El Instante Aleph (17 page)

Read El Instante Aleph Online

Authors: Greg Egan

Una docena de personas más se levantó para insultarla. Cuatro periodistas abandonaron el auditorio. Walsh seguía de pie a la espera de una respuesta, con una sonrisa inocente. Vi a Marian Fox acercarse hacia el estrado; Mosala le hizo gesto de que se apartara.

Mosala empezó a teclear en su agenda. Los gritos y silbidos cesaron poco a poco y todos menos Walsh volvieron a sentarse.

El silencio no duró más de diez segundos, pero fue suficientemente largo para que me diera cuenta de que el corazón me latía con fuerza. Quería pegarle un puñetazo a alguien. Walsh no era racista, pero sí una manipuladora experta. Nos había puesto a todos de uñas; no habría exaltado tanto los ánimos ni con doscientos seguidores que chillaran y agitaran pancartas en la parte trasera del auditorio.

—En los últimos diez años —dijo Mosala alzando la mirada y sonriendo con dulzura— se ha examinado el renacimiento científico africano con detalle en más de treinta informes. Le daré con mucho gusto las referencias si no las puede encontrar por sí misma. Verá que hay muchas hipótesis más complejas que explican el brusco aumento del número de artículos publicados en las revistas científicas más prestigiosas y citadas, la frecuencia con que se citan dichos artículos, el número de patentes que se han conseguido y el número de premios Nobel de física y química.

»Sin embargo, cuando se trata de su campo, me temo que está sola. No encuentro un solo estudio que ofrezca una explicación alternativa a la probabilidad del noventa y nueve por ciento de que una cuota de los premios Booker, desde su inicio, se haya reservado para una minoría claramente definida e intelectualmente en entredicho: gacetilleros que deberían haberse quedado en la publicidad.

El público estalló en risas. Walsh se quedó de pie unos instantes y se sentó con una dignidad sorprendente: sin arrepentimiento, sin vergüenza y sin inmutarse. Me preguntaba si todo lo que pretendía era que Mosala le devolviera el golpe al mismo nivel. Sin duda en Informes Banales encontrarían el modo de manipular las cosas para que el suceso se viera como una victoria de Walsh: PRODIGIO DE LA CIENCIA, AL ENFRENTARSE A LOS HECHOS INSULTA A PERIODISTA RESPETADA. Pero casi todos los medios de comunicación informarían de que Mosala había respondido de forma muy comedida a una provocación deliberada.

Hicieron unas cuantas preguntas más, inocuas y ligeramente técnicas. Luego se levantó la sesión. Fui a la parte trasera del escenario, donde me esperaba Karen De Groot.

Sin lugar a dudas, De Groot era ifem. Su aspecto no estaba en absoluto a medio camino del hermafroditismo, sino que era mucho más distintivo. Mientras que las ufems y los umascs exageraban los rasgos faciales establecidos de identidad sexual y los ásex los eliminaban, los primeros ifems e imascs habían sacado modelos del sistema visual humano y encontrado grupos completamente nuevos de parámetros que los excluían a primera vista, sin hacerlos a todos homogéneos.

—Trátala bien, ¿quieres? —dijo con calma después de darme la mano y conducirme a una de las salas de reuniones pequeñas del hotel—. Lo de antes no ha sido muy agradable.

—No se me ocurre nadie que lo hubiera manejado mejor.

—Violet no es alguien a quien me gustaría tener por enemiga; nunca devuelve un golpe sin habérselo pensado bien. Pero eso no significa que sea de piedra.

La sala tenía una mesa y asientos para doce, pero Mosala me esperaba a solas. Pensaba que habría algún guardia de seguridad, pero a pesar de sus clubes de fans, no estaba en la liga de las estrellas de rock. Y a pesar de los presentimientos funestos de Kuwale, era probable que no hiciera falta.

—Lamento que no hayamos podido hacer esto antes —dijo Mosala luego de saludarme con cordialidad—, pero después de tantas reuniones con Sarah Knight, suponía que todos los planes de rodaje estaban claros.

¿Reuniones con Sarah Knight? La preproducción no debería haber llegado tan lejos sin el permiso de SeeNet.

—Siento hacerle pasar por lo mismo otra vez —dije—, pero es inevitable que se dupliquen algunos trámites cuando un director nuevo asume un proyecto.

Mosala hizo un gesto de asentimiento sin prestar mucha atención. Nos sentamos y repasamos el programa del congreso mientras comparábamos notas. Mosala me pidió que no la grabara en más de la mitad de las sesiones en las que participaría.

—Me volvería loca si me mirara todo el tiempo y me sorprendiera cada vez que pongo una cara rara por algo con lo que no estoy de acuerdo.

Accedí, pero entonces regateamos sobre esa mitad. Yo quería por encima de todo grabar sus reacciones en todas las charlas en las que se discutiera explícitamente su obra. Nos pusimos de acuerdo en tres sesiones de entrevistas, de dos horas cada una; la primera el miércoles por la tarde.

—Todavía no entiendo cuál es el objetivo de este programa —añadió Mosala—. Si el tema son las TOE, ¿por qué no cubre todo el congreso en lugar de centrarse en mí?

—Las teorías resultan más accesibles para el público si se presentan como algo que ha hecho una persona en concreto. —Me encogí de hombros—. O de eso están convencidos los directivos de las emisoras y, a estas alturas, es probable que hayan convencido también a la audiencia. —El acrónimo SeeNet quería decir en inglés «red de ciencia, educación y ocio». Pero la ciencia se trataba a menudo como algo embarazoso incapaz de resultar interesante por sí y que necesitaba que la endulzaran al máximo—. Sin embargo, con el perfil de una persona podemos tocar materias más amplias, como por ejemplo de qué manera afectan su vida cotidiana las sectas de la ignorancia.

—¿No cree que ya les dan bastante publicidad? —preguntó Mosala con sequedad.

—Sí, pero casi siempre bajo sus condiciones. El perfil es una oportunidad para que la audiencia los vea a través de sus ojos.

—¿Quiere que le cuente a su público lo que opino sobre las sectas? —Se rió—. Si empiezo, no le quedará tiempo para nada más.

—Podría limitarse a las tres principales —dije. Mosala dudó. De Groot me lanzó una mirada de advertencia, pero la pasé por alto—. Primera Cultura.

—Primera Cultura es la más patética. Es el último refugio de las personas que ansían considerarse intelectuales, aunque sean analfabetos en temas científicos. Casi todos sienten nostalgia de la época en la que un tercio del planeta estaba dominado por personas cuya definición de una educación civilizada era latín, historia militar europea y los ripios escogidos de unos cuantos colegiales británicos.

—¿Renacimiento Místico? —Sonreí.

—Empezaron con muy buenas intenciones, ¿verdad? —dijo Mosala con una sonrisa irónica—. Dicen que la mayoría de las personas no ve el mundo que las rodea, pasean dormidas por una rutina zombi de trabajo trivial y ocio que atonta la mente. No podría estar más de acuerdo. Dicen que quieren que los habitantes del planeta sintonicen con el universo en que viven y compartan con ellos el sobrecogimiento que se siente al contemplar su profunda singularidad: las vertiginosas escalas de longitud y tiempo de la cosmología, la riqueza sin fin de las complejidades de la biosfera, las extrañas paradojas de la mecánica cuántica.

»Bueno, todas esas cosas también me sobrecogen, a veces, pero Renacimiento Místico trata esa reacción como un fin en sí mismo. Y no quieren que la ciencia investigue nada de lo que provoca esa sensación; quieren que lo deje todo en su estado prístino e inexplicable, no sea que dejen de sentir lo mismo si lo entienden mejor. Últimamente no les interesa en absoluto el universo, no más que a las personas que idealizan la vida de los animales en un mundo de dibujos en el que no se derrama sangre..., o a las personas que niegan la existencia del deterioro medioambiental porque no quieren cambiar su forma de vida. Los seguidores de Renacimiento Místico sólo quieren la verdad si les conviene, si provoca las emociones correctas. Si fueran sinceros se limitarían a hacerse un puente en la zona del cerebro que les hace creer que pasan por una constante epifanía mística, porque en realidad eso es lo que buscan.

Esto no tenía precio, nadie de la altura de Mosala se había soltado a hablar contra las sectas de esta forma. No en grabaciones públicas.

—¿¡Ciencia Humilde!?

—Son los peores con diferencia. —Los ojos de Mosala brillaban de ira—. Los más condescendientes, los más cínicos. Janet Walsh es sólo una figura táctica que los representa; casi todos los verdaderos líderes son muchísimo más cultos. Y en su sabiduría colectiva han decidido que el frágil capullo de la cultura humana no puede superar más revelaciones sobre qué son los humanos en realidad o cómo funciona el universo.

»Si se opusieran al abuso de la biotecnología, los apoyaría sin dudarlo. Si se opusieran a la investigación en armamento, haría lo mismo. Si apoyaran algún sistema coherente de valores que hiciera que las verdades científicas más despiadadas resultaran menos alienantes para la gente corriente sin negar esas verdades, no tendría ningún motivo de discrepancia con ellos.

»Pero han decidido que todo el conocimiento que esté más allá de una frontera que les corresponde a ellos delimitar es un anatema para la civilización y la cordura, y que una elite autoproclamada es quien debe facilitar un conjunto prefabricado de mitos sobre la vida que ocupen su lugar, quien debe inculcar en la existencia humana un significado que eleve el espíritu de forma adecuada y sea políticamente correcto. Se han convertido, simplemente, en la peor clase de censores y manipuladores de la sociedad.

De repente me di cuenta de que los brazos esbeltos de Mosala, que estaban extendidos sobre la mesa enfrente de ella, temblaban; no había notado que estaba tan enfadada.

—Son casi las nueve —dije—, pero podemos retomar el tema después de la ponencia de Buzzo si tiene tiempo.

De Groot le tocó el hombro. Se acercaron y conversaron
sotto voce
durante un buen rato.

—Tendremos una entrevista el miércoles, ¿no? —dijo Mosala—. Lo siento, pero no dispongo de tiempo hasta entonces.

—Claro, muy bien.

—Y esos comentarios que acabo de hacer no son oficiales. No tiene que utilizarlos.

—¿Habla en serio? —Se me cayó el alma a los pies.

—Se suponía que ésta era una reunión para hablar de su plan de rodaje. Nada de lo que he dicho aquí está dirigido al público.

—Lo pondré en contexto —le rogué—. Janet Walsh se ha pasado insultándola y en la rueda de prensa usted se ha contenido, pero después ha expresado su opinión en detalle. ¿Qué hay de malo en eso? ¿Quiere que los de ¡Ciencia Humilde! empiecen a censurarla?

—Ésa es mi opinión —dijo Mosala después de cerrar los ojos un instante—, sin duda, y tengo derecho a expresarla. También tengo derecho a decidir quién la oye y quién no. No quiero enardecer más los ánimos en este horroroso desastre. Así que, por favor, ¿respetará mi deseo y me dirá que no va a utilizar nada?

—No tenemos que decidir esto ahora. Puedo mandarle una versión sin montar...

—Firmé un acuerdo con Sarah Knight que decía que podía vetar cualquier cosa al momento sin que me hiciera preguntas —dijo con un gesto desdeñoso.

—Si lo hizo, fue personalmente con ella, no con SeeNet. Lo único que ellos tienen es una autorización estándar.

—¿Sabe qué quería preguntarle? —dijo Mosala, que no parecía muy contenta—. Sarah me dijo que me explicaría por qué se puso usted al cargo del proyecto cuando faltaba tan poco para el comienzo. Después de todo el trabajo que hizo, lo único que me dejó fue un mensaje de diez segundos que decía: «Ya no llevo el documental. Andrew Worth es el nuevo director; él le explicará el motivo».

—Sarah puede haberle causado una impresión errónea —dije con cuidado—. SeeNet no la había nombrado oficialmente para hacer el documental. Y fue SeeNet la que se dirigió a usted y preparó las cosas inicialmente, no Sarah. No era un proyecto que ella estuviera desarrollando por libre para ofrecérselo a la empresa. Era un proyecto de SeeNet que ella quería dirigir, así que dedicó un montón de tiempo libre a intentar conseguirlo.

—Pero ¿por qué? —dijo De Groot—. Toda la investigación, los preparativos, el entusiasmo... ¿Por qué no se vieron recompensados?

¿Qué podía decir? ¿Que le había robado el proyecto a la persona que en realidad se lo merecía para hacerme con unas vacaciones pagadas en el Pacífico Sur, lejos del estrés de la frankenciencia seria?

—Los directivos de la red viven en un mundo propio —dije—. Si pudiera entender cómo toman las decisiones, es probable que fuera uno de ellos.

De Groot y Mosala no dijeron nada y me contemplaron con incredulidad.

12

TechnoLalia, la principal competidora de SeeNet, insistía en llamar a Henry Buzzo «el reverenciado gurú de la física transmilenaria» y, con frecuencia, insinuaba que debería retirarse cuanto antes y dejar el campo libre a colegas más jóvenes que habían propiciado clichés más dinámicos:
Wunderkinder und enfants terribles
«que navegaban por la
nouvelle vague
de infinitas dimensiones del preespacio». (Lydia despreciaba a TL calificándola de
guccione
: «un buen culo y pocos sesos».) No se lo podía discutir, pero muchas veces temía que SeeNet se encaminaba a un destino similar. En el año 2036, Buzzo compartió el premio Nobel con los otros siete artífices de la Teoría estándar del Campo Unificado; pero ahora, él también intentaba rebatirla, o al menos superarla. Me recordó a dos físicos de principios del siglo XX: J. J. Thomson, que estableció la existencia de los electrones como partículas diferenciadas, y George Thomson, su hijo, que demostró que también se podían comportar como ondas. Era una ampliación, no una contradicción, y sin duda Buzzo esperaba realizar una proeza similar en una generación.

Buzzo era un masc alto, calvo y con muchas arrugas; tenía ochenta y tres años, pero no mostraba signos de debilidad. Era un orador animado y parecía tener al público de especialistas de los MTT en el bolsillo, pero ni siquiera me hacían gracia sus chistes misteriosos con los que los demás se desternillaban de risa. Su charla introductoria estaba llena de frases familiares y de ecuaciones que había visto antes, pero cuando empezaba a hacer cosas con esas ecuaciones, me perdía. De vez en cuando mostraba gráficos: tubos punteados de gris y blanco con superficies cuadriculadas en verde cruzadas por líneas geodésicas serpenteantes de color rojo vivo. Tríos de vectores en forma de flecha perpendiculares entre sí brotaban de un punto, se trasladaban por un rizo o un nudo y se inclinaban y retorcían durante el trayecto. Sin embargo, en cuanto me parecía que entendía los diagramas, Buzzo hacía un gesto de desdén con la mano, señalando la pantalla y decía algo como: «No puedo enseñarles el aspecto más crucial, lo que sucede en el conjunto de estructuras lineales, pero estoy seguro de que pueden hacerse una idea: imaginen que sumergimos esta superficie en doce dimensiones...».

Other books

Fat Cat Takes the Cake by Janet Cantrell
A Glimpse of Fire by Debbi Rawlins
The Lion's Love Child by Jade White
First Dance by Bianca Giovanni
Toxic Heart by Theo Lawrence
Bond 07 - Goldfinger by Ian Fleming