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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (36 page)

—Creí que habías dicho que las historias no deberían tener un coste.

—Más bien dije que una historia en sí misma no debería costar. Eso es muy distinto a que la historia tenga algún coste. Y, aunque habrá quien lo discuta, creo que una historia sin coste no tiene ningún valor.

—Estoy segura de que ése es el único motivo —dijo Vin, sonriendo levemente mientras le lanzaba al viejo una bolsa de monedas, menos unas cuantas envueltas en tela que usaba para saltar—. Imperiales de oro. Supongo que aquí aún tendrán valor.

—Bastante —dijo el viejo, recogiéndolos—. Bastante…

Vin brincó hacia la noche, saltando a unas cuantas casas de distancia, quemando bronce para ver si sentía algún pulso alomántico desde atrás. Sabía que su naturaleza la volvía irracionalmente recelosa de la gente que parecía débil. Durante mucho tiempo, estuvo convencida de que Cett era un nacido de la bruma, simplemente porque era parapléjico. Con todo, probó a Lentoveloz. Era una vieja costumbre que no creía necesaria extinguir.

No le llegó ningún pulso desde atrás. Continuó su camino, siguiendo las instrucciones de Cett y buscando a un segundo informador. Confiaba en la palabra de Lentoveloz, pero le gustaría confirmarla. Eligió a un informador en el otro lado del espectro, un mendigo llamado Hoid, a quien según Cett podría encontrar en una plaza concreta bien entrada la noche.

Unos cuantos saltos rápidos la llevaron al lugar. Aterrizó en lo alto de un tejado y escrutó la zona. Aquí habían dejado caer la ceniza, que se apilaba en los rincones y daba un aspecto general de desorden a las cosas. Un grupo de bultos se agrupaba en un callejón junto a la plaza. Mendigos, sin hogar ni trabajo. Vin había vivido así en ocasiones, durmiendo en callejones, tosiendo ceniza, esperando que no lloviera. Pronto localizó a una figura que no dormía como las demás, sino que estaba sentada en silencio bajo la ceniza que caía. Sus oídos detectaron un leve sonido. El hombre canturreaba para sí, como sus instrucciones le decían que estaría haciendo.

Vin vaciló.

No sabía decir qué era, pero algo la molestaba. Aquella situación no era normal. No se paró a pensar, simplemente se dio media vuelta y se marchó. Era una de las grandes diferencias entre Elend y ella: Vin no siempre necesitaba un motivo. Le bastaba con una sensación. Él siempre quería estudiar las cosas y encontrar un porqué, y ella lo amaba por su lógica. Sin embargo, se habría sentido muy frustrado por su decisión de abandonar la plaza como lo había hecho.

Tal vez no habría sucedido nada malo si hubiera bajado a la plaza. Tal vez habría sucedido algo terrible. Jamás lo sabría, ni necesitaba saberlo. Como había hecho incontables veces más en su vida, Vin simplemente obedeció a sus instintos y siguió adelante.

Su vuelo la llevó por una calle que Cett había indicado en sus instrucciones. Curiosa, Vin no buscó a otro informador, sino que siguió la calle, saltando de anclaje en anclaje en medio de las brumas que todo lo invadían. Aterrizó en una calle pavimentada, a poca distancia de un edificio con ventanas iluminadas.

Cuadrado y utilitario, el edificio era de todas formas impresionante, aunque sólo fuera por su tamaño. Cett había escrito que el Cantón de Recursos era el más grande de los edificios del Ministerio del Acero en la ciudad. Fadrex había actuado como una especie de estación de paso entre Luthadel y ciudades más importantes al oeste. Cerca de varias rutas principales del canal y bien fortificada contra los bandidos, la ciudad era el lugar perfecto para emplazar la sede regional de un Cantón de Recursos. Sin embargo, Fadrex no era lo suficientemente importante para atraer a los cantones de la Ortodoxia o la Inquisición, tradicionalmente los más poderosos de los departamentos del Ministerio.

Eso significaba que Yomen, como obligador jefe del edificio de Recursos, había sido la principal autoridad religiosa de la zona. Por lo que había dicho Lentoveloz, Vin suponía que Yomen era el típico obligador de Recursos: seco, aburrido, pero terriblemente eficiente. Y por eso, naturalmente, había decidido convertir su antiguo edificio del cantón en su palacio. Era lo que Cett había sospechado, y a Vin no le costó comprobar que era cierto. El edificio rebosaba actividad a pesar de la hora, y estaba protegido por pelotones de soldados. Yomen probablemente lo había elegido para recordar a todo el mundo dónde se originaba su autoridad.

Por desgracia, el depósito del Lord Legislador también estaba emplazado aquí. Vin suspiró y dejó de observar el edificio. Una parte de ella quería colarse en él y tratar de encontrar la cueva que había debajo. En cambio, soltó una moneda y se lanzó a la noche. Ni siquiera Kelsier habría intentado irrumpir en el lugar su primera noche de exploración. Ella lo había hecho en la fortaleza de Urteau, pero estaba abandonada. Tenía que consultar con Elend y estudiar la ciudad durante unos días antes de hacer algo tan atrevido como colarse en un palacio fortificado.

Usando estaño y la luz de las estrellas, Vin leyó el nombre del tercer y último informador. Era otro noble, lo cual no sorprendía, considerando el estatus del propio Cett. Empezó a encaminarse en la dirección indicada. Sin embargo, mientras avanzaba, advirtió algo.

La estaban siguiendo.

Sólo captaba un rastro a su espalda, oscurecido por las pautas de brumas en movimiento. Vacilante, quemó bronce, y fue recompensada con un debilísimo latido tras de sí. Un pulso alomántico oscurecido. Normalmente, cuando un alomántico quemaba cobre (como hacía el que tenía detrás), se volvía invisible al sentido alomántico del bronce. Sin embargo, por algún motivo que Vin nunca había sabido explicar, podía ver a través de esta ofuscación. El Lord Legislador había podido hacer lo mismo, igual que los inquisidores.

Vin continuó moviéndose. El alomántico que la seguía, fuera hombre o mujer, se creía obviamente invisible a sus sentidos. Se movía con saltos rápidos y fáciles, siguiéndola a una distancia prudencial. Era bueno sin ser excelente, y se trataba obviamente de un nacido de la bruma, pues sólo un nacido de la bruma podía haber quemado cobre y acero al mismo tiempo.

Vin no se sorprendió. Había supuesto que, si había algún nacido de la bruma en la ciudad, sus saltos llamarían la atención. Por si acaso, no se había molestado en quemar cobre, y dejaba sus latidos abiertos para que los oyera todo nacido de la bruma o buscador que estuviera acechando. Más valía un enemigo atraído que otro oculto en las sombras.

Avivó el ritmo, aunque no de modo sospechoso, y quien la seguía tuvo que acelerar para seguirla. Vin siguió dirigiéndose hacia la parte delantera de la ciudad, como si planeara marcharse. Al acercarse, sus sentidos alománticos produjeron dos líneas azules gemelas que apuntaban a las enormes abrazaderas de hierro que sujetaban las puertas de la ciudad a la roca. Las abrazaderas eran enormes, firmes fuentes de metal, y las líneas que desprendían eran brillantes y gruesas.

Lo cual significaba que serían excelentes anclajes. Tras avivar peltre para impedir ser aplastada, Vin empujó las abrazaderas, impeliéndose hacia atrás.

Inmediatamente, los pulsos alománticos que había tras ella desaparecieron.

Vin atravesó brumas y ceniza, a tal velocidad que incluso sus ajustadas ropas aleteaban ligeramente con el viento. Se detuvo en un tejado y se agazapó, tensa. El otro alomántico debía de haber dejado de quemar sus metales. ¿Pero por qué hacía eso? ¿Sabía que ella podía penetrar las nubes de cobre? Si así fuera, ¿por qué la había seguido de forma tan intrépida?

Vin sintió un escalofrío. Había algo más que desprendía pulsos alománticos en la noche. El espíritu de la bruma. No lo veía desde hacía más de un año. De hecho, durante su último encuentro con él, casi había matado a Elend… sólo para restaurarlo y convertirlo en un nacido de la bruma.

Seguía sin saber cómo encajaba el espíritu en todo esto. No era Ruina: Vin había notado la presencia de Ruina cuando lo liberó en el Pozo de la Ascensión. Eran presencias distintas.

Ni siquiera sé si esta noche era el espíritu
, se dijo Vin. Pero quien la seguía se había desvanecido tan rápidamente…

Confusa y aterida, se impulsó para salir de la ciudad y en un instante regresó al campamento de Elend.

Capítulo 28

Hay un último aspecto de la manipulación cultural del Lord Legislador que resulta interesante: el uso de la tecnología.

Ya he mencionado que Rashek decidió emplear la arquitectura khlenni, que le permitía construir grandes estructuras y le proporcionaba la ingeniería necesaria para edificar una ciudad tan grande como Luthadel. En otras áreas, sin embargo, suprimió los avances tecnológicos. La pólvora, por ejemplo, fue tan despreciada por Rashek que el conocimiento de su uso desapareció casi con tanta rapidez como el conocimiento de la religión de Terris.

Al parecer, Rashek consideraba alarmante que empleando armas de fuego incluso los hombres más corrientes fueran casi tan efectivos como los arqueros con años de entrenamiento. Por eso favoreció a los arqueros. Cuanto más se basara la tecnología militar en la instrucción, menos probable era que la población de campesinos pudiera rebelarse y resistirse. De hecho, en parte las revueltas skaa fracasaban siempre por este mismo motivo.

—¿Estás segura de que se trataba del espíritu de la bruma? —preguntó Elend, frunciendo el ceño, con una carta a medio terminar (escrita en una placa de acero flexible) en la mesa que tenía delante. Había decidido dormir en su camarote a bordo del barco, en vez de en una tienda. No sólo se sentía más cómodo; también se sentía más seguro con paredes a su alrededor, y no con tela.

Vin suspiró, se sentó en la otra cama, encogió las piernas y apoyó la barbilla en las rodillas.

—No lo sé. Me asusté un poco, así que huí.

—¡Bien hecho! —exclamó Elend, tiritando al recordar lo que le había hecho el espíritu de la bruma.

—Sazed estaba convencido de que el espíritu de la bruma no era maligno —comentó Vin.

—Yo también. ¿Recuerdas que yo fui quien se le acercó directamente, diciéndole que creía que era amigo? Ése fue el momento en que me apuñaló.

Vin negó con la cabeza:

—Intentaba impedir que liberara a Ruina. Pensó que, si tú morías, yo tomaría el poder para mí en vez de entregarlo y te curaría.

—No sabes bien cuáles fueron sus intenciones, Vin. Podrías estar asociando coincidencias.

—Tal vez. Sin embargo, ayudó a Sazed a descubrir que Ruina alteraba los textos.

Eso, al menos, era cierto… si lo que contaba Sazed era de fiar. El terrisano se había mostrado un poco… inconsistente desde que Tindwyl había muerto.
No
, se dijo Elend, sintiendo al instante una puñalada de culpa.
No, Sazed es digno de confianza. Puede estar debatiéndose con su fe, pero sigue siendo dos veces más de fiar que el resto de nosotros.

—¡Oh, Elend! ¡Hay tantas cosas que no sabemos! Últimamente, siento que mi vida es un libro escrito en un idioma que no sé leer. El espíritu de la bruma está relacionado con todo esto, pero no soy capaz de dilucidar cómo.

—Probablemente esté de nuestro lado —aventuró Elend, aunque era difícil no volver a los recuerdos de lo que había sentido al ser apuñalado y sentir que la vida se le escapaba. Morir, sabiendo lo que eso causaría en Vin.

Se obligó a volver a la conversación en curso:

—Crees que el espíritu de la bruma trató de impedirte liberar a Ruina, y Sazed dice que le dio información importante. Eso lo convierte en el enemigo de nuestro enemigo.

—Por el momento —repuso Vin—. Pero el espíritu de la bruma es mucho más débil que Ruina. Los he sentido a ambos. Ruina era… enorme. Poderoso. Puede oír todo lo que decimos, puede ver todos los sitios a la vez. En cambio, el espíritu de la bruma es mucho más débil. Más bien un recuerdo que una verdadera fuerza o poder.

—¿Sigues creyendo que te odia?

Vin se encogió de hombros:

—Hace más de un año que no lo veo. Sin embargo, estoy segura de que no es el tipo de ser que cambie, y siempre he sentido odio y animosidad en él. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño—. Eso fue el principio. La noche en que vi por primera vez el espíritu de la bruma fue cuando empecé a sentir que las brumas ya no eran mi hogar.

—¿Estás segura de que el espíritu no es lo que mata a la gente y las hace enfermar?

Vin asintió:

—Sí, estoy segura.

En esto se mostraba inflexible, aunque Elend consideraba que se precipitaba un poco al juzgar. ¿Algo espectral, moviéndose en las brumas? Parecía el tipo de cosa que se podía relacionar con las personas muertas súbitamente en esas mismas brumas.

Naturalmente, esas personas no morían apuñaladas, sino entre estertores. Elend suspiró y se frotó los ojos. Su carta inacabada a Lord Yomen permanecía sobre la mesa: tendría que volver a ella por la mañana.

—Elend —dijo Vin—. Esta noche, le dije a alguien que detendría la caída de ceniza y volvería el sol amarillo.

Elend arqueó una ceja:

—¿A ese informador con el que hablaste?

Vin asintió.

Los dos guardaron silencio.

—No esperaba que fueras a admitir algo así —comentó él por fin.

—Soy el Héroe de las Eras, ¿no? Incluso Sazed lo dijo, antes de que empezara a volverse raro. Es mi destino.

—¿El mismo «destino» que dijo que tomarías el poder del Pozo de la Ascensión, y luego lo liberarías por el bien de la humanidad?

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