El misterio de la jungla negra (32 page)

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Authors: Emilio Salgari

Tags: #Aventuras, Clásico

—¡Hermanos, nuestro enemigo ha muerto! —gritó Suyodhana.

Saltó de repente como un tigre. Por su cara cruzó un estremecimiento y permaneció inmóvil mirando a Tremal-Naik.

—Óyeme —dijo después de algunos minutos—. ¿Ves esa mujer de bronce que
está
frente a nosotros?

—La veo —respondió Tremal-Naik. —Pero esa mujer no es la mía.

—Ya lo sé. Pero esa mujer es poderosa, más poderosa que Brahma, Visnú, Siva y todas las divinidades adoradas por los hindúes, esa mujer representa la libertad india y la destrucción de nuestros enemigos de piel blanca.

Tremal-Naik permaneció frío e insensible ante el entusiasmo del sectario. El sólo pensaba en su Ada, que era su diosa, su vida.

—Tremal-Naik —continuó Suyodhana. —Tú eres uno de esos hombres raros en la India; eres fuerte, audaz, terrible, eres el indio que como nosotros yace bajo el yugo de los extranjeros de piel blanca. ¿Abrazarías nuestra religión?

—¡Yo! —exclamó Tremal-Naik—. ¡Transformarme en un
thug
!

—¿Te dan horror los
thugs
? ¿Quizá porque estrangulan? Los europeos nos aplastan con el hierro de sus cañones y nosotros los ahogamos con el lazo, el arma de nuestra poderosa diosa.

—¿Y Ada?

—Se quedará entre nosotros, como se ha quedado Kammamuri, que ahora ya es un
thug.

—¿Pero será mi esposa?

—¡Jamás! Pertenece a nuestra diosa.

—¡Y Tremal-Naik no tiene otra diosa que Ada Corishant! —gritó el cazador de serpientes.

Por segunda vez un sordo murmullo recorrió el círculo de los
thugs.
Tremal-Naik miró alrededor con furia.

—¡Suyodhana! —exclamó—. ¿Acaso me has traicionado? ¿Me quieres negar a esa mujer, después de todo lo que he hecho por vuestra diosa? ¿Serás un perjuro?

—Esa mujer te pertenece —dijo Suyodhana, con un tono de voz que daba escalofríos.

Un indio golpeó doce veces un
tam-tam.

En la pagoda reinó durante algunos instantes un profundo silencio, un silencio de muerte. Se hubiera dicho que aquellos cien hombres ya no respiraban.

De repente se abrió una puerta y apareció Ada, cubierta de blancos velos, con el pecho encerrado en una coraza de oro de la que surgían reflejos cegadores.

Dos gritos resonaron en la pagoda:

—¡Ada!

—¡Tremal-Naik!

Y el indio y la joven se arrojaron uno en brazos del otro. Casi inmediatamente se oyó una voz tronante gritar:

—¡Fuego!

Resonó una descarga tremenda en el subterráneo, despertando todos los ecos de las galerías. Unos instantes más tarde, sesenta hombres irrumpieron en la pagoda con las bayonetas caladas.

Los
thugs,
estupefactos y aterrorizados, se lanzaron en confusión hacia las galerías, dejando en el terreno una veintena de muertos. Suyodhana con un salto de tigre se lanzó por un estrecho pasadizo.

El capitán se precipitó hacia Ada gritando:

—¡Hija mía!

—¡Padre! —gritó la jovencita, y cayó desvanecida entre sus brazos.

—¡Retirada! —ordenó Tremal-Naik.

Los soldados, que ya se preparaban para la persecución de los
thugs
fugitivos, se replegaron a la pagoda por temor de extraviarse en las tenebrosas galerías.

—¡Partamos! —dijo el capitán—. ¡Ven valiente Tremal-Naik: Mi Ada es tu esposa! Te la has merecido.

Estaban a punto de salir de la gran pagoda subterránea cuando a sus espaldas oyeron la voz del terrible Suyodhana que gritaba con acento amenazador.

—¡Marchaos, pues…! Nos volveremos a ver en la jungla.

Emilio Salgari nació en Verona, Italia, el 21 de agosto de 1862, y falleció en Turín, Italia, el 25 de abril de 1911. Hijo de una familia de comerciantes, de joven sirvió a bordo de un barco que recorrió la costa Adriática y Mediterránea, pero no hay pruebas de que hiciera más viajes por mar, aunque aseguraba que los lugares exóticos que aparecían en sus libros se basaban en sitios que había visitado personalmente. Comenzó a prepararse en el Real Instituto Técnico Naval P. Sarpi de Venecia, pero no llegó a obtener el título de capitán que ansiaba. Sus novelas, llenas de acción, fueron muchas, pero probablemente sea conocido sobre todo por crear el personaje de
Sandokán
. A pesar de su éxito, vivió en una relativa miseria que, junto con el desequilibio mental de su esposa, la actriz de teatro Ida Peruzzi, con quien tuvo cuatro hijos, lo condujo a suicidarse en 1911 realizando el rito tradicional del Hara-kiri. Escribió en total ochenta y cuatro novelas e incontables relatos.

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