El Héroe de las Eras (39 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Mientras seguía a Brisa y Fantasma por el edificio, Sazed pudo imaginar cómo había sido durante los días del Lord Legislador. Entonces no habría habido polvo, sino un aire de total eficacia. Ante estas mesas se sentarían los administradores, recopilando y archivando información sobre las casas nobles, los rebeldes skaa e incluso otros cantones del Ministerio. Había una larga enemistad entre el Cantón de la Ortodoxia, que administraba el imperio del Lord Legislador, y el Cantón de la Inquisición, que actuaba como su policía.

Éste no era un lugar de miedo, sino más bien de libros de cuentas y archivos. Los inquisidores probablemente sólo lo visitaban de vez en cuando. Fantasma los condujo a través de varias salas atestadas hasta una cámara pequeña al fondo. Aquí, Sazed vio que el polvo del suelo no estaba intacto.

—¿Has venido aquí antes? —preguntó, entrando en la sala detrás de Fantasma, Brisa y Allrianne.

Fantasma asintió:

—Igual que Vin. ¿No recuerdas el informe?

Empezó a palpar el suelo, hasta encontrar un cierre oculto y una trampilla. Sazed se asomó a la oscura cueva que había abajo.

—¿De qué está hablando? —le susurró Allrianne a Brisa—. ¿Vin ha estado aquí?

—El depósito —dijo Sazed, mientras Fantasma empezaba a bajar por una escalerilla hacia la oscuridad. Dejó atrás la linterna—. El depósito de almacenaje que dejó el Lord Legislador. Todos están debajo de edificios del Ministerio.

—Bueno, eso es lo que hemos venido a recuperar, ¿no? —preguntó Allrianne—. Pues ya lo tenemos. ¿Por qué molestarnos con ese Ciudadano y sus locos campesinos?

—Es imposible sacar estos suministros con el Ciudadano al mando —dijo la voz de Fantasma, resonando un poco—. Hay demasiadas cosas aquí abajo.

—Además, querida —añadió Brisa—, Elend no nos ha enviado sólo a conseguir estos suministros: nos ha enviado a sofocar una rebelión. No podemos permitir una revuelta en una de nuestras principales ciudades, sobre todo no podemos permitir que esa revuelta se extienda. He de decir, sin embargo, que parece extraño estar en este lado del problema: detener una rebelión, en vez de empezar una.

—Puede que tengamos que organizar una rebelión contra la rebelión, Brisa. —La voz de Fantasma resonó desde abajo—. Si eso te hace sentirte más cómodo. Bueno, ¿vais a bajar los tres o no?

Sazed y Brisa intercambiaron una mirada, luego Brisa señaló el oscuro pozo:

—¡Tú primero!

Sazed recogió la linterna y bajó la escalera. Al pie, encontró una pequeña cámara de piedra, donde una de sus paredes había sido derribada para revelar una cueva. Entró cuando Brisa llegaba abajo y ayudaba a Allrianne.

Sazed alzó la linterna y observó en silencio.

—¡Por el Lord Legislador! —dijo Brisa, acercándose—. ¡Es enorme!

—El Lord Legislador preparó estos depósitos en caso de desastre —dijo Fantasma, más adelante—. Su intención era ayudar al imperio ante lo que nos espera ahora. No servirían de nada si no fueran creadas a escala grandiosa.

Era el término correcto. Se encontraban en un saliente próximo al techo de la caverna, y una enorme cámara se extendía bajo sus pies. Sazed vio que hilera tras hilera de estantes cubrían el suelo de la caverna.

—Creo que deberíamos fijar aquí nuestra base, Sazed —sugirió Fantasma, dirigiéndose a las escaleras que conducían al suelo de la caverna—. Es el único lugar defendible de la ciudad. Si trasladamos a nuestros soldados al edificio de arriba, podemos usar esta caverna para avituallarnos… e incluso podemos replegarnos aquí en caso de emergencia. Podríamos defenderla incluso contra un ataque resuelto.

Sazed se volvió para contemplar la puerta de piedra de la cámara. Era tan pequeña que sólo se podía pasar de uno en uno, lo que significaba que sería fácil de defender. Y probablemente había un modo de volver a cerrarla.

—De repente, me siento mucho más seguro en esta ciudad —advirtió Brisa.

Sazed asintió. Se volvió para contemplar de nuevo la caverna. En la distancia, pudo oír algo.

—¿Eso es agua?

Fantasma bajaba los escalones. De nuevo, su voz sonó espectral en la cámara.

—Cada depósito tiene una especialidad, algo que contiene más que los demás.

Sazed bajó mientras los soldados de Goradel entraban en la cámara detrás de Brisa. Aunque los soldados habían traído más linternas, Brisa y Allrianne permanecieron pegados a Sazed mientras bajaban.

Pronto, Sazed advirtió que algo tintineaba en la distancia. Alzó la linterna, deteniéndose en los escalones al ver que parte de la lejana oscuridad era demasiado llana para tratarse del suelo de la cueva.

Brisa silbó en silencio mientras estudiaba el enorme lago subterráneo.

—Bien —advirtió—. Supongo que ahora sabemos adónde fue a parar el agua de esos canales.

Capítulo 30

Al principio, los hombres asumían que la persecución que Rashek emprendió contra la religión de Terris había surgido del odio. Sin embargo, ahora que sabemos que Rashek era terrisano, su destrucción de las profecías parece extraña. Sospecho que tuvo que ver con las profecías sobre el Héroe de las Eras. Rashek sabía que el poder de Conservación acabaría por regresar al Pozo de la Ascensión. Si se hubiera permitido sobrevivir a la religión de Terris, tal vez alguien encontraría algún día el camino al Pozo y se haría con el poder, y lo usaría para derrotar a Rashek y derrocar su imperio. Por tanto, oscureció el conocimiento sobre el Héroe y lo que se suponía que habría de hacer, esperando guardar para sí el secreto del Pozo.

—¿No vais a intentar disuadirme? —preguntó Elend, divertido.

Ham y Cett intercambiaron una mirada.

—¿Por qué íbamos a hacer eso, El? —preguntó Ham, de pie en la proa del barco. En la distancia, el sol se ponía, y las brumas habían empezado a agruparse. El barco se mecía suavemente, y los soldados patrullaban por la orilla, preparándose para la noche. Había pasado una semana desde la primera exploración de Vin, y aún no había conseguido colarse en el depósito.

Había llegado la noche del siguiente baile, y Elend y Vin planeaban asistir.

—Bueno, a mí se me ocurren un par de buenas razones para lo contrario —dijo Elend, contándolas con los dedos—. Primero, no es aconsejable exponerme a una captura potencial. Segundo, al revelarme en la fiesta, mostraré que soy un nacido de la bruma, y confirmaré rumores que Yomen tal vez no crea. Tercero, pondré a nuestros dos nacidos de la bruma en el mismo sitio, donde pueden ser atacados fácilmente… quizá no sea una buena idea. Finalmente, está el hecho de que ir a un baile en mitad de una guerra es una locura total.

Ham se encogió de hombros, apoyando un codo contra la barandilla de cubierta.

—No es tan distinto a cuando entraste en el campamento de tu padre durante el asedio de Luthadel. Sólo que entonces no eras un nacido de la bruma, y no tenías poder político. Yomen estaría loco si actuara contra ti: tiene que saber que, si estás en la misma habitación que él, corre un peligro mortal.

—Huirá —dijo Cett desde su asiento—. La fiesta terminará en el momento en que tú llegues.

—No —replicó Elend—. No lo creo.

Se volvió para mirar su camarote, donde Vin seguía preparándose: había hecho que uno de los sastres del campamento modificara uno de los vestidos de las cocineras. Elend estaba preocupado. No importaba lo bueno que resultara el vestido, parecería fuera de lugar comparado con los lujosos vestidos del baile.

Se volvió hacia Cett y Ham:

—No creo que Yomen vaya a huir. Debe saber que, si Vin quisiera matarlo, atacaría su palacio en secreto. Está intentando con todas sus fuerzas fingir que no ha pasado nada desde que el Lord Legislador desapareció. Cuando aparezcamos en el baile, eso le hará pensar que estamos dispuestos a fingir con él. Se quedará para ver si puede conseguir alguna ventaja reuniéndose con nosotros según sus términos.

—¡Ese hombre es idiota! —exclamó Cett—. No puedo creer que quiera que las cosas vuelvan a ser como eran.

—Al menos, está intentando dar a sus súbditos lo que quieren. Ahí es donde tú te equivocaste, Cett. Perdiste tu reino en el momento en que lo dejaste porque no te molestaste en intentar satisfacer a nadie.

—Un rey no tiene que satisfacer a nadie —replicó Cett—. Es quien tiene el ejército: eso significa que son los demás los que tienen que satisfacerlo a él.

—Lo cierto es que esa teoría no puede ser cierta —dijo Ham, frotándose la barbilla—. Un rey debe satisfacer a alguien; después de todo, aunque tratara de obligar a todo el mundo a hacer lo que él dice, tendría que satisfacer a su ejército. Pero, claro, supongo que si el ejército se contenta simplemente con que le permitan empujar a la gente, puede que tengas razón…

Ham guardó silencio, pensativo, y Cett hizo una mueca.

—¿Es que para ti todo tiene que tener una maldita lógica de acertijo? —preguntó. Ham siguió frotándose la barbilla.

Elend sonrió, mirando de nuevo hacia su camarote. Era bueno oír a Ham en su salsa. Cett protestaba sus comentarios casi tanto como lo hacía Brisa.
De hecho… Tal vez por eso Ham no ha insistido tanto con sus rompecabezas lógicos últimamente
, pensó Elend.
No había nadie cerca para quejarse.

—Bueno, Elend… —dijo Cett—. Si mueres, yo quedo al mando, ¿no?

—Vin tomará el mando si me sucede algo. Lo sabes.

—Cierto —dijo Cett—. ¿Y si morís los dos?

—Sazed es el siguiente en la lista después de Vin, Cett. Lo hemos discutido.

—Sí, pero ¿qué hay de este ejército? Sazed está en Urteau. ¿Quién dirige a estos hombres hasta que nos reunamos con él?

Elend suspiró.

—Si, por lo que sea, Yomen consigue matarnos a Vin y a mí, entonces te sugiero que huyas… porque sí: tú estarías al mando aquí, y el nacido de la bruma que nos habrá matado seguramente vaya a por ti luego.

Cett sonrió satisfecho, aunque Ham frunció el ceño.

—Tú nunca has querido títulos, Ham —recalcó Elend—. Y te has enfurruñado por cada puesto de liderazgo que te he ofrecido.

—Lo sé. Pero ¿qué hay de Demoux?

—Cett tiene más experiencia —dijo Elend—. Es mejor persona de lo que pretende, Ham. Confío en él. Eso tendrá que valerte. Cett, si las cosas salen mal, te encargo que regreses a Luthadel y busques a Sazed para decirle que es emperador. Ahora creo que…

Elend se detuvo cuando la puerta de su camarote se abrió. Se volvió, adoptó su mejor sonrisa de circunstancias, y entonces se quedó de una pieza.

Vin se encontraba en la puerta vestida con una sorprendente túnica negra de reborde plateado, a la última moda. De algún modo, había conseguido que pareciera elegante pese a la falda acampanada, que se abría con enaguas. El cabello negro azabache, que a menudo se recogía en una cola, lo llevaba ahora suelto, y le llegaba hasta los hombros, bien cortado y rizado en la justa medida. La única joya que lucía era un colgante, que había recibido de su madre cuando ella era sólo una niña.

Elend pensaba que era preciosa. Y sin embargo… ¿cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la vio con un vestido, maquillada y bien peinada? Trató de decir algo, un cumplido, pero no encontró la voz.

Ella se le acercó y le dio un fugaz beso:

—Interpretaré eso como indicativo de que he conseguido hacer bien las cosas. Había olvidado la lata que suelen dar los vestidos. ¡Y el maquillaje! Sinceramente, Elend, no tienes derecho a volver a quejarte de esos trajes tuyos.

Junto a ellos, Ham se reía. Vin se volvió:

—¿Qué?

—¡Ah, Vin! —dijo Ham, inclinándose hacia atrás y cruzando sus musculosos brazos—, ¿cuándo creciste para ser más alta que yo? Parece que la semana pasada misma ibas por ahí ocultándote por las esquinas, con el pelo cortado como un muchacho y la actitud de un ratón.

Vin sonrió afablemente:

—¿Recuerdas cuando nos conocimos? Creíste que no era ni una cosa ni la otra.

Ham asintió:

—¡A Brisa casi le dio un pasmo cuando descubrió que habíamos estado hablando con una nacida de la bruma todo el tiempo! Sinceramente, Vin, a veces no puedo creer que seas la misma niña asustada que Kelsier trajo a la banda.

—Han pasado cinco años, Ham. Ya tengo veintiuno.

—Lo sé —suspiró Ham—. Eres como mis propios hijos, adultos antes de que tuviera tiempo de conocerlos como niños. De hecho, probablemente os conozco a Elend y a ti mejor que a ninguno de ellos…

—Volverás con ellos, Ham —dijo Vin, colocándole una mano sobre el hombro—. Cuando todo esto acabe.

—¡Oh, lo sé! —sonrió él, siempre optimista—. Pero nunca se puede recuperar lo perdido. Espero que al menos merezca la pena.

Elend sacudió la cabeza y logró encontrar por fin la voz:

—Sólo tengo una cosa que decir. Si ese vestido es lo que llevan las cocineras, les estoy pagando demasiado.

Vin se echó a reír.

—En serio, Vin —dijo Elend—. Los sastres del ejército son buenos, pero es imposible que ese vestido haya salido de los tejidos que tenemos en el campamento. ¿De dónde lo has sacado?

—Es un misterio —respondió Vin, entornando los ojos y sonriendo—. Los nacidos de la bruma somos increíblemente misteriosos.

Elend vaciló:

—¡Humm…! Yo también soy un nacido de la bruma, Vin. Eso no tiene ningún sentido.

—Los nacidos de la bruma no tenemos por qué tener sentido. No nos hace falta. ¡Vamos! Ya se ha puesto el sol, y nosotros tenemos que ponernos en marcha.

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