El Héroe de las Eras (95 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El día empezó sin brumas.

Elend contemplaba el amanecer en las alturas rocosas ante Ciudad Fadrex. Se sentía mucho mejor tras una noche de descanso, aunque notaba el cuerpo dolorido por la lucha, y el brazo le dolía por sus heridas, igual que el pecho, el lugar donde por descuido había permitido que un koloss lo golpeara. El enorme moratón habría dejado lisiado a otro hombre.

Los terrenos ante la ciudad estaban cubiertos de cadáveres de koloss, apilados en el pasillo que conducía a Fadrex. Toda la zona olía a muerte y sangre seca. Con mucha más frecuencia de lo que a Elend le hubiera gustado, el campo de cadáveres azules quedaba interrumpido por la piel más clara de un humano. Con todo, Fadrex había sobrevivido, aunque sólo fuera por la inclusión de último minuto de varios miles de alománticos y la retirada final de los koloss.

¿Por qué se marcharon?
, se preguntó Elend, agradecido pero frustrado.
Y, tal vez, aún más importante, ¿adónde van?

Elend se volvió al oír pasos en la roca y vio a Yomen subiendo los empinados escalones para reunirse con él, jadeando un poco, todavía radiante con sus ropas de obligador. Nadie esperaba que luchase. Después de todo, era erudito y no guerrero.

Como yo
, pensó Elend, sonriendo amargamente.

—Las brumas se han ido —dijo Yomen.

Elend asintió.

—De día y de noche.

—Los skaa huyeron a refugiarse cuando las brumas desaparecieron. Algunos todavía se niegan a salir de sus casas. Durante siglos, temían salir de noche a causa de ellas. Ahora que las brumas desaparecen, les parece tan innatural que vuelven a esconderse.

Elend se volvió para mirar. Las brumas habían desaparecido, pero la ceniza seguía cayendo. Y con fuerza. Los cadáveres caídos durante las horas de la noche estaban casi enterrados.

—¿El sol siempre ha sido tan caluroso? —preguntó Yomen, enjugándose la frente.

Elend frunció el ceño, advirtiendo por primera vez que en efecto hacía calor. Todavía era por la mañana temprano, pero parecía mediodía.

Algo sigue yendo mal
, pensó.
Muy mal. Peor
. La ceniza ahogaba el aire, volaba en la brisa, lo cubría todo. Y el calor… ¿no debería hacer más frío con más ceniza revoloteando, bloqueando la luz del sol?

—Forma cuadrillas, Yomen —dijo Elend—. Que recojan los cadáveres y busquen heridos entre ese caos de ahí abajo. Luego, reúne a la gente y que empiecen a trasladarse a las cavernas de almacenaje. Diles a los soldados que estén preparados para… para algo. No sé qué.

Yomen frunció el ceño:

—Hablas como si no fueras a estar aquí para ayudarme.

Elend se volvió hacia el este:

—No estaré.

Vin se hallaba allí fuera, en alguna parte. Elend no comprendía por qué había dicho aquello sobre el atium, pero confiaba en ella. Tal vez pretendía distraer a Ruina con mentiras. Elend sospechaba que, en cierto modo, la gente de Fadrex le debía la vida. Había alejado a los koloss porque había descubierto algo, aunque él no pudiera imaginar qué era.

Siempre se queja de que no es una erudita
, pensó, sonriendo para sí.
Pero es sólo porque carece de educación. Es el doble de aguda que la mitad de los «genios» que yo conocí durante mis días en la corte.

No podía dejarla sola. Tenía que encontrarla. Entonces… bueno, no sabía qué hacer. ¿Encontrar a Sazed, tal vez? Fuera como fuese, Elend no podía hacer nada más en Fadrex. Se dispuso a bajar los escalones, con intención de encontrar a Ham y Cett. Sin embargo, Yomen lo cogió por el hombro.

Elend se volvió.

—Me equivoqué contigo, Venture —dijo Yomen—. Las cosas que dije eran inmerecidas.

—Me permitiste entrar en tu ciudad cuando mis hombres estaban rodeados por sus propios koloss —contestó Elend—. No me importa lo que dijeras de mí. Eres un buen hombre.

—Pero te equivocas con el Lord Legislador. Está guiando todo esto.

Elend se limitó a sonreír.

—No me molesta que no creas —dijo Yomen, llevándose la mano a la frente—. He aprendido algo. El Lord Legislador usa no creyentes y creyentes por igual. Todos somos parte de su plan. Toma.

Yomen se desprendió de la perla de atium de su frente.

—Mi última perla. Por si la necesitas —añadió.

Elend aceptó el trocito de metal, haciéndolo rodar entre sus dedos. Nunca había quemado atium. Durante años, su familia había supervisado la extracción minera, pero para cuando el propio Elend se convirtió en nacido de la bruma, ya había gastado lo que había podido conseguir, o se lo había dado a Vin para que lo quemara.

—¿Cómo lo hiciste, Yomen? —preguntó—. ¿Cómo conseguiste hacer que parecieras alomántico?


Soy
alomántico, Venture.

—Pero no nacido de la bruma.

—No. Soy buscador… un brumoso del atium.

Elend asintió. Creía que eso era imposible, pero ya resultaba difícil dar por hecho nada.

—¿El Lord Legislador conocía tu poder?

Yomen sonrió:

—Se esforzó mucho en proteger algunos secretos.

Brumosos de atium, pensó Elend. Eso significa que también hay otros… brumosos de oro, brumosos de electrum. Aunque, ahora que lo pensaba, sería imposible encontrar (a brumosos de aluminio o duralumín), porque no podían usar sus metales sin poder quemar otros metales.

—El atium era demasiado valioso para usarlo poniendo a prueba a la gente en busca de poderes alománticos, de todas formas —dijo Yomen, volviéndose—. El poder nunca me pareció útil. ¿Cuántas veces tiene uno a la vez atium y el deseo de usarlo en unos pocos segundos? Coge esa perla y ve a buscar a tu esposa.

Elend vaciló un instante, luego guardó la perla de atium y bajó a darle a Ham algunas instrucciones. Unos minutos más tarde, surcaba el paisaje, haciendo todo lo posible para volar con las herraduras tal como Vin le había enseñado.

Capítulo 75

Cada clavo hemalúrgico que atravesaba el cuerpo de una persona daba a Ruina una pequeña capacidad para influenciar en ellos. Esto se mitigaba, sin embargo, con la fortaleza mental de quien era controlado.

En la mayoría de los casos, dependiendo del tamaño del clavo y de la cantidad de tiempo que se llevaba, un solo clavo daba a Ruina sólo poderes mínimos sobre una persona. Podía aparecerse ante ellos, y retorcer levemente sus pensamientos, haciéndoles pasar por alto algunas peculiaridades: por ejemplo, su compulsión por conservar y llevar un solo pendiente.

Sazed reunió sus notas, ordenando con cuidado las finas hojas de metal. Aunque el metal cumplía una importante función para impedir que Ruina modificara (y quizás incluso leyera) su contenido, a Sazed le resultaba un poco frustrante. Las planchas se arañaban fácilmente, y no podían doblarse ni encuadernarse.

Los ancianos kandra le habían ofrecido un alojamiento sorprendentemente lujoso para tratarse de una cueva. Al parecer, los kandra disfrutaban de las comodidades humanas: mantas, cojines, colchones. Algunos incluso preferían llevar ropas, aunque los que no lo hacían declinaban crear genitales para sus Cuerpos Verdaderos. Eso hizo que se preguntara varias cosas. Se reproducían transformando los espectros de la bruma en kandra, así que los genitales serían redundantes. Sin embargo, los kandra se identificaban a sí mismos por el género: cada uno de ellos era decididamente masculino o femenino. ¿Pero cómo lo sabían? ¿Elegían al azar, o sabían lo que habrían sido si hubieran nacido humanos en vez de espectros de la bruma?

Deseó tener más tiempo para estudiar su sociedad. Hasta ahora, todo lo que había hecho en la Tierra Natal se había concentrado en aprender más sobre el Héroe de las Eras y la religión de Terris. Había hecho una hoja de notas sobre lo que había descubierto, y la tenía encima de su fajo metálico. Parecía sorprendente, incluso deprimentemente similar a cualquiera de las hojas de su cartapacio.

La religión de Terris, como cabía esperar, se centraba enormemente en el conocimiento y la erudición. Los forjadores de mundos (su palabra para los guardadores) eran hombres y mujeres santos que impartían conocimiento, pero también escribían sobre su dios, Terr. Era la antigua palabra de Terris para designar la acción de «conservar». Un aspecto central de la religión eran las historias de cómo habían interactuado Conservación, o Terr, y Ruina, y éstas incluían diversas profecías sobre el Héroe de las Eras, que se consideraba el sucesor de Conservación.

Sin embargo, aparte de las profecías, los forjadores de mundos habían enseñado templanza, fe, y comprensión a su pueblo. Enseñaban que era mejor construir que destruir, un principio que estaba en el núcleo de sus enseñanzas. Naturalmente, había rituales, ritos, iniciaciones y tradiciones. También había líderes religiosos menores, ofrecimientos requeridos y códigos de conducta. Todo parecía bueno, pero poco original. Incluso concentrarse en la sabiduría era algo compartido por varias docenas de religiones que Sazed había estudiado.

Eso, por algún motivo, lo deprimía. Era sólo otra religión más.

¿Qué esperaba? ¿Una doctrina sorprendente que le demostrara de una vez por todas que existía un dios? Se sentía como un idiota. No obstante, también se sentía traicionado. ¿Para descubrir esto había cruzado el imperio, sintiéndose jubiloso y expectante? ¿Con esto esperaba salvarlos? Sólo eran más palabras. Agradables, como la mayoría en su cartapacio, pero difícilmente convincentes. ¿Se suponía que debía creer sólo porque se trataba de la religión que había seguido su pueblo?

Aquí no había ninguna promesa de que Tindwyl viviera todavía. ¿Por qué la gente seguía por eso esta, o cualquiera de las religiones? Frustrado, Sazed recurrió a sus mentes de metal, volcando en su mente un puñado de datos. Escritos que los guardadores habían descubierto: diarios, cartas, otras fuentes con las que los estudiosos habían reunido aquello en lo que una vez creyeron. Los examinó, los revisó, los leyó.

¿Qué había hecho que esta gente estuviera tan dispuesta a aceptar sus religiones? ¿Eran simplemente productos de su sociedad, creían porque era la tradición? Leyó sus vidas, y trató de convencerse de que eran necios, de que nunca habían cuestionado realmente sus creencias. Sin duda habrían visto los defectos e inconsistencias si se hubieran tomado el tiempo para ser racionales y analíticos.

Sazed cerró los ojos, con un poso de información de los diarios y cartas en la mente, buscando lo que esperaba hallar. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, no descubrió lo que buscaba. La gente no le parecía necia. Mientras permanecía allí sentado, empezó a ocurrirle algo. Algo relacionado con las palabras, los sentimientos, de la gente que creía.

Antes, Sazed había examinado las doctrinas en sí mismas. Esta vez, se encontró estudiando a la gente que creía, o lo que pudo encontrar de ellas. Mientras leía de nuevo sus palabras, empezó a ver algo. Las creencias que había estudiado no podían separarse de la gente que las seguía. En abstracto, estas religiones eran rancias. Sin embargo, mientras leía las palabras de la gente, las leía de verdad, empezó a ver pautas.

¿Por qué creían? Porque veían milagros. Cosas que un hombre interpretaba como casualidad, eran una señal para un hombre de fe. Un ser querido que se recuperaba de una enfermedad, un afortunado acuerdo de negocios, una oportunidad de reunirse con un amigo perdido. No eran las grandes doctrinas ni los arrebatadores ideales lo que parecía convertir a los hombres en creyentes. Era la simple magia en el mundo que los rodeaba.

¿Qué fue lo que dijo Fantasma?
, pensó Sazed, sentado en la oscura cueva kandra.
Que la fe trataba de la confianza. Confiar en que había alguien vigilando. En que alguien haría que todo saliera bien al final, aunque las cosas parecieran terribles en el momento.

Parecía que, para creer, había que
querer
creer. Era un acertijo con el que Sazed ya se había enfrentado. Quería que alguien, algo, lo obligara a tener fe. Quería tener que creer por las pruebas que se le mostraran.

Sin embargo, los creyentes cuyas palabras llenaban ahora su mente habrían dicho que ya tenía pruebas. ¿No había recibido, en su momento de desesperación, una respuesta? Cuando estaba a punto de rendirse, TenSoon había hablado. Sazed había suplicado una señal, y la había recibido.

¿Era casualidad? ¿Era providencia?

Al final, parecía que le tocaba a él decidir. Devolvió lentamente los diarios y cartas a sus mentes de metal, dejando vacía su memoria concreta de ellos, pero conservando los sentimientos que habían despertado en él. ¿Qué sería? ¿Creyente o escéptico? En ese momento, ninguna de las dos opciones parecía un camino claramente estúpido.

Quiero creer
, pensó.
Por eso me he pasado tanto tiempo investigando. No puede ser las dos cosas. Simplemente, tengo que decidir.

¿Qué sería? Permaneció sentado durante unos minutos, pensando, sintiendo, y sobre todo, recordando.

Busqué ayuda. Y algo respondió.

Sazed sonrió, y todo pareció un poco más brillante.
Brisa tenía razón
, pensó, poniéndose en pie y organizando sus cosas mientras se disponía a marchar.
No he nacido para ser ateo.

El pensamiento parecía un poco demasiado frívolo para lo que acababa de sucederle. Mientras recogía sus placas de metal y se disponía a ir a reunirse con la Primera Generación, advirtió que los kandra pasaban ante su humilde caverna, completamente ajenos a la importante decisión que acababa de tomar.

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