El Instante Aleph (26 page)

Read El Instante Aleph Online

Authors: Greg Egan

—¿Qué pasaría entonces? —contesté con cautela.

Había venido esperando una ración de la jerga florida de las sectas: parloteo sobre magos y brujas arquetípicos o la necesidad urgente de volver a descubrir el reino perdido de la alquimia. La estrategia de tomar la mecánica cuántica y distorsionar las fronteras de su singularidad contraintuitiva en cualquier dirección que se acomodara a la filosofía de la secta era más difícil de seguir. En las manos de un charlatán persuasivo, la mecánica cuántica podía ser cualquier cosa, desde una base «científica» para la telepatía hasta una «prueba» del budismo zen. Aun así no importaba que no pudiera precisar el momento en el que Conroy pasara de la ciencia establecida a la fantasía antropocosmológica; podría analizarlo más tarde, cuando recuperara mi teta electrónica y pudiera valerme de una guía experta.

—Lo que pasó en la historia es que la física se mezcló con la teoría de la información —dijo Conroy continuando con el lenguaje científico, mientras sonreía ante mi nerviosismo—. O, por lo menos, muchas personas estudiaron la unión durante cierto tiempo. Intentaban descubrir si tenía sentido hablar de la creación no sólo de sucesos microscópicos particulares, sino de toda la mecánica cuántica subyacente y de todas las distintas ecuaciones de campo (que entonces no estaban unificadas) a partir de una secuencia de preguntas a las que se puede contestar «sí» o «no». La realidad a partir de la información, de una acumulación de conocimientos. Como lo expresó Wheeler: «un todo a partir de un fragmento».

—Suena a una de esas ideas bonitas que no funcionan —dije—. Nadie del congreso habla de ese tipo de cosas.

—La física de la información desapareció de toda discusión cuando la Teoría Estándar del Campo Unificado se edificó sobre las cenizas de las supercuerdas —admitió Conroy—. ¿Qué tenía que ver la geometría del espacio global de diez dimensiones con las secuencias de información? Muy poco. La geometría tomó el control. Y ha sido el enfoque más productivo desde entonces.

—¿Y dónde encaja la cosmología antropológica? ¿Tenéis una TOE basada en la física de la información que las figuras consagradas no se toman en serio?

—No —dijo Conroy riéndose—. No podemos competir en ese campo, ni queremos. Buzzo, Mosala y Nishide pueden pelearse entre ellos. Estoy totalmente convencida de que, al final, uno conseguirá una TOE perfecta.

—¿Entonces?

—Volvamos al viejo modelo de Wheeler del universo. Las leyes de la física surgen de modelos y regularidades que se encuentran en los datos aleatorios. Pero si un suceso no tiene lugar a menos que sea observado, una ley no existe a menos que se entienda. Pero eso suscita una pregunta, ¿verdad? ¿Quién es el que tiene que entenderla? ¿Quién decide lo que es consecuente? ¿Quién decide la forma que puede adoptar una ley o lo que constituye una explicación?

»Si el universo sucumbiera de forma instantánea a cualquier explicación humana, viviríamos en un mundo en el que la edad de piedra de la cosmología sería literalmente cierta. O sería como las viejas sátiras de la vida después de la muerte, con un cielo distinto para cada fe en conflicto... incluso antes de morir. Pero el mundo no es así. Estamos juntos discutiendo sobre la naturaleza de la realidad, y da igual cuántas personas discrepen. No salimos flotando a universos particulares en los que nuestras explicaciones son la verdad absoluta.

—Bueno, no. —Tuve una imagen vívida de los miembros del grupo teatral de RM que seguían a Jung, vestido de flautista de Hamelín, a la boca de un agujero de gusano psicodélico que conducía a un cosmos completamente distinto, adonde no podía seguirlos ningún racionalista—. ¿Y eso no te hace pensar que el universo, a fin de cuentas, no es participativo? —pregunté—. ¿Que las leyes pueden ser principios fijos, independientes de las personas que las comprenden?

—No. —Conroy sonrió con amabilidad, como si esta idea le pareciera ingenua y curiosa—. Toda la relatividad y la mecánica cuántica rechazan cualquier telón de fondo absoluto: tiempo absoluto, historia absoluta... y leyes absolutas. Pero me hace pensar que es necesario que la idea de participación se formule con rigor en las matemáticas de la teoría de la información y que las distintas posibilidades tengan que ser analizadas con mucho cuidado.

—¿Con qué objeto? —Era difícil refutarle lo anterior—. Si no se compite por el descubrimiento de una TOE que funcione...

—La cuestión es entender los medios mediante los que la ciencia de las TOE puede dar lugar a una TOE activa. Cómo el conocimiento de las ecuaciones puede llegar a fijar firmemente la realidad que describen en un lugar... con tanta firmeza que no podremos albergar la esperanza de ver lo que hay detrás, de atisbar el proceso que la mantiene ahí.

—Si admites que no tenemos la esperanza de hacer eso —contesté riéndome—, acabas de pasar directamente a la metafísica.

—Cierto. —Conroy no se inmutó—. Pero creemos que, aun así, puede hacerse con un espíritu científico: aplicar la lógica y utilizar las herramientas matemáticas adecuadas. Eso es la cosmología antropológica: el viejo enfoque teórico de la información redivivo como algo externo a la física. Quizá no sea necesario descubrir la TOE, pero creo que su existencia tiene sentido.

Me incliné hacia ella; me pareció que sonreía, casi sin querer, y estaba fascinado a pesar de mi escepticismo. Tal y como estaban las pseudociencias de las sectas, éstas, por lo menos, eran gilipolleces con clase.

—¿Cómo? ¿Qué posibilidad habéis analizado que pueda darle a una teoría un poder que no existiera ya en la naturaleza?

—Imagina la siguiente cosmología —dijo Conroy—: olvida la idea del comienzo del universo con un Big Bang adecuado, ajustado y necesario para crear estrellas, planetas, vida inteligente y una cultura capaz de encontrarle sentido. En su lugar, toma como punto de partida el hecho de que hay un ser humano vivo que puede explicar todo el universo en los términos de una teoría. Dale la vuelta a todo y da por supuesto únicamente que esta persona existe.

—¿Cómo puede ser lo único? —dije irritado—. No se puede tener un ser humano vivo y nada más. Y si se asume que esta persona puede explicar el universo, será porque hay un universo que explicar.

—Exacto. —Conroy sonrió con calma y sin síntomas de locura, pero se me erizó el pelo de la nuca y, de repente, supe lo que iba a decir a continuación—. A partir de esta persona el universo «crece» gracias a la capacidad de explicarse, en todas direcciones y hacia delante y atrás en el tiempo. En lugar de salir despedido del preespacio, en vez de «causarse» inexplicablemente al principio del tiempo, se cristaliza tranquilamente alrededor de un ser humano.

»Por eso el universo obedece una sola ley, una Teoría del Todo. Lo explica todo una persona a la que llamamos la Piedra Angular. Todos los seres y todas las cosas existen porque la Piedra Angular existe. El modelo cosmológico del Big Bang no puede conducir a nada: un universo de polvo frío, un universo de agujeros negros, un universo de planetas muertos. Pero la Piedra Angular necesita todo lo que el universo contiene en la actualidad, estrellas, planetas y vida para explicar su propia existencia. Y no sólo los necesita: puede explicarlo todo y darle pleno sentido, sin lagunas, defectos ni contradicciones.

»Por eso es posible que miles de millones de personas estén equivocadas. Por eso no vivimos de acuerdo a una cosmología de la edad de piedra y ni siquiera a la de la física newtoniana. La mayoría de las explicaciones no son lo bastante fuertes, completas o coherentes para dar existencia al universo... y para explicar una mente capaz de dar cabida a esa explicación.

Me recliné y me quedé mirando a Conroy. No quería ser grosero, pero no tenía nada educado que decir. Finalmente, aquello era lenguaje de secta puro: podría estar diciéndome que Violet Mosala y Henry Buzzo eran las encarnaciones de un par de deidades hindúes enfrentadas o que la Atlántida emergería del océano y las estrellas caerían del firmamento mientras se escribía la ecuación definitiva.

Salvo que, si lo hubiera hecho, dudo que sintiera el mismo cosquilleo inquietante que me bajaba por la espalda hasta los antebrazos. Se había mantenido lo bastante cerca de las orillas de la ciencia, durante bastante parte del recorrido, para desarmarme un poco.

—No podemos ver cómo aparece el universo —continuó—; somos parte de él, estamos atrapados en el espaciotiempo creado por el acto de la explicación. Lo único que podemos aspirar a presenciar, con el paso del tiempo, es la persona que será la primera en llevar la TOE en su mente, captar las consecuencias y, de manera invisible e imperceptible, conferirnos la existencia a todos. —De pronto, empezó a reír y rompió el hechizo—. Sólo es una teoría. Las matemáticas que la sustentan tienen un sentido perfecto, pero la realidad es imposible de comprobar por su misma naturaleza. Así que, desde luego, podríamos estar equivocados.

»Pero ahora, ¿entiendes por qué alguien como Akili, que cree, quizá con demasiada vehemencia, que podemos tener razón, quiere asegurarse de que no le hacen ningún daño a Violet Mosala?

Anduve hacia el sur más de lo necesario mientras buscaba una parada de tranvía un poco alejada de aquella en la que había bajado. Necesitaba estar al aire libre bajo las estrellas durante un rato para volver a poner los pies en el suelo. Incluso aunque Anarkia no pudiera considerarse tierra firme.

Las revelaciones de la noche me habían tranquilizado: parecían atarlo todo y dar sentido, al fin, a todas las distracciones que me habían apartado de mi trabajo.

Los de CA eran unos maniáticos inofensivos, y aunque resultara entretenido incluirlos como nota a pie de página en
Violet Mosala
, la integridad del documental no se vería afectada si no los sacaba, como me habían pedido ellos y Mosala. ¿Por qué ofender a ambas partes en nombre del periodismo audaz sólo para provocar sonrisitas de complicidad entre el público de SeeNet?

Y Kuwale estaba totalmente paranoica. Su postura era comprensible aunque no justificable. La vida de una Piedra Angular potencial no era un asunto para tomárselo a la ligera. Tampoco lo era que el universo pudiera venirse abajo: si Mosala moría antes de «conferirnos la existencia a todos nosotros», estaba claro que otra persona tendría que hacerlo y que, simplemente, ella no era la elegida. Esto no excluía una gran reverencia por los todavía meros candidatos a creadores, y los rumores de la emigración de Mosala debieron de bastar para que Kuwale empezara a ver enemigos que salían a rastras de la roca de arrecife.

Esperé el tranvía en una calle desierta. Mientras miraba arriba a través del aire frío, veía la riqueza deslumbrante de las estrellas (y satélites) y le daba vueltas a la fantasía perversamente elegante de Conroy. Si Mosala era la Piedra Angular, me alegraba de que tratara a los CA con tanto desdén. Si su explicación del universo incluía una TOE convencional y nada más, todo iría bien. Pero si se tomara la cosmología antropológica en serio... seguro que eso la expulsaría del complejo entramado de explicaciones que hilvanaba para todos. Una Teoría del Todo no era una Teoría del Todo si existía otro nivel, un estrato más profundo de verdad.

Originar un universo en el que uno mismo tuviera cabida me parecía una tarea demasiado dura; había que explicar la existencia de los propios ancestros (necesaria para explicar la propia), la de los miles de millones de primos humanos (una consecuencia lógica inevitable, lo mismo que los parientes más lejanos: animales y plantas), el mundo que se habitaba, el sol alrededor del cual se giraba y otros planetas, soles y galaxias que no eran necesarios de forma tan obvia para sobrevivir, pero que, posiblemente, permitían que una TOE relativamente sencilla (que se podía albergar en la mente) pudiera ser reemplazada por otra con triquiñuelas que la hicieran más ahorrativa en el mercado inmobiliario cósmico. «Conferir la existencia a todo eso» sería ya bastante duro; no resultaría nada agradable estar obligado también a crear el poder de crearlo, tener que conferir la existencia a la cosmología antropológica que permitiera conferir la existencia a las cosas.

Una separación de poderes sabia. Dejar la metafísica para otro.

Subí al tranvía. Un par de pasajeros me sonrió, nos saludamos y conversamos... sin que nadie sacara un arma ni pidiera dinero.

Mientras andaba por la calle hacia el hotel, revisé unos cuantos documentos de mi agenda para comprobar que no había perdido nada durante el apagón. Había preparado una lista de las preguntas que quería hacerles a los antropocosmólogos y las repasé para ver qué tal me había ido. Sólo me había dejado un punto: no estaba mal para alguien acostumbrado a una muleta electrónica, pero, aun así, me resultó molesto.

Kuwale dijo que era de la «corriente principal» de CA. Así que, si toda la metafísica salvaje que Conroy me había endosado era la corriente principal de la cosmología antropológica, ¿qué creerían los marginales?

Mi complacencia empezaba a desvanecerse. Lo que había oído era una versión de la doctrina de CA. Conroy decidió hablar en nombre de todos, pero eso no implicaba que todos estuvieran de acuerdo. Como mínimo necesitaba volver a hablar con Kuwale, pero tenía cosas mejores que hacer que vigilar la casa con la esperanza de que apareciera.

En mi habitación hice que
Hermes
buscara en los directorios de comunicaciones mundiales. Había unos siete mil Kuwale con direcciones en una docena de países, pero ningún Akili. Lo que significaba que, probablemente, era un apodo, un diminutivo o un nombre de ásex no oficial. Sin saber ni de qué país procedía, iba a ser imposible delimitar la búsqueda.

No había grabado mi conversación con Kuwale, pero cerré los ojos, invoqué a
Testigo
y jugué con las opciones del programa de identificación hasta que vi su cara con claridad: en forma digital en la memoria que había en mis entrañas, así como en el ojo de mi mente. Conecté el cable umbilical, pasé la imagen a la agenda e inspeccioné las bases de datos mundiales de noticias en busca de su nombre o cara. No todo el mundo tenía sus quince minutos de fama, pero con nueve millones de revistas sin ánimo de lucro en la red además de todos los anuncios, no hacía falta ser una celebridad para estar en los archivos. Gana un concurso agrotécnico en la Angola rural, marca un gol para el equipo de fútbol más desconocido de Jamaica y...

No hubo suerte. La teta electrónica fallaba de nuevo... con un coste de trescientos dólares.

Other books

Intimate Deception by Laura Landon
INK: Abstraction by Roccaforte, Bella
The Thief Taker by C.S. Quinn
She Walks in Darkness by Evangeline Walton
A Little Christmas Magic by Alison Roberts
Gauge by Chris D'Lacey
Soundtracks of a Life by Lupo, Carina