El Instante Aleph (24 page)

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Authors: Greg Egan

—Por supuesto que sí. —Asintió sin presunción—. ¿Tú no?

Cuando volví a mi habitación me quedé mirando sin entender nada la primera página del artículo del
Physical Review
más controvertido de Helen Wu. Intenté reconstruir la manera en que Sarah Knight se había tropezado con los antropocosmólogos durante su investigación para
Violet Mosala
. Quizá Kuwale se enteró del proyecto y se puso en contacto con ella, igual que conmigo.

¿Cómo iba a enterarse?

Sarah venía de la política, pero había hecho un documental de ciencia para SeeNet. Comprobé la programación. El título era
Sujetando el cielo
y el tema era la cosmología alternativa. No se emitiría hasta junio, pero estaba en la biblioteca privada de SeeNet y yo tenía acceso pleno.

Lo vi entero. Iba desde las teorías casi ortodoxas (aunque probablemente indemostrables): universos paralelos cuánticos que divergían a partir de un solo Big Bang, múltiples Big Bangs que se materializaban a partir del preespacio con distintas constantes físicas, universos que se «reproducían» por medio de agujeros negros y transmitían leyes físicas con mutaciones a su descendencia..., hasta los conceptos más exóticos y descabellados: el cosmos como un autómata celular, un subproducto fortuito de la matemática platónica sin estructura como una nube de números aleatorios que sólo poseía forma en virtud del hecho de que una de sus formas posibles incluía observadores conscientes.

No se mencionaba a la Cosmología Antropológica, pero quizá Sarah se la había reservado para un proyecto posterior, para el momento en que esperaba haberse ganado su confianza y asegurado su colaboración. O quizá la había reservado para Violet Mosala, en caso de que existiera una relación sustancial entre ambos, si era algo más que una coincidencia que Kuwale les profesara devoción a los dos.

Envié a
Sísifo
a explorar hasta el último rincón de la versión interactiva de
Sujetando el cielo
, pero no había referencias solapadas ni pistas prometedoras. Y ninguna base de datos pública del planeta contenía nada sobre los CA. Todas las sectas tenían asesores de imagen para conseguir el efecto adecuado con sus protestas ante los medios de comunicación, pero la invisibilidad total implicaba un grado de disciplina extraordinario, no relaciones públicas caras.

La secta de la Cosmología Antropológica. Significado: ¿El conocimiento humano del universo? No era una etiqueta que resultara clara al instante. Por lo menos Renacimiento Místico, ¡Ciencia Humilde! y Primera Cultura no dejaban lugar a dudas sobre sus prioridades.

Sin embargo contenía al hombre e, indirectamente, una palabra «S». No me sorprendía que tuvieran facciones opuestas: una corriente principal y otra marginal.

Cerré los ojos. Me parecía oír la respiración de la isla con su exhalación constante y el océano subterráneo que erosionaba la roca por debajo.

Abrí los ojos. A aquella escasa distancia del centro, estaría encima del
guyot
. Debajo de la roca de arrecife había basalto y granito hasta llegar al fondo del océano.

El sueño me alcanzó y logró vencerme, a pesar de todo.

15

Llegué tarde a la ponencia de Helen Wu. El auditorio estaba casi vacío, pero Mosala ya había llegado y estaba estudiando atentamente algo en su agenda. Me senté a un asiento de distancia de ella. No levantó la vista.

—Buenos días.

—Buenos días —dijo con frialdad después de mirarme, y siguió con lo que estuviera leyendo.

Siempre me quedaba el recurso de cambiar su lenguaje corporal en el montaje.

Aunque no se trataba de eso.

—¿Qué le parece si le prometo que no utilizaré nada de lo que dijo sobre las sectas ayer y, a cambio, acepta darme algo que se haya pensado mejor más adelante? —dije.

—De acuerdo —dijo después de meditarlo sin apartar los ojos de la pantalla—. Es justo. —Me miró—. No quiero ser grosera, pero necesito terminar esto. —Me enseñó su agenda; estaba a mitad de un artículo que Wu había publicado en el
Physical Review
hacía unos seis meses.

No comenté nada, pero seguro que notó que me había escandalizado durante un momento.

—El día sólo tiene veinticuatro horas —se defendió Mosala—. Sé que debería haber leído esto hace meses, pero... —Hizo un gesto de impaciencia.

—¿Puedo grabarla mientras lo lee?

—¿Y que se entere todo el mundo? —preguntó horrorizada.

—Ganadora del premio Nobel pone al día sus deberes —dije—. Demostraría que tiene algo en común con el resto de los mortales. —Estuve a punto de añadir: «Es lo que llamamos humanizar al personaje».

—Puede empezar a filmar cuando comience la ponencia —dijo Mosala con firmeza—. Eso es lo que figura en el plan que acordamos, ¿verdad?

—Verdad.

Siguió leyendo, ahora sin hacerme ningún caso; toda la afectación y la hostilidad se habían desvanecido. Me invadió una sensación de alivio: probablemente, entre los dos acabábamos de salvar el documental. Hablaríamos de su opinión sobre las sectas, pero tendría derecho a expresarse con más diplomacia. Era un compromiso sencillo y obvio; sólo deseé que se me hubiera ocurrido antes.

Miré a hurtadillas (sin grabar) la agenda de Mosala mientras ella leía. Abría un programa auxiliar cada vez que llegaba a una ecuación, y en la pantalla brotaban ventanas llenas de comprobaciones algebraicas y análisis detallados de los desarrollos que había entre los pasos de la argumentación de Wu. Me pregunté si habría entendido mejor los artículos de Wu con esta clase de ayuda. Probablemente no: algunas de las anotaciones de las ventanas «aclaratorias» me parecían más crípticas que el texto original.

Podía seguir, muy por encima, casi todos los temas que se comentaban en el congreso, pero Mosala, con un poco de ayuda de su ordenador, podía llegar claramente hasta el nivel donde las matemáticas superaban el escrutinio riguroso o se hacían pedazos. Nada de retórica seductora, metáforas persuasivas ni llamadas a la intuición: sólo una secuencia de ecuaciones en las que cada una conducía inexorablemente a la siguiente o no. Aprobar aquella inspección no demostraba nada, desde luego; una cadena inmaculada de razonamientos sólo conducía a una fantasía elegante si los fundamentos físicos de las premisas eran incorrectos. Pero era imprescindible analizar las conexiones para comprobar cada hilo de la telaraña de lógica que enlazaba dos posibilidades.

En mi opinión, todas las teorías y sus consecuencias lógicas, todos los conjuntos de leyes generales y las posibilidades concretas que dictaban, formaban un todo indivisible. Las leyes universales de Newton del movimiento y la gravedad, las órbitas elípticas idealizadas de Kepler y cualquier modelo del Sistema Solar (anterior a Einstein) formaban parte del mismo entramado de ideas, de la misma capa de razonamiento firmemente tejida. Ninguna había resultado ser totalmente correcta, así que toda la capa de la cosmología newtoniana había sido arrancada (las uñas se deslizaron bajo la esquina sin rematar en la que las velocidades se aproximaban a la de la luz) en busca de algo más profundo. Y lo mismo había pasado unas cuantas veces desde entonces. El truco consistía en saber qué constituía cada capa exactamente para arrancar el correspondiente entramado de ideas falsadas y predicciones fallidas, y solamente eso... hasta que se llegaba a una capa perfecta, coherente y que encajaba con todas las observaciones disponibles del mundo real.

Eso era lo que distinguía a Violet Mosala (de la mitad de sus colegas, sin duda, pero también de los periodistas científicos de tercera) y lo que ningún proceso de humanización podría cambiar nunca: si se proponía una TOE que no encajara con los datos experimentales o que se deshiciera en medio de contradicciones, ella sería capaz de seguir el razonamiento hasta donde fuera necesario y arrancar la totalidad del precioso fallo como si fuera una capa perfecta de piel muerta.

¿Y si no había un fallo precioso? ¿Y si resultaba que la TOE en cuestión era perfecta? Mientras la veía analizar la elaborada argumentación matemática de Wu como si estuviera escrita en la prosa más sencilla, podía imaginármela cuando llegara el día (daba igual que la TOE fuera la suya) en que analizaría pacientemente las consecuencias de la teoría en todas las escalas, las energías y los niveles de complejidad, y haría todo lo posible para tejer el universo en un todo indivisible.

El auditorio empezó a llenarse. Mosala acabó el artículo justo cuando Wu subió al estrado.

—¿Cuál es el veredicto? —susurré.

—Creo que es casi todo correcto. —Mosala estaba pensativa—. No ha demostrado del todo lo que se había propuesto, todavía no, pero estoy prácticamente segura de que va por el buen camino.

—¿Y eso no la preocupa...? —empecé a preguntar, sorprendido.

—Paciencia. —Se llevó un dedo a los labios—. Vamos a escucharla.

Helen Wu vivía en Malasia, pero durante los últimos treinta años había trabajado para la Universidad de Bombay. Era la coautora de al menos una docena de artículos de gran importancia, entre los que se incluían dos con Buzzo y uno con Mosala; pero, por alguna circunstancia, no había alcanzado el mismo grado de celebridad. Probablemente era tan ingeniosa e imaginativa como Buzzo y quizá tan rigurosa y meticulosa como Mosala, pero parecía haber tardado bastante más en alcanzar las fronteras del campo (algo sólo perceptible en retrospectiva) y no había tenido la suerte de escoger problemas que dieran resultados generales imponentes.

Gran parte de la ponencia estaba, simplemente, más allá de mis posibilidades. Cubrí todo el discurso y los gráficos con esmero, pero mis pensamientos vagaban a la cuestión de cómo podría parafrasear el mensaje y evitar los tecnicismos. ¿Quizá con un diálogo interactivo?

Elige un número entre diez y mil. No me lo digas.

[Piensa... 575]

Suma las cifras.

[17]

Súmalas otra vez.

[8]

Añade tres.

[11]

Resta esta cantidad del número inicial.

[564]

Suma las cifras.

[15]

Halla el resto que queda cuando lo divides entre nueve.

[6]

Elévalo al cuadrado.

[36]

Súmale seis.

[42]

¿El número que tienes en mente es... cuarenta y dos?

[¡Sí!]

Inténtalo otra vez.

Desde luego, el resultado final era siempre el mismo. Todos los pasos elaborados de este truco barato para fiestas eran sólo una manera larga y complicada de decir que X menos X es siempre igual a cero.

Wu insinuaba que el enfoque de Mosala para elaborar la TOE venía a ser lo mismo: los desarrollos matemáticos, simplemente, se cancelaban. A una escala mayor y de una manera mucho menos obvia, pero, al final, una tautología era una tautología.

Wu hablaba con calma mientras las ecuaciones fluían por la pantalla que estaba situada tras ella. Para explicar paso por paso estas relaciones, para atajar de una parte del trabajo de Mosala a otra, Wu había tenido que demostrar media docena de teoremas matemáticos nuevos, todos difíciles y útiles en sí mismos. (Ésta no era mi opinión ignorante; había comprobado en las bases de datos las citas a sus trabajos anteriores, en los que había preparado el terreno para aquella ponencia.) Y, para mí, eso era lo extraordinario: que fuera posible una reformulación tan exhaustiva y compleja de «X menos X equivale a cero». Era como si al final resultara que una cuerda retorcida minuciosamente, que entraba y salía de sus vueltas unos cientos de miles de veces, no estaba anudada, sino que era una lazada simple, dispuesta de forma recargada, pero que, en última instancia, podía desenredarse por completo con un tirón. Quizá esto sería una metáfora mejor y en la versión interactiva el público con guantes de realidad virtual podría comprobar que el «nudo», en realidad, sólo era una lazada.

Sin embargo, no se puede coger un par de ecuaciones tensoriales de Violet Mosala y, simplemente, desarrollarlas para averiguar cómo están relacionadas. Había que deshacer el nudo falso con la mente (se podía contar con la ayuda de un programa, pero no lo hacía todo). Siempre era posible cometer errores sutiles. Los detalles lo eran todo.

Wu acabó y llegó el turno de preguntas. El público estaba cautivado; sólo hubo un par de preguntas vacilantes para aclarar dudas, pero que no indicaban aceptación ni rechazo.

—¿Todavía cree que va por el buen camino? —pregunté a Mosala.

—Sí —dijo dubitativa.

El auditorio se estaba vaciando a nuestro alrededor. Veía de reojo que las personas que pasaban a nuestro lado detenían la mirada en Mosala. Era todo muy civilizado: nada de adolescentes que se desmayaban o suplicaban autógrafos, pero había destellos inconfundibles de entusiasmo, reverencia y adoración. Reconocí a algunos de los miembros del club de fans cuyo apoyo fue muy evidente durante la rueda de prensa, pero no había visto a Kuwale en ningún lugar del edificio, ni una vez. Si se preocupaba tanto por Mosala, ¿por qué no estaba aquí?

—¿Qué significaría para su TOE que Wu tuviera razón?

—Quizá refuerce mi posición —dijo Mosala con una sonrisa.

—¿Por qué? No lo entiendo.

—Es un asunto complicado. —Miró su agenda—. ¿Le parece que lo veamos mañana? —Miércoles por la tarde, nuestra primera sesión de entrevista.

—Desde luego. —Empezamos a salir juntos. Estaba claro que Mosala tenía otra cita; era entonces o nunca—. Hay algo que quería decirle —añadí—. No sé si es importante, pero...

—Adelante —dijo, aunque parecía distraída.

—Cuando llegué, alguien llamado Akili Kuwale me recibió en el aeropuerto... —No mostró ninguna reacción ante el nombre, así que proseguí—: Dijo que era de la corriente principal de Cosmología Antropológica y... —Mosala dejó escapar un gemido suave, cerró los ojos y se paró en seco.

—Voy a dejarle esto completamente claro —dijo volviéndose hacia mí—. Si se le ocurre mencionar a los antropocosmólogos en este documental, yo...

—No tengo intención de hacer eso —la interrumpí de inmediato. Me miraba enfadada, desconfiada—. ¿Cree que me dejarían aunque quisiera? —añadí.

—No sé de qué son capaces —dijo todavía alterada—. ¿Qué quería esa persona si no era publicidad para sus ideas lunáticas?

—Le parecía que usted corre peligro —dije con cuidado. Pensé en comentar la cuestión de la emigración a Anarkia, pero Mosala estaba ya tan cerca de estallar que decidí que el riesgo no valía la pena.

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