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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (48 page)

Las bestias rodearon poco a poco a Josh, rozándole con unas manos gélidas y de dedos largos. Con sus uñas negras y mugrientas le acariciaban la camiseta y le pellizcaban la tela de sus pantalones tejanos. Hablaban entre ellas, parloteando con una voz aguda, casi inaudible. Con un dedo, extremadamente frío, le tocaron la piel del estómago y, de repente, su aura se encendió y crepitó. —¡Eh! —exclamó.

Las criaturas se sobresaltaron y dieron un paso atrás, pero aquel roce había provocado que el corazón le latiera a mil por hora. De pronto, todos los miedos que había imaginado y cada pesadilla que le aterrorizaba empezaron a salir a la superficie. Josh no pudo evitar empezar a jadear, temblar y sudar frío. El segundo fauno se acercó a él y colocó una de sus manos glaciales sobre el rostro de Josh. De repente, el corazón se le paralizó y el estómago se le revolvió. Había entrado en pánico.

Las dos criaturas se abrazaron y comenzaron a brincar por el aposento. Sus cuerpos se sacudían, vibraban, como si estuvieran carcajeándose.

—Josh.

La voz dominante de Maquiavelo atravesó el pánico del joven y silenció a las criaturas.

—Josh. Escúchame. Escucha mi voz, concéntrate. Los sátiros son criaturas simples que se alimentan de las emociones humanas más básicas: una se nutre del miedo, y la otra se satisface del pánico. Son Phobos y Deimos.

Al mencionar sus nombres, los dos sátiros retrocedieron, perdiéndose entre las sombras. Sólo sus ojos líquidos y redondos permanecían visibles.

—Son los Guardianes del Dios Durmiente.

Y entonces, la estatua se sentó y giró la cabeza para mirar a Josh. En el interior del casco, dos ojos de un rojo sangriento ardían.

49

s un Mundo de Sombras? —susurró Sophie con una voz entrecortada que dejaba al descubierto su temor.

Se hallaba en la entrada de un túnel angosto cuyas paredes estaban decoradas con lo que, a primera vista, parecían huesos de esqueletos humanos. Una bombilla de baja potencia iluminaba el diminuto espacio con una luz amarilla y un tanto opaca.

Juana le apretó el brazo y sonrió con cariño.

—No. Todavía estamos en el mundo real. Bienvenida a las catacumbas de París.

De repente, la mirada de Sophie se tornó plateada y la sabiduría de la Bruja volvió a recorrer su cuerpo. La Bruja de Endor conocía estas catacumbas como la palma de su mano.

Sophie dio un paso hacia atrás al vislumbrar una colección de imágenes que se apoderaron de su consciencia: hombres y mujeres vestidos con harapos andrajosos extrayendo piedra de las minas, vigilados por guardias que llevaban los mismos uniformes que los centuriones del Imperio romano.

—Son canteras —murmuró.

—De eso hace ya mucho tiempo —empezó Nicolas—.

Ahora son una tumba que alberga millones de cuerpos de ciudadanos parisinos...

—El Dios Durmiente —dijo Sophie con la voz temblorosa. Se trataba de un Inmemorial que la Bruja detestaba a la vez que sentía lástima por él.

Saint-Germain y Juana de Arco se sorprendieron al descubrir el conocimiento de la joven. Incluso Flamel parecía estar asombrado.

Sophie empezó a tiritar. Se envolvió los brazos alrededor del cuerpo, intentando así mantenerse erguida mientras unos pensamientos oscuros se le pasaban por la cabeza. Hubo un tiempo en que el Dios Durmiente había sido un Inmemorial...

... En un campo de batalla ardiendo, contempló a un único guerrero con armadura de cuero y metal, empuñando una espada tan larga como él mismo, combatiendo criaturas extraídas de la era jurásica.

... A las puertas de una ciudad ancestral, el guerrero con armadura de cuero y metal se enfrentaba solo a una extensa horda de bestias mientras, por una de las puertas traseras, huía una columna de refugiados.

... En la escalera de una pirámide tan esbelta que apenas parecía real, el guerrero defendía a una mujer y a su hijo de criaturas que eran un híbrido entre serpientes y pájaros.

—Sophie...

La joven estaba temblando y los dientes le castañeaban. Las imágenes dieron un giro radical; la brillante armadura de cuero y metal se tornó mugrienta, cubierta de barro, rayada y teñida de óxido. El guerrero, también, sufrió varios cambios.

... El guerrero se dirigía a toda prisa hacia una aldea primitiva, aullando como una bestia mientras un grupo de humanos envueltos en pieles de animales huían de él o se encogían de miedo.

... El guerrero encabezaba un enorme ejército; una mezcla de criaturas y hombres abalanzándose sobre una ciudad ubicada en el corazón de un desierto aislado y vacío.

... El guerrero permanecía en el corazón de una biblioteca gigantesca repleta de cartas de navegación, pergaminos y libros con cubiertas de metal, de tela y de corteza de árbol. La biblioteca ardía con tal intensidad que los libros de tapa metálica se derritieron. Con su espada, arremetía contra unas estanterías rebosantes de libros que se desplomaron sobre las llamas.

—¡Sophie!

El aura de la joven parpadeó y crepitó como si se tratara de celofán mientras el Alquimista la agarraba de los hombros y la zarandeó.

—¡Sophie!

La voz de Nicolas la hizo salir de aquel estado de trance.

—He visto... he visto... —empezó con voz ronca. Tenía la garganta seca y se había mordido con tal fuerza el interior de la mejilla que incluso todavía percibía el sabor metálico y desagradable de la sangre.

—No puedo imaginarme lo que has visto —dijo con tono amable—, pero creo que sé a quién has visto.

—¿Quién era? —preguntó la joven casi sin aliento—. ¿ Quién era el guerrero de armadura de cuero y metal ?

Sabía que si concentraba su atención sobre aquel hombre, los recuerdos de la Bruja le proporcionarían su nombre; pero también sabía que le mostrarían el mundo violento del guerrero, y prefería no verlo.

—El Inmemorial Marte Vengador.

—El Dios de la Guerra —añadió Juana de Arco con amargura.

Manteniéndose completamente inmóvil, Sophie alzó su mano izquierda y señaló hacia un pasillo muy estrecho.

—Está ahí abajo —informó en voz baja.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Saint-Germain.

—Puedo sentirle —respondió la joven todavía estremecida. Se sacudió los brazos con fuerza y añadió—: Es como si algo frío y pegajoso recorriera mi piel. Esa sensación proviene de ahí abajo.

—Este túnel nos conduce al corazón secreto de las catacumbas —continuó el conde—, a la antigua y perdida ciudad romana de Lutetia.

Saint-Germain se frotó las manos enérgicamente, rociando el suelo de chispas, y después emprendió su camino por el túnel, seguido por su esposa, Juana. Sophie estaba a punto de dar un paso hacia delante cuando, de repente, se detuvo y miró al Alquimista.

—¿Qué le ocurrió a Marte? Cuando lo vi por primera vez, pensé que era el defensor de la humanidad. ¿Qué le hizo cambiar ?

Nicolas hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Nadie lo sabe. Quizá la respuesta yace en los recuerdos de la Bruja —sugirió—. Estoy seguro de que se conocían.

Sophie empezó a mover la cabeza.

—No me hagas pensar en él... —rogó, pero ya era demasiado tarde.

Incluso mientras el Alquimista le mencionaba su sugerencia, una serie de imágenes terribles se le cruzaron en la mente. Observó a un hombre alto y apuesto que permanecía en lo más alto de una pirámide con escalinatas interminables. Tenía los brazos extendidos hacia los cielos. En sus hombros llevaba una capa espectacular de plumas multicolores. A los pies de, la pirámide, se extendía una ciudad de piedra rodeada por una jungla densa e impenetrable. La ciudad estaba de celebración: las calles se hallaban atestadas de personas que llevaban ropas de colores vivos y alegres, joyería muy vistosa y capas de plumas extravagantes. La única ausencia de color estaba en una línea de hombres y mujeres vestidos con togas blancas que permanecían en el centro de una de las calles principales. Fijándose un poco más, Sophie se percató de que estaban encadenados entre sí, con sogas de cuero alrededor del cuello. Unos guardias con látigos y lanas les dirigían hacia la pirámide.

Sophie inhaló temblorosamente, abrió los ojos y las imágenes se desvanecieron.

—La Bruja y él se conocían —dijo con voz gélida.

Sin embargo, no le confesó al Alquimista que sabía que la Bruja de Endor, antaño, había amado a Marte... pero eso fue mucho tiempo atrás; antes de que él cambiara; antes de que él se convirtiera en Marte Vengador. El Vengador.

50

ve, Marte, el Señor de la Guerra —dijo Dee en voz alta.

Absolutamente inmóvil por el miedo, Josh contemplaba cómo aquel casco se volvía lentamente en dirección al Mago. El aura del doctor John Dee se iluminó de inmediato, cobrando un matiz amarillento y una textura vaporosa a su alrededor. En el interior del casco del dios, una luz roja brillaba. De repente, volvió a girar la cabeza y, de forma simultánea, la piedra rechinó. La estatua clavó la mirada en el joven. Los dos sátiros de tez fantasmagórica, Phobos y Deimos, emergieron de las sombras y se agacharon tras el pedestal, contemplando a Josh intensamente. Con sólo echarles un vistazo, Josh sentía oleadas de temor recorrerle el cuerpo. Estaba seguro de que había vislumbrado a uno de ellos relamiéndose los labios con una lengua del mismo color que una magulladura. De forma deliberada, Josh apartó la mirada de los sátiros y se concentró en el Inmemorial.

—Jamás muestres temor —le había dicho Maquiavelo—, mantén la calma.

Pero era más sencillo decirlo que hacerlo. Justo delante de él, tan cerca que incluso podía rozarle, se alzaba el Inmemorial que los romanos habían venerado como el Dios de la Guerra. Josh jamás había oído hablar de Hécate o de la Bruja de Endor, con lo cual el efecto no había sido el mismo. Este Inmemorial era diferente. Ahora sabía a qué se había referido Dee al decir que era un Inmemorial recordado por la raza humana. Era el propio Marte, el Inmemorial que poseía un mes y un planeta en su honor.

Josh intentó respirar profundamente y calmar los latidos del corazón, pero estaba temblando tanto que apenas era capaz de inhalar aire. Sus piernas parecían hechas de gelatina y tenía la sensación de que, en cualquier momento, se desplomaría sobre el suelo. Apretando las mandíbulas, el joven trató de respirar por la nariz, intentando recordar alguno de los ejercicios de respiración que había aprendido en las clases de artes marciales. Cerró los ojos y envolvió los brazos alrededor de su cuerpo, como si se abrazara. Debería ser capaz de hacer esto: ya había contemplado a Inmemoriales antes; se había topado con muertos vivientes e incluso había luchado contra un monstruo primitivo. Esto no podía ser tan complicado.

El muchacho se enderezó, abrió los ojos y desvió la mirada hacia la estatua de Marte... Pero ya no era una estatua. Era un ser vivo. Su piel estaba recubierta por una capa grisácea sólida. El único detalle de color se encontraba en sus ojos, que desprendían un brillo bermejo tras un visor que ocultaba completamente su rostro.

—Gran Marte, ha llegado el momento —dijo Dee—, el momento en que los Inmemoriales regresen al mundo de los humanos —explicó. Tomó aliento y, de forma dramática, anunció—: Tenemos el Códex.

Josh recordó el pergamino que llevaba bajo la camiseta. ¿Qué le sucedería si sabían que él poseía las dos últimas páginas? ¿Todavía querrían Despertar sus poderes?

Al mencionar el Códex, la cabeza del Inmemorial se giró bruscamente hacia Dee. Los ojos le brillaron con más intensidad mientras unos zarcillos de humo bermejo emergían de la hendidura del casco.

—La profecía está a punto de cumplirse —continuó el Mago rápidamente—. Pronto podremos llevar a cabo la Invocación Final. Pronto podremos liberar a los Inmemoriales Perdidos y devolverles al lugar que les corresponde, como soberanos del mundo. Pronto convertiremos este mundo en el paraíso que fue.

Con un sonido chirriante de fondo, Marte balanceó las piernas en el pedestal y se volvió para colocarse cara a cara con el joven. Josh se percató de que, al moverse, el Inmemorial desprendía unas escamas de piel de piedra que rociaban el suelo. Dee alzó el tono de voz y continuó:

—La primera profecía que el Códex anuncia ya se ha hecho realidad. Hemos encontrado a los dos que son uno. Hemos averiguado quiénes son los mellizos de la profecía —explicó mientras señalaba a Josh—. Este humano posee un aura pura de color dorado; la de su hermana es indudablemente plateada.

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