudad más pequeña como Fadrex. ¡Vaya!, hoy mismo se celebra uno, en la Fortaleza Orielle.

—¿El mismo día en que llega un ejército para asediar la ciudad?

—Acabas de señalar que el mundo parece a punto del desastre —observó el viejo, apuntándola con su pipa—. En vista de eso, un ejército no significa mucho. Además, Yomen comprende algo que ni siquiera comprendió el Lord Legislador: siempre asiste personalmente a los bailes que celebran sus súbditos. Al hacerlo, los reconforta y tranquiliza. Eso hace que tal día como éste, cuando llega un ejército, sea perfecto para un baile.

Vin se inclinó hacia atrás en su asiento, sin saber qué pensar. De todas las cosas que esperaba encontrar en la ciudad, los bailes cortesanos eran lo último de la lista.

—Veamos —dijo—. ¿Cuál es la debilidad de Yomen? ¿Hay algo en su pasado que podamos utilizar? ¿Qué características de su personalidad lo hacen vulnerable? ¿Dónde deberíamos golpear?

Lentoveloz inhaló en silencio su pipa; la brisa sopló ceniza y bruma ante su anciana figura.

—¿Y bien? —preguntó Vin.

El hombre exhaló bruma y humo:

—Acabo de decirte que ese hombre me cae bien, niña. ¿Qué podría llevarme a darte información para que la utilices contra él?

—Eres un informador —dijo Vin—. Eso es lo que haces: vender información.

—Soy un narrador de historias —corrigió Lentoveloz—. Y no todas las historias son para todos los oídos. ¿Por qué debería hablar con quienes quieren atacar mi ciudad y derrocar a mi señor?

—Te daríamos un puesto de poder en la ciudad una vez que sea nuestra.

Lentoveloz hizo una mueca:

—Si crees que esas cosas me interesan, está claro que Cett te ha hablado poco de mi temperamento.

—Podríamos pagarte bien.

—Vendo información, niña. No mi alma.

—No estás siendo de gran ayuda —advirtió Vin.

—Dime una cosa, querida niña —dijo él, sonriendo levemente—. ¿Por qué exactamente debería importarme?

Vin frunció el ceño.
Este tipo es, sin duda, el informador más extraño que he conocido jamás
, pensó.

Lentamente siguió fumando su pipa. No parecía estar esperando a que ella dijera nada. De hecho, parecía pensar que la conversación había terminado.

Es un noble
, pensó Vin.
Le gusta cómo era el mundo. Era cómodo. Incluso los skaa temen el cambio.

Vin se puso en pie:

—Te diré por qué debería importarte, viejo. Porque está cayendo ceniza, y pronto cubrirá toda tu bonita ciudad. Las brumas matan. Los terremotos hacen temblar la tierra, y los montes de ceniza cada vez arden más y más calientes. Se acerca un cambio. Al final, ni siquiera Yomen podrá ignorarlo. Odias el cambio. Y yo también lo odio. Pero las cosas no pueden permanecer igual; ya está bien que así sea, porque cuando nada cambia en tu vida, más te vale estar muerto.

Se dio la vuelta para marcharse.

—Dicen que detendrás la ceniza —dijo el hombre tranquilamente tras ella—. Que harás que el sol vuelva a ser amarillo. Te llaman Heredera del Superviviente. Héroe de las Eras.

Vin se detuvo y se volvió para mirar a través de las traicioneras brumas al hombre con su pipa y su libro cerrado.

—Sí —asintió.

—Parece un destino difícil de cumplir.

—Es eso o rendirse.

Lentoveloz guardó silencio un instante.

—Siéntate, niña —dijo el viejo por fin, señalando de nuevo la silla.

Vin se sentó.

—Yomen es un buen hombre —dijo Lentoveloz—, pero un líder mediocre. Es un burócrata, miembro del Cantón de Recursos. Puede hacer que pasen cosas… llevar suministros a los lugares adecuados, organizar proyectos de construcción. En circunstancias normales, eso lo habría convertido en un buen gobernante. Sin embargo…

—No cuando el mundo está agonizando —interrumpió Vin en voz baja.

—Exactamente. Si lo que he oído es verdad, tu marido es un hombre de sabiduría y acción. Si nuestra pequeña ciudad va a sobrevivir, necesitaremos formar parte de lo que ofrecéis.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Yomen posee unas cuantas debilidades —dijo Lentoveloz—. Es un hombre tranquilo y honorable. No obstante, tiene una fe infinita en el Lord Legislador y su organización.

—¿Incluso ahora? —preguntó Vin—. ¡El Lord Legislador está muerto!

—Sí, ¿y qué? —preguntó Lentoveloz, divertido—. ¿Y tu Superviviente? La última vez que lo comprobé, también estaba muerto. Pero parece que eso no retrasó mucho su revolución, ¿no?

—Buen argumento.

—Yomen es creyente —dijo Lentoveloz—. Eso puede ser una debilidad, o una virtud. Los creyentes suelen estar dispuestos a intentar lo que parece imposible, y cuentan con que la providencia les echará una mano. —Hizo una pausa y miró a Vin—. Ese tipo de conducta puede ser una debilidad si la fe está equivocada.

Vin no dijo nada. Creer en el Lord Legislador era un error. Si hubiera sido un dios, ella no habría podido matarlo. En su mente, era un asunto bastante sencillo.

—Si Yomen tiene otra debilidad —prosiguió Lentoveloz—, es su riqueza.

—Eso no es una debilidad.

—Lo es si no puedes explicar su origen. Consiguió dinero en alguna parte… una cantidad sospechosamente enorme, mucho más de lo que los cofres del Ministerio deberían haber podido proporcionar. Nadie sabe de dónde vino.

El depósito
, pensó Vin, irguiéndose.
¡Tiene el atium!

—Has reaccionado con demasiada intensidad —dijo Lentoveloz, dando una calada a su pipa—. Deberías intentar revelar menos cuando hablas con un informador.

Vin se ruborizó.

—De todas formas —añadió—, si eso es todo, me gustaría volver a mi lectura. Dale recuerdos a Ashweather.

Vin asintió, se levantó y se dirigió a la barandilla. Sin embargo, mientras lo hacía, Lentoveloz se aclaró la garganta.

—Normalmente —advirtió—, hay una compensación para actos como el mío.

Vin arqueó una ceja.

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