El legado de la Espada Arcana (9 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Garald y el general Boris intercambiaron una mirada. El general hizo un leve gesto afirmativo y el rey contestó con otro a su vez.

—Muy bien. General, si sois tan amable...

El general se dirigió a la puerta de la sala de estar, y dijo algo a un miembro de su personal. El soldado hizo una seña a sus hombres y todos se retiraron dejándonos a los cuatro solos en la habitación. El sonido de botas resonó por toda la casa, al realizar una última comprobación, luego las pisadas se alejaron y la puerta principal se cerró. Por la ventana vi cómo los soldados se desplegaban, asegurando la zona.

Aunque éramos cuatro los que quedábamos en la vivienda, ésta parecía vacía y solitaria. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era como si ya hubiéramos abandonado el lugar, para no regresar jamás.

De los cuatro, Saryon era el que parecía más cómodo. Tomada su decisión, se mostraba tranquilo y —curiosamente, con un rey y un general presentes— era mi señor quien controlaba la situación.

Lo cierto es que, cuando Garald se disponía a hablar, Saryon se adelantó para decir:

—Majestad, vuestro enviado Mosiah nos explicó la situación con toda claridad anoche. La visita de los Tecnomantes resultó también muy instructiva.

Al oír esto, el monarca se removió incómodo en el sofá e hizo otra vez intención de decir algo, pero Saryon siguió hablando, con voz apacible e imperturbable.

—He tomado una decisión provisional —manifestó Saryon—. Necesito más información antes de tomar una decisión firme. Espero que vosotros dos, caballeros, al igual que el caballero que esperamos dentro de un rato, podréis facilitarla.

—Sobre Kevon Smythe, la persona que esperamos —repuso el general Boris—; deberíais saber algunas cosas, Padre.

—Ya sé bastantes cosas sobre él —respondió mi señor, esbozando una sonrisa—. Pasé la noche buscando información sobre él en la
World Wide Weave
.


Web
—le corregí por señas.


Web
—contestó Saryon—. Siempre me confundo.

Los dos visitantes parecieron asombrados; pero si conocieran bien a Saryon, no lo habrían estado. Si bien la tecnología del motor de combustión lo desconcertaba, se había adaptado al ordenador como un pato al agua.

—Consulté diferentes fuentes de información —prosiguió, y yo reprimí una sonrisa, pues sabía que en aquel momento se dedicaba inocentemente a presumir—. Leí artículos sobre Smythe escritos por analistas políticos. Leí informes periodísticos, e incluso escudriñé una biografía, que aparece en ellos. En ninguna parte encontré ninguna alusión a que Kevon Smythe fuera un Tecnomante.

—Claro que no, Padre —dijo Garald—. Se ha preocupado de mantener en secreto esa parte de su vida. Y, además, ¿quién lo creería? Sólo los que nacieron y se criaron en Thimhallan. Y —añadió, incluyendo al general Boris— los que alguna vez estuvieron allí. ¡Sin duda vos no lo ponéis en duda! Tras lo sucedido anoche...

—Desde luego, Majestad. —Saryon se mostraba tranquilo—. Tal y como he dicho, lo sucedido anoche resultó muy instructivo. Los informes sobre Kevon Smythe hablan de su ambición, meteórica ascensión a la fortuna y la fama, su habilidad para persuadir a la gente de que debía apoyar su causa. Todos se maravillan de su suerte, lo que denominan «golpes de suerte», que le concedieron la riqueza de la que ahora disfruta, o lo situaron en el lugar adecuado en el momento oportuno, o le llevaron a tomar la decisión apropiada.

—Lo que ellos llaman suerte, algunos de nosotros lo llamamos magia —repuso el rey Garald.

—¿Cómo es posible que nadie lo sepa? —inquirió mi señor con suavidad.

—¿Ponéis en duda las palabras de Su Majestad? —El rostro del general Boris enrojeció.

Garald le hizo callar con un gesto de la mano.

—Comprendo la preocupación del Padre Saryon. A mí también me costó creerlo, al principio. Pero así es como los Tecnomantes han estado trabajando en este mundo desde hace una eternidad.

»Sin duda habréis oído relatos sobre los que practican la llamada magia negra; cultos de adoradores de Satanás, que se visten de negro y mutilan animales y bailan en los cementerios a medianoche. Esto es lo que la mayoría de los habitantes de la Tierra equipara con las artes arcanas. Esto
no
es un Tecnomante. Ellos mismos se ríen de tales tonterías e incluso las utilizan para sus propios fines... desvían la atención de ellos.

»¿Quién creería que un hombre de negocios con un traje de tres piezas, de quien se dice que es un genio jugando en la bolsa, utiliza sus poderes mágicos para hacerse invisible, asistir a las reuniones de consejos directivos, y de este modo obtener información confidencial? ¿Quién creería que la malversadora que dejó a su empresa en la ruina financiera consiguió engañar a todo el mundo debido al control mágico que ejercía sobre sus mentes?

Era ridículo, incluso para mí, y yo había visto con mis propios ojos a los Tecnomantes de ropas plateadas invadiendo nuestra casa.

El monarca prosiguió entonces en tono más agrio.

—Cuando me enteré por vez primera de que los Cuatro Cultos de la Magia Arcana seguían existiendo, intenté advertir a los miembros del gobierno terrestre. Ni siquiera mi mejor amigo me creyó. —Miró a James Boris, que sonrió pesaroso y sacudió la cabeza—. No perderé el tiempo relatando qué fue lo que ocurrió para poder convencerlo. Estuvo a punto de costarnos la vida a ambos, pero, finalmente, lo creyó. El general sugirió que yo malgastaba mi tiempo y mis energías combatiendo abiertamente a los Tecnomantes. Debía adoptar su propia estrategia.

—Mosiah os contó que él había sido uno de ellos —intervino el general Boris, inclinándose hacia adelante—. ¿Os contó que se ofreció voluntario para convertirse en uno de ellos? ¿Para actuar clandestinamente? ¿Que arriesgó la vida para descubrir sus siniestros secretos?

—No —contestó Saryon, y pareció aliviado—. No, no lo hizo.

—Mediante él descubrimos muchas cosas sobre su organización; descubrimos la auténtica naturaleza de esa «fábrica química» que tienen en funcionamiento y su función —Garald sonrió con gesto irónico—, ¡incluso reciben lucrativas ayudas gubernamentales!

—Trabajáis con él —indicó Saryon con dulzura—. No lo denunciáis.

—No tenemos elección —respondió el rey, y su voz era sombría y dura—. Tiene a nuestra gente y a la gente de la Tierra como rehenes.

—Los Tecnomantes se han infiltrado en todos los estamentos militares —indicó el general Boris—. No cometen sabotajes. Desde luego que no. Son demasiado inteligentes para hacerlo. Se han convertido en indispensables para nosotros. Debido a su poder y habilidades, conseguimos resistir a los extraterrestres. Si ellos retiraran su ayuda mágica... peor aún, si volvieran su magia contra nosotros... estaríamos perdidos.

—¿Cómo lo consiguen? —Saryon estaba perplejo.

—Os daré un ejemplo muy simple. Poseemos un torpedo con un cerebro electrónico. Podemos programar el torpedo para que alcance su objetivo, pero entonces el enemigo detecta el torpedo, y envía una señal electrónica para alterar su cerebro. Pero lo que no pueden enviar es una señal para alterar la magia. Un Tecnomante que guíe mágicamente ese torpedo, lo enviará infaliblemente hacia su objetivo.

»Y si —la voz del general bajó aún más su entonación— ellos alteraran mágicamente la programación del torpedo, hicieran que girara y atacara un blanco distinto, no un blanco enemigo... —Encogió sus fornidos hombros.

—Por lo que nos han contado, controlan armamento nuclear del mismo modo —dijo el rey Garald—, y tras llevar a cabo investigaciones, tenemos motivos para creer que nos dicen la verdad.

—Para expresarlo de otro modo, no nos atrevemos a considerarlo un farol —intervino el general, hablando sin rodeos.

—No veo cómo la Espada Arcana podría ayudaros contra esa gente —repuso Saryon, y en ese momento conocí su decisión.

—Para ser sinceros, tampoco nosotros —admitió el rey.

—Entonces, por qué...

—Porque ellos la temen —le contestó el monarca—. No sabemos por qué. No sabemos qué descubrieron o cómo lo descubrieron, pero han recibido una advertencia de sus investigadores, los D'karn-kair, que la Espada Arcana podría representar tanto una ventaja como una amenaza.

Saryon hizo un gesto de insatisfacción.

Garald lo contempló en silencio, luego añadió:

—Existe otra razón.

—Me lo imaginaba —contestó Saryon, añadiendo en tono seco—: de lo contrario no os habríais tomado tantas molestias para reclutarme.

—Nadie lo sabe excepto los
Duuk-tsarith
, y ellos están obligados por sus juramentos de lealtad a mantener el secreto. De lo contrario, Mosiah os lo habría contado anoche. ¿Recordáis al Patriarca Radisovik, a quien conocisteis como Cardinal Radisovik?

—Sí, sí, lo recuerdo. Un hombre bueno y sensato. De modo que ahora es Patriarca. ¡Magnífico! —respondió Saryon.

—El Patriarca trabajaba solo en su estudio un día cuando advirtió que había alguien en su habitación. Levantó la cabeza y se asombró al encontrar a una mujer sentada en una silla frente a su mesa. Era un acontecimiento muy extraño, ya que el secretario del Patriarca tenía instrucciones estrictas de no dejar pasar nunca a nadie al despacho sin una cita previa.

«Temiendo que la mujer estuviera allí para causarle algún daño, el Patriarca se dirigió a ella con afabilidad, sin dejar de presionar en todo momento un botón secreto, oculto bajo su mesa, para avisar a los guardas.

»El botón aparentemente no funcionó. No apareció guarda alguno. Pero la mujer le aseguró que no tenía nada que temer.

»—He venido a facilitarle información —dijo—. En primer lugar, le sugiero que suspendan la guerra contra los hch'nyv. No tienen ninguna posibilidad, ni una sola, de derrotar a los extraterrestres. Son demasiado fuertes y poderosos. Lo que han visto no es más que una mínima parte de sus efectivos totales, que son millones de millones. No negociarán con ustedes. No tienen ninguna necesidad de hacerlo. Su intención es destruirlos y lo conseguirán.

»El Patriarca estaba atónito. La mujer, dijo, aparecía muy tranquila y le transmitió esta terrible información en un tono que no dejó la menor duda en su mente de que decía la verdad.

»—Perdóneme, señora —le dijo el Patriarca—, pero ¿quién es usted? ¿A quién representa?

«Ella le sonrió y respondió:

»—A alguien muy cercano a usted, que siente un interés personal por usted. —Y a continuación prosiguió, diciendo—: Usted y las gentes de Thimhallan y de la Tierra sólo tienen una posibilidad de sobrevivir. La Espada Arcana destruyó el mundo. Ahora podría usarse para salvarlo.

»—Pero la Espada Arcana ya no existe —protestó el Patriarca Radisovik—. Se destruyó a sí misma.

»—Ha sido forjada de nuevo. Ofrézcansela al creador de Thimhallan y encontrarán la salvación.

»En ese instante zumbó el intercomunicador del Patriarca. Él se volvió para contestar, y cuando se giró otra vez, la mujer había desaparecido. No la oyó salir, como tampoco la había oído llegar. Interrogó a su secretario y al personal de seguridad del edificio, que dijeron que nadie había entrado o salido del despacho. Se comprobó el botón de la mesa, y funcionaba sin problemas. Nadie pudo explicar por qué no había funcionado.

»Lo realmente extraordinario —añadió Garald—, es que las cámaras de seguridad del edificio no muestran ninguna imagen de esa mujer, ni siquiera la cámara colocada en el antedespacho del Patriarca. Más curioso aún: en aquel momento todavía no sabíamos nada de la visita efectuada por Smythe a Joram ni que Joram había forjado una nueva Espada Arcana, como dijo la mujer.

—¿A qué atribuye, pues, esta visita el Patriarca? —inquirió Saryon.

—A juzgar por lo que la mujer dijo —respondió el rey tras una vacilación—, sobre que representaba a alguien muy cercano al Patriarca, alguien que siente un interés personal por él, el Patriarca está convencido de que fue visitado por un agente de Almin. Un ángel, si lo preferís.

Observé que el general Boris se removía en su silla y parecía terriblemente incómodo y turbado.

—Un agente tal vez —interpuso el general—. La CIA, la Interpol, el Servicio Secreto de Su Majestad Británica, el FBI. Pero no de Dios.

—Esto es muy interesante —repuso Saryon, y me di cuenta de que su mente había empezado a reflexionar sobre ello.

—Fuera quien fuese el que trajo esta información, nuestros investigadores también quieren ahora esa espada —dijo el general—. Para saber si realmente podemos usarla contra los hch'nyv.

—Pero eso no fue lo que el án... la mujer dijo —interrumpió Saryon—. Ella dijo que la espada debía ser devuelta al creador de Thimhallan.

El general Boris tenía una expresión en el rostro equivalente a la de un adulto consintiendo el capricho de un niño de escuchar un cuento de hadas.

—¿Y quién se supone que es esa persona... Merlin? Vos lo encontráis, Padre, y yo le daré la Espada Arcana.

Saryon lo miró muy serio, pensando que acababa de decir un sacrilegio.

—Como mínimo —intervino el rey Garald en tono conciliador—. Debemos mantener la Espada Arcana lejos de las manos de los Tecnomantes.

Saryon parecía ahora preocupado, como si reconsiderara una decisión ya tomada. Los dos visitantes le habrían presionado más, si una enorme limusina negra no hubiera aparecido en ese momento.

El general Boris se llevó una mano al oído.

—Ya veo —dijo, hablando con un ayudante mediante un comunicador; acto seguido, el general nos miró a todos sombrío, y añadió—: Smythe está aquí.

6

—Ésta es mi magia —dijo Joram, dirigiendo su mirada a la espada que había en el suelo.

La Forja

Saryon y yo habíamos visto una representación del
Fausto
de Gounod en la BBC recientemente y yo tenía muy en mente a Mefistófeles mientras esperaba para conocer al jefe de los Tecnomantes. Desde luego, Smythe no encajaba muy bien en el papel de Mefistófeles, pues era de estatura mediana con una llameante cabellera roja y un puñado de pecas sobre el puente de la nariz. Pero en los ojos azul claro, que eran brillantes, cambiantes y fríos como el diamante, se encontraba el supuesto encanto que posee el diablo y que utiliza para tentar a la humanidad y arrastrarla hacia su propia destrucción.

Smythe era ingenioso y efervescente y trajo luz y aire a nuestra casa, que parecía lóbrega y sofocante por contraste. Sin duda sabía las cosas terribles que el rey y el general contaban sobre él y no le importaba: Smythe no dijo ni una sola palabra en su propia defensa, no dijo nada contra ninguno de ellos dos. De hecho, los saludó con deferencia y alegría. En su frío y pomposo saludo hacia él, fueron ellos los que se mostraron descorteses, amargados y retorcidos.

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