El incorregible Tas (26 page)

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Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

—Es un poco raro dejar solo un puesto con comida —murmuró para sí mismo—, pero a mí me ha venido bien. Últimamente ando un poco escaso de fondos. Que no se me olvide buscar al panadero y pagarle en la primera oportunidad que tenga.

Tas miró a su espalda, en caso de que Selana hubiese salido del callejón en pos de él. No vio a nadie, salvo a una anciana que recogía y colocaba su mercancía desperdigada. Giró en otra esquina.

De pronto, unos dedos crispados lo agarraron por el brazo. Tas se volvió con rapidez, y otros dedos se cerraron sobre su boca. Después se vio arrastrado con un brusco tirón hacia las sombras de un pórtico. Tasslehoff no vaciló y mordió los dedos que le apretaban los labios al tiempo que propinaba un codazo al estómago de su atacante, que lo soltó. El kender giró sobre sí mismo y adoptó una postura defensiva, con el pan enarbolado como un arma.

—¡Selana!

La elfa marina estaba de rodillas, gimiendo e intentando de manera alternativa sujetarse el dolorido abdomen y chupar las gotitas de sangre de sus dedos lacerados por el mordisco. Desazonado, el kender sacó un trozo de tela de su mochila y se agachó a su lado para vendarle la mano.

—Dioses, Selana, cuánto lo siento. No sabía que eras tú —se disculpó—. No es muy buena idea saltar así encima de alguien. ¡Podría haberte matado! —Echó un vistazo al oscuro pórtico y después ayudó a la joven a incorporarse—. Te encuentras bien, ¿verdad?

La elfa marina estaba temblorosa y tenía todavía un brazo sobre el estómago. Se puso de pie con evidente esfuerzo y asintió con la cabeza.

—Decidí correr en otra dirección, para que sólo pudiera perseguir a uno de nosotros —explicó con un hilo de voz, ya que aún respiraba con dificultad.

Tasslehoff se cruzó de brazos y alzó la barbilla con gesto altanero.

—Yo podía protegerte. —En su voz había un ligero tono de enojo—. En cualquier caso, ya ha desaparecido.

El pañuelo de seda de la elfa marina se había deslizado hasta sus hombros y la joven lo anudó de nuevo cubriendo su pálido cabello.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.

Poco o nada dado a rehuir una contienda, el siempre alegre y despreocupado kender notó un creciente mal humor ante la difícil situación a la que se enfrentaban. Agitó el pan frente a Selana.

—Hemos dejado a nuestros amigos en ese castillo. No podemos desentendernos de Tanis y Flint. Propongo que regresemos ahora mismo y los saquemos de allí. —Tasslehoff dio un paso hacia la calle, pero Selana lo agarró por la correa de la mochila y lo arrastró hacia el pórtico—. ¡Suéltame! —siseó, al tiempo que se libraba con facilidad de la mano de la joven.

—¡Recapacita, Tasslehoff! —Los ojos de Selana centelleaban, y, por primera vez, Tas la vio como debía de ser en su propio país: firme y dominante, no la jovencita testaruda e insegura que conocía hasta ahora. Escuchó con atención—. Todos los del castillo tienen que habernos visto correr perseguidos por el monstruo. Aún en el caso de que consigas entrar en el edificio otra vez sin ser visto, ¿qué les dirás? ¿Que merodeabas por los sótanos, encontraste a un zombi y tuviste que huir de un mago…, su mago? Lo único que conseguirás es que te arresten y eso no le haría ningún bien a nadie, y mucho menos a Tanis y a Flint.

Tas cruzó los brazos y se metió las manos bajo las axilas. Se encogió de hombros.

—Pero no podemos dejar allí a nuestros amigos —insistió con gesto sombrío.

Selana lo miró con intensidad.

—Por supuesto que no. —La elfa marina frunció el entrecejo y se mordisqueó una uña mientras cavilaba—. En ese castillo pasa algo muy raro, y creo que nos hemos dado de bruces con una pequeña parte del problema. Si pudiésemos volver y explorar un poco más a fondo…

—Ojalá tuviese todavía mi anillo mágico teleportador —se lamentó Tas—. Entonces nos meteríamos en cualquier sitio que quisiéramos. ¿Te he contado la historia de ese anillo?

Lo había hecho, desde luego. Tasslehoff le relataba a todos cuantos conocía la aventura del objeto más fabuloso que había caído en sus manos. Sin embargo, su mención hizo que Selana recordara algo. Con los labios prietos, la joven buscó entre los pliegues de su capa y al cabo de un momento sacaba una redoma pequeña y alargada, de vidrio púrpura, con un tapón de cristal opaco tallado a semejanza de un helecho marino. Lo sostuvo en alto y lo miró con gesto pensativo. Después tomó una decisión.

—¡Beberemos esto!

12

Tal para cual

—¿Qué es eso? —preguntó Tasslehoff, alargando la mano hacia la redoma púrpura que sostenía Selana.

La joven se giró a un lado para quitar el frasco del alcance del kender.

—Un bebedizo —respondió.

—¿Para qué sirve?

—Es una poción de polimorfismo —explicó, sin bajar la guardia.

Tasslehoff arrugó la cara en un gesto perplejo.

—Poli… ¿qué?

—Polimorfismo. Permite a quien lo toma cambiar de forma a voluntad.

—¿Quieres decir que puedes volverte gordo o flaco, bajo o alto, o cambiar el color del cabello, y cosas por el estilo? Así no nos reconocería nadie. Entraríamos sin dificultad al castillo.

—Puedes hacer eso y mucho más —contestó sonriendo Selana—. Incluso puedes transformarte en algo completamente distinto, como por ejemplo un perro, o un poni, o un pez.

Maravillado, Tas abrió los ojos como platos y miró la alargada redoma, al tiempo que imaginaba infinidad de posibilidades, cada cual más desatinada que la anterior.

—¿A qué esperamos? —Alargó de nuevo la mano hacia el frasco, pero Selana se la apartó de un empujón.

—Ten cuidado —lo reprendió—. Es lo último que me queda.

Tas retrocedió con docilidad, pero sus ojos no se apartaron ni por un momento de la mano de la elfa marina.

—Lo decía sólo porque, cuanto antes empecemos, antes habremos sacado de apuros a Tanis y a Flint —se justificó.

—Y antes habremos recuperado mi brazalete. Pero hay un problema —continuó despacio Selana—. Tengo sólo una dosis. Me temo que habré de utilizarla yo.

El semblante del kender mostró un gran desencanto.

—No pensarás dejarme atrás, ¿verdad? Me necesitas. No sabes nada sobre castillos. Esa fortificación es un increíble laberinto, por no mencionar todos los recovecos y escondrijos de los edificios adyacentes. Te ayudaré a encontrar el camino.

—Me temo que no hay otra alternativa, Tasslehoff. —La joven se encogió de hombros con gesto cansado—. Sólo tengo una poción.

—Pero, si no me llevas contigo, ese hechicero enviará matones tras de mí, me capturarán y me torturarán y me harán confesar que has entrado en el castillo, y lo de la poción. ¡Piensa el peligro que podrías correr! —La elfa marina contuvo a duras penas una sonrisa divertida. Tas siguió insistiendo—. Oye, se me ocurre una idea. ¿Qué pasaría si repartiéramos la poción?

Selana consideró la pregunta unos momentos antes de responder. Sabía que el kender haría alguna temeridad y lo capturarían si lo dejaba solo. Además, el único castillo que conocía era uno que se había hundido en el mar durante el Cataclismo y que ahora estaba en ruinas. Las casas corrientes de los habitantes de tierra firme le resultaban extrañas, cuando más un edificio de estas proporciones. Tal vez era cierto que necesitaba la ayuda de Tas.

—Si repartimos la poción —dijo, midiendo las palabras—, sus efectos durarán la mitad del tiempo. Sé que, si uno de nosotros se la bebiera toda, sería efectiva durante cuatro o cinco horas, dependiendo del peso de la persona. Y, tanto tú como yo, somos bastante ligeros. —Selana miró al kender a los ojos—. Voy a hacerte una pregunta muy importante, Tasslehoff. ¿Crees sinceramente que los dos juntos podemos entrar en el castillo, localizar y liberar a Flint y a Tanis, encontrar mi brazalete y escapar, todo ello en menos de dos horas?

—Sé que yo podría hacerlo. —Tas sacó pecho con arrogancia—. He estado en docenas de castillos, desde el Mar Sangriento hasta el Bosque Oscuro. Tengo buena maña para entrar y salir de ellos. Si me llevas contigo, será tan sencillo como pescar peces en un charco.

—Ojalá pudiésemos llegar hasta la misma puerta principal y tomar la pócima en el último momento, pero no debemos correr riesgos —musitó para sí misma—. Tenemos que escoger una forma que se mueva con rapidez.

—¿Quieres decir como un caballo? —sugirió el kender.

—Quiero decir algo que no llame la atención. —Selana se mordió otra vez la uña mientras pensaba—. Quizás, un pájaro.

—¡Fantástico! —se entusiasmó Tas—. Siempre he querido volar. Un halcón… Oye, ¿qué te parece un cóndor? Son aves muy resistentes. O, si no, un chotacabras gigante…

—Ni siquiera sé qué es eso. Mira, Tasslehoff, lo que queremos es entrar en el castillo sin ser vistos —dijo Selana, haciendo gala de una gran paciencia—. Tenemos que elegir un pájaro corriente, para pasar inadvertidos. —En ese momento, un pajarillo marrón y gris se zambulló sobre sus cabezas y recogió una miga del suelo—. Por ejemplo, como éste.

—¿Un gorrión? Son muy pequeños y vulgares —protestó el kender.

—Son perfectos —replicó Selana, a la vez que destapaba la redoma. Se la llevó a los labios, pero antes de beber dirigió una mirada penetrante al rostro de Tas, encendido por la ansiedad. Selana no había oído hablar de los kenders hasta que salió a tierra firme. El único que conocía, Tas, parecía leal y sincero, pero sus reacciones eran bastante imprevisibles—. Mira, Tasslehoff, esto no es un juego. Lo que vamos a hacer puede resultar muy peligroso. Prométeme que no te alejarás de mi lado y que no perderás tiempo.

—Mira quién fue a hablar —dijo el kender con tono jocoso, mientras golpeaba el suelo con el pie en un gesto de impaciencia.

Selana puso los ojos en blanco; luego se llevó la redoma a los labios otra vez y dio un pequeño sorbo, un poco menos de la mitad del contenido. Miró lo que quedaba y tomó un segundo sorbo antes de pasarle el recipiente a Tasslehoff.

Con los ojos como lunas llenas, el kender dejó caer la barra de pan sin darse cuenta y se bebió sin vacilar el resto de la poción.

—No me siento diferente —comentó acto seguido, mientras se pasaba las manos por su menuda constitución para confirmar sus palabras. Entonces sintió un cosquilleo en la garganta, y notó la lengua como si se le quedara dormida. La sensación de hormigueo se extendió con rapidez garganta abajo hasta el estómago, y después por todo su cuerpo, finalizando en lo que a él le pareció un pequeño y suave taponazo en las puntas de los dedos de las manos y los pies. El hormigueo desapareció y dio paso a una sensación de perceptibilidad muy agudizada.

—¡Me siento estupendamente! ¿Qué hacemos ahora?

—Piensa que eres un pájaro —le indicó Selana—. No hay otra manera mejor de explicarlo en tu lengua. Tienes que relajarte e imaginarlo. Si pones demasiado empeño, no lo conseguirás.

Tasslehoff observó boquiabierto que unos delicados y brillantes trazos ambarinos giraban veloces en torno a Selana. En un visto y no visto, la elfa marina había desaparecido y en su lugar apareció aleteando un pajarillo de ojos inusualmente grandes.

—¿Selana? —preguntó Tas, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Vaya, eres genial! Yo…

El pajarillo se posó en el hombro del kender y gorjeó con impaciencia.

—Vale, vale, me daré prisa —dijo Tas. Apretó los ojos y se esforzó por imaginar sus brazos cubiertos de plumas y aleteando a los costados. Abrió un ojo y se quedó sin aliento al ver unas alas moteadas y grises donde antes tenía los brazos. Bajó la mirada y… ¡vio pies! ¡No era un pájaro, sino un kender con alas! Algo revoloteó y gorjeó frenéticamente sobre su cabeza. Sin detenerse para comprobar si había alguien observándolo, Tas cerró otra vez los ojos. Recordó el consejo de Selana y respiró hondo, visualizando en su mente la imagen de un gorrión.

Absorto aún en su propósito, Tas reparó de repente en que el mundo resultaba más ruidoso y lleno de ecos, y que su nariz captaba un montón de olores que antes no había advertido. El aroma a tierra, roca y polen se mezclaba con el zumbido de insectos y el retumbar de pisadas. Una súbita ráfaga de viento lo zarandeó y lo alzó en el aire. Desconcertado, abrió los ojos de golpe. El mundo había perdido todos los colores y se había convertido en algo blanco y negro.

—¡Eh, Selana! —intentó decir, pero el sonido que emitió fueron gorjeos y píos. Revoloteando sobre una pared de ladrillos, miró bajo su nariz y vio la razón: ¡tenía pico! Estiró los brazos y sintió plumas agitadas por el viento. Esto era mucho mejor que ser teletransportado, se dijo.

Tasslehoff extendió las alas y se remontó en el aire. Inclinó un ala y se zambulló en picado; calculó mal las distancias y rozó con la punta del ala los ladrillos de la pared. Recuperó la estabilidad mientras volvía al espacio abierto y se esforzó por aprender a controlar su nueva forma mediante pruebas. Pensaba ya que había entendido cómo funcionaba todo, cuando sopló una ráfaga de viento inesperada y lo sacudió como una hoja seca.

Tasslehoff, no opongas resistencia a las corrientes
, dijo una voz semejante a la de Selana, pero con un acento raro.

Tas oteó en derredor hasta divisar a la elfa marina convertida ahora en gorrión, que volaba en círculos a varios metros de distancia. Su voz, sin embargo, le había sonado muy cercana.

Sí, es a mí a quien oyes
, dijo el pajarillo.
Pero en realidad no estoy hablando. He realizado un hechizo que nos permitirá «escuchar» los pensamientos del otro. De otro modo, nos sería imposible comunicarnos. Si los pájaros hablan entre sí, no sé cómo lo hacen, y no tenemos tiempo para averiguarlo. Tampoco tenemos tiempo para divertirnos
, siguió diciendo la voz de Selana dentro de la cabeza de Tas.
Aprovecha las corrientes, deja que te eleven. Es muy semejante a nadar
.

A Tasslehoff no le sirvió de mucho aquella comparación, ya que en su corta existencia había nadado casi tan poco como había volado. Aun así, siguió el consejo y descubrió que las corrientes de aire no le causaban tantos problemas. Selana le permitió experimentar unos cuantos minutos antes de preguntarle:

¿Te sientes ya lo bastante seguro para dirigirnos al castillo? El tiempo apremia
.

Tasslehoff movió la emplumada cabeza arriba y abajo con ansiedad. Selana remontó el vuelo sobre las limpias calles de Tantallon. Tas fue en pos de ella batiendo con fogosidad las alas y sintiéndose como un polluelo que acaba de abandonar el nido para realizar su primer vuelo.

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