El Héroe de las Eras (40 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—Que os divirtáis bailando con el enemigo —dijo Ham, mientras Vin saltaba del barco y luego se impulsaba a través de las brumas. Elend se despidió, lanzándose también al aire. Mientras se alejaba, sus oídos amplificados por el estaño oyeron la voz de Ham hablando con Cett.

—Así que… no puedes ir a ningún sitio a menos que alguien te lleve, ¿eh? —preguntó el violento.

Cett gruñó.

—Muy bien —dijo Ham, más que satisfecho—. Hay varios enigmas filosóficos que creo que pueden gustarte…

Practicar el salto alomántico no era fácil cuando se llevaba puesto un vestido de baile. Cada vez que Vin empezaba a descender, la parte inferior de su vestido aleteaba a su alrededor, agitándose y sacudiéndose como una bandada de pájaros sobresaltados.

A Vin no le preocupaba especialmente mostrar lo que había debajo del vestido. No sólo estaba demasiado oscuro para que la mayoría de la gente lo viera, sino que llevaba calzas bajo las enaguas. Por desgracia, los vestidos aleteantes (y la corriente que creaban en el aire) dificultaban en gran medida la dirección del salto. También hacían mucho ruido. Se preguntó qué pensarían los guardias cuando pasara sobre los salientes rocosos que eran las murallas naturales de la ciudad. Les parecía que sonaba como una docena de banderas al viento, ondeando en mitad de una tormenta.

Finalmente redujo su velocidad, dirigiéndose a un tejado que habían despejado de ceniza. Se posó con ligereza, saltó y giró, el vestido agitándosele, antes de detenerse y esperar a Elend. Él la siguió, aterrizó con menos gracia y un duro golpe y un gruñido. No es que fuera malo tirando y empujando: es que no tenía tanta práctica como Vin. Probablemente ella había sido igual durante sus primeros años como alomántica.

Bueno… tal vez no fuera como él
, pensó amorosamente mientras Elend se sacudía el polvo.
Pero estoy segura de que muchos otros alománticos tuvieron más o menos el nivel de Elend después de sólo un año de práctica.

—Ha sido toda una exhibición de saltos, Vin —observó Elend, resoplando levemente mientras miraba las formaciones rocosas, cuyas hogueras ardían altas en la noche. Elend llevaba su uniforme militar blanco de rigor, uno de los que le había diseñado Tindwyl. Había ordenado limpiarlo de ceniza, y se había recortado la barba.

—No pude aterrizar como hubiera querido —explicó Vin—. Estas enaguas se mancharán fácilmente de ceniza. Vamos… tenemos que entrar.

Elend se volvió, sonriendo en la oscuridad. Parecía entusiasmado:

—El vestido. ¿Pagaste a un sastre de la ciudad para que te lo confeccionara?

—La verdad es que pagué a un amigo de la ciudad para que me lo mandara hacer, y para que me consiguiera el maquillaje.

Vin saltó y se dirigió hacia la Fortaleza Orielle, que según Lentoveloz era la sede del baile de esta noche. Se mantuvo en el aire, sin aterrizar, y Elend la siguió utilizando las mismas monedas.

Pronto llegaron a un estallido de color en medio de las brumas, como la aurora de una de las historias de Sazed. La burbuja de luz se convirtió en la enorme fortaleza que ella había visto durante su anterior infiltración, con sus vidrieras brillando desde dentro. Vin se lanzó hacia abajo, surcando las brumas. Consideró brevemente tomar tierra en el patio, lejos de ojos vigilantes, para que Elend y ella pudieran acercarse a las puertas sutilmente. Pero decidió que mejor no hacerlo.

Aquélla no era noche para sutilezas.

Se posó directamente sobre los escalones cubiertos por alfombras que conducían a la entrada principal del castillo. Su aterrizaje levantó copos de ceniza y abrió un hueco de limpieza. Elend aterrizó junto a ella un segundo después; luego se irguió, su brillante capa blanca ondeando alrededor. En lo alto de las escaleras, un par de sirvientes uniformados recibía a los invitados y los conducía al interior del edificio. Ambos hombres se quedaron inmóviles, con expresiones de aturdimiento en el rostro.

Elend le tendió el brazo a Vin:

—¿Vamos?

Vin aceptó el brazo.

—Sí —respondió—. Preferiblemente, antes de que esos hombres puedan llamar a la guardia.

Subieron las escaleras, seguidos por las exclamaciones de sorpresa de un grupito de nobles que se apeaba de su carruaje. Ante ellos, uno de los servidores se adelantó y les cortó el paso. Elend colocó con cuidado una mano contra el pecho del hombre, y lo hizo a un lado con un empujón impulsado por el peltre. El hombre se desplomó contra la pared. El otro fue corriendo a buscar a los guardias.

En la antesala, los nobles que esperaban empezaron a susurrar y preguntar. Vin los oyó comentar si alguien reconocía a estos extraños recién llegados, uno de negro y el otro de blanco. Elend avanzó con firmeza, Vin a su lado, haciendo que la gente tropezara para apartarse. Atravesaron rápidamente la pequeña sala, y Elend tendió una tarjeta con su nombre al sirviente que esperaba para anunciar las llegadas al salón de baile propiamente dicho.

Esperaron la reacción del sirviente, y Vin notó que había empezado a contener la respiración. Parecía como si estuviera reviviendo un sueño… ¿o era un recuerdo agradable? Por un momento, fue la jovencita de hacía más de cuatro años que llegaba a la Fortaleza Venture para su primer baile, nerviosa y preocupada porque no sabía si sería capaz de interpretar su papel.

Sin embargo, ahora no sentía aquella misma inseguridad. No le preocupaba no ser aceptada ni creída. Había matado al Lord Legislador. Se había casado con Elend Venture. Y, el más notable de todos sus logros, de algún modo en el caos y el desorden había descubierto quién era. No una chica de las calles, aunque hubiera sido criado en ellas. Ni una mujer de la corte, aunque apreciaba la belleza y la gracia de los bailes. Era alguien más.

Alguien que le gustaba.

El sirviente volvió a leer la tarjeta de Elend, y palideció. Alzó la cabeza. Elend miró al hombre a los ojos, y luego asintió levemente, como diciendo: «Sí, me temo que es cierto.»

El sirviente aclaró la voz, y Elend condujo a Vin al salón de baile.

—El Emperador, Lord Elend Venture —anunció el sirviente con voz clara—. Y la Emperatriz Vin Venture, Heredera del Superviviente, Héroe de las Eras.

Todo el salón de baile quedó de pronto en silencio. Vin y Elend se detuvieron en la entrada, dando a los nobles congregados la oportunidad de verlos. Parecía que el grandioso salón principal de la Fortaleza Orielle, como el de la Fortaleza Venture, era también su salón de baile. Sin embargo, lejos de ser un salón alto con un amplio techo abovedado, la estancia tenía un techo relativamente bajo, y pequeños e intrincados diseños en la piedra. Era como si el arquitecto hubiera intentado crear belleza a una escala discreta, en vez de tratar de impresionar.

Toda la cámara estaba hecha con mármol de diversos tonos. Aunque era capaz de albergar a cientos de personas, más la pista de baile y las mesas, seguía pareciendo algo íntimo. La sala estaba dividida en hileras de columnas de mármol, y dividida aún más por grandes vidrieras que se extendían del suelo al techo. Vin se sentía impresionada: la mayoría de las fortalezas de Luthadel dejaban las vidrieras para los muros del perímetro, para que pudieran iluminarse desde fuera. Aunque esta fortaleza también las tenía así, Vin advirtió rápidamente que las auténticas obras maestras estaban aquí dentro, donde podían ser admiradas desde ambos lados.

—¡Por el Lord Legislador! —exclamó Elend, observando a la gente congregada—. Sí que piensan que pueden ignorar al resto del mundo, ¿eh?

Oro, plata, bronce y latón chispeaban en las figuras ataviadas con brillantes vestidos de baile y en los elegantes trajes de los caballeros. Los hombres solían ir de oscuro, y las mujeres, de color. Un grupo de músicos tocaba en un rincón, la música de cuerda sonaba en medio del aturdimiento general. Los sirvientes esperaban, inseguros, con las bebidas y la comida en sus bandejas.

—Sí —susurró Vin—. Deberíamos apartarnos de la puerta. Cuando lleguen los guardias, querremos mezclarnos con la multitud para que los soldados no sepan si atacarnos.

Elend sonrió, y ella supo que estaba recordando la tendencia que tenía de no dejarse la espalda sin cubrir. Sin embargo, también supo que se daba cuenta de que ella tenía razón. Bajaron un corto tramo de peldaños, y se unieron a la fiesta.

Los skaa podrían haberse apartado de una pareja tan peligrosa, pero Vin y Elend vestían con propiedad los atuendos de los nobles. La aristocracia del Imperio Final era muy diestra fingiendo, y cuando no sabían comportarse, recurrían al viejo truco: modales adecuados.

Caballeros y damas inclinaron la cabeza e hicieron florituras, actuando como si la asistencia de los emperadores fuera algo esperado. Vin dejó que Elend tomara la iniciativa, pues tenía más experiencia en asuntos cortesanos. Saludó con la cabeza mientras caminaba, mostrando la cantidad exacta de seguridad en sí mismo. Detrás, los guardias finalmente llegaron a las puertas. No obstante, se detuvieron, conscientes de que no podían perturbar la fiesta.

—¡Allí! —dijo Vin, señalando con la cabeza a su izquierda. A través de la partición de una vidriera, distinguió una figura sentada a una mesa elevada.

—Lo veo —dijo Elend, conduciéndola alrededor del cristal. Vin vio entonces por primera vez a Aradan Yomen, rey de la Dominación Oeste.

Era más joven de lo esperado; quizá tan joven como Elend. Con el rostro redondo y los ojos serios, Yomen llevaba la cabeza afeitada completamente, al estilo de los obligadores. Sus ropajes gris oscuro eran indicativo de su rango, igual que los tatuajes de complicado diseño en torno a sus ojos, que proclamaban que era un miembro de muy alto rango del Cantón de Recursos.

Yomen se levantó cuando Vin y Elend se acercaron. Parecía completamente anonadado. Detrás, los soldados habían empezado a repartirse cuidadosamente por la sala. Elend se detuvo a cierta distancia de la alta mesa, con su paño blanco y su pura cristalería. Miró a Yomen a los ojos. Los otros invitados estaban tan en silencio que Vin supuso que la mayoría estaría conteniendo la respiración.

Vin comprobó sus reservas de metal, volviéndose un poco para observar a los guardias. Entonces, por el rabillo del ojo, vio que Yomen alzaba una mano y sutilmente ordenaba que los guardias se retiraran.

La charla comenzó en el salón casi de inmediato. Yomen se sentó, con aspecto preocupado, y dejó de comer.

Vin miró a Elend.

—Bien —susurró—, estamos dentro. ¿Y ahora, qué?

—Tengo que hablar con Yomen —respondió Elend—. Pero me gustaría esperar un poco antes, darle una oportunidad de acostumbrarse a nuestra presencia.

—Entonces deberíamos mezclarnos con la gente.

—¿Separarnos? Podemos cubrir más nobles de esa forma.

Vin vaciló.

—Puedo protegerme solo, Vin —sonrió Elend—. Lo prometo.

—Muy bien —asintió Vin, aunque no era el único motivo por el que había vacilado.

—Habla con tanta gente como puedas —dijo Elend—. Estamos aquí para hacer añicos la imagen de seguridad que tiene esta gente. Después de todo, acabamos de demostrar que Yomen no puede mantenernos a raya de Fadrex… y estamos demostrando que nos impresiona tan poco que vamos a bailar en una fiesta a la que él asiste. Cuando causemos un poco de conmoción, hablaré con su rey, y todos se asegurarán de escucharnos.

Vin asintió:

—Cuando entables conversación, atento a la gente que parezca que pueda estar dispuesta a apoyarnos contra el gobierno actual. Lentoveloz dio a entender que hay gente en la ciudad a quien no gusta la manera en que el rey está dirigiendo las cosas.

Elend asintió, la besó en la mejilla, y entonces ella se quedó sola. Vin sintió un momento de
shock
. Durante los dos últimos años, había trabajado explícitamente para librarse de situaciones en que tuviera que llevar vestido y relacionarse con la nobleza. Había llevado decididamente pantalones y camisas, obstinada en incomodar a quienes se mostraban demasiado pagados de sí mismos.

Sin embargo, ella misma había sugerido a Elend esta manera de infiltrarse. ¿Por qué? ¿Por qué volver a ponerse en esta situación? No le disgustaba quién era, no necesitaba demostrar nada poniéndose otro tonto vestido y hablando de nimiedades con un puñado de nobles a quienes no conocía.

¿Verdad?

No sirve de nada dudar ahora
, pensó Vin, escrutando a la multitud. Los bailes nobles en Luthadel, y podía suponer que aquí también, eran asuntos muy amables, diseñados para animar las relaciones, y por tanto facilitar el toma y daca político. Los bailes fueron en tiempos el principal deporte de la nobleza, que había vivido con privilegios bajo el Lord Legislador porque sus antepasados habían sido amigos suyos antes de su Ascensión.

Así, la fiesta se componía de grupos pequeños; algunas parejas mixtas, pero muchos grupitos sólo de mujeres o de hombres. No se esperaba que los miembros de una pareja estuvieran juntos todo el tiempo. Había estancias apartadas donde los caballeros podían retirarse y beber con sus aliados, dejando a las mujeres conversando en el salón de baile.

Vin echó a andar y cogió una copa de vino de la bandeja de un criado que pasaba. Al separarse, Elend y ella habían indicado que estaban abiertos a conversar con los demás. Por desgracia, hacía mucho tiempo que Vin no estaba sola en una fiesta como ésta. Se sentía torpe, insegura de si abordar a uno de los grupos o esperar a ver si alguien se le acercaba. Se sentía un poco como aquella primera noche en que acudió a la Fortaleza Venture haciéndose pasar por una solitaria noble, con Sazed como única guía.

Ese día, había interpretado un papel, oculta tras su disfraz de Valette Renoux. Ya no podía seguir fingiendo. Todos sabían quién era en realidad. Eso la habría molestado en el pasado, pero ya no. Con todo, no podía hacer lo que entonces: quedarse esperando a que los demás se le acercaran. Toda la sala parecía estar mirándola.

Atravesó el hermoso salón blanco, consciente de cuánto destacaba su vestido negro entre las mujeres vestidas de diversos colores. Se movió en torno a las hojas de vidrio coloreado que colgaban del techo como telones de cristal. Había aprendido en sus primeros bailes que había una cosa con la que siempre podía contar: allá donde se reunían las mujeres nobles, una siempre se consideraba la más importante.

Vin la encontró fácilmente. La mujer tenía el pelo oscuro y la piel bronceada, y estaba sentada a una mesa rodeada de aduladores. Vin reconoció el aspecto arrogante, la forma en que la voz de la mujer era lo suficientemente fuerte para resultar imperiosa, pero también lo suficientemente suave para hacer que todos estuvieran atentos a sus palabras.

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