El Libro Grande (31 page)

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Authors: Alcohólicos Anónimos

Tags: #Autoayuda

Yo tenía diez años de edad cuando se levantó una revolución militar en el país que causó la quiebra del banco para el cual trabajaba mi padre. Se vio precisado a vender la magnífica residencia que teníamos y nos mudamos a la capital. Yo ocupaba el tercer lugar en una familia de cuatro, una hermana y hermano mayores y mi hermanito menor. Ya no era el
benjamín
de la familia pero yo nunca acepté ese hecho. Siempre seguí tratando de reconquistar el puesto de
predilecto
que tuve por siete años. Ya no se me mimaba ni se me consentía pero yo seguía siendo un
engreído
de mí mismo. En mis años de adolescente, cada vez que tenía la oportunidad de beber alcohol, lo hacía con mucho agrado porque la bebida me hacía sentir como si fuera el «rey de todo el mundo».

Era yo ya un joven de catorce años cuando se celebraba haber logrado el primer envase de un primer cocimiento de cerveza en una fábrica en la que mi padre tenía participación. La cerveza corría entre los empleados quienes bebían alegremente. Naturalmente, yo también me uní al júbilo y bebí cerveza hasta sentirme ya «
todo un hombre
». De regreso a la casa, sintiéndome un «
super macho
» empecé a molestar con intenciones sexuales a una empleada joven que había sido criada con nosotros más como un miembro de la familia que como una sirvienta. Esto causó graves disgustos a mis padres quienes me reprendieron enérgicamente, pero a mí me siguió gustando el efecto que me producía cualquier bebida alcohólica.

Durante mi niñez fui considerado como un muchacho de conducta desordenada, sin embargo pude terminar mi escuela. Como adolescente mi vida continuó siendo la misma, agravada por esporádicos episodios de bebida excesiva. Esto continuó hasta que ingresé a la Escuela Naval donde los cadetes no teníamos permiso para beber, así es que no tomé ni un solo trago durante los cuatro años siguientes. Pero llegó el día de la graduación y después de la ceremonia, durante el baile de promoción, un oficial más antiguo, brindándome un cóctel, me dijo que un miembro de la Armada tenía que tomar y consecuentemente tenía que aprender a beber. Desde ese día en adelante empecé a tratar de aprender a tomar sin que jamás pudiera lograrlo.

Siendo ya adulto, un oficial y una persona de muchas habilidades, pues tenía don de gentes, humor muy fino, alegría innata, inclinaciones artísticas musicales, dibujo y pintura, bailarín, siempre fui considerado buen compañero en los deportes y mi amistad era codiciada. Se pensaba que mi éxito en la vida era una cosa asegurada. Sin embargo, desde algunos años atrás, ya minaba en mí la base misma de la existencia de una enfermedad que en esa época no se reconocía como tal.

Tratando de escapar de mi vida licenciosa, contraje matrimonio creyendo que así tomaría menos. Pero no fue ese el caso. Me retiré del servicio en las fuerzas armadas, ingresé en la marina mercante, fui capitán de un barco, pero esos cambios no dejaban de ser nada más que
escapes
. En el año 1950, cuando ya tenía 33 años, sentí la necesidad de escapar otra vez. El estado cada vez más agravado de mi vicio me hizo emprender la más fácil huida a mis propias flaquezas. Con una amante y digna esposa y dos hijos pequeños emigré a los Estados Unidos. Me radiqué en Los Ángeles. El cambio en mi vida fue dramático. Trabajé como jefe de ventas y diseñador, estudié y practiqué la ingeniería mecánica. La familia creció con la llegada de dos hijos más, y con el amor de mi esposa los criamos a todos ellos en una casa que compré dentro de un típico barrio residencial norteamericano.

Pero siempre llevaba clavadas en mis espaldas las despiadadas y agobiantes garras de la dolencia alcohólica. El aplastante peso de mi enfermedad fue demasiado y desmoronó la unidad familiar. Perdí toda la fe que alguna vez tuve en Dios y me burlaba irónicamente de los principios religiosos y morales que se me habían dado desde niño. El divorcio se hizo inevitable. Perdí buenas oportunidades de trabajo y me transformé en un paria.

Sacando fuerzas de donde ya no había casi ninguna, después de vivir veintitrés años en los Estados Unidos, decidí escapar nuevamente. Vendí la casa y me fugué geográficamente a mi país de origen. Siempre llevando a cuestas mi tristeza, mis fracasos y mi incurable enfermedad. Poco me duró el capital que llevé. Cuando me vi sin un centavo, sin un amigo, sin una salida, sin Dios ni ley, creí que para mí había una sola fuente de paz: el suicidio.

Después de un mes de permanecer entre la vida y la muerte en el hospital, me recuperé en algo físicamente y regresé a casa de uno de mis hijos en California. Mi alcoholismo se hizo más agudo entonces, estaba ya en la última etapa de la fatal enfermedad. Borracho, un «
wino
» completo, me quedaba dormido en los callejones de la ciudad. Unos dos o tres tragos del vino más barato que pudiera conseguir, era lo único que necesitaba para entrar en la inconsciencia de la borrachera. La única manera de no darme cuenta de que todavía existía. Mi vida había quedado reducida a un ensayo de vergüenza y dolor.

Fue de ahí, de ese estado de postración y desgracia, de donde me sacó la
mano de ayuda
de Alcohólicos Anónimos. Mi hijo había hablado previamente y había sido informado que irían a verme solamente si era yo quien lo pedía.

La angustia era inmensa, mi desesperación era indescriptible, pero justamente esa situación en que me hallaba en esos momentos, hizo que aceptara el consejo de mi hijo y le pidiera que llamara a A.A.

Los A.A. no se hicieron esperar. Una llamada telefónica y 30 minutos después llegaron en mi ayuda. Me saludaron como si fuéramos viejos amigos, pidieron café —algo inusitado para mí, ¿alcohólicos que beben café?— y se sentaron cómodamente a conversar conmigo. ¿Qué me dijeron? No lo sé, pero sí recuerdo que después de una hora se despidieron dejando en mí un pequeño rayo de esperanza. Sí, pequeñísimo, pero aún así pude distinguirlo a distancia. Al día siguiente me llevaron a una reunión de grupo. Tembloroso y desaseado como estaba, fui recibido muy cariñosamente. Se trataba de una reunión de aniversario. De uno en uno fueron pasando a la tribuna. Primero el miembro que cumplía su aniversario seguido por otro que había sido su
padrino
.

Los pasajes de sus vidas que narraban iban dejando huellas un poco más profundas en mí y así empezó mi proceso de identificación. Me parecía que hablaban única y exclusivamente para mí. Lo que más me gustó fue la franqueza y sinceridad que vi en todos ellos.

Todos me decían «
Keep coming back
» y yo seguía yendo. Me divertía mucho el ambiente de sana camaradería que existía. Había días en que me desanimaba porque creía que necesitaría mucha
fuerza de voluntad
que yo no tenía, pero todos me decían que lo que yo necesitaba era
buena voluntad
. Empecé a ver que yo no tendría que emprender una fuerte y encarnizada batalla contra quien yo creía era mi peor enemigo, el alcohol. Comencé a darme cuenta de que mi verdadero enemigo era yo mismo. Estos A.A. me hacían ver que mi adversario era mi propio ego. Me hacían comprender con claridad que para luchar contra este enemigo necesitaría la ayuda de un Poder Superior.

La herencia que yo había recibido de mi mal comprendida religión era que yo había nacido equivocado. Que sin reglamentos y sin guardianes que vigilaran al demonio que había en mí, torrentes de veneno y de maldad se desencadenarían naturalmente de mi ser para devastar y destruir todo lo bueno que había en mi camino. Vi que se había presentado un conflicto en mi larga vida. La pregunta había sido, ¿yo o Dios? Yo me había escogido a mí, a mi propio y querido ego. Pero esto lo había hecho muy secretamente. Durante mi juventud había sido un agradable y aceptable hipócrita. Que Dios, siendo el espía cósmico que yo creía que era para mí, y que yo, sabiendo que estaba equivocado, me había convertido en un normal, moderno y culpable alcohólico-neurótico.

Por estos doce años pasados, todo parece haberse transformado de una jornada de ser «
debido a
» en otra jornada de ser «
a pesar de
», y el responsable de esto es el milagro de Alcohólicos Anónimos. Lo que yo creía ser solamente una comedia de desobediencia moral, de sexo y de alcohol, ha sido transformada por el programa de los Doce Pasos, en una lección de despertar al conocimiento consciente. No eran pecados los que había, era solamente la separación de Dios, la falta de unidad. Antes había existido una separación consciente de un Poder Superior, separación consciente de los demás seres humanos y eventualmente, una desintegración de mí mismo. A.A. y su programa de los Doce Pasos han hecho que yo pueda unificar a mi ego, mi mente y mi espíritu.

Hoy en día tengo el convencimiento en lo más profundo de mi ser, de que en la vida existe solamente un peligro para que todo se convierta en problemas. El peligro de la
separación
. Permitir que el ego gobierne la vida separado de la mente y del espíritu. Pero también estoy convencido de que hay una sola salvaguardia para ese peligro. El convencimiento de la existencia de un Poder Superior, sinónimo de Vida, Bondad, Dios. En A.A. empecé a unificar mi vida de separación con el programa de los Doce Pasos. Admisión, convicción y liberación. Limpieza de casa y mantenimiento. Todo esto es una nueva vida para mí, pero no solamente nueva, también es la vida más maravillosa que yo jamás haya vivido. Vivo en una total espera de guía y dirección, y la obtengo. Y si alguien me pregunta: «¿Cómo lo sabes?» Tengo la más simple de las reglas en el mundo para contestar. Nunca lo he pasado tan bien. Mi vida en A.A. es la única
buena vida
que he conocido. La única vida que ha sido fácil y sencilla durante mis largos años de existencia. Estoy viviendo los mejores años de mi vida. Vivo una vida de gratitud porque no he bebido licor desde hace doce años, porque vivo en paz conmigo, con mis semejantes y con Dios.

Desde el invierno de 1976 cambié totalmente la trayectoria de mi conducta. «Dejé de beber de una vez por todas», mi manera de vivir y de beber me estaba destrozando. Por la gracia de Dios he podido rehacer mi vida. Ahora vivo feliz en medio del cariño de una nueva familia.

(9)
 
NACIDO PARA BEBEDOR, BAILARÍN Y LADRÓN

Andaba perdido sin más que perder, descendiendo al abismo de la degradación. El vago recuerdo de algunas palabras de esperanza le enseñaron la salida.

S
OY ALCOHÓLICO como mi madre que murió víctima del mal. Yo estoy vivo.

Era yo muy chico; vagamente recuerdo que mi madre dormía debajo de las camas, pero no alcanzaba a distinguir por qué. Me han dicho que se hizo alcohólica a consecuencia de vender ilícitamente alcohol en una tiendecita que aparentaba ser miscelánea; otros me han dicho que se vio obligada a refugiarse en la bebida debido al mal trato que recibía de mi padre. Vendía ella toda clase de mejunjes. Cuando murió estaba yo en tercer año de primaria; a mediodía fueron por mí a la escuela y me llevaron al hospital donde estaba falleciendo a consecuencia de su manera de beber.

Quedamos solos mis dos hermanos, mi padre y yo, con el negocio. Me encargaron del suministro de alcohol para su venta; me acompañaban otros muchachos. A veces tomábamos de ese alcohol, por pura travesura. Una vez nos lo acabamos y tuve que romper la botella y mentir; «¡Me caí y se me rompió!» Otra vez completamos el contenido con agua. Naturalmente las golpizas y regaños menudearon por mi temprana inclinación a ingerir «paquiderma», como llamábamos a la combinación de refresco de naranja con alcohol. No sólo bebía yo, como tengo dicho; también mis amigos. Una vez el padre de uno de ellos, a quien se le pasó la mano y sacamos de la casa totalmente borracho, vino por él y a golpes con un alambre de la plancha se lo llevó. Luego regresó para acusarme ante mi tía: «¡Es el causante de esta maldad!», le dijo. Yo estaba durmiendo la borrachera como otras veces, a mediodía, argumentando que estaba enfermo. Mi tía esperó que se me bajara la borrachera y luego a golpes me despertó, me bañó y me condujo a la escuela donde me exhibió como vicioso y rebelde.

Cuando murió mi madre me sacaron de la escuela en donde ella me tenía porque era cara la colegiatura y me inscribieron en otra, muy barata y por supuesto muy distinta. Después de que fui señalado por borracho ante todos en esa escuela, jamás volví.

Como ya no estudiaba me quedé al frente del negocio de venta de mejunjes y aprendí a distinguir toda la miseria y nivel de la degradación en el desfile interminable de viciosos, enfermos, pordioseros, borrachos, bebedores fuertes, agresivos, arrastrados, sucios… Me quedé solo en la casa de mi madre y la sentía enorme y vacía. Cuando ya tenía unos catorce o quince años, luego de trabajar en la tienda por horas y horas, huía de la soledad y, en ocasiones especiales, buscaba compañía y nos tomábamos algunas copas.

Una vez, estando en la tienda, alguien a quien aprecio en mis recuerdos, me motivó y ayudó para que continuara estudiando: ya había terminado la primaria y esta persona me convenció para que me inscribiera en la secundaria. Alentado me inscribí pero se me dificultaban los estudios; allí me enviaron a un psiquiatra quien mandó que me hicieran varias pruebas, las cuales no aprobé, y me dijo que yo no estaba bien de mis facultades mentales.

Me sentí muy mal con esa opinión médica y fui dado de baja de la escuela luego de cuatro años sin haber aprobado ni siquiera el primer año.

Ya para entonces pensé que había nacido para bebedor, bailarín y ladrón, motivo por el cual me adherí a grupos de borrachos y rateros.

Así empecé a hacer todos los destrampes y aberraciones que vi hacer en el desfile de beodos que pasó por la tienda de mi infancia; con esto quiero decir que robé, golpeé, violé y falté a la moral en todas sus formas… sólo me faltó matar. Quien me liberaba de los problemas con la justicia y de la degradación, era mi hermana, ¡pero también a ella golpeé cuando, desesperada por mi conducta, me arrojó una de las ollas de barro que fabricaba! ¡Fue de ese modo que sentí que carecía de principios de toda índole!

No puedo decir que por beber yo perdí a mi familia, mi capital, mi trabajo, porque no tuve ni familia ni dinero ni trabajo… ni moral. Me da risa cuando me acuerdo que hubo quien me preguntó: «¿Por qué no te casas?» Me da risa la ingenuidad de la pregunta; ¿quién se casaría con un tipo que cuando no anda crudo, anda borracho? Debo decir que yo era muy afecto al baile; no era muy buen bailarín, nada de eso; me gustaban las pachangas porque eran origen de grandes parrandas. Fui al carnaval durante cinco años consecutivos; recuerdo del viaje de ida y de cómo llegaba al puerto, pero, ¿del regreso? ¡Nada!

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